viernes, 22 de diciembre de 2017

América a tope, España anuncia


América a tope de toros, la temporada en aquella orilla del Atlántico en su punto álgido, México, Colombia Perú y Venezuela no descansan y programan unas navidades plagadas de festejos y un mes de enero y febrero con La México, Querétaro, Aguascalientes, Cali, Manizales y Santa Fé de Bogotá como principales focos de atención del planeta taurino.
En la capital azteca continúa su temporada con los festejos dominicales que en estas fechas navideñas se trasladarán al lunes 25 de diciembre y 1 de enero para dar paso a la segunda parte de la Temporada Grande con carteles aún por definir pero con la presencia de Roca Rey como máximo atractivo. Al menos es lo que dicen los rumores más que fundados que llegan desde aquellas tierras. Hasta entonces queda una especie de travesía del desierto en la que tras los atracones con festejos de ocho toros en los que se ha visto a las grandes figuras españolas y mexicanas (Ponce, Castella, Cayetano, Joselito y Luis David Adame, El Payo, Manzanares, José Tomás) seguramente veamos el mismo desolador aspecto de los inmensos tendidos del embudo de Insurgentes que contemplamos el pasado domingo en la corrida mixta en la que se anunciaron Andy Cartagena, Fermín Rivera y Juan Pablo Sánchez. Realmente triste la imagen del sector numerado, no creo que llegara a un cuarto de ocupación, pero aún peor el general, vacío, deprimente. Unos 10.000 espectadores repartidos entre las 50.000 localidades de la Monumental azteca es un dato revelador del escaso interés que despertó dicha corrida. Y no estuvo mal, la verdad. Al menos Andy Cartagena cortó una oreja e hizo todo tipo de alardes y adornos sobre sus cabalgaduras para contentar a la escasa afición que se congregó el domingo, Fermín Rivera dejó patente su clase y temple ante el segundo, toreando en largo, encajado, con ligazón y bajando la mano y el también mexicano Juan Pablo Sánchez cortó otra oreja al tercero en una faena muy seria y valiente, consintiendo y aguantando arreones de un toro que soltaba la cara en cada muletazo al que sometió con firmeza y mando embarcándole en su muleta con una paciencia y serenidad extraordinaria. Si tan pobre fue la asistencia a esta corrida me imagino lo que será el día de Navidad y Año Nuevo. El lunes saldré de dudas, aunque se me va a hacer muy extraño ver una corrida de toros el mismo día de Navidad, una fecha que suena a todo menos a toros. Pero Canal Toros la va retransmitir en directo, ¿por qué no sentarme a verla?. Hay que abrirse a experiencias nuevas, aunque sea con un cartel a priori no demasiado atractivo, el formado por Fabián Barba, Antonio Romero y Gerardo Adame. ¿Y el día de Año Nuevo con la resaca habitual?, será también curioso.
Otra cosa serán los meses de enero y febrero con La México en ls recta final de su temporada grande y con una Colombia que tomará el relevo y concentrará todas las figuras españolas y americanas en las ferias de Cali, Manizales y Bogotá. Ponce, Juli, Castella, Roca Rey, Perera, López Simón, Román, Juan Bautista, Ginés Marín entre otros harán el paseíllo en los cosos de aquel país, con la posibilidad de que alguno de esos festejos también sea retransmitido por Canal Toros, lo cual sería una extraordinaria noticia ya que iba a hacer que la espera ante el inicio de la inminente temporada española sea mucho más llevadera con esa posibilidad de ver toros en directo todos los meses del año, el sueño de cualquier aficionado.
