martes, 27 de noviembre de 2018

3º de la Temporada Grande: Torería y orejas casi en soledad


Triste, desolador, deprimente y preocupante el aspecto de los interminables tendidos de La México en la tarde de ayer para la tercera de la Temporada Grande, como pyuede apreciarse en la imagen que ilustra esta entrada. No es que me esperara un entradón como el de la primera madrugada de ilusión taurina hace 2 semanas con Diego Ventura, Enrique Ponce, El Payo y Luis David Adame, ni mucho menos, pero de ahí a  lo de esta pasada madrugada hay un trecho. La cifra que se dio como oficial es 7.500 espectadores, en la plaza más grande del mundo con cabida para 50.000 espectadores, es decir, que tan solo un 15% del aforo se cubrió, ni un cuarto de plaza, pobrísimo a todas luces. Da mucha pena ver por televisión los imponentes tendidos del embudo de Insurgentes vacíos. Más que pena, honda y profunda preocupación, aunque es algo que se repite año tras año y comienza a ser un mal endémico en muchas partes que merece pararse a pensar en las posibles causas y tratar de solucionarlas si queremos que la Fiesta viva.
Ayer domingo se programó una corrida mixta con el rejoneador español Andy Cartagena y los diestros mexicanos Arturo Macías y Leo Valadez, un cartel que, es evidente y a nadie se le escapa, no tiene el nivel del del pasado 11 de noviembre. Siendo Cartagena un gran rejoneador no tiene el tirón ni el renombre de Diego Ventura, como tampoco Arturo Macías "El Cejas", sensacional torero mexicano que ha salido a hombros ¡nueve veces en Insurgentes!, puede compararse al maestro Enrique Ponce, ni el joven y prometedor Leo Valadez a los ya reconocidos y consagrados Payo y Luis David. Es decir, que en todas partes pasa lo que tantas veces he repetido, que para que los aficionados y más aún el público general vaya a los toros hay que darles carteles atractivos, que la gente mira por cada céntimo aquí y centavo allá y elige las combinaciones con renombre. Y esa puede ser una causa, a lo mejor hasta la principal, que se junta el hambre con las ganas de comer, que la gente cuida mucho sus gastos y solo va a "lo mejor", pero no es la única. ¿Qué falta?, ¿difusión?, ¿mejores y mayores campañas publicitarias?, ¿o sacar el toreo a la calle si complejos, dejarnos de endogamia y de purismos y que vuelva a ser un acontecimiento realmente popular?. No lo sé, de todo un poco, con muchos intereses enfrentados por las diferentes partes que conforman este llamado mundo del toro, aunque es muy fácil decirlo, que luego ponerse manos a la obra es otra cosa y quien más quien menos se pone de perfil y va  a lo suyo. Pero lo cierto es que tanto en España como en América nos estamos empezando a acostumbrar a ver tendidos semivacíos y lo damos ya como algo normal salvo en las tardes de carteles de lujo. La anestesia que invade en tanto aspectos a esta sociedad acomodaticia parece que también está fagocitando a nuestra Fiesta.
Como decía, corrida mixta, que lo ha sido en todos los apartados, toreros y ganadero, ya que los cuatro primeros toros han lucido la divisa de José María Arturo Huerta y los dos últimos de Arturo Gilio. Dos hierros y dos encastes, Llaguno y Parladé por vía Domecq Díez, que nada tienen que ver uno con el otro. Hasta que he tenido la oportunidad de seguir por televisión las corridas de México era un perfecto ignorante en cuanto al toro de aquellas tierras. Es cierto que cuando uno ve imágenes de las corridas mexicanas le llama poderosamente la atención la morfología, las hechuras, la cornamenta y el trapío que por allí se exige y gusta, en contraste con lo que estamos acostumbrados en España. Personalmente no tenía ni idea de cual era el encaste Llaguno que en tantas retransmisiones he escuchado nombrar, pero buscando he entendido el por qué de esa morfología. Resulta que este encaste nace de la aventura de  los hermanos Llaguno, dos vascos afincados en el estado mexicano de Zacatecas y que allá por el año 1898 compraron sementales de Saltillo que cruzaron con vacas críollas creando así un tipo de toro que perdura hasta la actualidad y que,por lo que tengo entendido, es el predominante en el campo bravo mexicano. Así me explico las características de los astados que veo desde que Canal Toros nos trae hasta casa las corridas de la Temporada Grande, como el pelaje predominante cárdeno, su tamaño o la cara peculiar que tienen, por destacar algunas. Lo dicho, que se aprende mucho y es muy satisfactorio acercarse a otras formas de vivir y entender el toreo. Ayer vimos a ese toro de hechuras a la "mexicana", cornicorto, muy enmorrillado, corto de cuello, poca cara y aparentemente escurrido frente a los dos de Domecq, bajos, hondos, cuajados, mucho más serios para mi gusto, claramente más ofensivoscon más volumne pero armónicos y de muy buenas hechuras, sin excesos de kilos, bien rematados, toros a la "española". Contrastes por tanto en todos los aspectos, ganado y toreros.
La verdad es que lo de los carteles aunando rejoneadores y toreros de a pie no es una de las cosas que más me guste. Cada día soy más aficionado al rejoneo, siendo niño disfruté mucho viendo a los grandes rejoneadores de entonces, los Peralta, Vidrié, Domecq, Bohórquez, Buendía. Caballeros y toreros, máximas figuras a las que vi torear hace muchos años y con las que creció mi afición. Más tarde fui alejándome del arte del toreo a caballo y durante décadas fui a escasísimas corridas de rejones, hasta que nacieron mis hijas y gracias a ellas y su afición, en la que la figura de Diego Ventura ha sido fundamental  especialmente para mi hija María, apasionada seguidora del maestro, me he vuelto un asiduo de estos festejos, al menos en la plaza de Madrid. Es decir, que me gusta mucho ver rejoneo, que me lo paso en grande, que me maravilla y asombra lo que son capaces de hacer sobre los caballos, bellísimos animales que torean con su lomo, y que cada vez valoro más ese arte. Pero si voy a ver rejones quiero ver rejones, y si voy a ver toreo a pie quiero ver toreo a pie. Vale que un día junten a dos figuras máximas , dos números uno de leyenda como son Ventura y Ponce, pero eso es un día, y repetirlo no es que me guste mucho. Lo veo porque me encanta ver toros a la mínima oportunidad que tenga, pero sinceramente creo que ambos toreos deben tener su espacio perfectamente delimitado salvo excepciones como la de hace dos domingos. 
