Hace unos días escribía sobre la Temporada Grande en La México, hablaba sobre la manera de vivir y sentir el toreo por aquellas tierras del otro lado del Atlántico, sobre la pasión que ponen en cada momento de la lidia, sobre lo enriquecedor que es para cualquier taurino tener la oportunidad de asomarse a esa tauromaquia que nos sorprende en tantas cosas, algunas chocantes y difíciles de asumir desde nuestra óptica como puede ser la morfología y las hechuras que gustan en México, o el tercio de varas, nada que ver ambas cosas con lo que se estila en España, junto a otras que admiro, como el respeto, el sentimiento y las ganas de disfrutar con cada detalle, y esperaba con anhelo que llegara esta primera madrugada dominical española para robar horas al sueño y disfrutar del toreo en directo, aunque acostarme a las cuatro de la madrugada haga que los lunes me supongan un auténtico suplicio de aquí a febrero. Quizás alguno pensará, ¿realmente merece la pena?. Rotundamente sí, al menos para un apasionado del toreo como me considero y más aún si trasnochar viendo toros me permite asistir a una jornada histórica no ya solo para la Monumental azteca, sino para todo el planeta taurino, a algo que ya ha marcado un auténtico hito en la tauromaquia, una fecha grabada en la memoria de los aficionados, la coronación De Diego ventura como, yo creo que ya nadie lo duda, el más grande toreros a caballo de todos los tiempos. Este domingo 11 de noviembre el torero hispano-luso - realmente creo que ya todos le consideramos español puesto que creció y se hizo rejoneador en Sevilla - ha entrado con letras de oro en la historia del toreo al indultar en La México a Fantasma, un toro de Enrique Fraga, ganadería mexicana de procedencia Domecq, que se ganó el honor de volver al campo con vida por su bravura, su nobleza, su galope alegre e incansable, con fijeza, humillación y duración, un precioso jabonero con unas magníficas hechuras al que Diego Ventura le realizó la que probablemente sea la mejor faena de su extensa y triunfal carrera, la obra cumbre de su vida, y que no hace sino poner la guinda a una temporada antológica de este figurón del toreo tras sus apoteosis en Madrid, primero en los sanisidros cortando cinco orejas y un rabo histórico y más tarde en Otoño con tres orejas en su encerrona en solitario ante seis toros que incluían dos de Miura, todo un reto.
Sí, mereció la pena estar despierto a esa horas de la madrugada para sentir lo que he sentido viendo torear al maestro Ventura, para que escalofríos de emoción recorrieran todo el cuerpo y erizaran el vello hasta llegar a derramar más de una lágrima de emoción por lo que estaba viendo y de gracias a Dios por darnos algo tan grande y bello como es el toreo. Lo mismo debieron pensar los casi cuarenta mil aficionados que ayer llenado el numerado de La Monumental y que dieron al general un magnifico aspecto, imponente y a la vez sobrecogedor, no debe ser fácil mantener el tipo con ese embudo repleto de público, una afición deseosa de ver una corrida que juntaba a Diego Ventura, Enrique Ponce y dos de las máximas figuras del toreo mexicano, Octavio García "El Payo" y Luis David Adame, casi nada. Sin duda merecía la pena estar allí.
Una vez más se me hace muy difícil contar y describir sentimientos tan intensos como los de esta madrugada porque solo viéndolo es posible entender la locura, el delirio que envolvió a La México desde que ese Fantasma asomó por la puerta de toriles y empezó a perseguir las cabalgaduras del maestro Ventura con prontitud, galopando con alegría, con un celo y una fijeza inigualable, toro noble y bravo que no cedió ni un solo instante, de principio a fin, incansable, una y otra vez acudía a los cites de Diego Ventura. Desde que a lomos de Bombón lo esperó en la misma puerta de toriles para fijarlo y torear con la garrocha en una estampa bellísima cargada de aromas camperos y sabor a nuestro sur los olés acompañaron al maestro. Un rejón de castigo monumental, quebrando en la mismísima cara del toro ya puso en pie a unos tendidos que con sus olés hicieron temblar a la capital azteca. Sobre la arena un toro, Fantasma, y un caballo, Sueño, hicieron realidad la magia, surgió un embrujo, un hechizo que invadió a los interminables tendidos. Sueño se convirtió en una muleta a la que Fantasma persiguió con fijeza y codicia en un galope a dos pistas al hilo de las tablas con los pitones cosidos a la grupa del caballo abrochado con unos quiebros cambiando hacia dentro inverosímiles que pusieron patas arriba una afición que se dejaba las manos a aplaudir y gritar olés y más olés. Lo que hicieron Ventura y Sueño es toreo, auténtico toreo, templado, con una elegancia sublime y una emoción difícil de igualar, y así lo estaban sintiendo los cuarenta mil que estaban en la plaza y los miles que pudiéramos estar vibrando en casa a través de la televisión. Pero eso no era nada más que el prólogo de lo que estaba por llegar. Sueño se enfrentó al toro, comenzó a andar hacia atrás con torería y cuando Fantasma se arrancó hizo un recorte inverosímil en una baldosa para dejar a su caballero que colocara una banderilla antológica. Más y más locura, lo pelos como auténticos alfileres, indescriptible, emoción y belleza sin igual, arte supremo. Y salió Gitano, comenzó a bailar ante la cara de Fantasma, con sus piruetas