La realidad es esa, que aunque parezca mentira la temporada española está a la vuelta de la esquina. Repito cada año lo mismo cuando en octubre despedimos nuestra temporada. Parece que queda un mundo para la próxima  y  sin darnos cuenta estamos escuchando clarines y timbales que anuncian la salida de los primeros toros en territorio patrio. Me imagino que Ajalvir, el último fin de semana de enero, abrirá sus puertas, y si no es así lo hará Valdemorillo el primer fin de semana de febrero con su Feria de San Blas y la Candelaria. A la vuelta de la esquina, en un abrir y cerrar de ojos estaremos metidos de lleno camino de una nueva temporada que ya tiene, para abrir boca, definidos los carteles de la que será la Feria de Invierno de Vistalegre los días 17 y 18 de febrero. Será una corrida de Victorino Martín para Curro Díaz, Daniel Luque y Emilio de Justo y una novillada de El Parralejo para Toñete, Ángel Téllez y Rocío Romero las que conformen este mini ciclo al que espero ir a Carabanchel en compañía de mi gran amigo Raúl cumpliendo una tradición de varios años y que espero continúe este 2018.  Anuncios y noticias que poco a poco se van desgranando de cara a lo será el año taurino, como la corrida de Victorino Martín del Domingo de Ramos en Madrid y las dos tardes confirmadas que Adolfo Martín lidiará este próximo año en Las Ventas. Y en breve saltarán a la palestra los primeros avances de lo que serán las Fallas y la Feria de Abril. ¿Que les parece exagerado?. En absoluto, no me extrañaría nada que antes de acabar el año se empiecen a concretar ganaderías y nombres de cara esas ferias, si no al tiempo. derecho ya se han anunciado las ganaderías que se van a lidiar ¡en San Fermín!. ¿No me creen?, pues ahí van: Jandilla, Victoriano del Río, Puerto de San Lorenzo, Nuñez del Cuvillo, Fuente Ymbro, José Escolar, Cebada Gago, El Capea y Carmen Lorenzo para rejones, la navarra Pincha que debuta en sanfermines  para la novillada y, ¡cómo no tratándose de Pamplona!, Miura para cerrar esta importantísima feria pamplonesa. 
En definitiva, por delante un año taurino apasionante a ambos lados del Atlántico, América a tope enfilando lo que será su final para solaparse con el inicio de una España que en el horizonte anuncia una temporada para soñar y disfrutar con la bravura de los toros y el arte de los toreros en este planeta taurino que no descansa.

Antonio Vallejo

sábado, 16 de diciembre de 2017

México: Luces y sombras


México sigue a toda marcha, la Temporada Grande no para en una semana que ha tenido doble ración de festejos puesto que se anunciaron dos corridas para el domingo 10 y martes 12. Dos corridas monstruos, de esas de ocho toros que este año parece que están marcando la pauta en el coso de Insurgentes. Insisto, ocho toros me parece demasiado, especialmente si uno tras otro salen toros que no prestan opciones. El tedio se llega a apoderar de los tendidos y esa me parece que es la peor noticia para el toreo. 
El domingo se anunció un encierro de Xajay  remendado con dos ejemplares de Villar del Águila para el galo Sebastián Castella, el español Ginés Marín y los mexicanos Sergio Flores y Luis David Adame. Si nos fiamos de la entrada, 11.000 espectadores según cifras oficiales, no parece que este festejo dominical despertó especial entusiasmo entre la afición de La México. Y no me extraña si tenemos en cuenta que venía encuadrado entre la antología torera de Ponce y la Corrida Guadalupana anuncia para el martes 12 y de la que luego hablaré y les daré mi opinión. Pobre, muy pobre aspecto el de los tenidos de La México el domingo para una corrida que  se salvó por la oreja cortada por Sergio Flores, las dos muy buenas faenas de Castella que perdió una oreja con la espada en el quinto, la disposición y entrega de Ginés Marín y la firmeza de Luis David Adame frente al único de su lote que tuvo algo, porque si hubiere dependido de los toros el naufragio hubiera sido absoluto. malo, pésimo el comportamiento de los astados lidiados, salvando el sexto y algo del primero. Un toro de ocho es muy pobre balance y no me extraña que el desánimo inundara los tendidos. Muy por encima el cuarteto de matadores, dispuestos, con ganas y tratando de hacer lo imposible por sacar el máximo de unos toros sin fondo, así discurrió la tarde del domingo, madrugada española en la que tuve que hacer auténticos esfuerzos por no ceder a las tentaciones de Morfeo. Castella estuvo sobrado, muy superior, algo nada nuevo, que ya lo viene demostrando desde hace tiempo. El momento que traviesa el francés me parece extraordinario, seguro, dominando en todo momento la situación, mandando sobre los toros, artista cuando se prestan, fiel a su estilo arrebatador que 