Abrió plaza un toro de Huerta con un nombre curioso, Mi Preferido, para mi gusto basto de hechuras, con una estampa que personalmente me ha parecido fea, pasado de kilos, gordote, con un morrillo exagerado, casi sin cuello y con una cabecita que no correspondía al volumen de la caja, eso sin hablar de los pitones, cornicorto es poco, cornimínimo diría yo si me permiten el palabro. Toro de comportamiento incierto, un tanto brusco de salida, con movilidad y fijeza sí, pero soltando la cara cuando Andy Cartagena lo paró montando a Cuco con temple y técnica para dejar un buen rejón de castigo. Lo mejor de la faena vino sobre Cupido, precioso caballo que toreó con su lomo a modo de muleta llevando los pitones del toro cosidos a la grupa.  Un toro tardo que se paró pronto y no colaboró, todo lo tuvo que hacer Cartagena, llamando su atención con recursos nacidos de su buena doma y monta, teniendo que llegar hasta la cara y arriesgar mucho, lo que hizo que los encuentros no resultaran limpios, en demasiadas ocasiones tocó el de Huerta la cabalgadura. Tiró de repertorio y piruetas el de Benidorm ante lo deslucido del toro, cabriolas delante de la cara, banderillas cortas en un carrusel montando a Pintas buscando la reacción del público en una faena en la que conjugó buena técnica con efectismo pero sin el ritmo y la transmisión deseada por las escasa condiciones del toro. La poca colaboración del toro complicó a Cartagena la labor de colocar el rejón de castigo y todo quedó en respetuoso silencio. Me gustó mucho más Andy ante el cuarto, Espartano, al que recibió con Mediterráneo para pararlo en los medios y dejar un meritorio rejón de castigo a un toro abanto y sin fijeza, que barbeó las tablas, que no ayudó nada y ante el que tuvo que sacar a relucir toda su torería y técnica en una faena de corte clásico y ortodoxo. Mucho me gustó Picasso en banderillas, sensacional, llevando al toro cosido a la grupa en una lección de temple para después llamar la atención del toro, parado y reservón, intentar provocar su embestida llegar hasta la cara, dejarse ver y dejar las banderillas con verdad y pureza. Tuvo un detalle con el sobresaliente de la corrida cediéndole un quite mientras cambiaba de cabalgadura  para salir con Pintas, calentar el ambiente haciendo la corveta sobre los cuartos traseros y colocar dos banderillas al violín y adornarse con el famoso teléfono, todo ello arriesgando y sin ninguna colaboración de un toro deslucido, con gran mérito, demostrando que más allá de lo accesorio es un gran rejoneador con una magnífica cuadra, una sensacional doma y mucha técnica y torería. Culminó la faena con un rejonazo de muerte extraordinario que hizo rodar al toro sin puntilla. Petición fuerte y oreja de mucho peso para Andy Cartagena.
Arturo Macías "El Cejas" sabe bien lo que es triunfar en La Monumental. Hasta nueve veces ha salido a hombros, la última el pasado mes de febrero en una corrida curiosamente con el mismo cartel de ayer domingo. Por eso y porque tras la grave cornada que sufrió Cejas en Aguascalientes en octubre de 2017 esa tarde de febrero fue su reaparición vestido de luces se le dedicó una atronadora ovación al finalizar el paseíllo. Una demostración de sensibilidad por parte de la afición capitalina que no olvida y valora mucho gestos como el de Macías. Bien Querido se llamaba el segundo toro, un gran toro, bravo, noble, enclasado, con humillación, pronto, repetidor, con celo y codicia, un toro de bandera. Lo recibe con verónicas templadas con el compás  abierto que destilan torería, ganando pasos, llevándoselo hacia los medios para rematar con una media repleta de arte. Buena pelea en el caballo, la cara bajo, empuja, se emplea, mete los riñones, bien agarrado por parte del varilarguero, delantero, castigando al toro en la justa medida, gran puyazo, aunque algunos protestaran el "excesivo" castigo. El quite a la verónica del propio matador refrenda las buenas sensaciones de la embestida del toro, algo que sigue demostrando en banderillas, buen tranco, galope alegre. Brinda al maestro Ureña en un gesto de sensibilidad, respeto y caballerosidad, porque así son los toreros. El inicio de faena es un canto a la belleza, torería pura, flexionada la rodilla, luego rodilla en tierra, muletazos de tanteo en redondo por bajo, largos, profundos, el toro humilla, va largo, repite. Las tandas en redondo se suceden con temple y ligazón, con la mano baja, perfecto de colocación, toreo puro, profundo, muy lento, a la mexicana, parando el tiempo, con la muleta adelantada, sin quitársela, alargando el viaje, portentoso, magistral Macías, rematando esas series con pases de pecho largos, vaciando la embestida. Toreo de muchos quilates, cargado de gusto y clase en el que no falta detalles de improvisación como una revolera al partirse el estaquillador tras un muletazo o remates por bajo repletos de sabor y cambios de mano portentosos. Por el pitón izquierdo sigue la sinfonía de toreo, naturales con hondura, templad´sismos, lentos, la mano muy baja, largos, ligazón perfecta, el toro sigue los engaños con fijeza, humilla, embiste con despaciosidad, el conjunto es una pura entonación, la plaza ruge, los olés retumban, extraordinario Arturo Macías, rematando las series con más de pecho superlativos y un cambio de mano celestial para hilvanar una última serie en redondo sencillamente divina, abandonado al toreo, gozando de cada muletazo, firme, seguro, relajado. Obra maestra del Cejas que culmina con unas manoletinas ajustadas metido en tablas que ponen en pie a la Mounumental pero que no pudo rematar