

El diccionario se queda corto, no encuentro calificativos para describir y expresar lo que sentí esta pasada madrugada al ver la enésima aunque penúltima faena de antología, faena para la historia, faena de otra galaxia, faena sublime, faena de cátedra, faena de locura, faena de éxtasis, faena cumbre…. de Enrique Ponce. De todas esa maneras he visto recogida en diferentes medios de comunicación tanto taurinos como generalistas la manera de referirse a la nueva obra maestra del que considero ya, y sin ningún rubor, el mejor torero de la historia. Penúltima, insisto, porque el maestro de Chiva aún nos tiene reservadas más tardes de ensoñación torera en la que abrirá de nuevo la caja de los sentimientos y nos llevará, como dice Buzz Lightyear, el personaje de la película Toy Story, "hasta el infinito y más allá", descubriéndonos un universo torero que no tiene fin en su capote y su muleta. No se me ocurre mejor forma de describir lo de ayer en La Monumental mexicana que esa frase, el infinito de un Maestro que el pasado 11 de octubre cuajó en Zaragoza lo que calificamos en su día como obra cumbre de su carrera y que ayer volvió a superar todos los registros del Arte, si es que el Arte se puede medir. Y lo hizo en La México, la plaza más importante de América y, junto a Las Ventas, del mundo, a las que recordemos que hay que ir a confirmar alternativa, tal es su magnitud dentro de la Fiesta. Y lo hizo el día en que otro maestro, Eulalio López "Zotoluco", el máximo exponente del toreo azteca en los últimos 20 años, decía adiós a una carrera plagada de éxitos, el día de su adiós a los ruedos. Y lo hizo con La Monumental por fin hasta arriba, con unos tendidos llenos de una afición que enloqueció con el toreo sublime, exquisito y elegante del Maestro Ponce. Una afición que ayer también tenía que haber salido a hombros por la Puerta Grande, una afición de matrícula de honor que nos dio una lección de conocimiento, educación, saber estar y sensibilidad de la que debiéramos tomar nota en España, concretamente en las Ventas. Ayer la afición mexicana contribuyó a hacer aún más grande la Fiesta, ¡olé por ellos!.
Corría el segundo de la tarde, de nombre Venadito, al que recibió Ponce con verónicas llenas de clase y gusto, templadas, acariciando al toro, con suavidad y dulzura, con una elegancia natural en el galleo para llevar al toro al caballo, rematando con una media de cartel, de belleza máxima. Tanta belleza como la que se desprendió de las chicuelinas desmayadas, con los hombros bajos , lentísimas, en un quite inolvidable rematado con una revolera que puso en pie a los tendidos. No podía ser de otra manera, Enrique brindó su toro al maestro Zotoluco. Siempre lo he dicho y lo mantengo, el Ponce torero y el Ponce persona son superlativos, un hombre íntegro dentro y fuera del ruedo. Ya lo había demostrado al romperse el paseíllo. El público pedía con fuerza que ambos matadores salieran al tercio a saludar. Enrique cedió ese honor a quien realmente lo merecía en la tarde de ayer, a quien se despedía de los ruedos, aquel de quien era la tarde y que debía recabar todo el protagonismo, quedándose él en un segundo plano, discreto, elegante, como es Ponce. Hace unas semanas he tenido la oportunidad de conocer y confirmar la categoría humana de Ponce quien se desplazó hasta a Madrid en plenas Navidades para visitar a alguien a quien tiene mucho aprecio, otro hombre íntegro que atravesaba un momento crítico de salud y con el que comparte algo que hoy en día está en desuso, la fidelidad a unos principios y unos valores. Esa es la dimensión del Maestro, más allá de los toros. El inicio de faena es torerísimo, por bajo, relajado, trincherazos exquisitos llevando al toro en largo, temple absoluto en su muleta. Ruge La México y se pone patas arriba con la primera tanda en redondo, desmayado, templado, lento, en largo, enroscándose al toro, con un toque final de muñeca sublime, una auténtica maravilla. Yo no había visto jamás algo como lo que ocurrió en esos inicios de faena, la plaza en pie gritando ¡torero, torero!. ¡Y no había hecho más que empezar!. A partir de ahí la locura, el delirio, el éxtasis, ¡cómo sonaban los olés!. Ponce con la figura erguida, pasándose al toro enroscado a su cintura, desmayado, relajado, toreando para todos pero, sobre todo, toreando para él, disfrutando, con una suavidad y un ritmo inconmensurable. Los cambios de mano son infinitos, los naturales hondos, el toreo celestial. En su muleta