¡Qué grande es el toreo!,
¡qué bello es este Arte!, ¡cuanta pasión y sentimiento encierra!. Aún sin
reponerme de la antológica actuación del Maestro Enrique Ponce el sábado, un
tornado de toreo vuelve a sacudir las emociones de todos los aficionados. Juli
y Morante, Morante y Juli, otros dos Maestros, dos figuras de época, el duende
y el mando, las musas y la técnica, nos han hecho volver a soñar en otra
madrugada de magia torera que será difícil de olvidar.
La Monumental mexicana de
nuevo llena para ver la confirmación de alternativa de Luis David Adame, algo que
se esperaba con ansiedad por parte de la afición azteca que tiene depositada en
los hermanos Adame todas sus esperanzas de ver de nuevo a un mexicano
encumbrado como figura mundial del toreo. Los prolegómenos del festejo,
coincidiendo con el 71 aniversario de La México, anuncian día grande. La
parafernalia con la que adornan el paseíllo resulta impactante. Cinco charros a
caballo portando la bandera mexicana, los matadores y sus cuadrillas formados
en el centro del ruedo y el himno de México cantado por todos los aficionados
puestos en pie en los tendidos abarrotados. ¡Ay si en España pudiéramos ver
algo así!, aquí que el himno se silva y se insulta cuando suena en espectáculos
públicos. ¡Cuanto me gustaría vivir algo así en Las Ventas!, el respeto y el
amor a nuestra Patria y a nuestra Fiesta. Pero por desgracia me parece que me
voy a quedar con las ganas.
En los corrales esperaban a
ser lidiados seis toros de Teófilo Gómez. Dos de ellos, Muchacho y Don Marcos, fuero
sorteados por la mañana y les correspondió el cuarto y quinto turno, lo que es
lo mismo, les correspondió el inmenso honor de ser lidiados por los Maestros
José Antonio Morante de la Puebla y Julián López El Juli. Cuando ambos toros
saltaron a la arena se desató el huracán taurino de Juli y se destapó el tarro
de las esencias de Morante, inundando La México de duende y de mando, de Arte
puro, de toreo del mejor, otro frenesí taurómaco como el vivido el sábado.
El primero en desatar esa tormenta
de las emociones fue Morante. El sevillano sacó al duende a pasear y el
pellizco volvió en su máxima expresión para hacerse dueño de cuantos estaban en
la plaza viéndolo en vivo y cuantos estábamos en nuestras casas viéndolo a
través de Toros Tv. Lo que hizo ayer Morante de la Puebla hizo volar la mente a
imágenes en blanco y negro, a pasajes de otro siglo, toreo de la época de oro, con
suertes y lances de sabor añejo y de gusto profundo, la manera de andar, de
moverse, de citar y ejecutar las suertes rezumaron aroma de romero por los cuatro costados. Todo expresión, todo
inspiración, todo surgía del alma, fluyendo de lo más profundo del sentimiento,
nada preparado ni previsible, el Maestro Morante abstraído, dejando que el
duende tomara al asalto el ruedo. El toreo de capa de Morante embriaga, las
verónicas lentas, eternas, meciendo las manos, acunando al toro, acompañando el
lance con todo el cuerpo, metiendo abajo la barbilla, sevillanía pura, Romero
del mejor. Las chicuelinas garbosas, bajas y ceñidas duran una eternidad, la
manera elegante, toreo de antaño, el modo de llevar y colocar al toro en suerte
ante el caballo con un recorte antológico, todo en Morante es único, personal,
inimitable, aparece en el momento, no es ensayado, es Arte. Todo eso lo ha
disfrutado Muchacho, que se ha
dormido y también ha soñado en el capote y en la muleta de Morante disfrutando
las caricias de las telas, la suavidad de los engaños, la exquisitez de cada
lance. Durante los primeros compases de la faena nos transporta el sevillano a
principios del siglo XX en un mágico viaje en el tiempo, pegado a las tablas, erguido,
el codo apoyado, relajado, pasándose al toro con una suavidad y una
tranquilidad pasmosa, una estampa irrepetible. Los muletazos van surgiendo etéreos
por ambos pitones y Muchacho siente
que el tiempo se para en la muleta de Morante. Por bajo, templados, ligados,
largos, a una velocidad que a su lado la cámara superlenta parecería ir
