miércoles, 18 de agosto de 2021
La imbecilidad humana no tiene límites...pero sí nombre
domingo, 8 de agosto de 2021
Si Morante no hubiera existido tendríamos que habérnoslo inventado
Único, irrepetible, tocado por la varita mágica del toreo, un genio, duende y embrujo, así es Morante, figura inigualable, por encima de las leyes del tiempo, maestro de época, de todas las épocas, a las que cada tarde nos transporta en su capote y su muleta con suertes rescatadas de siglos pasados, torero para la historia y la eternidad. Podríamos decir nombres míticos de cualquier época , podríamos incluso intentar compararle con maestros más o menos lejanos en el tiempo, pero el intento sería vano, jamás encontraríamos otro igual.
Sí, todo eso es Morante, imprevisible, sin guiones escritos ni tauromaquias teledirigidas por normas y leyes, sin las rigideces de ese falso purismo preocupado por medir hasta el milímetro con escuadra y cartabón una supuesta perfección, en las antípodas de lo cartesiano, poesía pura, no un manual predeterminado, en el que todo surge desde la imaginación y el sentimiento para transformarlo en emoción y pasión, en arte, en definitiva, el TOREO. Pero sería muy injusto y superficial si me quedara ahí y obviara que Morante es mucho más que todo eso. Morante encierra un conocimiento del toro y los terrenos magistral, solo así es posible llegar a torear como él lo hace. Morante demuestra un compromiso y un valor fuera de toda duda, a pesar de lo que digan por ahí, tanto dentro como fuera de la plaza. Solo así es posible una encerrona como la de ayer en El Puerto de Santa María ante seis toros de Prieto de la Cal, algo que ningún otro estaría dispuesto a hacer, porque Morante los tiene muy bien puestos, en la plaza frente al toro y en la vida frente a quienes tan solo desean la destrucción de España y el toreo.
La de ayer en El Puerto significó mucho más que una tarde de toros, precisamente en esa plaza de la que Joselito dijo en su día que quien no había visto toros en El Puerto no sabe lo que es una tarde de toros. La de ayer no se puede medir y valorar con la matemática, porque sería un cero absoluto si nos atenemos al resultado numérico de trofeos, vueltas al ruedo, ovaciones o toros aplaudidos en el arrastre. No lo fue, al revés, creo que fue una tarde en la que el maestro de La Pueble del Río dio un paso al frente y un golpe en la mesa ante la anestesia de la vulgaridad. Lo hizo él solo, sin miedo, aún sabiendo que la probabilidad de que sobre el albero de El Puerto sucediera lo que sucedió. ¡Dios mío lo que se hubiera oido hoy si los seis toros hubieran sido de otro hierro! Pero no, eran de Prieto de la Cal y salieron como salieron, mejor dicho, como era más que previsible que salieran. Seis animales sin casta ni raza, sin un átomo de poder, imposibles no digo para cualquier lidia, imposibles para el mínimo atisbo de imaginación de algo, ni tan siquiera amago de alucinación. Uno tras otro fueron saltando, vacíos, sin fondo, tampoco sin hechuras que al menos hicieran alegrar la vista, quizás en el tercer hubo un amago de soñar la gloria en las verónicas de Morante, intentó estirarse pero fue un visto y no visto, posiblemente el quinto bis, un sobrero de Parladé bien hecho con más clase y calidad que quizás recibió en el caballo más castigo del que requería, invitó a despertar del letargo en el quite y en las primeras tandas de muleta con profundidad y sabor, pero no llegó a romper. Toros a la defensiva en los que la emoción era imposible de sentir, ni siquiera presentir, que en su falta de todo llevaban un peligro indigno, que se lo digan a Juan José Trujillo o a Lili que las pasaron canutas, incluso el mismo Morante, que finalmente tuvo que torear con los pies, a la antigua, por bajo, doblándose para someter a un toro ingobernable y con mucho riesgo, pero además haciéndolo como él lo hace, un ballet lleno de armonía y aromas lejano al rock and roll acrobático o el break dance callejero en lo que tantas veces se convierte el macheteo vulgar. ¿Es o no tener valor enfrentarse en solitario a una tarde como esta de ayer?
Para mi mucho, y con esa decisión creo que Morante, además, ha tirado por tierra muchos falsos mantras puristas sobre la variedad de encastes y hierros. Como aficionado que soy me encanta ver todo tipo de toros y toreros, a todos los respeto, valoro y defiendo, creo firmemente que en nuestra Fiesta deben encajar todos y que la grandeza de este arte es que a cada aficionado le llega más un toreo que otro. Pero dicho esto también hay que decir y repetir que tengo mi gusto y que la emoción me llega por el toreo profundo de mano baja y trazo largo, el toreo acoplado y reunido con el toro humillando y repitiendo. Y ese toreo lo he sentido con encaste Domecq, Nuñez o Albaserrada, por supuesto, pero por mala suerte o desgracia han sido tantas las tardes en las que me he tragado corridas "duras", "toristas", "encastes minoritarios", en las que la "emoción" solo estaba en el riesgo y el miedo máximo ante animales prácticamente inlidiables, con la respiración cortada y el corazón en un puño, el "uy" o el "¡ay!" en lugar del olé que a mi sale del corazón cuando la emoción me llena por la belleza de un muletazo hondo, que al final elijo unos carteles antes que otros.
El cartel de ayer tenía un nombre, Morante de la Puebla, que encarna ese toreo que a mi me llena, aún sabiendo que los toros podían mandar al limbo todas mis ilusiones y sueños, esos con los que siempre voy a la plaza y que el duende y el embrujo de Morante son capaces de colmar con una verónica, una media, un trincherazo o un natural. Sin ese sentimiento no existiría el toreo y si Morante no hubiera existido tendríamos que habérnoslo inventado.
Antonio Vallejo