Se veía venir. Antes o
después tenía que ocurrir, era cuestión de tiempo que Sebastián Castella
lograra un triunfo de peso, no en vano lo venía anunciando desde la pasada
temporada en la que terminó como un cañón y en la que, a mi juicio, se les
minusvaloró en plazas de tanto significado como fue Madrid, plaza en la que
creo que brilló a gran altura pero en la que se le midió con un rasero
exagerado y muy injusto si tenemos en cuenta lo que el francés hizo en las
Ventas en cinco tardes en las que se sobrepuso a las escasas condiciones de los
toros y en las que anduvo muy por encima de sus toros. Y fue ayer en La México
donde de nuevo se mostró como lo que es, un torero portentoso, una figura en un
momento de madurez espléndida. Solo hay que verle andar delante de la cara de
los toros, relajado, cómodo, tranquilo, reposado, con las ideas claras y la mente
despejada, entendiendo a la perfección a cada uno de sus oponentes, mostrando
un conocimiento de los terrenos y un poder y mando sobre los toros difícil de
ver. Toreó como los ángeles, todo temple, despacio, a compás, midiendo
perfectamente las pausas, la velocidad de la muleta, todo suavidad, la altura
de la muleta, las distancias que en cada momento se requerían, ritmo magistral.
Desde el saludo capotero al segundo de la tarde era fácil presumir que era el
día. El toreo a la verónica con las manos bajas, los brazos desmayados, ganado
terreno en cada lance para rematar con una media de cartel, rozó cotas de
belleza máxima, la misma que alcanzó en el quinto con un quite por chicuelinas
ceñidísimas en las que el toro rompió para rematar con una revolera de gran
plasticidad. Si con el capote anduvo magistral, aún más lo estuvo con la
muleta. El torerísimo inicio de faena al segundo puso ya a los tendidos a mil.
Por bajo, andándole al toro, ganando pasos para sacarlo a la segunda raya con
trincheras y trincherillas de enorme gusto, con el colofón de un pase de desdén
supremo. Hay que decir que este segundo toro de la tarde fue un animal noble y
que metía bien la cara, pero había que llevarlo toreado, ¡y vaya si lo hizo el
francés!. Por ambos pitones desarrolló una faena de temple, ligazón y largura,
perfecta de colocación, con muletazos profundos y la mano baja, alcanzando un
nivel extraordinario al natural, lentos, suaves, para soñar una vez más con la
belleza infinita del toreo. Lo mismo se podría aplicar a la faena al quinto de
la tarde, esta con el añadido de la quietud, que se sumó al temple, la largura,
la ligazón y la mano baja. Enterró las zapatillas en la arena, se quedó clavado
Castella y se pasó al toro por ambos pitones rozándole la barriga, algo antológico,
increíble que sin mover un milímetro los pies compusiera tandas ligadas y con
largura de la manera que lo hizo. A esas alturas de la tarde la afición
mexicana estaba entregada al toreo del francés. Más aún cuando a sus toros les
empezaron a fallar las fuerzas y se metió en esos terrenos en los que se
encuentra increíblemente a gusto. Entre los pitones dio un recital de
circulares por la espalda, cambios de mano y trincherazos que subieron la
temperatura de La México a punto de ebullición. La guinda al pastel fueron las
manoletinas finales al quinto, ceñidas, de verdad, no sobraban como tantas
veces hemos visto, al revés, era lo que había que hacer. Estoconazo en todo lo
alto que hace rodar sin puntilla al toro y que suponen dos orejas de ley, que hubieran
sido tres de no haber matado de estocada defectuosa por trasera y caída más un
descabello al segundo. Repito, triunfo merecido y de gran peso para Castella,
crónica de una puerta grande anunciada y merecida desde hace tiempo, puerta
grande en plaza de primera, de primerísima, La Monumental mexicana, en la
Temporada Grande, triunfo rotundo que pone muy alto el listón para lo que resta
de temporada en América y, si me apuran, para la temporada española que acaba
de echar a andar este fin de semana en Ajalvir con la primera oreja de la
temporada cortada el sábado por Sánchez Vara a un toro de Alberto Mateos y la
primera puerta grande abierta en la localidad madrileña a cargo del novillero
Amor Rodríguez al desorejar a un utrero de Antonio López Gibaja.