acelerada, enroscándose al toro, acompasando el viaje con la cadera, belleza
máxima, creatividad e improvisación, genio y figura, el duende invade todo. La
cara del Maestro refleja su alma torera, entregado, abandonado al Arte que va
surgiendo con naturalidad y una cadencia mágica. Todo tiene un sentido, cada
redondo, cada natural, cada adorno, los detalles agitanados, todo tiene magia,
todo está impregnado de torería en una faena para saborear dulcemente, el
morantismo al que estoy rendido en toda plenitud. Son las dos de la madrugada
en España, no sé si lo que estoy viendo es real o es un sueño. Me levanto, me
cercioro de estar despierto y al comprobar que es así una corriente me recorre
de pies a cabeza. ¡Qué grande es el toreo!. El estoconazo fulminante, arriba,
volcándose sobre el morrillo, hace rodar al de Teófilo Gómez sin puntilla. Dos
orejas, triunfo grande de Morante bajo el clamor de ¡torero, torero! y un
regusto que llena el alma y la mente de todos los que amamos esta Fiesta.
¡Olé!.
La locura y el delirio
volvían a los tendidos de La México, el duende se había encargado de
recuperarlo tras la antología poncista del sábado. Y no se iba a ir porque
tenía que saltar Don Marcos, ordenado
en quinto lugar y cuya lidia corría a cargo de otro torerazo, otro figurón de
época, El Juli. Ya desde salida dejó claro que no tenía intenciones de dejar ni
un segundo de reposo a los aficionados, que no quería que el frenesí abandonara
los tendidos ni la locura la cabeza de los aficionados. Magistral con el
capote, desde las verónicas extrasuaves, de estética y belleza suprema, hasta las
lopecinas y cordobinas, todo un recital capotero con el que monta un alboroto
en los tendidos, puestos en pie, rompiéndose las manos a aplaudir y frotándose
los ojos ante lo que estaban viendo, como yo frente al televisor, asegurándome
que estoy despierto y que todo es real. La media de cartel con la que remata el
quite es el no va más, un lujazo para los sentidos. El madrileño brinda al
público sabedor de lo que tenía guardado
y del lío que iba a montar para culminar un fin de semana de éxtasis torero. Nos
esperaba una lección magistral de mando, de poderío, de técnica y de conocimiento
de los terrenos y las querencias. Clava las zapatillas en el centro del anillo
y pega cuatro cambiados por la espalda ceñidísimos que hacen saltar por los
aires las leyes del espacio y la impenetrabilidad de los cuerpos. Toreo en
redondo templado, con la muleta adelantada, abriendo el compás para llevar al
toro largo, tirando de él, despatarrado, con la mano baja, bajísima, más baja
aún en cada muletazo, con la muleta a ras del suelo, ¡que digo, casi en el
subsuelo!, ligando los derechazos de manera magistral con un derroche de
técnica fuera de serie, siempre la muleta en la cara del toro, tapándole la
salida y corrigiendo así la tendencia de Don
Marcos a irse suelto al final del lance. Magisterio de Juli al que se le ve
relajado y firme, dominador, toreando en largo y con hondura extrema hasta que
el toro acabó rendido, claudicando ante tanto mando y poder. ¡Lo que vino a
partir de entonces! Si Juli nos deleitó con un magisterio de mando cambió de
asignatura y nos impartió una lección magistral de conocimiento del toro, las
querencias y los terrenos. El de Teófilo se vio podido y buscó el refugio de
las tablas. Allá que se fue el de Velilla y planteó la faena anclado a la arena,
en una baldosa, sin moverse, pasándose al toro por ambos pitones, derechazos,
naturales, por la espalda, trincherazos, arrucinas, desplantes, todo un recital
y un auténtico alboroto en unos terrenos inverosímiles, dándole toda la ventaja
al animal. Borrachera de toreo de Juli, los tendidos embriagados, gritos de
¡torero, torero!, en pie, rotos a aplaudir, incluso llegando a pedir el
indulto, excesivo a todas luces por cuanto fue un toro que si bien metía la
cara con clase y nobleza se rajaba, le faltaba un punto de casta y no se empleó
en el caballo. Pinchazo al primer encuentro y estoconazo que revienta al toro.
