Ha pasado ya una semana desde que los sanfermines echaran el telón y nos dejaran en la memoria cantidad de imágenes de los encierros matinales y de las corridas vespertinas. Un año más el sonido de un cohete a las ocho de la mañana nos ha despertado a los aficionados, un año más hemos vibrado con la espectacularidad de los encierros, los momentos de apuro y las buenas carreras de algunos mozos que saben correr, desesperándonos e incluso cabreándonos al ver lo que otros que jamás deberían haber entrado al recorrido hacen, entorpeciendo y poniendo en riesgo a los demás, que de todo hay. Y hemos visto a esos toros que corrían por Santo Domingo, Mercaderes, Estafeta, la curva de Telefónica, lugares míticos, ser lidiados cada la tarde en ese ambiente infernal que los tendidos de sol confieren a la plaza pamplonesa pero sin el cual San Fermín no sería San Fermín. Gracias a Canal toros he podido disfrutar un año más de esa plaza tan singular y de lo que allí se ha vivido durante siete días entregados al toro y a la Fiesta, aunque me haya sido prácticamente imposible hacerlo en directo por imperativo de mis obligaciones, horarios y demás asuntos lúdicos en este mes de julio. Pero no hay nada mejor que grabar las corridas y así verlas cuando y como uno quiere, aunque algunos días haya sido a saltos o por etapas, hablando en argot ciclista, también típico de este mes. Así, sobre la arena pamplonica, arrancaban los sanfermines 2018 el jueves 5 de julio con una muy buena novillada de Pincha, un cartel digno de San Isidro, en la que Alfonso Cadaval y Toñete cortaron una oreja cada uno y el madrileño Francisco de Manuel salía a hombros al desorejar al sexto tras una extraordinaria faena de temple y gusto ante una plaza casi llena en la previa de la jornada del chupinazo, algo que me supuso una enorme alegría tanto por esa gran afluencia en una jornada en la que las peñas aún no hacen aparición como por el hecho de que se vieran tantísimos niños en los tendidos, familias enteras que iban a los toros a disfrutar, aún ajenos al estruendo de los días siguientes. Con la corrida de rejones de El Capea y el triple triunfo con salida a hombros de Pablo Hermoso de Mendoza, Leonardo Hernández y Roberto Armendáriz comenzó el desenfreno en los tendidos de sol y el ruido ensordecedor con la lista de grandes éxitos que la afición pamplonesa no para de cantar durante todo el festejo en la que la "Chica ye-ye" y "El rey" han ocupado de nuevo los puestos más altos. A partir del día 7, tras el primer encierro de Puerto de San Lorenzo, las corridas de toros ocuparon su lugar preferente y los matadores fueron haciendo el paseíllo tarde tras tarde en el coso de la Casa de Misericordia. No fue una tarde fácil esa de Puerto de San Lorenzo, José Garrido no tuvo opciones con su lote aunque en su turno de quites dejó patente su claridad con el capote, Román cortó una oreja tras una faena de entrega, exposición y disposición culminada con una buena estocada al único potable de su lote y Paco Ureña saboreó el triunfo tras una faena seria, pura, y con mucha verdad ante el complicado y deslucido primero, así como al cortar una oreja al noble y enclasado cuarto con una faena de temple, largura y hondura por ambos pitones, encajado, gustándose, muletazos de enorme calidad y una sensacional estocada en la que resultó prendido y herido de seriedad en su muslo derecho. De nuevo las dos caras de la Fiesta, la dulce y la amarga, se daban la mano. Al día siguiente los toros de José Escolar se mostraron fieles a su encaste y su carácter, complicados y peligrosos, duros, ásperos, ante los que Emilio de Justo, Javier Castaño y Gonzalo Caballero mostraron firmeza, valor y mando. Oreja de mucho peso y valor la que cortó de Justo ante el segundo, un toro que soltaba la cara, se defendía y arreaba a diestro y siniestro al que a base de seguridad y poderío consiguió meter en los vuelos para sacar series de redondos con profundidad y la mano baja y naturales de gran valor y culminar con una extraordinaria estocada. También pagó con sangre su entrega Javier Castaño ante el cuarto, un toro peligroso, que medía y buscaba y que acabó hiriéndole, mientras Caballero ponía todo ante un lote