toda una tauromaquia, colocación, distancia, altura, temple, largura, expresión, improvisación, elegancia y, como no, técnica y conocimiento. Nueva antología del valenciano, nueva lección magistral, penúltima cátedra de Ponce, ante un toro bueno, noble y repetidor, pero al que le faltaba un punto de casta que en otras manos quizás hubiera hecho irse abajo la faena. Por eso creo que aún es mayor el valor de lo que hizo Ponce, más allá de lo puramente estético. Belleza y pasión que alcanzó la estratosfera con las poncinas finales, eternas, una trinchera y un cambio de mano que vuelven aún más locos a los aficionados, si es que eso era posible a esas alturas, que no paraban de gritar ¡torero, torero!. Nunca he visto a Ponce tan relajado, todo en él surge de manera natural y elegante, como he señalado antes se le ve disfrutar y con ello nos hace disfrutar. Todo estaba hecho, faltaba rematar. No lo dudó Ponce y entró a matar recto para dejar un estoconazo arriba que hizo rodar sin puntilla a Venadito. Dos orejas y petición de rabo - yo se lo hubiera dado, sin ninguna duda - y una vuelta al ruedo apoteósica en medio del delirio general. Faena redonda, rotunda, histórica que quedará en el recuerdo de todos…hasta la próxima.
De no haber sido por la espada, el reinado de la faena a Venadito hubiera durado un toro, porque en cuarto lugar saltó al ruedo de La México Tumba Muros, un ejemplar de Fernando de la Mora, hierro titular del encierro, descompuesto y suelto de salida, con la cara alta, sin humillar y que no se emplea en el capote. Lo lidia más que torea Ponce. Sin fijeza, se va suelto, a su aire, al caballo, derribando al picador de manera aparatosa. No presagiaba nada bueno el comportamiento de Tumba Muros, pero enfrente estaba la muleta de un Maestro dispuesta a tumbar, a derrumbar, todos los muros y barreras de la lógica taurina. El Maestro de Chiva inicia la faena flexionando las rodillas, elegante y estético, junto a las tablas, tirando del toro para ir metiéndolo en la muleta. Toro reservón, que mide y echa la cara arriba, complicado, al que Ponce va sometiendo y metiendo en los vuelos de la muleta a base de técnica, de temple y de muñeca, ¡enorme Ponce!, enroscando al toro a la cintura, metiendo los riñones para finalmente embarcarlo en la muleta. Lección de mando y poder que acusa Tumba Muros, acobardado, se raja y busca las tablas. Allí le planta cara el Maestro y en esos terrenos comienza la que va a ser una sinfonía del toreo auténticamente maravillosa. Una tanda por el pitón derecho templada, ligada, desmayando los muletazos, con los pitones cosidos a la tela, sin quitarle el engaño de la cara, para culminar con un cambio de mano majestuoso, eterno, que desata de nuevo la locura absoluta en los tendidos. Se suceden los muletazos por ambos pitones, cada cual mejor al anterior, los olés resuenan como pocas veces se habrán oído, el clamor de ¡torero, torero! es contínuo, muletazos eternos, algunos hasta 360º, cambios de mano, trincherazos, faena impensable, a un toro rajado y manso que solo quería huir del poderío de Ponce, pero que siempre se encontraba con la muleta ofrecida por el Maestro de Chiva en el hocico. ¡Cómo sería que al final de la faena trató de saltar al callejón huyendo de tanta demostración de mando y técnica!. Si en el segundo fue apoteósico, en este cuarto lo fue elevado a la enésima potencia por el mérito de torear de esa manera, con ese temple y esa belleza a un animal de las características de Tumba Muros. Los adornos finales, de nuevo flexionado, como al inicio de faena, son un canto a la estética más pura, una oda a la belleza suprema, poesía de verdad, torería en su máxima expresión. De nada importaron los pinchazos repetidos y los dos avisos hasta que el toro dobló las manos, los aficionados en pie, rompiéndose a aplaudir, pidieron la vuelta al ruedo del Maestro, que resultó apoteósica y tremendamente emotiva, quizás aún más que la del segundo. ¡Ole, ole y mil veces ole por la afición mexicana!, ¡qué lección nos han dado!. Vieron Arte, gozaron del Arte, soñaron con el Arte y valoraron el Arte y con su actitud hicieron inmensa nuestra Fiesta. Ni un pito, ni un reproche por el fallo con la espada, tan solo reconocimiento y entrega a un torero de época, de historia, ¡qué digo! me quedo corto, ¡el mejor de todos los tiempos!. Dos orejas y rabo se merece la afición mexicana por su magnífico comportamiento en la tarde de ayer, sabia y justa, un ejemplo a seguir. ¡Gracias!.