tantas tardes nos ha encogido el corazón con los cambiados por la espalda y los estatutarios de infarto,  con gusto cuando sus oponentes se le permiten, arriesgado y valiente, acortando las distancias para pisar unos terrenos comprometidísimos cuando los toros se paran y todo ello como si anduviera por el pasillo de su casa, en una madurez y plenitud torera de la que lleva disfrutando varias temporadas. Una lástima que fallara con la espada ante el quinto  porque hubiera cortado una oreja tras una faena de enorme gusto, clase y arrojo cuando hubo de ponerlo. Ginés Marín se estrelló ante dos ejemplares imposibles ante los que demostró que todo lo sucedido en la temporada española no fue casualidad sino roto del gran torero que lleva dentro. Mucho hizo ante su lote, lo intentó de todas las maneras, se la jugó ante el peligroso tercero, porfió con el séptimo y en ningún momento se escondió dando una imagen de firmeza, entrega y dignidad encomiable. Igual que Luis David Adame, que tan solo ante el manejable cuarto tuvo alguna opción tras una faena de mucha clase, con fases de toreo de muchos quilates por ambos pitones demostrando temple y gusto, amén de un valor descomunal pasándose los pitones a milímetros de la taleguilla. Faena importante del de Aguascalientes que se fue al limbo por la tardanza en doblar del de Xajay tras entrar a matar. Pero Luis David dejó de nuevo una magnífica sensación de cara al futuro. El que se llevó el mejor toro fue Sergio Flores, el lidiado en sexto lugar, un animal con movilidad y transmisión al que el mexicano causó una excelente faena basada en le temple, la largura y la ligazón, siempre bien colocado, hilvanado las ríes con gusto y emoción, una faena que hizo vibrar a los poco poblados tendidos de Insurgentes y que se premió con una oreja de ley tras el espadazo con el que pasaportó al de Xajay. 
Todo esto tan solo fue el aperitivo de lo que se tenía preparado para el martes. No sé si en México tendrán esa costumbre tan española del aperitivo dominical, pero desde luego que lo parecía. La gran cita de la semana era sin duda la del martes, la corrida del siglo, la corrida de todos los tiempos, la corrida más grande la historia, ya ni sé con la cantidad de calificativos y epítetos con la que he leído y oido anunciar el festejo del martes 12 y que prácticamente llenó las 50.000 localidades de la Monumental mexicana. Razón no les falta a quienes así lo proclamaban a los cuatro vientos. El cartel era de lujo, sin duda alguna, ocho toros de distintas ganaderías, otra vez más ocho toros, otra vez más una corrida de larga duración, para un rejoneador y siete espadas: Pablo Hermoso de Mendoza, Joselito Adame, José Tomás, El Payo, El Juli, Sergio Flores, José María Manzanares y Luis David Adame. A nadie se le escapa que el cartel era de auténtico lujo, aunque falta un nombre que debía haber estado en esa tarde y que por diversas razones, mejor dicho, por una única razón, no estaba incluido: Enrique Ponce. Llámenle veto, llámenle como quieran, yo le llamo no querer enfrentarse al mejor, pero la realidad es que, en mi opinión, era una mesa a la que le faltaba una pata, la más importante. El resultado del festejo es posible que lo conozcan todos ustedes, triunfo grande de Joselito Adame y Sergio Flores quien desde que descerrajó la puerta grande de La México el pasado febrero está bueno para en su tierra. También he leído y he visto que José María Manzanares puso la clase y la elegancia, la torería y el gusto, el arte con mayúsculas, que Juli no tuvo opción alguna anta su toro y que José Tomás debió perder veinte orejas y ocho rabos ante su toro. Bromas y exageraciones aparte, algo de eso sí que pienso que Habo el martes. Me explico. José Tomás ha sido un grandísimo torero, uno de esos que estaba llamado, a mi juicio, a cambiar la historia del toreo, a generar una revolución en la tauromaquia. Ninguno olvidaremos aquellas antológicas tardes de junio de 2008 en Las Ventas, ninguno olvidaremos la emoción de su toreo, el sitio en el que se colocaba, ninguno olvidaremos los que nos hizo sentir. Negarlo ser mezquino. Pero también me parece que alguien de su importancia para la Fiesta, aún más en estos años tan complicados que llevamos vividos, tenía que haber estado más comprometido con lo que para mi es ser torero, dentro y fuera de la plaza, dando la cara cada tarde ante todos los públicos y aficiones. En