lunes, 6 de febrero de 2017

Morante y Juli: ¡Apoteosis maestra en La México!


¡Qué grande es el toreo!, ¡qué bello es este Arte!, ¡cuanta pasión y sentimiento encierra!. Aún sin reponerme de la antológica actuación del Maestro Enrique Ponce el sábado, un tornado de toreo vuelve a sacudir las emociones de todos los aficionados. Juli y Morante, Morante y Juli, otros dos Maestros, dos figuras de época, el duende y el mando, las musas y la técnica, nos han hecho volver a soñar en otra madrugada de magia torera que será difícil de olvidar.
La Monumental mexicana de nuevo llena para ver la confirmación de alternativa de Luis David Adame, algo que se esperaba con ansiedad por parte de la afición azteca que tiene depositada en los hermanos Adame todas sus esperanzas de ver de nuevo a un mexicano encumbrado como figura mundial del toreo. Los prolegómenos del festejo, coincidiendo con el 71 aniversario de La México, anuncian día grande. La parafernalia con la que adornan el paseíllo resulta impactante. Cinco charros a caballo portando la bandera mexicana, los matadores y sus cuadrillas formados en el centro del ruedo y el himno de México cantado por todos los aficionados puestos en pie en los tendidos abarrotados. ¡Ay si en España pudiéramos ver algo así!, aquí que el himno se silva y se insulta cuando suena en espectáculos públicos. ¡Cuanto me gustaría vivir algo así en Las Ventas!, el respeto y el amor a nuestra Patria y a nuestra Fiesta. Pero por desgracia me parece que me voy a quedar con las ganas.
En los corrales esperaban a ser lidiados seis toros de Teófilo Gómez. Dos de ellos, Muchacho y Don Marcos, fuero sorteados por la mañana y les correspondió el cuarto y quinto turno, lo que es lo mismo, les correspondió el inmenso honor de ser lidiados por los Maestros José Antonio Morante de la Puebla y Julián López El Juli. Cuando ambos toros saltaron a la arena se desató el huracán taurino de Juli y se destapó el tarro de las esencias de Morante, inundando La México de duende y de mando, de Arte puro, de toreo del mejor, otro frenesí taurómaco como el vivido el sábado.

El primero en desatar esa tormenta de las emociones fue Morante. El sevillano sacó al duende a pasear y el pellizco volvió en su máxima expresión para hacerse dueño de cuantos estaban en la plaza viéndolo en vivo y cuantos estábamos en nuestras casas viéndolo a través de Toros Tv. Lo que hizo ayer Morante de la Puebla hizo volar la mente a imágenes en blanco y negro, a pasajes de otro siglo, toreo de la época de oro, con suertes y lances de sabor añejo y de gusto profundo, la manera de andar, de moverse, de citar y ejecutar las suertes rezumaron aroma de romero  por los cuatro costados. Todo expresión, todo inspiración, todo surgía del alma, fluyendo de lo más profundo del sentimiento, nada preparado ni previsible, el Maestro Morante abstraído, dejando que el duende tomara al asalto el ruedo. El toreo de capa de Morante embriaga, las verónicas lentas, eternas, meciendo las manos, acunando al toro, acompañando el lance con todo el cuerpo, metiendo abajo la barbilla, sevillanía pura, Romero del mejor. Las chicuelinas garbosas, bajas y ceñidas duran una eternidad, la manera elegante, toreo de antaño, el modo de llevar y colocar al toro en suerte ante el caballo con un recorte antológico, todo en Morante es único, personal, inimitable, aparece en el momento, no es ensayado, es Arte. Todo eso lo ha disfrutado Muchacho, que se ha dormido y también ha soñado en el capote y en la muleta de Morante disfrutando las caricias de las telas, la suavidad de los engaños, la exquisitez de cada lance. Durante los primeros compases de la faena nos transporta el sevillano a principios del siglo XX en un mágico viaje en el tiempo, pegado a las tablas, erguido, el codo apoyado, relajado, pasándose al toro con una suavidad y una tranquilidad pasmosa, una estampa irrepetible. Los muletazos van surgiendo etéreos por ambos pitones y Muchacho siente que el tiempo se para en la muleta de Morante. Por bajo, templados, ligados, largos, a una velocidad que a su lado la cámara superlenta parecería ir acelerada, enroscándose al toro, acompasando el viaje con la cadera, belleza máxima, creatividad e improvisación, genio y figura, el duende invade todo. La cara del Maestro refleja su alma torera, entregado, abandonado al Arte que va surgiendo con naturalidad y una cadencia mágica. Todo tiene un sentido, cada redondo, cada natural, cada adorno, los detalles agitanados, todo tiene magia, todo está impregnado de torería en una faena para saborear dulcemente, el morantismo al que estoy rendido en toda plenitud. Son las dos de la madrugada en España, no sé si lo que estoy viendo es real o es un sueño. Me levanto, me cercioro de estar despierto y al comprobar que es así una corriente me recorre de pies a cabeza. ¡Qué grande es el toreo!. El estoconazo fulminante, arriba, volcándose sobre el morrillo, hace rodar al de Teófilo Gómez sin puntilla. Dos orejas, triunfo grande de Morante bajo el clamor de ¡torero, torero! y un regusto que llena el alma y la mente de todos los que amamos esta Fiesta. ¡Olé!.