porque exprimió tanto a este sensacional Bien Querido que no le ayudó nada a la hora de matar. El atasco con los aceros privó al hidrocálido de una oreja seguro y quien sabe si no de un triunfo gordo, pero la fortísima ovación que le dedican los aficionados reconoce la torería y la clase del de Aguascalientes . El quinto, Dos amigos, fue un precioso toro, puro Domecq, entripado, bajo, hondo, cuajado, muy serio pero bien proporcionado, amplio de cara, con trapío, un toro "español" para La México. Sale con brío, se mueve, repite aunque se queda corto en el capote y echa las manos por delante. Se emplea en el caballo, buen puyazo, empuja con codicia, sale del peto mostrando buenas condiciones y permite a Macías ejecutar un buen y lucido quite por delantales. En banderillas va con buen tranco, extraordinario tercio a cargo de Alejandro Prado con dos pares sensacionales, de poder a poder. Brinda al público a la vista de lo bueno que apunta el de Gilio e inicia la faena de nuevo con torería, andándole en la cara, ganado terreno, sacándolo a la segunda raya. Pero esto del toreo es imprevisible y de repente, sin saber por qué, el toro cambia, se para, se vuelve tardo y desconcertante en su comportamiento, sin recorrido, sin humillar, soltando la cara, derrotes y arreones a diestro y siniestro, a la defensiva, deslucido y, por si faltaba algo, con peligro. Surge un Macías firme y valiente, exponiéndose, comprometido y entregado, metido entre los pitones, a milímetros de los muslos, con verdad, tratando de robarle los muletazos uno a uno, lección de pundonor que a pesar de no andar tampoco fino con la espada es despedida con una cariñosa y a mi parecer merecida ovación a su disposición y sinceridad.
Leo Valadez lleva tan solo un año de alternativa pero es una de las figuras en las que la afición mexicana tiene puestas muchas esperanzas. No tuvo suerte con su primer toro, Orgulloso, distraído de salida, frenándose en los capotes, las manitas por delante, sin recorrido. En el caballo, sin embargo, no tuvo mala pelea, tomó dos puyazos metiendo la cara abajo, empleándose. Buen quite del propio Valadez por chicuelinas ajustadas y bajas aunque algo trompicado en la media de remate cuando el toro casi le prende. No mejora en banderillas, espera y corta, suelta la cara en el encuentro, complicado y peligroso para la cuadrilla que resuelve la papeleta con oficio y riesgo. En la muleta el comportamiento del de Huerta es el esperado, tardo, a la defensiva, sin humillar, reponer, muy deslucido y además con peligro, puesto que se para, mira y mide, sabe perfectamente lo que se deja atrás en cada muletazo. Muy bien el hidrocálido, tirando de buena técnica, perdiéndole un pasito para quedarse colocado, a media altura, muy firme y con mucha verdad, pero el trasteo carece de transmisión y emoción por lo que decide abreviar con buen criterio. La estocada con la que pasaporta sin puntilla a este tercero es sencillamente un compendio de cómo se mata al volapié, majestuosa. El que cierra plaza es otro toro muy en tipo Domecq, precioso de hechuras, que mete la cara con clase en las verónicas de saludo, templadas, cadenciosas, hilvanadas con chicuelinas ajustadas y una revolera con mucho arte, pero nada comparado con el extraordinario quite por zapopinas que remata con una larga cordobesa y una revolera llena de aromas a gran toreo. El tercio de banderillas corre a cargo del de Aguascalientes, vibrante, en un derroche de facultades físicas con un primer par quebrando en falso en la mismísima boca de riego para dejar los palos en la cara del toro, un sensacional segundo para de poder a poder, con pureza, hacia los adentros, y un tercer par enorme de dentro a fuera asomándose al balcón que pone una vez más a la plaza en pie. Toro bravo y con entrega en banderillas, con galope ágil, que va pronto al cite y mete la cara con mucha clase. Brinda al maestro Urdiales "por su pureza", bonito gesto y bonitas palabras. Por cierto, que el riojano toreará el próximo domingo alternando con El Payo y Sergio Flores ante reses de Xajay. Inicio de faena con mucho gusto, por alto, clavando las zapatillas, aprovechando el buen tranco y la movilidad del de Gilio para pasárselo por ambos pitones. Magnífico el toreo en redondo en las primeras tandas, adelantando la muleta, templado, enganchando la embestida y tirando del toro para alargar el viaje y rematar siempre por debajo de la pala, portentoso, poderoso, sometiendo a este muy buen toro, rematando las tandas con magníficos de pecho y un cambio de mano sensacional que enloquece a los aficionados. Prueba al toro por el izquierdo, menos claro por ese pitón, aunque algunos naturales surgen con hondura y rematados por bajo, pero sin el ritmo y la emoción de los derechazos. Vuelve al derecho por donde de nuevo afloran muletazos ligados con temple y profundidad, aunque el toro va a menos y su recorrido no es el de los compases iniciales. Con el toro ya parado tira de recursos como los circulares que receta entre las rayas del tercio y acorta las distancias para acabar entre los pitones jugándosela de verdad, retrasando la muleta, llevándola a la cadera, dejándose ver, para robar muletazos en un palmo de terreno y poner fin al trasteo con unas bernardinas  ajustadísimas aunque algo embarulladas que ponen el "uy" en los corazones de los aficionados. Mata de otro estoconazo monumental que hace rodar al toro sin puntilla y que vale una merecida oreja pedida por clara mayoría de los aficionados que para mi gusto premia con justicia la buena y comprometida actuación de Valadez en toda la tarde.