su momento decidió tomar el camino que ha elegido, aparecer y desaparecer a su antojo, anunciarse cuando le parece, en la plaza que quiera y con los toros que elija. Y no me parece mal, cada cual es libre de decidir lo que quiere hacer y si se le permite, pues fenomenal para él. Personalmente creo que José Tomás ha montado un circo en el que es el presentador, el trapecista, el equilibrista y el domador, es la estrella absoluta, todo debe girar alrededor de su figura y arrastra a miles de seguidores tras él. Pero al menos yo no estoy dispuesto a participar de ese circo, porque la única manera de participar  es seguir su estela como un rebaño sumiso. Lo digo sin ánimo de ofender ni faltar al respeto a cuantos son capaces de gastar mucho dinero y tiempo en desplazarse donde el de Galapagar tenga a bien anunciarse porque para verle torear hay que ir a la plaza que decida ya que no permite que se le retransmita por televisión. ¿Motivo? Ni idea, pero sea el que sea, económico o de otro tipo, me parece que hace mucho más mal que bien al toreo. Es más, me parece una actitud egoísta y caprichosa que va contra la difusión de la grandeza del toreo, que es lo que precisamente ahora se necesita. A mi no me vale con ver tres minutos de video editado con su faena del martes en La México. De acuerdo, tuvo capotazos y muletazos excelentes, vibrantes, templados y ligados, pero eso hubiera querido verlo en directo, desde que salió el toro, en el tercio de varas, el de banderillas, toda la faena. Y me hubiera gustado verle torear en La México, como también me hubiera gustado verle torear cada año en Sevilla, en Madrid, en Pamplona, en Bilbao, en Zaragoza, en Nimes, en Arles... Pero no solo en plazas de primera, también en Granada, en Albacete, en Salamanca, en Valladolid y así de una en una hasta completar toda la geografía de plazas de primera, segunda y tercera de España, Francia o América. Por eso decía con sorna lo de las veinte orejas y ocho rabos, porque donde decide anunciarse lleva a una legión de adeptos, auténticos fans que rozan el hooliganismo en algunos casos, que enloquecen con cuanto haga José Tomás y que, insisto que lo digo con el máximo respeto, valoran con un criterio muy laxo y permisivo todo cuanto le vean hacer. Ojo, que esto no quiere decir que reste mérito al toreo del madrileño, pero que pienso que sus faenas se magnifican, sí, y no me ruborizo al decirlo aunque a muchos que lean esto les parezca poco menos que un sacrilegio. Repito una vez más que quien estaba llamado a ser una figura de leyenda para mi se quedó en el camino al elegir esa vía, que para se un torero de época hay que serlo año tras año, en todas las plazas y frente a todos los encastes, no solo anunciándose un día en Granada, otro en Huelva y el tercero en México llenando la plaza con fieles sumisos y entregados, por muy respetables que sean esas plazas y esas aficiones. Madrid, Sevilla y Bilbao, por citar las que para mi son las tres plazas más importantes de España deben ser cada temporada el lugar en el que las auténticas figuras deben demostrar que realmente lo son. Allí se les mide y se les juzga a veces con excesiva dureza, pero precisamente allí es donde los triunfos lo son de verdad. ¿Lo han tenido fácil en esas plazas Manzanares, Juli, Morante y Ponce por  poner varios ejemplos? En absoluto, han pasado las de Caín muchas tardes, pero han seguido, han dado la cara y al final han puesto a sus pies a las aficiones más exigentes. Así se forjan las grandes figuras, las que marcan la historia y las que hacen grande a nuestra Fiesta. A todas ellas las vemos en todas las plazas y también por televisión, contribuyendo de esa manera a la difusión del toreo a todo el mundo. ¿Por qué José Tomás no? Enigma sin descifrar. Pero igual que el maestro ha elegido ese camino, igual que muchos van dóciles tras sus pasos, permítanme que yo me niegue a participar de ese montaje y que me rebele ante la injusticia que me parece tener que conformarme con ver un mísero resumen de quince minutos de lo que fue una corrida de casi cuatro horas y que, de haber sido transmitida en directo, hubiera tenido una audiencia espectacular a pesar de las horas de madrugada intempestiva en España. La Fiesta necesita difundirse y se mostrada al mundo, de nada vale cerrarla a una plaza. Dije hace tiempo que en mi opinión José Tomás se equivocaba con el camino elegido y hoy me reafirmo más que nunca. Lo del martes en La México me parece que hace un flaco favor al toreo, por muchas orejas y rabos que le pidan cada tarde que toree.