La locura y el delirio volvían a los tendidos de La México, el duende se había encargado de recuperarlo tras la antología poncista del sábado. Y no se iba a ir porque tenía que saltar Don Marcos, ordenado en quinto lugar y cuya lidia corría a cargo de otro torerazo, otro figurón de época, El Juli. Ya desde salida dejó claro que no tenía intenciones de dejar ni un segundo de reposo a los aficionados, que no quería que el frenesí abandonara los tendidos ni la locura la cabeza de los aficionados. Magistral con el capote, desde las verónicas extrasuaves, de estética y belleza suprema, hasta las lopecinas y cordobinas, todo un recital capotero con el que monta un alboroto en los tendidos, puestos en pie, rompiéndose las manos a aplaudir y frotándose los ojos ante lo que estaban viendo, como yo frente al televisor, asegurándome que estoy despierto y que todo es real. La media de cartel con la que remata el quite es el no va más, un lujazo para los sentidos. El madrileño brinda al público sabedor de lo que tenía  guardado y del lío que iba a montar para culminar un fin de semana de éxtasis torero. Nos esperaba una lección magistral de mando, de poderío, de técnica y de conocimiento de los terrenos y las querencias. Clava las zapatillas en el centro del anillo y pega cuatro cambiados por la espalda ceñidísimos que hacen saltar por los aires las leyes del espacio y la impenetrabilidad de los cuerpos. Toreo en redondo templado, con la muleta adelantada, abriendo el compás para llevar al toro largo, tirando de él, despatarrado, con la mano baja, bajísima, más baja aún en cada muletazo, con la muleta a ras del suelo, ¡que digo, casi en el subsuelo!, ligando los derechazos de manera magistral con un derroche de técnica fuera de serie, siempre la muleta en la cara del toro, tapándole la salida y corrigiendo así la tendencia de Don Marcos a irse suelto al final del lance. Magisterio de Juli al que se le ve relajado y firme, dominador, toreando en largo y con hondura extrema hasta que el toro acabó rendido, claudicando ante tanto mando y poder. ¡Lo que vino a partir de entonces! Si Juli nos deleitó con un magisterio de mando cambió de asignatura y nos impartió una lección magistral de conocimiento del toro, las querencias y los terrenos. El de Teófilo se vio podido y buscó el refugio de las tablas. Allá que se fue el de Velilla y planteó la faena anclado a la arena, en una baldosa, sin moverse, pasándose al toro por ambos pitones, derechazos, naturales, por la espalda, trincherazos, arrucinas, desplantes, todo un recital y un auténtico alboroto en unos terrenos inverosímiles, dándole toda la ventaja al animal. Borrachera de toreo de Juli, los tendidos embriagados, gritos de ¡torero, torero!, en pie, rotos a aplaudir, incluso llegando a pedir el indulto, excesivo a todas luces por cuanto fue un toro que si bien metía la cara con clase y nobleza se rajaba, le faltaba un punto de casta y no se empleó en el caballo. Pinchazo al primer encuentro y estoconazo que revienta al toro. Dos orejas de ley y vuela al ruedo apoteósica sin que importara si había pinchado o no, sin sacar escuadra y cartabón para medir al milímetro la colocación de la espada, sin tics tiquismiquis y absurdos que tantas tardes hemos padecido en Madrid sin ir más lejos. Nueva lección de los aficionados mexicanos premiando lo que habían visto y sentido, una faena grande, enorme, una faena de Maestro, otra faena más para la historia de este bendito Arte.

Es cierto que Morante de la Puebla y Juli, al igual que  Enrique Ponce el sábado, se han llevado por méritos propios todos los titulares y todos los elogios, es lo mínimo ante tres faenas de antología de tres Maestros con una tauromaquia diferente y particular en cada caso, pero unas tauromaquias de época. Pero también es cierto que, al igual que el sábado, en la corrida de ayer domingo sería tremendamente injusto no reconocer la muy buena actuación del confirmante Luis David Adame. Desde que tomó el capote en el toro de su confirmación dejó claro que venía a por todas. Toreo clásico a la verónica para adornarse en un vistoso quite por zapopinas (que es así como llaman en México las lopecinas rescatadas por Juli del olvido) y una chicuelinas al paso llevando al toro al caballo con suma elegancia. Toreó francamente bien a su primer oponente, muy firme, mostrando una maneras y una madurez más allá de lo que se podía espera de un debutante. Buen toreo en redondo y al natural, encajado, templado, llevando largo al toro, bajando la mano, con gusto, muletazos hondos y profundos, en una faena compacta y bien estructurada siempre bajo un concepto clásico de la lidia. Los compases finales con pases por la espalda y adornos sirven para poner a La Monumental como una caldera en ebullición. La espada le privó de un trofeo al colocar un pinchazo hondo y precisar de dos golpes de descabello para finiquitar al primero de Teófilo Gómez. Justa la atronadora ovación que recogió el hidrocálido desde el tercio. Ninguna opción tuvo Adame frente al sexto, un toro descastado, suelto, sin fijeza y escaso de fuerzas. Embestida deslucida, siempre con la cara arriba, defendiéndose, con muy corto recorrido. Muy digno y dispuesto estuvo Luis David pero no había nada donde sacar. Por eso pidió el de regalo, mostrando unas ganas y una entrega encomiable. Tampoco tuvo suerte con el sobrero de Fernando de la Mora que saltó en séptimo lugar, un animal feo de hechuras y sin raza, que no se empleó en ninguno de los tercios, con tendencia a irse al final de cada muletazo. Por encima anduvo Adame en una faena pulcra y aseada pero que no llegó a despegar por la falta de emoción y transmisión del animal. Pero aún le queda mucho recorrido a Luis David y en no mucho tiempo le vamos a ver triunfar y darnos grandes tardes de toros, porque ganas no le faltan y cualidades las tiene a raudales.

En definitiva, un fin de semana de auténtico éxtasis en La Monumental con tres Maestros, tres auténticas bestias del toreo que nos han hecho sentir lo grande que es este Arte y que refuerzan aún más nuestra convicción en que la Fiesta no morirá jamás. ¡Viva el toreo!


Antonio Vallejo

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