El tiempo pasa, implacable. Se nos van los días, los meses, los años y en el futuro depositamos esperanzas, ilusiones, proyectos, sueños. Hace ya más de un mes que dijimos adiós a ese triste y desgraciado año 2020 que vino a romper nuestras vidas en todos sus ámbitos. Todo, absolutamente todo lo que hasta entonces concebíamos como normal, se vino abajo. De repente nos vimos inmersos en una película de terror, una horrible pesadilla de la que éramos incapaces de despertar, nada era igual, perdidos y confundidos, sin dirección. Poco a poco fueron mejorando algunas cosas y recobramos una pequeña parte de nuestras costumbres, pero no éramos como siempre habíamos sido y como queremos seguir siendo. Ningún aspecto de nuestras vidas se ha escapado al cataclismo durante estos meses, pero hay uno que, aunque les pese a unos pocos, es parte fundamental de nuestra vida, de nuestra esencia, de nuestra tradición y, por qué no decirlo, de ser como somos: el toreo. Quizás me quede corto al afirmar que, si hay una actividad que ha sufrido y sufre más el daño de la pandemia es el mundo del toro, desde el campo hasta las plazas, solos, abandonados a propósito por un gobierno que reparte ayudas a todos menos a la Tauromaquia, un gobierno sectario que basa su labor en el odio, en este caso a una especie única, el toro bravo, y todo lo que conlleva, trabajo y ecología, porque en España, a la que también odian, gran parte de los ecosistemas y el medio ambiente sobrevive gracias al cuidado de las dehesas con el trabajo inasequible al desaliento del campo bravo. ¡Y se llaman ecologistas!, ¡y se llaman animalistas!.
Si hay algo que resume a la perfección lo que fue la no temporada taurina y la situación de abandono que vivió en los pasados meses el toreo es esta imagen que he utilizado ya en repetidas ocasiones: el vacío. Y la pregunta es obvia, ¿qué va a pasar en este 2021?. No quiero caer en el pesimismo, creo que hay que ser realista y mucho me temo que no pinta nada bien. Y lo peor es que empezamos a tomar como normal lo que no es. No es normal que las plazas de Madrid, Sevilla, Bilbao, Valencia, Zaragoza y Pamplona, las de relumbrón, las que cada temporada aglutinan el foco de atención del mundo del toro, las que marcan los grandes triunfos, no abrieran sus puertas mientras hemos visto como teatros, salas y otros recintos para conciertos prosiguieran con su actividad, limitada, sí, pero con actividad. Además presumiendo y vanagloriándose de lo seguros que son, solo hay que ver en televisiones, radios y prensa escrita la cantidad de entrevistas a la patulea de personajes amigos de este gobierno que se autodenominan mundo de la cultura y que no dejan de chupar del bote porque sin subvenciones no sobrevivirían ni lo que duran dos toros. Los tendidos, mientras tanto, en silencio, ausentes, el vacío, ¿acaso no son seguros?, al aire libre, con posibilidad de mantener la llamada distancia de seguridad, respetando todas y cada una de las normas que se imponen. Pues pareció ser que no, y nos conformamos con una temporada atípica en la que, por ejemplo, tan solo una feria, las Colombinas de Huelva, se confeccionó completa. Una temporada atípica en la que, por seguir con los ejemplos, pareció que la plaza del Puerto de Santa María iba a ser poco menos que la culpable de todos los contagios del mundo porque la gente se agolpaba en los tendidos, ¡qué vergüenza!, cuando la vergüenza es que los medios de comunicación generalistas abrieran telediarios y programas con esa noticia, esos mismos medios que jamás se acercan a una plaza de toros. Luego el tiempo y la justicia, cosa rara, demostraron que todas y cada una de las acusaciones eran falsas y que se respetó escrupulosamente las normas de aforo y la venta de localidades, pero de eso, por supuesto, jamás hablaron los gacetilleros. Una temporada atípica que se "salvó" gracias al esfuerzo de valientes empresarios en plazas de segunda y tercera durante los meses de verano y de un canal temático, Canal Toros de Movistar, que organizó en los meses de septiembre, octubre y noviembre un serial de festejos englobados en la llamada gira de reconstrucción. Y con eso nos tuvimos que conformar, con ver a través de la televisión corridas atípicas de dos matadores y cuatro toros costeadas única y exclusivamente por una empresa privada que puso el dinero y por unos toreros que renunciaron a sus ganancias para poder sacar a flote el barco del toreo torpedeado desde el gobierno. Particularmente disfruté mucho con esos festejos, plazas como Úbeda, Cabra, Antequera, Barcarrota, Montoro, Herrera del Duque, maestros como Juli, Ponce, Curro Díaz, Perera, Finito de Córdoba, Ureña, Fandi, López Simón, Luis Bolívar, Román, Ginés Marín, Manuel Escribano, Emilio de Justo, Fortes, Álvaro Lorenzo, José Garrido, Jorge Isiegas, Juan Leal, Luis David Adame o Joaquín Galdós, y novilleros como Rafael González, Tomás Rufo, El Rafi o Diego San Román, que al menos consiguieron que el sueño del toreo siguiera presente en nuestras vidas, aunque fuere a través de la pantalla de televisión. Lo digo una vez más, solo se puede agradecer el titánico esfuerzo y el sensacional trabajo de todos y cada uno de los que hicieron posible esa gira de reconstrucción que supo mantener viva la llama de la afición. Y, por supuesto, no olvidaré de dos apoteósicas tardes, la del 12 de octubre en Córdoba con Morante y Juan Ortega ante toros de Jandilla-Vegahermosa y la del 24 de octubre de Antonio Ferrera en Badajoz con los de Zalduendo, que consiguieron hacer olvidar todas las penalidades sufridas en ese maldito año y transformaron en realidad los sueños del toreo eterno. A todos ellos, gracias, infinitas, como su Arte.