Dos orejas de ley y vuela al ruedo apoteósica sin que importara si había
pinchado o no, sin sacar escuadra y cartabón para medir al milímetro la
colocación de la espada, sin tics tiquismiquis y absurdos que tantas tardes
hemos padecido en Madrid sin ir más lejos. Nueva lección de los aficionados
mexicanos premiando lo que habían visto y sentido, una faena grande, enorme,
una faena de Maestro, otra faena más para la historia de este bendito Arte.
Es cierto que Morante de la
Puebla y Juli, al igual que Enrique
Ponce el sábado, se han llevado por méritos propios todos los titulares y todos
los elogios, es lo mínimo ante tres faenas de antología de tres Maestros con
una tauromaquia diferente y particular en cada caso, pero unas tauromaquias de
época. Pero también es cierto que, al igual que el sábado, en la corrida de
ayer domingo sería tremendamente injusto no reconocer la muy buena actuación
del confirmante Luis David Adame. Desde que tomó el capote en el toro de su
confirmación dejó claro que venía a por todas. Toreo clásico a la verónica para
adornarse en un vistoso quite por zapopinas (que es así como llaman en México
las lopecinas rescatadas por Juli del olvido) y una chicuelinas al paso
llevando al toro al caballo con suma elegancia. Toreó francamente bien a su
primer oponente, muy firme, mostrando una maneras y una madurez más allá de lo
que se podía espera de un debutante. Buen toreo en redondo y al natural,
encajado, templado, llevando largo al toro, bajando la mano, con gusto,
muletazos hondos y profundos, en una faena compacta y bien estructurada siempre
bajo un concepto clásico de la lidia. Los compases finales con pases por la
espalda y adornos sirven para poner a La Monumental como una caldera en
ebullición. La espada le privó de un trofeo al colocar un pinchazo hondo y
precisar de dos golpes de descabello para finiquitar al primero de Teófilo
Gómez. Justa la atronadora ovación que recogió el hidrocálido desde el tercio.
Ninguna opción tuvo Adame frente al sexto, un toro descastado, suelto, sin
fijeza y escaso de fuerzas. Embestida deslucida, siempre con la cara arriba,
defendiéndose, con muy corto recorrido. Muy digno y dispuesto estuvo Luis David
pero no había nada donde sacar. Por eso pidió el de regalo, mostrando unas
ganas y una entrega encomiable. Tampoco tuvo suerte con el sobrero de Fernando
de la Mora que saltó en séptimo lugar, un animal feo de hechuras y sin raza, que
no se empleó en ninguno de los tercios, con tendencia a irse al final de cada
muletazo. Por encima anduvo Adame en una faena pulcra y aseada pero que no
llegó a despegar por la falta de emoción y transmisión del animal. Pero aún le
queda mucho recorrido a Luis David y en no mucho tiempo le vamos a ver triunfar
y darnos grandes tardes de toros, porque ganas no le faltan y cualidades las
tiene a raudales.
En definitiva, un fin de
semana de auténtico éxtasis en La Monumental con tres Maestros, tres auténticas
bestias del toreo que nos han hecho sentir lo grande que es este Arte y que
refuerzan aún más nuestra convicción en que la Fiesta no morirá jamás. ¡Viva el
toreo!
Antonio Vallejo
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