imposible, ganas, disposición, poniéndole la muleta por ambos pitones, por encima en todo momento pero sin opción alguna para el lucimiento. Con los de Cebada Gago se vio por fin abrir la puerta grande a un matador, un artista pero sobre todo inteligente Octavio Chacón con dos faenas con las que supo encandilar a la afición navarra, entendió a la perfección lo que ese público demanda y planteó el toreo que allí arrebata, atacando al parado primero, embistiendo él más que el toro, poniéndolo todo, de rodillas, desplantes, arrimón de aúpa, y toreando con mucho temple, despaciosidad y gusto al cuarto, lastimado de una mano en los primeros compases del trasteo con la muleta pero al que supo adaptarse y conducir en su embestida con una suavidad que encandiló a toda la plaza. Una oreja cortó de cada uno para así salir a hombros y entrar con mejor pie imposible en Pamplona. también Juan del Álamo cortó una oreja a otro Cebada con su toreo templado, largo y profundo, muletazos de sensacional trazo, cargados de clase y gusto, mientras que Luis Bolívar nos encogió el corazón al entrar a matar al segundo acunándose entre los pitones, segundos de angustia con el diestro prendido, a merced del toro. Afortunadamente resultó ileso pero una vez más dejó patente su sinceridad y su entrega cada tarde. Con los fuenteymbros salieron a escena las figuras. Sebastián Castella cortó una oreja a un toro noble y con clase al que toreó muy templado, relajado, con momentos de enorme belleza rematados con una gran estocada, lo mismo que hizo López Simón ante el sexto, un toro con movilidad y transmisión que arrolló de manera espeluznante al madrileño al inicio del trasteo, lo que no quebró su disposición, se fue a los terrenos que pedía el toro, le dio todas las ventajas y allí le plantó cara para someterle en una faena de mando y poderío culminada con una estocada un tanto defectuosa en la suerte de recibir que se premió con una oreja. Nulas opciones para Miguel Ángel Perera con un rajado segundo y faena plena de poder, domingo y mando ante el quinto, basado en la verticalidad y la colocación, ejes fundamentales del toreo del extremeño. De no haber marrado con la espada la oreja estaba asegurada, pero así es el toreo. Con la corrida de Nuñez del Cuvillo atronó la primera explosión del volcán peruano Roca Rey. Tres orejas nada más y nada menos las que cortó la tarde del 11 de julio, tres orejas tras torera fiel a su línea y su estilo, escalofriante por su quietud y los espacios por los que se pasa a los toros, inverosímiles, todo riesgo y exposición, dándoles distancia a sus toros cuando lo requerían y metiéndose entre los pitones sin dudarlo cuando se agotaban. Su estilo arrollador de siempre al que cada día va sumando mayores dosis de temple y hondura en sus muletazos. Tarde apoteósica del peruano que mató a su lote a la perfección y que sumada a las tres orejas de la corrida de Jandilla le convierten en triunfador indiscutible de estos sanfermines y en ídolo absoluto de Pamplona para el futuro. También vimos esa tarde a Antonio Ferrera en plenitud, en esa extraordinaria madurez torera que está viviendo, todo gusto, todo temple, todo suavidad, disfrutando de cada lance, seguro, firme, con una suficiencia y una serenidad superlativa, maestría pura, aunque la espada desluciera su primer trasteo y las nulas condiciones de su segundo permitieran más, y a un Ginés Marín que se topó con un lote casi imposible pero al que quizás se le vea con cierto grado de ansiedad tras no acabar de encontrar el sitio que la pasada temporada le llevó hasta los puestos altos del escalafón. Los toros de Victoriano del Río protagonizaron el primer momento álgido en lo emocional y sentimental que nos tenían reservados estos sanfermines. Sin duda alguna la vuelta a los ruedos por un día del ya retirado Pepín Liria era uno de los atractivos que hacía muy especial esa tarde del 12 de julio. Muy concienciado, firme, entregado y muy torero, se dio por entero el murciano a esta plaza que le quiere y le respeta, aún más tras sus dos faenas a dos toros de muy distinta condición. Un primero reservón y reponedor, peligroso, áspero, correoso, que soltaba la cara y al que Pepín no le perdió la cara en ningún momento, demostrando