Otra madrugada más que ha merecido la pena, en la que la enorme clase y torería de Arturo Macías junto a su valor, la entrega de Leo Valadez, su técnica y su buen gusto además de dos estocadas de antología, y la maestría a caballo de Andy Cartagena que ha demostrado lo bien que torea, con verdad y pureza, más allá del efectismo que a veces se le achaca, han llenado La México ante el pobre y deplorable aspecto de unos tendidos cuasi vacíos, el único lunar negro en otra madrugada taurina en España. Torería y orejas en petit comité, casi en soledad. Esperemos que el próximo domingo mejore.

Antonio Vallejo 


viernes, 23 de noviembre de 2018

El emotivo adiós de Garibay a La México


Otra madrugada dominical de toros, más horas robadas al sueño para disfrutar del toreo al estilo mexicano, esta vez con un argumento y un sentido claro, la despedida de uno de los ídolos de La México, uno de sus iconos, un consentido que dicen por allí, Ignacio Garibay, torero capitalino que dice adiós tras 19 años de alternativa. Un adiós que, no podía ser de otra manera, resultó triunfal, dos orejas y salida a hombros tras dos faenas en las que dejó patente su elegancia, su temple y su mando, cualidades que le han convertido en profeta en su tierra. Pero aunque ese era el motivo principal para ver la corrida no era el único. Por ejemplo, acartelados con el capitalino estaban Sebastián Castella, figura del toreo aquí y allí, maestro consagrado con triunfos en todas las plazas de España y América,  valor y arte le definen, y Diego Silveti, apellido de enorme carisma en México, una saga torera de varias generaciones de figuras, desde su bisabuelo Juan Silveti, Juan sin Miedo he sabido que le llamaban por su valor, su padre, el gran David Silveti, su tío Alejandro Silveti, que en la actualidad es su apoderado. Viendo el cartel me parecía suficiente como para ponerme a las once y media de la noche frente al televisor y disfrutar del toreo en directo, de ese toreo que tiene cosas que tanto nos chocan y del que tanto también aprendo. Lo primero, me llamó mucho la atención ver el poder, el triste aspecto de los tendidos de La México, con poco más de un cuarto de entrada según apuntaron los comentaristas de la televisión azteca. Después del casi lleno del pasado domingo resulta desolador ver tanto asiento vacío. Por lo que comentaron esta semana ha sido puente en México; se ve que nos parecemos en eso, tres o cuatro días de fiesta y nos escapamos donde sea. Ojalá sea esa la explicación y el próximo domingo el aspecto cambie radicalmente porque si no es altamente preocupante. La Temporada Grande en México creo que no digo una barbaridad si la comparo con los sanisidros en España, la primera plaza de cada país y la feria más importante en cada caso. Si en pleno San Isidro solo se llenara un cuarto de plaza me preocuparía muy mucho por el futuro de la Fiesta, ¿se lo imaginan?.
He hablado de los tres matadores, pero hoy también tengo que hablar de los toros de este domingo, ejemplares dela ganadería mexicana La Estancia, encaste Llaguno, con hechuras y presentación muy de México, rondando los 500 kg de peso, morrillo desarrollado y unas encornaduras que si salen en Madrid se quema la plaza, pero que es el trapío que por allí se considera y se pide. Para lo que estamos acostumbrados en España podría decir que los seis eran cornicortos, con los pitones vueltos, alguno casi cornipaso,  con poco cuello, pero para lo que se lidia en aquella tierra tenían la presentación y las hechuras adecuadas para una plaza de la categoría de La Monumental, al menos eso decían los comentaristas. 
Dejando a un lado las hechuras hubo un detalle que quiero contarles porque me hizo mucha gracia, la verdad: el nombre de los toros. Se los voy a ir diciendo por orden de lidia: Costuras del Alma, Leyenda del Tiempo, Vente a Razones, Matita de Romero, Calle Real, Duquende y Tiempo Sabio. ¡Casi nada los nombrecitos!. Les aseguro que no son los más curiosos que he visto, hay cada uno que tiene tela. 
Y otra cosa; ni han contado mal, ni me he equivocado, ni tampoco se devolvió alguno de los titulares. Sí, son siete, no seis, siete, porque siguiendo la costumbre de México se lidió el que allí llaman de regalo, de la ganadería Julián Hamdam, pedido por Sebastián Castella. Siete toros que si bien en general tuvieron nobleza resultaron un tanto decepcionantes. El primero y el séptimo fueron sin duda los mejores, bravos y con fondo, pero el resto dejó bastante que desear. Por ejemplo segundo, tercero y quinto no dieron opciones para el lucimiento, parados y sin recorrido, el sexto tuvo clase, sí,  pero  le faltó duración, teniendo como denominador común la falta de fuerzas, algo que llevó aparejada la falta de empuje y por tanto de emoción. Quizás donde más me pareció que destacó la corrida fue en el tercio de varas, ahí sí que creo que sacó mejor nota, puesto que casi todos se arrancaron con buen galope al caballo, metieron la cara abajo y empujaron con celo, cuatro de ellos quiero recordar que derribaron las cabalgaduras. Ahora bien, pongámonos en situación y entendamos esos tercios de varas como lo que fueron, al más puro estilo de La México, un único puyazo, la mayoría de las veces señalado y poco más, porque allí, como el picador se exceda lo mínimo, y estoy hablando de segundos, en serio, se le monta la mundial. ¡Ay Dios mío si vemos esto en una plaza de primera española!, menudo escándalo. El mismo escándalo que para la afición mexicana pueda ser ver tercios de varas en plazas como  se exigen en plazas como la de Madrid, o más escándalo aún el volumen a veces descomunal y las encornaduras a veces tan exageradas que se presentan en nuestras plazas. En fin, diferentes maneras de ver y entender esa Fiesta, cada una con sus pros y sus contras, siendo lo más enriquecedor, siempre lo he dicho, poder disfrutar de ambos conceptos del toreo en todo su esplendor.
