lunes, 22 de junio de 2020

Nuestra vuelta será grande


Con esta frase, nuestra vuelta será grande, idea por la empresa gestora de la plaza de Las Ventas y convertida, diría yo, en un lema para los taurinos, un faro  al que mirar en la penumbra de estos meses, hemos aguantado desprecios e insultos por parte de un gobierno incapaz que con una nefasta y criminal  gestión lleva ya a sus espaldas cerca de 50.000 muertes de españoles. Como era de esperar en estos meses de encarcelamiento este indecente gobierno no ha apartado su punto de mira de uno de sus objetivos obsesivos, la liquidación de la Fiesta Nacional. Acabar con los toros parece algo fundamental para la tribu socialcomunista, ahogar al mundo del toro negándole todo tipo de ayuda económica cuando a cualquier titiritero de tres al cuarto se le ha ofrecido y dado el oro y el moro era la consigna que el filósofo que ostenta el cargo de ministro de cultura ha obedecido e intentado cumplir a rajatabla. Y el mundo del toro, como siempre les he comentado, ha aguantado,  ha mantenido la seriedad, el rigor y la clase que le caracteriza a base de trabajo, trabajo y trabajo, a base de esfuerzo y sacrificio día tras día para salvar eso que tanto amamos, el toro bravo, pese a los menosprecios continuos. 
Lo hemos pasado mal, han sido muchos días de tristeza y añoranza de las plazas llenas, de las grandes ferias, de la luz del arte y el eco de los olés, los aficionados nos hemos sentido huérfanos pero manteníamos la ilusión gracias a esa frase, nuestra vuelta será grande, que por sí sola alimentaba el sueño del retorno a los tendidos. Y parecía que ese día nunca iba a llegar, de hecho aún no ha llegado, pero esta tarde ese sueño ha empezado a convertirse  en realidad. No sé cuantos hemos llenado la explanada de las Ventas a las ocho de la tarde, me da igual, he leído distinto medios tanto taurinos como generalista y hablan de "varios miles". Poco me importa el número, igual que tantas veces digo que me da igual una oreja más o menos porque la espada caiga uno o dos centímetros arriba o abajo cuando lo que me ha llenado de emoción y ha desbordado mis sentimientos ha sido el arte, porque tan solo el hecho de esta tarde ante la Puerta Grande de Madrid, la que abre el camino del cielo anhelado por cualquiera que ame esta Fiesta, ha sido suficiente para sentir la emoción y la pasión, para sentir ese pellizco único que solo el toreo es capaz de generar. Emoción por reencontrarme con amigos, con muchos abonados que tantas tardes nos vemos en las puertas de acceso, en los pasillos, con el personal de plaza que cada día de toros nos hace todo tan fácil y agradable y con quienes se crean auténticos lazos de amistad a lo largo de los años, con todos los maestros, novilleros, o toreros de plata que, como un aficionado más, a pie, entre la multitud, no han dudado en sumarse a la convocatoria, todos clamando un mismo grito, respeto a nuestras esencias, respeto a nuestras raíces, respeto a nuestra cultura, respeto a siglos y siglos de tradición, sin ningún matiz político, ajenos a colores, tan solo defendiendo la Tauromaquia, algo que sólo mentes obtusas y cegadas por el odio hacia todo lo que les suene a español son incapaces de entender. Ha sido un tarde muy feliz, que he vivido con mucha alegría, tanto que he hecho exactamente el mismo recorrido que cada día de toros hago desde mi casa hasta Las Ventas, aparcando mi moto en el mismo lugar de siempre. Todo igual, porque hoy sentía que iba a los toros, de otra manera, pero a los toros. Para mi, y creo que me equivoco poco si lo hago extensivo a los miles de taurinos que estábamos en la explanad de Las Ventas, ha sido un soplo de aire fresco, un aliento de esperanza ante lo que ya veo inminente e inevitable aunque a muchos les pese y vean frustradas sus tenebrosas intenciones, que nuestra vuelta va a ser grande, muy grande, como ha sido la apoteósica vuelta que hemos dado alrededor de Las Ventas, marcada por el cumplimiento de las normas, del respeto a todo y a todos, el orden y la categoría que siempre ha tenido  el toreo y que hoy, más que nunca, se ha mostrado eterno e inmortal.
Y voy a terminar como han terminado las palabras de cuantos han tomado la palabra en esta tarde de toros tan relevante: ¡Viva España!, ¡Viva la Tauromaquia!.

