¿Qué es la cultura? Si uno acude al diccionario de la R.A.E se define como conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico y también como conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc. Esta calurosa tarde de domingo de julio en Madrid se anunciaba la Corrida de la Cultura con un cartel de lujo que no me extraña que llevara a colgar el "no hay billetes" en la taquilla de Las Ventas, el formado por Antonio Ferrera y Emilio de Justo en un mano a mano con toros de Victoriano del Río. Desde luego que ambas definiciones van que ni pintadas aplicadas a nuestra Fiesta. No hay duda que cualquier aficionado, con sus conocimientos del toreo, puede realizar un juicio de una tarde de toros y tampoco tengo dudas de que el toreo, como dice el diccionario, es un modo de vida y costumbres, diría más, es un modo de vivir y sentir único, sin igual, basado en unos valores hoy en desuso, sacrificio, compromiso, respeto, en las antípodas del relativismo y buenismo imperante, y que los toreros, Emilio de Justo lo ha demostrado claramente, atesoran conocimientos y grado artístico en cantidades astronómicas. Quizás los antitaurinos debieran dar un repaso al diccionario, y a tantas cosas, antes de volcar su odio en pos de la prohibición, demuestran mucha incultura.
Ha sido una tarde plena, de principio a fin, empezando por unos toros de Victoriano del Río con una presentación extraordinaria, imponente presencia y trapío los seis, magníficas hechuras, serios a más no poder, ofensivos y astifinos, desafiantes, amplios de cuna, preciosas láminas y con un juego realmente bueno salvo el quinto. Toros con opciones de triunfo, cada uno a su manera y con su carácter, que en general han peleado bien en los caballos, que han tenido unos emoción, otros clase, otros incertidumbre, también genio pero que no han dejado a nadie indiferente y han mantenido la atención de principio a fin, incluso el manso sexto que ha roto a más y ha acabado entregado en la muleta de Emilio de Justo de una manera que ninguno salvo el matador fuimos capaces de sospechar, destacando sobremanera el bravo cuarto al que desorejó Emilio de Justo y que fue premiado con la vuelta al ruedo. Enhorabuena al ganadero, excelente selección fruto del trabajo diario en el silencio y la soledad del campo que para mi le convierte con justicia en el otro triunfador de la tarde.
Sin toros no hay toreros y sin toreros no hay toros, una máxima que suena a tópico pero es la verdad, como ha quedado patente esta tarde en Las Ventas. ¿Cómo podría haber triunfado si no Emilio de Justo si sus toros no hubieran tenido bravura, emoción y transmisión? y ¿cómo ha sido posible que un toro como el sexto al que ninguno le vimos nada de nada, en el que pensábamos que la faena de muleta no iría más allá de unos intentos de pases y se acabó, casi se va la desolladero sin una o las dos orejas?. La respuesta es fácil, la conjunción mágica, ha habido toros y un torero que hoy se ha consagrado como figura en Madrid, refrendando así aquella Puerta Grande en septiembre de 2018 con una corrida de Puerto de San Lorenzo. Lo ha hecho cortando tres orejas, una al primero de su lote, Esmerado, al que saludó de capa por chicuelinas en los medios rematadas con una media repleta de clase y en el que vimos esa rivalidad en quites que tanto se echa de menos en el toreo actual. Primero fue Ferrera por verónicas templadísimas de gran belleza para replicar de Justo con unas chicuelinas excelsas, rematando ambos con sendas medias a cual mejor. Si bien los primeros compases de la faena por el pitón derecho, a media altura, con poco recorrido y el de Victoriano cabeceando no invitaban a echar las campanas al vuelo fue al cambiar a la zurda donde emergió el toreo al natural para alcanzar cotas de enorme belleza y transmisión. Naturales con hondura, colocación, temple y poder, bajando la mano, recorrido y repetición, series ligadas, acople perfecto, cadencia y ritmo, toreo de muchos quilates que se transladó al otro pitón en una tanda en redondo profunda, ligada por bajo, maravillosa, previa