absoluta entrega y una actitud más que encomiable, y un cuarto que le permitió torera a gusto, templado, hasta que se rajó y se paró. No dudó Liria en arrimarse y exponer, tanto que en un desplante al final del trasteo el de Victoriano le pegó una voltereta de la que se repuso el murciano y volvió enrabiado a la cara del toro para finalizar de rodillas al abrigo de las tablas poniendo a mil la caldera pamplonica. Una oreja con petición de la segunda para un Pepín radiante de felicidad aclamado por todos los tendidos. Solo le sirvió el tercero a Ginés Marín, ante el que se mostró firme y con mando, dibujando algunos muletazos de gran belleza, como los doblones iniciales, para plantear una faena templada con naturales marca de la casa en los que tiró del toro para sacarle todo lo que llevaba dentro hasta exprimirlo emborronando con la espada lo que bien hubiera podido valer una oreja. Quien dejó claro una vez más por qué es un número uno del toreo, un figurón de época, un maestro sin discusión fue Julián López "El Juli". Actuación esplendorosa, primordial de uno de los grandes de la historia. En sus dos toros aunó conocimiento del toro y los terrenos, derroche de técnica, mando, poderío, temple, gusto y una clase descomunal, haciendo que el desenclasado, parado y sin recorrido segundo pareciera algo, le sacó redondos y naturales que parecían inimaginables, y firmando ante el cuarto una obra de arte al natural que fue a más gracias a la perfecta lidia que le dio, gracias a la suavidad y el mimo con el que le condujo, midiendo las distancias, administrándole las pausas a las mil maravillas, ni un toque a la muleta, temple celestial, alargando el trazo, perfecta la colocación, una auténtica delicia, relajado, seguro, con una supremacía insultante. La tremenda ovación que recibió me parece poco premio para su exhibición, quizás el defecto de la espada pesó mucho, demasiado a mi modo de ver. Como es tradicional en Pamplona fue el mítico hierro de Miura, remendado con un toro de Fuente Ymbro, el encargado de cerrar los sanfermines con una corrida deslucida y cargada de complicaciones y peligro que no dio opciones a la terna. Rafaelillo, Pepe Moral y Rubén Pinar anduvieron muy por encima, sobreponiéndose a las malas condiciones de los miuras, sin humillación, sin recorrido, sin fijeza alguna, tratando de robar muletazos por ambos pitones, poniéndose y exponiéndose, todo lo intentaron los tres sin resultado para tanto esfuerzo.
Por el camino he dejado con intención un día, el 13 de julio, el otro momento cúspide en lo que a emoción y sentimiento se refiere. Esa era la fecha fijada para la despedida de Pamplona de, posiblemente, su torero predilecto, su gran ídolo, el Ciclón de Jerez, Juan José Padilla. Acartelado con toros de Jandilla junto a Cayetano y Andrés Roca Rey, une terna de lujo con una ganadería de postín. El huracán peruano repitió lo que tan solo 48 horas antes había hecho. Tres orejas de ley para convertirse en el gran triunfador. ¿Sus argumentos?, exactamente los mismos que con los cuvillos, toreo arrebatador, escalofriante, desafiando al miedo y al peligro, pasándose a los toros por espacios imposibles, toreando en largo con enorme calidad y acortando las distancias hasta vivir entre los pitones como si nada. Otra erupción volcánica del limeño que puso Pamplona patas arriba. No fue menos Cayetano, inmenso, un torero que tiene un imán especial por su arte y su personalidad, un hombre que se entrega al toro y al toreo porque ama, respeta y honra a ambos al máximo, con una verdad fuera de cualquier duda, que cuando unos años atrás se vio que no estaba se retiró, sin imposturas, y cuando decidió volver lo hizo porque estaba seguro de no faltar al respeto a algo tan serio y exigente como ser torero. Cortó una oreja de ley tras conectar con los tendidos en una faena en la que, una vez más, sacó a relucir su clase Ordoñez y su raza Rivera, midiendo los tiempos con maestría, toreando con una clase descomunal y una decisión mayúscula, sin imposturas, siempre de verdad, arrollador, demostrando a cuantos le han calificado de torero Armani lo equivocados que estaban. Un auténtico ejemplo de torería, dentro y fuera de la plaza, cada día, cada tarde.