Y precisamente este pasado domingo lo que se vivió en La México fue eso, una fiesta. Una fiesta que tenía un protagonista, una fiesta en honor a un hombre que iba a hacer el paseíllo por última vez en esa plaza Monumental, un ídolo de la afición capitalina, Ignacio Garibay. Una fiesta desde el  mismo momento de asomar por la puerta del patio de cuadrillas, instantes después con la atronadora ovación que recibió al romperse el paseíllo a la que respondió visiblemente emocionado desde el centro del anillo,  insistiendo a sus dos compañeros de terna en compartir con él ese momento, detalle bonito y elegante, pasando por una vuelta al ruedo apoteósica tras cortar la oreja del cuarto, una vuelta al ruedo también al más puro estilo de aquella tierra, pausada, lenta, eterna, saludando a unos y otros, abrazos, regalos, más abrazos, más saludos, más regalos, familia, amigos, toreros, personal de la plaza, cada vez más gente, más amigos, más familia, y la vuelta que no acababa nunca, acompañada por la banda de música al son de Las Golondrinas, melancólica composición que en México usan para las despedidas, que una y otra vez sonaba, aquello no terminaba, duró casi como una faena, en serio, para poner broche de oro a la tarde (ya alta madrugada en España) saliendo a hombros entre el clamor de los aficionados. No se puede negar que pasión y emoción le ponen, da gusto verles como lo gozan, ¡pero un poco más de brevedad tampoco habría venido mal!. 
Desde que Garibay tomó el capote para recibir a su primer toro se percibía en el ambiente que aquello iba a acabar bien. Saludo elegante, meciendo las muñecas con suavidad en verónicas acompasadas, embarcando al estado en los vuelos, ganando pasos para llevarse al toro a los medios. Un gran toro, por cierto, el mejor del encierro, que se movía con galope ágil, humillando con clase, con fijeza, repetidor, que metió la cara abajo en el peto y empujó con celo en varas. Un quite despacioso, variado y muy vistoso en el hilvanó una chicuelina, tafallera, otras dos chiquilinas más y una larga a una mano desmayando la figura, con mucha clase y gusto, puso en pie a los tendidos, deseosos de ver triunfar a Garibay. El inicio de la faena no puede ser más torero, doblándose, por bajo, suave, elegante, el toro va largo y humilla, abrocha la serie con un cambio de mano lentísimo y profundo que arranca un olé rotundo. Faena basada en el temple, firme, seguro, manejando la muleta con suavidad para conducir la brava y noble embestida siempre por bajo, muletazos de gran empaque sobre todo en una tanda mediado el trasteo de enorme nivel, con la mano muy baja, arrastrando la muleta, poderoso, sometiendo al toro, enroscándoselo a la cintura, la figura relajada, el viaje largo, infinita belleza, todo templadísimo, todo despacio,  todo muy lento, todo muy de México, degustando cada pase, aclamado por olés incesantes nacidos del alma. Lástima de algunos enganchones a las telas que rompieron ese ritmo mágico que imponía el mando de Garibay y que restaron un puntito de continuidad y emoción en algunas fases, por lo que la faena no llegó a romper  de la manera rotunda como creo que hubiera podido ser ante las sensacionales condiciones del toro. Una estocada arriba casi entera y algo tendida aunque eficaz fue argumento suficiente para que se pidiera una oreja concedida por el juez de plaza con absoluta justicia. Al cuarto también lo saludó a la verónica, con temple, acompañando el viaje con la cadera, preciosa estampa, abandonado, con torería, como la que derramó al llevar al toro al caballo por delantales andándole hacia atrás, siempre despacioso, o como la que enloqueció a La México en el quite por tafalleras rematado por cuatro revoleras para soñar y no dejar de hacerlo jamás, sin prácticamente rectificar la posición, en una baldosa, sin enmendarse, olés que hacen temblar a la plaza y una ovación desbocada que se escuchó en todos los rincones de la inmensa ciudad. Una plaza puesta en pie, rendida a su ídolo cuando éste les brinda su último toro. Faena templada de un Ignacio Garibay sumamente tranquilo y relajado, disfrutando del toreo, saboreando cada muletazo, degustando el toreo mientras a sus oídos llegaban los acordes de Las Golondrinas, elegante de nuevo, con gusto y clase, bajando la mano, pases lentos, mucho, parando el reloj, buscando la ligazón, sacando a relucir su mando cuando el toro respondió y abriendo la caja de la técnica cuando el toro se vino abajo y le faltó recorrido, pero tenía nobleza y clase y Garibay supo exprimir al máximo sus cualidades. Faena quizás más de emotividad que de emoción, faena de entrega en la que en ningún momento se cansó de torear, como si no quisiera irse nunca de allí, primero en largo, luego acortando las distancias, toreo vertical, estático, plantándole la muleta en la cara, pasándoselo por ambos pitones, abandonado, disfrutando el momento, sorbo a sorbo, como un buen vino, entre gritos de "torero, torero" que casi ahogan los acordes de Las Golondrinas, muy por encima de un toro al que le faltó empuje, chispa y emoción. Un pinchazo y una entera desprendida pasaportan a su último toro en la Monumental azteca. Petición de oreja que vista por televisión no parecía mayoritaria pero ante la que el juez de plaza sacó el pañuelo sin dudar lo más mínimo. Según mi buen amigo Raúl Rodríguez que este domingo tuvo la fortuna de asistir a la corrida en la plaza la petición fue escasa y, en palabras suyas, fue la primera vez en su vida que había visto a un presidente, juez de plaza allí, conceder una oreja no pedida. Y no dudo de sus palabras, así fue, seguro. Pero también digo que no me importa, que si esa decisión se basó en valorar el arte, la elegancia, el gusto, la clase, la emoción y los sentimientos por encima de la colocación de la espada y sirvió para asistir a la antológica a la vez que interminable vuelta al ruedo con la posterior salida a hombros de Ignacio Garibay, bienvenida sea, que si pecamos que sea por exceso de benevolencia y no de intransigencia, como tantas veces ocurre. 