Titulaba esta entrada luces y sombras y así acabo. Luces las de Sergio Flores, Joselito Adame, Manzanares, Castella en esta semana de Temporada Grande en La México. Sombras, y muy grandes, las del apagón televisivo ordenado por José Tomás que nos robó la posibilidad de ver un festejo que podía haber sido realmente histórico al que solo hemos accedido por los que nos han contado y lo poquito que se nos ha permitido ver. La Fiesta necesita vida, color y luz, entre sombras se muere.

Antonio Vallejo

jueves, 7 de diciembre de 2017

Enrique Ponce: ¡EL TOREO!


Decía el madrileño Agustín de Foxá que el único músculo importante en el toreo es el corazón. Decía también el mexicano Octavio Paz que el toreo es poesía en movimiento. Poesía y corazón, poesía y alma, inseparables, sentimientos que nacen del interior y llegan a lo más profundo en perfecta comunión. Poesía y arte, corazón y pasión, así es el toreo, belleza y armonía. Un verso es una verónica, una estrofa los naturales, expresado con la palabra, con el capote o con la muleta todo es arte, nacido de la inspiración, creado para la emoción. Poesía y toreo no entienden de geografía, España y México, tan lejos y tan cerca, una misma afición, ayer y hoy, Foxá y Paz, Enrique Ponce y La México, entregados ambos, uno a otro, para llevarnos al paraíso de la tauromaquia en una madrugada inolvidable.
Habían pasado 301 días, casi un año, de aquel 5 de febrero en el que Enrique Ponce compuso en el coso de Insurgentes una de las más grandes faenas que se recuerdan en toda la historia. Antes había sido Zaragoza, parecía insuperable, pero lo fue, tantas tardes y tantos años había sido Bilbao, Madrid rendido a sus pies los dos últimos años, Málaga y aquel crisol mágico que nos hechizó, de nuevo Bilbao en la mejor faena que se le recuerda. Cada una parecía su mejor faena, pero siempre surgía otra para superarla. México no podía ser la excepción, ese México que le adora, que le idolatra, que, como dicen por aquellas tierras, es su consentido. Fue este domingo 3 de diciembre en una tarde que para nosotros se convirtió en una madrugada mágica en la que Enrique compuso la más bella poesía taurina que uno pueda imaginar. Al menos hasta el momento, porque vendrán más, seguro, solo hay que verle estar ante el toro, en una madurez extraordinaria, disfrutando, gozando de cada lance, relajado, entregado, natural y elegante, puro y de verdad. Una madurez que cumple 25 años tras su confirmación de alternativa un 13 de diciembre de 1992, una madurez a la que ha llegado como los grandes vinos, mejorando cada año, ganando en matices y sabores hasta convertirse en el mejor vino de la mejor cosecha de la mejor bodega del mundo. Un vino que además de todas sus extraordinarias y exquisitas virtudes organolépticas cuenta con otra que es única y exclusiva de Enrique, su maridaje universal. De su toreo no solo se desprende una catarata de sabores y aromas que suponen un deleite para los sentidos, superando todos los límites de la belleza y el arte que jamás hayamos podido soñar viéndole torear, su toreo marida con todo tipo de encastes, con todas las plazas y con todos los públicos y aficionados que, hasta los más rebeldes y escépticos, acaban rendidos a sus pies, mejor dicho, a su capote y a su muleta, a su técnica y su