a un apoteósico final con naturales a pies juntos dándole el pecho culminando la obra con una grandísima entera de efecto fulminante que valió una oreja de mucho peso. Como cuarto se anunciaba un toro con nombre de los que a cualquier aficionado al toreo le gusta, Duende. Preciosa estampa, cornidelantero, que en los capotes no demostró precisamente fijeza ni celo aunque sí que mostró movilidad y cumplió con creces en varas, protagonizando un tercio de banderillas que fue ciertamente caótico, desorden en la lidia y más palos en la arena que clavados en el toro. Pero este Duende tenía todo su fondo esperando a la muleta, ahí iba a derramar todas sus facultades para que Emilio de Justo compusiera una sinfonía magistral en medio de una borrachera del mejor toreo. Movilidad, fijeza, recorrido, humillación, repetición y duración fueron los acordes que se fundieron con los olés desde las primeras series en redondo, profundidad y ligazón basadas en le temple y la colocación, ritmo y compás, la mano muy baja, mando y dominio, gusto y belleza, acoplado, y un toro con clase y bravura descomunal. Si Duende era bueno por el derecho no lo era menos por el izquierdo, mismas condiciones, humillación, recorrido y humillación, naturales hondos, también ligados en el sitio, todo por abajo y muy templado, despacio para concluir la composición por donde empezó, por el pitón derecho, apoteósicos derechazos totalmente entregado, el compás muy abierto, despatarrado, alargando el viaje para recogerlo y ligar con una emoción y transmisión máximas que pusieron a la plaza en pie rendida a Emilio de Justo. Unos adornos finales por bajo llenos de aromas y torería dejaron todo en manos de la espada. Y no dudó de Justo. Recto, por derecho, volcándose sobre el morrillo en un volapié monumental pasaportó a este magnífico Duende premiado con una merecida vuelta al ruedo. Dos orejas sin discusión alguna en mi opinión que paseó Emilio de Justo entre el clamor de unos tendidos extasiados y que suponen su consagración como primera figura en el Olimpo del toreo. Y aún pudieron ser más lo trofeos de no marrar con el descabello en el que cerraba plaza, un desafiante colorado chorreado con la puntas apuntando al cielo que desde salida mostró querencia, sin fijeza, huyendo de los capotes, yéndose a por el caballo que guardaba puerta hasta en tres ocasiones, doliéndose del castigo y saliendo rebrincado de fea manera, para ser finalmente picado donde correspondía haciéndole entra por dentro y tapándole la salida en una vara en la que se durmió en el peto sin emplearse. Visto lo visto y que en banderillas tampoco cambió de comportamiento la faena de muleta se presumía poco menos que inexistente, más aún tras lo primeros muletazos que tomó a la defensiva, protestando, la cara alta, punteando las telas. Repito, nadie en los tendidos veíamos nada en ese sexto, nadie, y quien diga lo contrario se está soltando un farol, por no decir que miente. Solo una persona, la que estaba frente al toro vio el fondo que tenía. Y no solo lo vio sino que conocía la fórmula para sacarlo. ¿Por qué?Porque solo estos súperhombres, los que cada tarde que se visten de luces y miran cara a cara a los toros y a la muerte son capaces de ver lo que para los demás es ceguera. Tragó los derrotes Emilio de Justo, aguantó, paciente, poniéndole la muleta, enseñándole el camino, la manos baja, obligándole, llevándolo tapado, muy toreado, sin quitársela de la cara y así surgieron como por arte de magia naturales que se desgranaban de uno en uno, con una hondura tremenda, cruzándose, entre olés roncos y la admiración de todos, para culminar con una serie en redondo templada, ligada por bajo, profunda, de ensueño, con el toro sometido, humillando, persiguiendo la muleta con codicia. Una entera desprendida y la mala suerte con el verduguillo privaron a Emilio de Justo de una y quien sabe si dos orejas más porque lo que hizo ante ese último de Victoriano no solo tiene mucho mérito sino que refleja lo que es una primera figura del toreo cargada de conocimiento y técnica.