Sebastián Castella poco o nada pudo hacer ante el soso, deslucido y justo de fuerzas segundo, nulo en el capote, sin recorrido, que tan solo fue un espejismo en el caballo donde se arrancó con brío y empujó abajo, pero nada más, un visto y no visto, porque en banderillas volvió a las andadas, esperando y soltando la cara. En la muleta no permitió nada, sin recorrido, reponía, soltaba la cara, muy bien Castella a mi modo de ver, firme, lo machete por bajo, lidia a la antigua que era lo que precisaba este toro, sensacional el galo, era lo único que se le podía hacer. Cada toro tiene su lidia, aunque a veces cueste hacérselo entender a muchos. Abrevia con magnífico criterio ante la evidente imposibilidad, sufriendo un calvario con los aceros. Tampoco mejor mucho las cosas el quinto, distraido de salida, frenándose en el capote, con las manos por delante, deslucido, descompuesto en su embestida. Es cierto que derribó al caballo en el solitario puyazo, pero creo que fue más por inercia que por empuje y entrega, mostrándose tardo en banderillas, con poca fijeza, cortando el viaje, poniendo en apuros a la cuadrilla de Castella que resuelven el trance con oficio y algo más. Inicia el de Beziers la faena muy a su estilo, estatuarios por alto, vertical, clavando las zapatillas, para proseguir con un toreo en redondo templado, perfectamente colocado, bajando la mano para ligar los pases con despaciosidad, muy a la mexicana, sobre todo en un par de tandas al inicio de la faena que fueron lo mejor, por no decir lo único, puesto que al toro se le acabó la gasolina  y fue claramente a menos, parado, cada vez con menos recorrido. En ese momento sale el Castella de raza y pundonor, da un paso adelante, aprieta y ataca al toro, acorta las distancias, se llega hasta la punta de unos pitones que rozan la taleguilla y el chaleco, muy firme, en un palmo de terreno, con la muleta retrasada para provocar la embestida del toro y así tratar de instrumentar algún muletazo, intentando llevarlo toreado en todo momento, pero la sosería del toro ahuyenta cualquier atisbo de emoción. Muy por encima el francés, al que tan solo le puedo poner el pero de haber alargado quizás en demasía el trasteo, pero voluntad y entrega no se le puede ni debe reprochar. De nuevo se atasca con la espada. Estaba claro que una figura de la talla de Sebastián Castella no quería irse de vacío este domingo, más aún tras ver a Garibay cortar dos orejas, y por eso entiendo que pidió el de regalo, a ver si  el sobrero de Julián Hamdam  tenía mejores condiciones. Los lances de recibo a la verónica bajando la mano, jugando bien las muñecas, templando las primeras acometidas del toro, ganando terreno en cada capotazo para rematar este saludo con una media muy torera permiteron dejar espacio para la esperanza. Un espacio que se agrandó al ver un precioso quite por chicuelinas muy ajustadas a manos bajas rematadas con una larga cordobesa repleta de sabor que arrancó un olé estremecedor. El inicio de faena rebosa torería, primero flexionando la rodilla, luego rodilla en tierra, conduciendo la embestida por bajo,  muy sometido, alargando el viaje para rematar con dos soberbios de pecho que levantan a los aficionados de sus asientos. Extraordinarias tandas en redondo, temple y ligazón, la mano baja, adelantando la muleta, alargando el pase, rematando atrás, la esencia del buen toreo, todavía mejor al natural, templado, lento, con hondura, olés rotundos, grandísimo Castella, perfectamente colocado, toreando encajado, metiendo los riñones, toreo reunido de enorme emoción y transmisión. Ni un toque a las telas, enorme la técnica, mayor aún el sentimiento, los olés retumban a cada redondo, a cada natural, cada cual más profundo, cada cual más hondo, todo sobre sus muñecas, manejando los avíos con elegancia y torería. Faena muy al estilo y gusto de La México, perfectamente acoplado a esa embestida al ralentí que por momentos parece que se va a parar, pero sigue y completa el muletazo, bellísimo, muy difícil de torear así, sumamente exigente para el matador, la plaza toda en pie, olés a cada pase, absorbiendo los mejores aromas del toreo eterno. Remata la obra como la comenzó, flexional la rodilla, doblones por bajo y un adorno garboso rematado por abajo que hace volar la imaginación al otro lado del charco, a su Sevilla de adopción, sabor y olor maestrante. Mata de una casi entera ligeramente desprendida y corta una oreja de ley con todo merecimiento.
Diego Silveti saludó al tercero con un ramillete de verónicas templadas y cadenciosas para rematar con una maravillosa media a pies juntos cargada de torería y deleitó a los aficionados con un quite por gaoneras realmente vibrante a un toro que desde salida apuntó una alarmante escasez de fuerzas. Eso y poco más es lo que le permitió al hidrocálido, quien lo cuidó y mimó en la muleta ante la evidente invalidez del animal. Aplicó toneladas de temple, dosis máximas de temple, suavidad extrema, siempre a media altura, tandas muy cortas, pausas muy largas para que el toro recuperara al menos algo de aliento para no derrumbarse. Faena de gran técnica pero de escasísima emoción, en cuanto le obligaba lo mínimo al bajarle la mano una pizca el toro se derrumbaba, muy deslucido, sin ritmo ni continuidad, imposible a todas luces. Quizás las ganas y la disposición le llevaron a alargar demasiado un trasteo que no llevaba a nada y que a más de uno le impacientó en los tendidos, pero es entendible que viéndose en la Temporada Grande y ante dos figuras como Garibay y Castella hiciera lo imposible por agradar y demostrar lo buen torero que es.  Esa oportunidad le vino en el sexto, un toro que de salida no apuntaba nada bueno, deslucido en el capote, frenándose, echando las manos por delante, de corto recorrido, soltando la cara, que sin embargo se empleó en el caballo con bravura y codicia. Emotivo y caballero en el brindis a quien como supe gracias a la retransmisión de la televisión mexicana, además de maestro es su amigo, Ignacio Garibay. Inicia la faena con torería y temple, bajando la mano, con gusto, muletazos de tanteo que preceden a series por ambos pitones de toreo encajado, muy lento, muy a favor de estilo, a la mexicana, acompañando el viaje con suavidad, la muleta adelantada, alargando la embestida, tirando del toro, siempre por bajo, perfectamente acoplado, sabiendo administrar las pausas, dándole aire, haciéndolo todo a favor del toro, cuidándole para sacar todo lo que llevaba dentro. Lástima que al toro le faltara duración y que fuera a menos tras las primeras tres o cuatro series, porque clase y nobleza tenía, pero esa falta de gas y recorrido restó emoción a la faena. Ni siquiera los últimos compases de la faena con Silveti metido entre los pitones en un alarde de valor consiguieron conectar con los tendidos, incluso escuchó silbidos de reprobación por parte de algunos aficionados, aunque con las bernardinas ajustadísimas con las que culminó su actuación las tornas cambiaron y le reconocieron la entrega, el compromiso, la disposición y la verdad con la que fue a esa corrida. Mató mal y, si había alguna opción de oreja, se difuminó cualquier esperanza, pero sí que recogió una merecida ovación por su actitud durante toda la tarde.

