domingo, 27 de enero de 2019

Larga y pesada madrugada


No se me ocurre mejor manera de definir la corrida del pasado domingo con la que arrancó la segunda parte de la Temporada Grande mexicana. Larga porque  arrancó a las once y media de la noche y el octavo toro, sí, han leído bien, el octavo y último se arrastraba pasadas las tres de la madrugada hora española. Ocho toros de Fernando de la Mora y no porque en el cartel se anunciaran cuatro matadores, puesto que los acartelados eran Sebastián Castella, Octavio García "El Payo" y Juan Pablo Sánchez, sino porque tanto Castella como El Payo regalaron un sombrero cada uno cumpliendo con esa tradición mexicana tan peculiar. Y pesada porque uno tras otro iban saltando al ruedo y realmente poco o muy poco transmitían los ejemplares de Fernando de la Mora que , por cierto, estuvieron muy bien presentados, serios, con buenas hechuras y más volumen y ofensividad de los que suele estilarse por allí, a excepción del quinto que, a modo de ver, era un toro basto, con mucha caja y poca cara, muy justito de pitones, desproporcionado, en resumen, feo, para no dar más vueltas.   Así que es fácil deducir que no fue nada sencillo mantener los ojos abiertos y vencer al sueño y las tentaciones de irse a dormir, pero al final, como casi siempre pasa con esta bendita afición, le espera mereció la penable séptimo, un gran toro al que el francés Sebastián Castella cuajó en una extraordinaria faena.  Cierto es que la corrida no empezó mal con un primer toro noble y con clase al que Castella llevó con temple y suavidad en la muleta en los primeros compase del trasteo, flexionando la rodilla, alargando el viaje, andándole con torería para llevárselo a los medios y rematar ese prólogo con una trincherilla de cartel que precedió a un par de tandas por el pitón derecho templadas y lentas, conduciendo la embestida muy despacio, a la mexicana, dejándole la muleta puesta para ligar los redondos con clase y gusto, dejándonos en la retina un cambio de mano extraordinario para dejar al toro perfectamente colocado para torear al natural y desplegar toda su capacidad técnica, inmensa, tapándole la salida y así corregir la tendencia del toro a irse al final del muletazo, ligando los naturales en una baldosa. Pero al toro le faltó empuje, raza y más duración para que la faena rompiera y se rajó demasiado pronto, comenzó a defenderse y al francés no le quedó otra que irse a por la Tizona y pasaportar a ese primero que no dejó buen sabor de boca en esas cuatro o cinco tandas que tuvo. El segundo tampoco estuvo mal, un toro al que el mexicano Octavio García "El Payo" toreó con mucha clase y elegancia, muy seguro y relajado en una faena inteligente aprovechando el buen pitón derecho del animal, adelantando la muleta, llevándole muy toreado, tirando de él con suavidad, muy templado, la mano baja, acompañando la embestida con la cadera, redondo largos y profundos, bajando la mano, arrastrando la muleta, poderoso, exprimiendo la clase y nobleza de un toro al que también le faltaron fuerzas y se acabó demasiado pronto. Al hilo de las tablas finalizó su faena el de Querétaro robando al animal los últimos muletazos con unas trincherillas y cambios de mano que desprendieron sublimes aromas de torería y nos dejaron un magnífico sabor en el paladar. A partir de ahí comenzó una deriva hacia lo anodino que a medida que pasaban las horas e iban saltando uno tras otro los ejemplares de Fernando de la Mora hacía que mantenerse frente al televisor fuera una labor de mérito. El tercero fue un toro sin recorrido, soso y deslucido, que pasaba sin más, como quien va a comprar el pan, sin más, sin entrega, sin emoción, a media altura, al que Juan Pablo Sánchez no pudo obligarle ni lo mínimo porque para colmo se venía abajo. El de Aguascalientes tan solo puso poner ganas y más ganas, pero cualquier intento de lucimiento era en vano y lo mejor que hizo fue pasaportarlo  con prontitud. El cuarto tampoco humilló, le faltaba ritmo, era tardo y soltaba la cara a cada muletazo. Tiró de técnica el galo, le puso la muleta adelantada, trató de tirar del animal bajándole la mano pero el de Fernando de la Mora no se entregó y la faena no pasó de la mediocridad a pesar de los intentos de Castella por robar algún muletazo suelto con cierta hondura, pero el conjunto resultó deslucido y carente de emoción, incluso se le protestó que acortara las distancias con el toro ya rajado y la impaciencia y el desánimo empezaba hacer mella en los tendidos de La México. El quinto, más de lo mismo, soso y deslucido, sin raza, sin recorrido, sin fuerza, a la defensiva, soltando la cara, sin una gota de emoción, absolutamente imposible, ante el que "El Payo" nada pudo hacer por lo que, visto lo visto y sin querer irse de vacío, el mexicano pidió el de regalo. Fue pedir eso y tras el arrastre salió Castella al tercio e hizo la misma solicitud al Juez de Plaza, que accedió a otro sobrero más de regalo, con lo cual la cosa iba a alargarse mínimo, cincuenta minutos más. Y de verdad que no eran horas para tanto exceso, sobre todo porque los dos de regalo eran del mismo hierro y si su juego iba a ser el mismo que el de