Espero que me perdonen los aficionados mexicanos que se asoman a este blog. Ya sé que la tarde de ayer era la de la despedida de los ruedos del maestro Zotoluco, pero la actuación de Ponce eclipsa casi todo y no puedo evitar contar lo que vi y lo que sentí al ver triunfar de manera tan rotunda a Enrique. No tuvo nada de suerte Eulalio López con sus tres toros. Cortó una oreja de mucho peso al tercero, un toro en el que desplegó toda su tauromaquia de poderío y vergüenza torera, entregado, con un pundonor inmenso, siempre poniendo la muleta adelantada y tratando de llevarlo en largo y por bajo. Solo sirvió el pitón derecho y por ahí surgieron los mejores muletazos abriendo el compás, despatarrado, bajando la mano y alargando el viaje, con un cambio d emanó excelente y unos pases de pecho antológicos para rematar las series. Mató de certera estocada y paseó una oreja más que merecida. Pocas opciones dio a Zotoluco el que abrió plaza, un toro que no rompió en ningún momento y al que el mexicano cuidó y mimó hasta límites máximos. Faena pulcra, cargada de técnica, templada, pero que no llegó a tomar vuelo por lo deslucido del animal. Algo similar ocurrió con el toro que hacía quinto y cuyo nombre venía que ni pintado para la ocasión. El toro con el que Zotoluco cerraba su carrera como torero llevaba por nombre Toda Una historia. Dispuesto y enrabietado con el capote lo recibió con chicuelinas garbosas a manos bajas rematadas con una revolera preciosa, sensacional saludo capotero que hacía soñar con algo grande a tenor de como metía la cara el de Fernando de la Mora. Pero fue tan solo un espejismo porque el animal se rajó a las primeras de cambio. Tan solo el inicio de faena junto a las tablas con ambas rodillas en el suelo y el molinete para ligar una tanda por el pitón derecho templada, con mucha clase y torería, junto a otra al natural con muletazos hondos que hicieron sonar los olés con fuerza aguantó el toro. Se vino abajo el de Fernando de la Mora, todo ello al son de las notas de "Las Golondrinas", imprimiendo al ambiente un tono de melancolía muy propio de esa tierra ante el que Zotoluco claudicó por momentos derramando alguna que otra lágrima mientras toreaba. Sin duda vivimos momentos sumamente emotivos durante ese quinto toro. Los referidos compases de "las Golondrinas" acompañando los lances de Zotoluco, el emocionado brindis a su mujer y sus dos hijos y, por encima de todo, el momento en que su hijo Álvaro le cortó la coleta en medio de una atronadora, sentida y emocionare ovación. Momentos de máxima intensidad emocional a los que se sumó con elegancia y cariño Enrique Ponce, fundiéndose en un prolongado abrazo en las rayas del tercio, un abrazo sentido, un abrazo de amigo, un abrazo de verdad. Debo decir que veo con cierta envidia la manera que tienen en México de despedir a sus figuras, a todas ellas en La Monumental, reconociéndoles su trayectoria, en tardes inolvidables. La imagen de los dos matadores saliendo a hombros, uno por haber cortado dos orejas y el otro por su extraordinaria carrera, son un auténtico ejemplo de lo que debe ser la Fiesta, lejos de la crispación, el falso purismo y la intransigencia absurda que tantas tardes sufrimos por parte de un sector de aficionados que debieran replantearse algunas actitudes nada beneficiosas para el futuro de este Arte que tanto amamos.
¡Viva el toreo!
Antonio Vallejo