Antonio Vallejo


lunes, 12 de noviembre de 2018

La México se rinde a Diego Ventura; antología e indulto en Insurgentes


Hace unos días escribía sobre la Temporada Grande en La México, hablaba sobre la manera de vivir y sentir el toreo por aquellas tierras del otro lado del Atlántico, sobre la pasión que ponen en cada momento de la lidia, sobre lo enriquecedor que es para cualquier taurino tener la oportunidad de asomarse a esa tauromaquia que nos sorprende en tantas cosas, algunas chocantes y difíciles de asumir desde nuestra óptica como puede ser la morfología y las hechuras que gustan en México, o el tercio de varas, nada que ver ambas cosas con lo que se estila en España, junto a otras que admiro, como el respeto, el sentimiento y las ganas de disfrutar con cada detalle, y esperaba con anhelo que llegara esta primera madrugada dominical española para robar horas al sueño y disfrutar del toreo en directo, aunque acostarme a las cuatro de la madrugada haga que los lunes me supongan un auténtico suplicio de aquí a febrero. Quizás alguno pensará, ¿realmente merece la pena?. Rotundamente sí, al menos para un apasionado del toreo como me considero y más aún si trasnochar viendo toros me permite asistir a una jornada histórica no ya solo para la Monumental azteca, sino para todo el planeta taurino, a algo que ya ha marcado un auténtico hito en la tauromaquia, una fecha grabada en la memoria de los aficionados, la coronación De Diego ventura como, yo creo que ya nadie lo duda, el más grande toreros a caballo de todos los tiempos. Este domingo 11 de noviembre el torero hispano-luso - realmente creo que ya todos le consideramos español puesto que creció y se hizo rejoneador en Sevilla - ha entrado con letras de oro en la historia del toreo al indultar en La México a Fantasma, un toro de Enrique Fraga, ganadería mexicana de procedencia Domecq, que se ganó el honor de volver al campo con vida por su bravura, su nobleza, su galope alegre e incansable, con fijeza,  humillación y  duración, un precioso jabonero con unas magníficas hechuras al que Diego Ventura le realizó la que probablemente sea la mejor faena de su extensa y triunfal carrera, la obra cumbre de su vida, y que no hace sino poner la guinda a una temporada antológica de este figurón del toreo tras sus apoteosis en Madrid, primero en los sanisidros cortando cinco orejas y un rabo histórico y más tarde en Otoño con tres orejas en su encerrona en solitario ante seis toros que incluían dos de Miura, todo un reto.
Sí, mereció la pena estar despierto a esa horas de la madrugada para sentir lo que he sentido viendo torear al maestro Ventura, para que escalofríos de emoción recorrieran todo el cuerpo y erizaran el vello hasta llegar a derramar más de una lágrima de emoción por lo que estaba viendo y de gracias a Dios por darnos algo tan grande y bello como es el toreo. Lo mismo debieron pensar los casi cuarenta mil aficionados que ayer llenado el numerado de La Monumental y que dieron al general un magnifico aspecto, imponente y a la vez sobrecogedor, no debe ser fácil mantener el tipo con ese embudo repleto de público, una afición deseosa de ver una corrida que juntaba a Diego Ventura, Enrique Ponce y dos de las máximas figuras del toreo mexicano, Octavio García "El Payo"  y Luis David Adame, casi nada. Sin duda merecía la pena estar allí.