conocimiento, a su inteligencia y su valor, que de nada está exento el maestro de Chiva. Diría que Enrique es el Petrus del toreo, lo máximo. Quizás por eso he decidido saborear lentamente su tarde, madrugada en España que es como a partir de ahora me voy a referir a su antológica actuación en La México, sorbo a sorbo de cada copa que he ido degustando tras ver repetidas sus faenas varias veces. Fue el domingo, vi, vibré y disfruté en directo con su toreo, me fui a dormir soñando con naturales y redondos, poncinas, molinetes, pases de pecho que duraban una eternidad, me desperté a las pocas horas sin saber si lo que recordaba había sido verdad o un sueño inolvidable. Y sí, era verdad, una verdad maravillosa que dudo pueda borrrarse de mi retina y de mi memoria. He visto de nuevo esa tres faenas sacando sabores y matices que las han hecho aún más grandes cada día. Me parecía una falta de respeto, un auténtico sacrilegio, contarles lo que sentí el domingo nada más verlo. Ese es el motivo por el que varios días después me pongo a contárselo, porque creo que merecía la pena esperar y sentir todo lo que Enrique transmitió en la madrugada del domingo, porque a nadie se le ocurriría descorchar una botella de Petrus, tomar una copa, darse cuenta de la enormidad de lo que está degustando y beberse el resto de golpe perdiéndose los miles de detalles que lo hacen aún más extraordinario. Copa a copa, despacio, haciendo que el reloj se detenga en cada trago, buscando esa infinidad de cualidades que aporta el mejor vino del mundo, así es como he apurado hasta la última gota esa madrugada mágica de Enrique Ponce en el Embudo de Insurgentes.
Fueron tres toros, uno de Barralva y dos de Teófilo Gómez los que el maestro lidió en la madrugada del domingo. Iba de emociones desde el principio. Se presagiaba ya con la cariñosa y merecida ovación de todos los aficionados que prácticamente llenaban el numerado y que ocupaban un amplio sector del general. Ovación en reconocimiento a 25 años de confirmación de alternativa, ovación de agradecimiento a un hombre íntegro tanto dentro como fuera del ruedo que donó todos sus honorarios en ayuda a los damnificados por el terrible terremoto que asoló México en septiembre y ovación en recuerdo de la histórica salida a hombros el pasado 5 de febrero, aquel día acompañado del duende del toreo, el maestro Morante de la Puebla. Ovación que Enrique quiso compartir con Joselito Adame y Octavio García “El Payo” quienes compartieron cartel el pasado domingo, demostrando su enorme valor humano y su humildad, sin ese endiosamiento cutre y hortera de tantas figuras deportivas al uso hoy en día, sin valores, que se creen por encima del bien y del mal, creídos y displicentes, niños mimados. Esa inmensa calidad humana tantas veces demostrada que atesora Enrique es la que le hace ser aún más grande en esa cima del toreo en la que lleva 26 años instalado sin haber cambiado un ápice su manera de ser, comportarse, valorar y respetar a su profesión, al toro y a todos y cada uno de sus compañeros que cada tarde que se visten de luces ponen en juego su vida para crear arte, con las ganas, la entrega, la ilusión, la responsabilidad y la frescura de cuando era un novillero que quería ser figura del toreo, algo al alcance de muy pocos elegidos.