Pero a nadie se le escapa que todo esto no es suficiente, que nos falta algo, lo más importante, la plaza, sentir el toreo como siempre, y deben ser las de primera las que tiene que tirar del carro, las que deben dar un paso firme para que esa llama se convierta en el fuego eterno de la afición. Vuelvo a lo de antes, me parece peligroso que empecemos a sentir como normal lo que no debe ser. Hoy mismo, sin ir más lejos, Valdemorilo estaría abriendo sus puertas para su Feria de San Blas y la Candelaria, no ha podido hacerlo, ha sido imposible por la situación actual, pero no renunciemos al futuro antes de tiempo. El torero jamás se rinde, si recibe una cornada se levanta y planta cara al toro como si nada hubiera pasado. Cada día intentan darnos cornadas, desde el ministerio de incultura - hace unos días ese personaje de figura desaliñada un tanto repulsiva de nombre José Manuel Rodriguez Uribes dejó claro en Telemadrid que no iba a destinar ni un céntimo de ayuda económica a la tauromaquia - y desde sus medios de comunicación, prácticamente todos, apesebrados. No cabe la rendición, hay que levantarse y plantar cara a ese toro que no tiene clase ni bravura, es un manso a la defensiva, peligroso, que solo busca herir, al que habrá que machetear por bajo, poderle y pasaportarlo con la mayor brevedad y diligencia posible. Y para eso necesitamos más que nunca a Madrid, Sevilla, Bilbao, Pamplona, Valencia, Málaga o Zaragoza, que arrastrarán a otras tan relevantes como San Sebastián, Albacete, Logroño, Salamanca, Burgos, Valladolid, Castellón, Alicante, Murcia, Almería, Jaén, Córdoba, Huelva, Badajoz, Mérida, Palencia, Plasencia, El Puerto, Segovia, Ávila, Guadalajara, Colmenar, Olivenza... y un largo etcétera de norte a sur y de este a oeste de nuestra España. Ya se haya anunciado que no habrá Fallas, es comprensible, pero el abril sevillano, o San Fermín, y ya veremos el resto, San Isidro me imagino que no correrá mejor suerte, quizás sea demasiado apresurado y a lo mejor se podía aguantar un poco más esa decisión, no lo sé, seguramente estaré equivocado. De lo que estoy seguro es que no me parece normal que lo asumamos como tal y nos resignemos, incluso que demos por hecho un nuevo vacío y que empecemos a conformarnos con una temporada parecida a la de 2020. Sinceramente, echo en falta la voz de empresarios como Simón Casas, del que en Madrid, al menos yo, no se sabe nada ni le he escuchado nada. Podría mirar a Sevilla que tiene la intención de comenzar la temporada el 18 de abril, trasladando a ese día la tradicional corrida del Domingo de Resurrección con un cartel de lujo, toros de Victoriano del Río para Morante, Roca Rey y Pablo Aguado, y a partir de esa fecha celebra corridas en La Maestranza los fines de semana del 22 al 25 de abril, 29 y 30 de abril, 1 y 2 de mayo. Es más, el propio Morante ha pedido matar la corrida de Miura, ¡ahí es nada!. Sería una grandísima noticia que pondría en pie a toda la afición y que, en mi opinión, sería un puntal decisivo para comenzar a vivir el toreo como siempre. Igual que puede haber un rayo de esperanza con noticias como la de Olivenza y Castellón, incluso la mismísima Valencia, que aplazan sus ferias a mayo y junio, con la firme decisión de intentar dar toros como sea, o Pamplona, que aunque haya suspendido las fiestas y encierros de San Fermín se está planteando celebrar las corridas de toros, o El Puerto de Santa María, que se compromete en su pliego a celebrar siete corridas. Eso es lo que creo que debemos pedir, al menos voluntad por parte de las empresas para sacar adelante esta temporada, aunque sea con reducción de los aforos - aunque en muchas tardes, por desgracia, no haría falta reducir aforo, se reduce él solo, véase Madrid fuera del abono de San Isidro - y las medidas que impongan las normas del momento y la región, que esa es otra, el cachondeo de las medidas regionales. Como leí a Daniel Luque hace un par de semanas en una entrevista en la revista Aplausos, "tenemos que tirar para adelante entre todos, no es tiempo de esconderse". Así es y así debe ser. Espero que Madrid hable de una vez, que se sepa algo, que muestra al menos intenciones, más allá de la rentabilidad económica. Es la primera plaza del mundo, ahora debe serlo más que nunca y alzar la voz. Todos tiene que tirar del carro y Las Ventas tienen que ocupar su sitio, a la cabeza del enganche, dando la cara y mostrando la verdad del toreo, eso que siempre reclama, ponerse en el sitio.
Ojalá estas esperanzas de cara a la temporada 2021 se conviertan en hechos, ojalá vuelva a sentarme en un tendido de una plaza, ojalá sea en Madrid, ojalá pueda ir a Sevilla, ojalá sea en cualquier plaza, el vacío es muy grande y estoy seguro que la mayoría de ustedes coinciden en que deseamos volver a sentir ese ruido especial que se genera en el tendido, los olés, incluso las broncas, todo eso falta y necesitamos recuperarlo, que no nos hablen de nueva normalidad, no la queremos ni nos hace falta. Solo queremos volver a lo de siempre, a lo nuestro, nuestras raíces, nuestra esencias, nuestro patrimonio, nuestra razón de ser, nuestra afición, nuestro toreo.
Antonio Vallejo
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