llamó la atención del bravo toro que se arrancó sin dudarlo y en un doble quiebro permitió a Ventura colocar dos banderillas cambiadas al violín, algo apoteósico, increíble, había que verlo y frotarse los ojos para darse cuenta que era verdad. Otra vez plaza en pie, los olés haciendo temblar los cimientos de La México en cada suerte, en cada lance, en cada quiebro, en cada pirueta, en cada adorno, Insurgentes convertido en una caldera en ebullición. Quedaba Dólar, ¡Ay Dólar!, que preciosidad, sin la cabezada, guiado tan solo por las rodillas del maestro, las orejas tiesas, ¡qué maravilla!, encara a Fantasma, llega hasta la punta de los pitones, quiebra o recorta, ¡qué sé yo!, y Ventura pone un par de banderillas a dos manos de lo mejor que he visto en mi corta e ignorante vida como aficionado al rejoneo, gloria bendita, el maestro se lleva las manos a la cara, parece que ni él mismo se cree lo que hizo Dólar. La caldera subía su punto de ebullición, cada vez más olés, las palmas rotas, todos en pie, al grito de "torero, torero", y Toronjo remató la faena con tres rosetas circulares con Fantasma cosido a su grupa, no paraba de embestir, infatigable, con la misma fijeza y codicia, no había perdido ni un gramo de bravura ni de fuerza. Y la caldera estalló cuando Ventura tomó el rejón de muerte, fue un clamor, un mar de pañuelos blancos poblaron los monstruosos tendidos de La México pidiendo el indulto para tan extraordinario toro. Les juro que en el momento que vi al juez de plaza con el pañuelo naranja en su mano no pude contener más la emoción y rompí a llorar yo solo, en mi sofá, frente a una televisión que me estaba haciendo soñar a miles de kilómetros. ¡Qué grande es el toreo! y que honor es a disfrutarlo, preciarlo, saborearlo, quererlo y respetarlo.
Pero lo que no podía imaginar es que aún no había acabado el torrente de sentimientos y emociones, ¡qué va!, aun me quedaba por ver al maestro Ventura echar pie a tierra, montar una muleta y ¡torear con una clase y un gusto supremo!. ¡Menudos trincherazos que le pegó a Fantasma!, ¡vaya molinetes!, ¡que redondos y naturales, ¿y los de pecho?, ¡sensacionales!. Y Fantasma que seguía embistiendo, pronto, humillando, repitiendo con fijeza, un toro bravo, bravo al que el maestro llevó toreado hasta la puerta de toriles...y de allí al campo, mientras Diego Ventura daba una antológica, apoteósica, histórica vuelta al ruedo acompañado de Sueño y Dólar. Sin duda el más bello final para cualquier aficionado.
De verdad, les puedo asegurar que mereció la pena trasnochar.
Antonio Vallejo
P.D: Que me disculpe el maestro Ponce, que tan solo pudo lucirse en su primer toro con unas verónicas templadas y cadenciosas de saludo, rematadas con una media desmayada de mucho gusto, un quite por chicuelinas a manos bajas que levantaron los olés, un inicio de faena cargado de torería andándole al toro con una elegancia sublime, un par de trincherazos fuera de serie y un cambio de mano lentísimo que puso a los aficionados en pie. A partir d ahí compuso una faena larga, con altibajos, carente de ritmo porque el toro de Barralva carecía de emoción y transmisión, soso y deslucido, sin movilidad, al igual que toda la corrida, pobre de juego y comportamiento. Alternaron muletazos templados y con cierta profundidad con otros desligados, siempre a media altura porque de lo contratos, si le bajaba la mano, se derrumbaba. Hizo lo imposible el valenciano por lucirse, y sacó mucho más de lo que el toro tenía, lo intentó de todas las maneras posibles, pero en un conjunto deshilvanado en le que por ejemplo, surgiera como por arte de magia dos o tres naturales al final del trasteo lentísimos y con hondura, puro espejismo, y una porcina jalada por gran parte de los aficionados. Una estocada eficaz pero algo defectuosa de colocación valiera para cortar una oreja con polémica porque no parecía haber petición suficiente, al menos eso me pareció por televisión.
Que me disculpen también El Payo y Luis David, que tuvieron que vérselas con dos lotes sin opciones, parados, rajados, además de complicados y con peligro, que soltaban la cara, tanto que el séptimo (sí, la corrida fue de ocho toros, imaginénse las horitas a la que acabó) cogió al Payo por el muslo y tuvo que ser intervenido en la enfermería de la plaza. Ambos matadores mexicanos anduvieron por encima de sus lotes, ambos dieron la cara, se pusieron y expusieron, con verdad, llegando a sacar muletazos sueltos de enorme mérito, pero las escasas condiciones de sus toros no les permietiron más que el reconocimiento a su entrega y disposición.
Y que también me disculpe Diego Ventura por no resaltar el magnífico toreo en el primero de la tarde mexicana, madrugada española, a lomos de Oro, Colombo y Toronjo, ante un toro con escasa movilidad y que colaboró poco. Todo lo hizo Ventura, templar, llevar al toro, llegar hasta la cara para colocar los rejones y las banderillas en una faena plena de técnica y maestría, demostrando que es un figurón del toreo a caballo. De no haber fallado con el rejón de muerte casi seguro que hubiera cortado otra oreja.
Que me disculpen y perdonen todos, pero lo de este domingo 11 de noviembre tiene nombre de toro, Fantasma, de caballos, Bombón, Sueño, Gitano y Dólar, y de un maestro para la historia, Diego Ventura.
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