Como he ido diciendo, fue una madrugada en la que todo apuntaba a que algo grande pudiera pasar. Parecía que en su primer toro, el de Barralva, iba a suceder, a tenor de la manera de saltar al ruedo y meter la cara en los primeros lances. Pero ocurrió algo insólito cuando el toro saltó limpiamente las tablas hacia el callejón y quedó atrapado en la tronera del burladero de picadores con la  mitad derecha de su cuerpo hacia el callejón y la mitad izquierda encajada entre las tablas del burladero y la pared de la barrera en una imagen insólita que yo jamás había visto y que creo que nunca volveré a ver. Parecía imposible sacar al toro de ese atolladero, los minutos pasaban y la situación empezaba a tornarse en desesperación, el maestro Enrique se lamentaba junto a las tablas a la vista de las buenas cualidades del animal, pero esta Fiesta es así, nada está escrito de antemano y mil variables influyen para el triunfo, el fracaso, el dolor o la tragedia. Finalmente pudo resolverse gracias a la pericia de quienes con una cuerda ingeniaron una especie de polea que liberó al de Barralva para volver al ruedo, pero la paliza y el castigo que llevaba ya encima el animal era irreparable. Lo lanceó Ponce a la verónica con un mimo y una suavidad exquisita, acunando al toro, como si quisiera acariciarle para hacerle sentir que podía recuperarse de lo pasado, balanceando los brazos, con temple, ganando pasos para llevárselo a los medios y ligar tres chicuelinas despaciosas y bellísimas repletas de gusto que remató con una revolera garbosa que puso en pie a La México y que se rompió en olés al ver con que sutileza y torería llevó Ponce a ese toro al caballo y como lo dejó en suerte con una media pinturera de cartel. Fue un toro con mucha clase, con ritmo y un tranco sensacional, pronto, repetidor y con humillación, un gran toro pero llegó exhausto a la muleta por el percance del burladero, y eso que Enrique lo cuidó al máximo en el capote y en el caballo. Inicia la faena a media altura, con suavidad máxima y temple magistral, sin obligarle, pero con una torería y una calidad suprema. Es imposible para mi describir lo despacio que toreó Ponce al de Barralva, parecía detenerse en mitad del muletazo pero no, seguía el engaño con fijeza y remataba el lance por su enorme nobleza, todo ello gracias a una lección de magisterio, una cátedra de auténtico  sanador, de un maestro capaz ya no de entender a todo tipo de toros sino de resucitarlos, de un maestro capaz de saber como torear al gusto de cada plaza y cada afición, en este caso la mexicana que gusta de ese toreo lento y parsimonioso que aplicó Enrique. Una vez más ese maridaje perfecto que lleva en su interior este maestro único. La ovación con la que la afición azteca premió a Ponce a la muerte de este toro atestiguan el enorme valor de su faena.
El quinto, segundo del lote de Ponce fue uno de esos toros que en manos de una mayoría del escalafón se hubiera ido con el tiro de mulillas sin un solo pase. Un toro de Teófilo Gómez para mi gusto feo de hechuras, desproporcionado, con mucha caja y poca cara, escaso presencia y seriedad, en mi opinión justo de trapío, abanto de salida, sin fijeza en el capote, de embestida descompuesta, sin clase ni humillación, desentendiéndose del capote que le ofrece Enrique y huyendo escupido y rebrincado del peto del caballo. Costó un mundo picarlo pero la maestría del valenciano logró que al tercer intento pudiera recetarle una puyazo en condiciones. El inicio de faena rezuma torería, por bajo, con dos trincheras bellísimas, marca de la casa, andándole al toro para llevarlo a los medios. Temple y pausas medidas y oportunas fueron la receta para someter a este animal descompuesto, soso y deslucido que parecía no tener ni medio pase, técnica infinita para llegar a acoplarse y sacar series en redondo inimaginables, templadas, lentas, sin quitarle la muleta de la cara, con unos cambios de mano extraordinarios para acabar vaciando la embestida en unos de pecho antológicos. Una vez más la inmensa maestría de Ponce sale a relucir, sacando de donde no hay, tapando los defectos de un animal deslucido y sin calidad. Los naturales citando con el envés de la muleta y girando la muñeca con una plasticidad superlativa liaron la monumental en La Monumental que de nuevo se dejaba las gargantas en olés rotundos, sobre todo con unos naturales de órdago, templados y ligados por bajo que se inventó Enrique. El final de faena por el pitón derecho fue extraordinario por lo sorprendente ya que nadie podía imaginarse llegar a esos niveles de toreo con un toro que carecía de fondo. Una serie lentísima y ligada en redondo, a esa velocidad superlenta que tanto gusta a los aztecas, las poncinas y molinetes garbosos epílogo de faena hacen vibrar a unos tendidos totalmente entregados al maestro. Una entera tendida y dos descabellos  dan paso a una vuelta al ruedo apoteósica en reconocimiento a una extraordinaria faena surgida únicamente de la privilegiada imaginación de un gran maestro, Enrique Ponce.