Corrida seria la de ayer en
La México con seis toros de Los Encinos para la terna compuesta por el ya
referido Sebastián Castella, el mexicano Octavio García “El Payo” y el peruano
Andrés Roca Rey, y un toro de El Vergel para el rejoneador mexicano Jorge Hernández
Gárate. Por fin una entrada más que digna, tres cuartos de plaza en la zona
numerada, afluencia más escasa en la zona general, pero los tendidos de la
México presentaron un buen aspecto para ver una corrida que tuvo en la
presencia y las hechuras su mejor baza. Seis toros parejos, de bonitas
hechuras, armónicos, serios y astifinos, aunque su comportamiento no fuera
acorde a su morfología. Bajos de raza en general y con el denominador común de
la falta de fondo y fuerza. Del encierro destacó el magnífico quinto al que
Castella desorejó y el que hizo segundo, un animal noble y con clase pero que
duró poco y que también tocó en suerte al galo. Cartel por tanto que despertó
el interés de los aficionados azteca, y ya era hora. Posiblemente el próximo
fin de semana con la presencia de Zotoluco, Enrique Ponce, El Juli, Morante y
la duda de Luis David Adame también se registren buenas entradas en la
Monumental, o al menos eso espero, atractivos los hay más que de sobra.
El que abrió plaza fue un
magnífico toro de El Vergel que mantuvo fijeza en las cabalgaduras de Jorge
Hernández Gárate y que sirvió para que el mexicano realizara una faena de
calidad basada en la ortodoxia y la pureza, ejecutando las suertes y llevando
la toro cosido a los lomos de sus caballos con clase y elegancia, sin excesos
ni alardes de cara a la galería, con vistosidad pero sobriedad al mismo tiempo.
Reunió y colocó francamente bien los rejones de castigo así como las
banderillas largas y cortas, y le vi hacer algo que yo nunca había visto antes,
torear a caballo con un sombrero charro en la mano dando pases cual si de una
muleta se tratara, curioso y bonito, algo realmente distinto a lo que estaba
acostumbrado en el rejoneo. Mató de un certero rejón de muerte pero el toro se
amorcilló y tardó en doblar, haciendo necesario que Hernández Gárate tuviera
que descabellar sin demasiado acierto perdiendo una oreja que seguramente
hubiera cortado de haber sido más rápida la muerte del de El Vergel. Recibió
una cálida ovación que recompensaba su buena actuación.
Octavio García “El Payo” es
uno de los nombres de la temporada mexicana. Su evolución ha sido más que
notable y se encuentra ahora en un momento extraordinario, demostrando una
personalidad y un mando que le está llevando a sacar de sus toros faenas que
parecen imposibles. No será raro que le veamos en este 2017 en las principales
ferias y plazas de España y Francia, desde luego méritos está haciendo el
hidrocálido. Ayer lo repitió ante dos toros sin fondo y sin fuerzas, dos toros
que no transmitían pero a los que El Payo toreó con paciencia y técnica
mayúsculas. El tercero era un ejemplar de magníficas hechuras, ancho de cara,
abierto de pitones, muy serio, musculado, más en tipo al toro que nos gusta en
España y menos en el tipo de toro mexicano. Magníficas las verónicas y la media
de remate en el saludo capotero, plenas de clase y gusto. Desde salida da
muestras el de Los Encinos de no ir sobrado de fuerzas, perdiendo las manos en
el único encuentro con el caballo. Deslucido en la muleta, sin emoción ni
transmisión, parecía que la faena iba a pasar sin pena ni gloria, y eso que el
mexicano lo condujo templado, sin tirones, enseñándole la tela, primero por el
pitón derecho en dos tandas en las que todo lo puso el matador, para
posteriormente tomar la muleta con la mano izquierda y generar lo imposible,
naturales mágicos salidos de la nada, a cámara lenta, acoplándose a la
perfección al ritmo y la embestida del toro, templadísimo, relajado, con la
mano muy baja. Se pueden imaginar la locura en los tendidos, extasiados con lo
que estaban viendo de su compatriota. Sensacional El Payo, con el único borrón
de matar de algo más de media estocada al segundo viaje. No hubiera sido
descabellado pensar que si hubiera manejado mejor la espada bien podía haber