Una vez más se me hace muy difícil contar y describir sentimientos tan intensos como los de esta madrugada porque solo viéndolo es posible entender la locura, el delirio que envolvió a La México desde que ese Fantasma asomó por la puerta de toriles y empezó a perseguir las cabalgaduras del maestro Ventura con prontitud, galopando con alegría, con un celo y una fijeza inigualable, toro noble y bravo que no cedió ni un solo instante, de principio a fin, incansable, una y otra vez acudía a los cites de Diego Ventura. Desde que a lomos de Bombón lo esperó en la misma puerta de toriles para fijarlo y torear con la garrocha en una estampa bellísima cargada de aromas camperos y sabor a nuestro sur los olés acompañaron al maestro. Un rejón de castigo monumental, quebrando en la mismísima cara del toro ya puso en pie a unos tendidos que con sus olés hicieron temblar a la capital azteca. Sobre la arena un toro, Fantasma, y un caballo, Sueño, hicieron realidad la magia, surgió un embrujo, un hechizo que invadió a los interminables tendidos. Sueño se convirtió en una muleta a la que Fantasma persiguió con fijeza y codicia en un galope a dos pistas al hilo de las tablas con los pitones cosidos a la grupa del caballo abrochado con unos quiebros cambiando hacia dentro inverosímiles que pusieron patas arriba una afición que se dejaba las manos a aplaudir y gritar olés y más olés. Lo que hicieron Ventura y Sueño es toreo, auténtico toreo, templado, con una elegancia sublime y una emoción difícil de igualar, y así lo estaban sintiendo los cuarenta mil que estaban en la plaza y los miles que pudiéramos estar vibrando en casa a través de la televisión. Pero eso no era nada más que el prólogo de lo que estaba por llegar. Sueño se enfrentó al toro, comenzó a andar hacia atrás con torería y cuando Fantasma se arrancó hizo un recorte inverosímil en una baldosa para dejar a su caballero que colocara una banderilla antológica. Más y más locura, lo pelos como auténticos alfileres, indescriptible, emoción y belleza sin igual, arte supremo. Y salió Gitano, comenzó a bailar ante la cara de Fantasma, con sus piruetas llamó la atención del bravo toro que se arrancó sin dudarlo y en un doble quiebro permitió a Ventura colocar dos banderillas cambiadas al violín, algo apoteósico, increíble, había que verlo y frotarse los ojos para darse cuenta que era verdad. Otra vez plaza en pie, los olés haciendo temblar los cimientos de La México en cada suerte, en cada lance, en cada quiebro, en cada pirueta, en cada adorno, Insurgentes convertido en una caldera en ebullición. Quedaba Dólar, ¡Ay Dólar!, que preciosidad, sin la cabezada, guiado tan solo por las rodillas del maestro, las orejas tiesas, ¡qué maravilla!, encara a Fantasma, llega hasta la punta de los pitones, quiebra o recorta, ¡qué sé yo!, y Ventura pone un par de banderillas a dos manos de lo mejor que he visto en mi corta e ignorante vida como aficionado al rejoneo, gloria bendita, el maestro se lleva las manos a la cara, parece que ni él mismo se cree lo que hizo Dólar. La caldera subía  su punto de ebullición, cada vez más olés, las palmas rotas, todos en pie, al grito de "torero, torero", y Toronjo remató la faena con tres rosetas circulares con Fantasma cosido a su grupa, no paraba de embestir, infatigable, con la misma fijeza y codicia, no había perdido ni un gramo de bravura ni de fuerza. Y la caldera estalló cuando Ventura tomó el rejón de muerte, fue un clamor, un mar de pañuelos blancos poblaron los monstruosos tendidos de La México pidiendo el indulto para tan extraordinario toro. Les juro que en el momento que vi al juez de plaza con el pañuelo naranja en su mano no pude contener más la emoción y rompí a llorar yo solo, en mi sofá, frente a una televisión que me estaba haciendo soñar a miles de kilómetros. ¡Qué grande es el toreo! y que honor es a disfrutarlo, preciarlo, saborearlo, quererlo y respetarlo.
Pero lo que no podía imaginar es que aún no había acabado el torrente de sentimientos y emociones, ¡qué va!, aun me quedaba por ver al maestro Ventura echar pie a tierra, montar una muleta y ¡torear con una clase y un gusto supremo!. ¡Menudos trincherazos que le pegó a Fantasma!, ¡vaya molinetes!, ¡que redondos y naturales, ¿y los de pecho?, ¡sensacionales!. Y Fantasma que seguía embistiendo, pronto, humillando, repitiendo con fijeza, un toro bravo, bravo al que el maestro  llevó toreado hasta la puerta de toriles...y de allí al campo, mientras Diego Ventura daba una antológica, apoteósica, histórica vuelta al ruedo acompañado de Sueño y Dólar. Sin duda el más bello final para cualquier aficionado.
De verdad, les puedo asegurar que mereció la pena trasnochar.

Antonio Vallejo

P.D: Que me disculpe el maestro Ponce, que tan solo pudo lucirse en su primer toro con unas verónicas templadas y cadenciosas de saludo, rematadas con una media desmayada de mucho gusto, un quite por chicuelinas a manos bajas que levantaron los olés, un inicio de faena cargado de torería andándole al toro con una elegancia sublime, un par de trincherazos fuera de serie y un cambio de mano lentísimo que puso a los aficionados en pie. A partir d ahí compuso una faena larga, con altibajos, carente de ritmo porque el toro de Barralva carecía de emoción y transmisión, soso y deslucido, sin movilidad, al igual que toda la corrida, pobre de juego y comportamiento. Alternaron muletazos templados y con cierta profundidad con otros desligados, siempre a media altura porque de lo contratos, si le bajaba la mano, se derrumbaba. Hizo lo imposible el valenciano por lucirse, y sacó mucho más de lo que el toro tenía, lo intentó de todas las maneras posibles, pero en un conjunto deshilvanado en le que por ejemplo, surgiera como por arte de magia dos o tres naturales al final del trasteo lentísimos y con hondura, puro espejismo, y una porcina jalada por gran parte de los aficionados. Una estocada eficaz pero algo defectuosa de colocación valiera para cortar una oreja con polémica porque no parecía haber petición suficiente, al menos eso me pareció por televisión.
Que me disculpen también El Payo y Luis David, que tuvieron que vérselas con dos lotes sin opciones, parados, rajados, además de complicados y con peligro, que soltaban la cara, tanto que el séptimo (sí, la corrida fue de ocho toros, imaginénse las horitas a la que acabó) cogió al Payo por el muslo y tuvo que ser intervenido en la enfermería de la plaza. Ambos matadores mexicanos anduvieron por encima de sus lotes, ambos dieron la cara, se pusieron y expusieron, con verdad, llegando a sacar muletazos sueltos de enorme mérito, pero las escasas condiciones de sus toros no les permietiron más que el reconocimiento a su entrega y disposición.
Y que también me disculpe Diego Ventura por no resaltar el magnífico toreo en el  primero de la tarde mexicana, madrugada española, a lomos de Oro, Colombo Toronjo, ante un toro con escasa movilidad y que colaboró poco. Todo lo hizo Ventura, templar, llevar al toro, llegar hasta la cara para colocar los rejones y las banderillas en una faena plena de técnica y maestría, demostrando que es un figurón del toreo a caballo. De no haber fallado con el rejón de muerte casi seguro que hubiera cortado otra oreja.
Que me disculpen y perdonen todos, pero lo de este domingo 11 de noviembre tiene  nombre de toro, Fantasma, de caballos, Bombón, Sueño, Gitano y Dólar, y de un maestro para la historia, Diego Ventura.