sus hermanos... Para colmo, cuando las cosas se tuercen lo hacen de verdad y cualquier situación es susceptible de empeorar, saltó el que hacía sexto, un manso de solemnidad, que rehuyó los capotes, que salía rubricado del peto del picador en cuanto sentía el acero, rebrincado, dando vueltas por el anillo de Insurgentes abolutamente desentendido, sin orden ni concierto, un caos, una capea que alcanzó momentos de auténtico sainete cuando nadie acertaba a saber si el Juez de Plaza había cambiado el tercio o había devuelto el toro a los corrales, algo que hubiera sido ya de traca, devolver a un toro por manso. Se armó la marimorena, el público protestando, Juan Pablo Sánchez y su cuadrilla sin saber qué hacer, el torilero que si abría o no la puerta, un espectáculo lamentable pero que al menos me sirvió para espabilarme a esas horas de la madrugada. Como era de esperar no pudo haber faena de muleta alguna ante un manso que huía a tablas buscando la salida y al que Juan Pablo Sánchez hizo lo que había que hacer, machetearlo por bajo y pasaportarlo con la mayor brevedad posible, que al final no fue tal ante las complicaciones que le presentó el toro a la hora de entrar a matar. Por lo menos el de Aguascalientes no pidió otro más de regalo, ¡menos mal!. 
Y saltó el séptimo, un cárdeno largo y proporcionado, con cuello, serio pero agradable de cara, abrochadito de pitones, de los que, como suele decirse, caben en la muleta. Repite y humilla en el saludo capotero de Castella, verónicas suaves semiflexionado rematadas con una media plena de gusto. El de Fernando de la Mora se dejó pegar en le caballo, sin empujar, pero su movilidad y fijeza permitió a Fernando García padre e hijo cuajar un excelente tercio de banderillas, especialmente el hijo que dejó dos pares de poder a poder, con pureza y limpieza, saliendo de la cara con torería. Ese buen tranco y esa embestida con clase que desplegó en banderillas el de Fernando de la Mora la mantuvo en la muleta. Faena que inició el galo fiel a su estilo, puro Castella, en los medios, clavando las zapatillas, vertical, dos cambiados por la espalda intercalados con dos estatuarios pasándose los pitones a milímetros de la chaquetilla para ligar sin solución de continuidad una serie por el pitón derecho templada y a mano baja que remata con un sensacional pase de pecho. Toreo en redondo de mucha altura, toreo con empaque, relajado, con naturalidad, templadísimo, arrastrando la muleta, alargando el viaje, el compás abierto, la cintura rota, pura belleza, tandas de derechazos rotundas, con profundidad y estética, los cambios de mano fueron supremos, los de pecho que abrochaban las series monumentales, lo olés hacen crujir a La México, por fin la emoción del toreo invade las alicaídas almas de los aficionados, huérfanos de esperanzas. Pero esta el la magia del toreo, esta es la grandeza de este Arte, esta es la verdad de la afición, nada está determinado y, nunca mejor dicho, hasta el rabo todo es toro. Mereció la pena aguantar hasta esas horas para disfrutar de esos redondos, y de los naturales arrastrando la muleta, con hondura, ligados en un palmo de arena, perfecta colocación, sin enmendarse, grandísimo toreo de Castella, puro y refinado, gloria bendita, como el epílogo por el pitón derecho, muletazos lentos, eternos, majestuosos, con la México en pie rompiéndose las palmas a aplaudir a un gran toro, bravo, encastado y con mucha clase y a un gran torero, una auténtica figura aquí y allí. Si hubiera algo que reprocharle a Sebastián Castella fue que quizás se pasó de metraje en la faena, pero es que le toro era tan bueno y repetía con tal fijeza y humillación que a ver quien se resistía a seguir toreando tan a gusto como lo hizo el francés. Una pena que al exprimir tanto al de Fernando de la Mora no le ayudara nada a la hora de matar y la espada cayó muy baja haciéndole perder los trofeos, porque estoy seguro que si hubiera matado bien las dos orejas habían ido al esportón sin discusión alguna. Pero esa estocada defectuosa no emborrona la grandísima faena con la que Castella nos hizo soñar el toreo una vez más.
Y aunque aún restaba por salir de toriles el segundo sobrero de regalo para "El Payo" puede decirse que la corrida acabó con la calurosa  vuelta al ruedo de Castella porque el que hizo octavo no sirvió para nada. Distraído y desentendido desde su salida, de embestida descompuesta en el capote y en la muleta, sin humillar, sin entrega, sin clase ni raza. Lo intentó Payo pero el toro no tenía ni un pase, imposible a más no poder, cerrando así una corrida gris en la que tan solo se salvó un toro de ocho, pobre balance, y en la que los matadores anduvieron por encima de sus oponentes.
Así pasó la duodécima de la Temporada Grande el pasado domingo, esta noche llega la decimotercera con la presencia del maestro Antonio Ferrera, motivo más que suficiente para sentarme de nuevo frente al televisor y disfrutar de otra madrugada para soñar el toreo. Le acompañan en el cartel Arturo Saldívar y Diego Silveti con toros de Villa Carmela. Tan solo espero que no sea larga y pesada.

Antonio Vallejo

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