Antonio Ferrera se ha ido de vacío de Las Ventas, cierto, pero creo que de haber tenido más fortuna con la espada una oreja al menos hubiera acabado en sus manos. Perfectamente pudo ser así en el que abría plaza, un toro alto y grande, de enorme amplitud de cara, veleto, que salió con la manso por delante y blandeando. No se empleó en los dos primeros puyazos, salió escupido del peto nada más sentir el acero y decidió Ferrera picarlo en los medios con la consecuente bronca por una amplia parte de los tendidos que consideran que el tercio de varas debe realizarse en unos terrenos concretos y en en esta digamos frivolidad de Ferrera una afrenta al sentir de esta plaza. El caso es que entre las protestas de unos y la ovación de otros el toro empujó con codicia y tomó un puyazo empleándose. Al final la ovación fue claramente mayoritaria aunque, debo decirlo, a mi me encanta el tercio de varas, me parece de una gran belleza y disfruto mucho por lo vibrante y emocionante que es, pero me gusta ejecutado con pureza y donde debe, en la contraquerencia. Como recurso o anécdota puedo aceptar lo que ha hecho Ferreras, tampoco me voy a rasgar las vestiduras y lo entiendo dentro del contexto de la tauromaquia llena de sorpresas a la que nos tiene acostumbrados el maestro, pero no más que eso. Arranca la faena por bajo, con suavidad, alargando el viaje, rematando con sabor también por bajo. Creo que supo medir perfectamente la distancia, la altura, la velocidad y las pausas que pedía el toro a base de temple, bajando la mano, con profundidad, series cortas y ligadas con clase por ambos pitones, sabiendo alargar el recorrido un tanto escaso del animal en un alarde de técnica y recursos de maestro veterano, todo ello enmarcado en cierta teatralidad con las que adorna sus faenas, como la forma de entrar a matar desde muy lejos, unos 10 metros, andando hacia el toro con la espada armada para finalmente estoquear al encuentro, algo muy difícil y que hoy le ha jugado una mala pasada ya que el defecto de la estocada le ha privado de una oreja casi segura. El tercero ha permitido a Ferrera lancear a la verónica con vistosidad por la movilidad y fijeza del de Victoriano adornándose con un afarolado y una media de remate que era un cartel por sí misma. Mucho se le pegó en varas, excesivo castigo a mi modo de ver, lo que hizo mucha mella en las fuerzas del toro. Entre eso y un tercio de banderillas en el que el desorden fue la nota dominante el caso es que llegó a la muleta andando, defecto que transformó en cualidad Ferrera para componer una faena a la mexicana, en corto, todo muy despacio, citando en la cadera para poder alargar más el recorrido y ligar las series, todas ellas muy medidas. Muletazo a muletazo fue cuajando redondos y naturales de tronío, muy relajado, a cámara lenta, recordando sus faenas en Insurgentes. Finaliza la faena en algo ya clásico en su toreo, con la derecha y sin la ayuda, series de redondos al natural podríamos llamarlas, hundiendo las zapatillas, en una baldosa, jaleadas con olés. De nuevo se perfila muy de lejos, igual que en su primero, andándole en pasitos cortos, matando en la suerte de recibir para dejar una entera caída que difumina la posibilidad de trofeo. El quinto tan solo tuvo historia en banderillas, un tercio antológico protagonizado por Antonio Chacón y Fernando Sánchez que clavaron de poder a poder, llegando hasta la cara del toro, asomándose al balcón, con la punta de los pitones en la barriga, exposición y riesgo máximo, saliendo del embroque con torería. Ambos saludaron desmonterados la tremenda ovación de todos los tendidos puestos en pie. En la muleta no tuvo nada, embestida descompuesta, sin recorrido, protestando, soltando derrotes, deslucido e imposible para el lucimiento.
En resumen, una gran tarde de toros, los de Victoriano del Río, magnífica corrida de presentación y juego, y un nombre propio, Emilio de Justo, consagrado como figura y dando un golpe en la mesa que va a poner a todos en guardia de cara a lo que resta de temporada. Tres orejas de ley y la Puerta Grande que lleva al cielo del toreo abierta revientan una temporada y pone muy caro el toreo.
Antonio Vallejo
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