A todo esto, y en medio del entusiasmo ante la torería de Ponce, Joselito Adame lidió dos toros con unas dosis de entrega, valor y buen gusto mayúsculas, con toreo de mucho empaque en su primero y grandes dosis de riesgo en su segundo, al que mató tras resultar cogido al banderillear a su segundo en una alarde de profesionalidad y disposición, y El Payo cortó una oreja de mucho peso en una faena plena de gusto y clase al segundo de su lote con momento de toreo de auténtico lujo en redondo y al natural y una faena de máxima exposición ante el primero de su lote, un toro con peligro que se defendía y ante el que de Querétaro anduvo firme y solvente.
Pero era la madrugada de Enrique Ponce y así se lo hizo saber la afición de La México que pidió a grito el de regalo. Y Enrique dijo sí, un regalo para los aficionados que estaban en la plaza, para los que estábamos pegados a la televisión y para los damnificados por el terremoto a quienes también destinó el coste de ese sobrero de Teófilo Gómez que saltó a eso de las tres de la madrugada. Un sobrero precios de hechuras, para  mi gusto el mejor hecho de la corrida, serio, astifino y rematado, proporcionado y con trapío. Lo recibió Enrique con el capote moviendo jugando los brazos y moviendo las manos con gracia y dulzura celestial, relajado, con despaciosidad suprema. En el segundo puyazo el toro empuja con bravura, metiendo los riñones, lo que hacía soñar con la faena redonda que todos deseábamos. ¡Pero fue mucho más!. Inicia la faena de manera muy pinturera y torera, flexionando la pierna, conduciendo la embestida por bajo y con mucha largura, por ambos pitones, ganado terreno para acabar erguido con un natural desmayado y un cambio de mano de suavidad divina que de nuevo pone en pie a los tendidos. Series en redondo con un toreo encajado, metiendo los riñones, con una naturalidad y un temple único, lentísimos, lances eternos que detienen el tiempo que dan rienda suelta a la pasión de los aficionados, plenamente entregados al valenciano. Sinfonía de toreo relajado, desmayado, gustándose, arrastrando una muleta de seda a la que el de Teófilo sigue humillando, metiendo la cara con clase y nobleza, hipnotizado ante tal poderío y dominio. Mide las pausas entre series con una maestría única, el ritmo es exquisito y la despaciosidad infinita para sorprender con un molinete garboso y cuajar una serie al natural con hondura, imprimiéndole su sello particular, con los pitones del de Teófilo cosidos a la muleta, naturales desmayados, largos, sin fin, belleza superlativa, una trincherilla y un molinete invertido coronan una obra de arte insuperable. El epílogo en redondo, dejándose, abandonado al toreo eterno, con una largura monumental, supone la locura, un delirio colectivo, la plaza en pie al grito de “torero, torero”. Ponce sublime, citando de nuevo con el envés de la muleta para recetar naturales de ensueño, poncinas y cambios de mano que hacen rugir a La México en olés nacidos del alma, aclamado por la afición desde el corazón, ese músculo del toreo del que hablaba Foxá para rendir el tributo que merecía la bella poesía en movimiento de la que hablaba Octavio Paz y que en la madrugada del domingo escribió Enrique Ponce sobre la arena de Insurgentes. Circulares invertidos con la rodilla flexionada en un canto a la belleza, otro cambio de mano aún más profundo que todos cuantos hayamos podido ver supone el éxtasis, la apoteosis del toreo a la que los aficionados hemos asistido hipnotizados, hechizados por la magia emanada de un trozo de tela roja y unas manos capaces de componer la más bella composición jamás soñada. Dos orejas que pudieron ser también rabo de no haber caído la espada desprendida -¡y qué más da como fuera la espada tras contemplar tan suprema obra de arte- valen una puerta grande antológica para el rey del arte, el emperador de la tauromaquia, el Dios del toreo, Enrique Ponce, el más grande de todos los tiempos.


Antonio Vallejo