Padilla merece un lugar aparte, un reservado preferente en estos sanfermines 2018. De acuerdo que Roca Rey se ha llevado todos los galardones y con todo merecimiento, pero si hay algo, si hay una imagen que para mi ha marcado estos sanfermines es la de Juan José Padilla paseando los trofeos en medio del delirio general. Parece un capricho del destino lo que el azar, la casualidad o el mismo Dios le tenía reservado al jerezano. Cuando tan solo una semana antes una terrorífica cogida en Arévalo hacia temer por la presencia de Padilla en Pamplona no podíamos imaginar lo que ello iba a suponer. Lo dicho, parece que estaba escrito en el guión que la plaza que en 2012, tras su gravísima cogida de Zaragoza, le bautizó como El Pirata le viera hacer el paseíllo como si el mismo Jack Sparrow hubiera cambiado el cálido Caribe por la frondosa Navarra. Con el cuero cabelludo rasurado y la tremenda sutura fresca era imposible calarse la montera, así que El Pirata lo fue más que nunca con su pañuelo negro en la cabeza dispuesto a batirse en batalla ante sus enemigos. No hay palabras para describir el ambiente que ese día 13 se generó en los tendidos de sol, ni sé los cientos o miles de aficionados que acudieron a la plaza con parches en su ojo izquierdo, con banderas con la calavera pirata y pancartas dedicadas a "su" Pirata. Sí, porque es suyo, ellos le bautizaron y ellos, mucho tiempo antes, allá por 1999 con una apoteósica corrida de Miura, le encumbraron. Y a Padilla tampoco se le ha olvidado jamás eso, siempre ah sido fiel y generoso con una ciudad, una plaza y una afición que le adora, pisando su ruedo cada temporada, a excepción de la de 2007, entregándose al completo, con la verdad por delante, sin engañar jamás a nadie. Si José de Espronceda viviera ahora estoy convencido que habría escrito la Canción del Pirata de otra manera, bien como titulo esta entrada o algo así como Sevilla a un lado, al otro Madrid y allá a su frente, Pamplona. Porque así es, este Pirata jerezano ha pisado todas las plazas, las de máxima categoría y las de cualquier pueblo o localidad que quisiera verle torear, siempre fiel a su estilo, entregándose cada tarde, con la verdad por delante, sin engañar a nada ni a nadie, quien le iba a ver sabía perfectamente lo que había, y así se ha ganado un puesto y un respeto máximo en esta profesión única que es el toreo, forjado en cientos de corridas duras, con los hierros que nadie quiere, batiéndose el cobre ante todas las aficiones, así un año tras otro, triunfando y sufriendo, siendo un ejemplo como torero y como persona, capaz de sobreponerse a la mayor adversidad gracias a un tesón, una fuerza de voluntad y una capacidad de sacrificio infinita, valores en desuso en esta sociedad acomodaticia y relativista. Y todo eso dentro y fuera de la plaza, porque no hay que olvidar su compromiso total con la defensa de la Fiesta, dando la cara y partiéndosela en cualquier foro, desmontado los argumentos de los antis, dejándolos en ridículo una y otra vez. Repito, un ejemplo del que alguno debiera tomar nota en vez de ponerse de perfil y desaparecer del mapa sin involucrarse más allá de su egolatría o interés económico. Lo de menos esa maravillosa tarde del viernes 13 de julio que he visto repetida ya tres veces es el magnífico toreo de capote de Padilla, largas cambiadas de saludo, las verónicas acompasadas, los galleos por chicuelinas, las navarras jaleadas con olés atronadores por los tendidos, torería pura, asumiendo riesgos en unos tercios de banderillas en los que por su honestidad natural no quiso delegar en su cuadrilla y lo bien, lo muy bien que toreó con la muleta. Templado, con hondura y ligazón a su primero tras un inicio de rodillas que levantó a unos tendidos rendidos a su Pirata, en perfecta comunicación con ellos, emoción y transmisión en cada muletazo, largos y por bajo, sensacional Padilla, o el inicio de faena al cuarto sentado en el estribo, también de rodillas al hilo de las tablas, para incorporase y cuajar una faena de menos a más en la que templó cuando el bravo jandilla respondió y en la que apretó cuando el animal se vino abajo. En ambos toros mató con una decisión y una efectividad magistral, entrando por derecho, hundiendo el acero en todo lo alto para cortar tres orejas que culminan un romance que jamás olvidará el maestro ni la plaza de Pamplona ni muchísimos aficionados, por no decir todos. Yo me incluyo entre ellos, desde luego. Creo que pasará mucho tiempo y en el coso pamplonés seguirán resonando los ecos del "illa, illa, illa, Padilla maravilla" o de los continuos "¡Padilla quédate, Padilla quédate!" que no cesaron de cantar todos los tendidos ese viernes 13 de julio. La emoción fue inmensa y creo que hace justicia a un hombre que al final de su carrera se ha visto recompensado con hierros de postín tras jugarse la vida años y años con el ganado más duro que había en el campo bravo, un hombre íntegro, un gran torero al que se va a echar de menos, con sus virtudes y sus carencias, pero con una verdad y una honradez inmensas.
La despedida de Juan José Padilla en Pamplona es algo que quedará para la historia, igual que su figura. Algún día nos daremos cuenta de cuanto le debemos los aficionados y lo importante que ha sido para la Fiesta. Gracias Padilla, gracias maestro, gracias Pirata.
Antonio Vallejo
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