cortado una oreja. Desde luego que los naturales que dibujó lo merecían. En el
que hacía sexto vimos el mejor puyazo de la tarde, por no decir el único. Una
vara bien colocada, con el toro encelado en el peto, metiendo los riñones y
empujando con codicia, porque una vez más el tercio de varas fue un triste
simulacro, cinco pinchacitos y nada más, pero por allí eso se valora en
positivo. Toro con movilidad y repetidor aunque exigente, con la cara arriba,
incómodo, ante el que había que estar. Precisamente esa movilidad la aprovecha El Payo en los primeros compases de la faena para citar en largo y sacar una tanda
en redondo templada, bajando la mano para dominar el temperamento del de Los
Encinos. Por el izquierdo era realmente complicado, cortando el viaje, con la
cara alta y derrotando a mitad del muletazo. Claramente por encima del toro el
mexicano, pero la falta de emoción y transmisión del astado restó valor a lo
que hizo El Payo, llegando incluso a escuchar algunos pitos de impaciencia de
un sector del público que le reclamaba abreviar la faena. Pero repito, la
imagen que dejó ayer Octavio García fue de torero encajado, con las ideas muy
claras y que sabe muy bien lo que quiere y lo que hace.
De Andrés Roca Rey poco se
puede añadir que no se haya dicho ya. Su tauromaquia particular, su estilo
valiente, despreciando al miedo y a las leyes de la física y el espacio, esas
que dicen que si te pones en la trayectoria de un cuerpo en movimiento te
arrolla, menos en el caso de Roca Rey que se interpone en la trayectoria de los
toros y les hace pasar por la muleta, son sus señas de identidad, y los
aficionados saben que cuando él está en la plaza no se van a quedar
indiferentes, aunque los toros no embistan, como en el caso de ayer, porque ya
se encargará el peruano de hacerlo. Ninguna opción tuvo Roca Rey frente a un
lote infumable. Verónicas casi delantales de recibo en el cuarto, poniéndolo
todo ante la falta de emoción y transmisión del toro, al igual que en el quite
por chicuelinas y tafalleras rematadas por una cordobesa de gran belleza.
Lección de entrega y pudonor con la muleta, ante un toro sin raza ni fuerza que
no decía nada. Inteligente Roca Rey se fue a buscar los únicos terrenos donde
podía sacar algo en claro y diseña una faena junto a las tablas, acortando las
distancias y metiéndose entre los pitones para componer muletazos por ambos
pitones a milímetros de la taleguilla, de enorme mérito no solo por el riesgo,
sino por su capacidad para torear pisando terrenos imposibles haciendo que el
toro pasara con emoción para levantar el vuelo de una faena que parecía iba a
naufragar desde el inicio. Mató de estoconazo fulminante y cortó una oreja premio a su valor, entrega y vergüenza torera El séptimo fue el peor de la tarde, y eso que Roca Rey lo
recibió con chicuelinas ceñidísimas y una revolera de remate coreada con sonoros olés
desde los tendidos. Como en el cuarto, no se esconde el peruano y al salir del
caballo ejecuta un quite por gaoneras y caleserina rematada por una media de
mucho gusto que también caló en los tendidos. Y no hubo más porque el toro se vino abajo estrepitosamente. Sin
fuerza alguna, protestaba cada muletazo, con la cara arriba, defendiéndose, y
cuando se le obligaba perdía las manos de manera estrepitosa. Bastante hizo
Roca Rey exponiendo ante un toro tan sumamente malo y sobra decir que estuvo muy
por encima de su lote. Lo que está claro es que no ha perdido ni un gramo de
esa frescura y ese estilo arrebatador
que le ha hecho ser un torero al que se espera en todas las plazas en
esta temporada 2017 que ya está aquí.
Será este próximo fin de semana
cuando la primera feria con empaque de la temporada abra sus puertas.
Valdemorillo nos espera, pero La México sigue a toda máquina con el mano a mano
entre Zotoluco y Ponce el sábado, quedando para el domingo la terna Juli,
Morante y espero que un Luis David Adame recuperado. Será un apasionante fin de
semana taurino…¡aunque haya que dormir poco!
Antonio Vallejo
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