Antonio Vallejo

martes, 16 de junio de 2020

Volverá a reír la primavera


Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes ya desmoronados
de la carrera de la edad cansados
por quien caduca ya su valentía...

¡Cuantas veces en estos meses se me ha venido a la cabeza este soneto de Francisco de Quevedo!, un llanto desesperado de desolación y soledad, reflejo del sentimiento de un español que vive inmerso en la desazón de una España imperial decadente, herido por la angustia ante el inminente fin de una época gloriosa, rebelándose ante el derrumbe moral de su amada nación. Siglos después, parece increíble,  a muchos españoles nos azota como un látigo mortal la misma inquietud ante una patria que se desmorona por la acción de sus enemigos y la omisión de quienes vuelven su cobarde cara sin defenderla, compartiendo la  misma tristeza y el desasosiego del gran poeta ante la inminente pérdida de lo que nuestros mayores nos legaron con su esfuerzo y sacrificio. Sí, no me duele decirlo, yo también miré los muros de la patria mía  en estos oscuros meses de primavera en los que tanto se nos ha ido y cuyas terribles consecuencias aún muchos no son capaces de ver.
Igual que miré esos muros de la patria muchas tardes también miré los  muros de la plaza mía, de esa plaza que tanto he añorado este mes de mayo y junio huérfano de toros, de esa plaza que ha visto robada su feria por un destino de origen tan turbio como los que lo han regido de manera obscena e indecente. El  San Isidro madrileño se ha ido, vacío, al igual que se esfumó de nuestras vidas el abril sevillano, o el marzo valenciano se apagó de golpe, con la pena en el alma del aficionado, con el dolor de la impotencia ante la amenaza de muerte de su amada, esa que se llama Tauromaquia. Amenaza de los mismos que sueñan con derribar los muros de la patria mía y que creen que los muros de la plaza mía también deben ser derribados por cuanto constituyen uno de sus pilares ancestrales, un signo inequívoco de españolidad, sin saber que ambos muros son mucho más sólidos de lo que imaginan al estar edificados por el corazón de una nación que jamás se ha rendido. Pinchan en hueso, sin duda.
Han sido muchas las tardes de esta oscura primavera en las que he pasado junto a la plaza de las Ventas, dirigiendo mi vista y mi ánimo a ese camino que como un ritual sagrado cada día de feria recorro para cumplimentar a esa amada afición, a esa locura, pasión desenfrenada, que es el toreo. Y cuando llegaba al encuentro de mi añorada plaza inmerso en melancolía me daba cuenta que allí estaba, como siempre, bella, erguida, imponente, desafiante, sólida, respetuosa, con su bandera a media asta, no diez días, todos los días, tranquila, serena, segura, con sus muros guardianes de este arte eterno. La contemplaba, en silencio, escuchando los ecos de los olés inmortales  acunados por el viento. Y la pena de esta oscura primavera desaparecía, la tristeza se esfumaba y las verónicas, los naturales, los adornos, los remates que tantas tardes nos han llenado de emoción se hacían presentes ante mis ojos para dibujar una sonrisa en la cara y llenar de alegría el alma taurina con la certeza que nada ni nadie será capaz de robarnos algo tan grande y con la seguridad que algún día veremos la luz, la de un nuevo amanecer envuelto en banderas victoriosas que desde los luceros anuncien que volverá a reír la primavera.


Antonio Vallejo