sábado, 2 de febrero de 2019

Antonio Ferrera: romance en noche de Luna Llena


Madrugada clara en España, la luna clara en lo alto emprendía camino por el Atlántico. Caía el día en la México, daba paso a la noche, a una noche de Luna Llena, así se llamaba el cuarto de Villa Carmela que asomaba por la puerta de toriles para colmar de luz el corazón, el alma y el sentimiento de un romance que nació semanas atrás en el campo bravo mexicano cuando el maestro Antonio Ferrera vio a un toro cárdeno de bellísima lámina, estampa majestuosa,  abierto de cara, cornipaso, astifino, de tremenda seriedad e imponente trapío, fino de cabos, del que se enamoró al verle galopar. "Ese toro lo quiero yo para la corrida del 27", le dijo al ganadero. Y así fue, anocheciendo en Insurgentes saltó al ruedo Luna Llena con sus armónicos y proporcionados 536 Kg. "Aquí me tienes", dijo Luna Llena. "Aquí estoy", contestó Ferrera que lo recibió con un suave lance de capa a una mano saliendo de un burladero distinto al que allí llaman de la contraporra, que en España llamamos de contraquerencia, y donde habitualmente el matador recibe al toro con el capote, en un claro guiño al recuerdo del singular y añorado maestro Rodolfo Rodríguez "El Pana", al que gustaba  recibir a los toros de esa manera. Agarrado al suelo en los primeros lances, se frena y corta en el capote que le ofrece Ferrera. "Si tanto me quieres te va a costar" parecía decirle Luna Llena. Y el maestro debió percibirlo. Todo dulzura, ni un tirón, conduciéndole con suavidad, sin forzarle, poco a poco, con cariño, le ofrece su capote y lo dirige hacia el caballo que montaba Alfredo Ruiz. Lo deja en largo, Luna Llena se fija en el llamativo peto azul eléctrico que en La México portan los percherones y se arranca como un cohete demostrándole a Ferrera que el galopar y la bravura que le mostró en el campo la tenía guardada para él. Ruiz agarra un magistral puyazo en lo alto, delantero, sencillamente perfecto, vibrante y emocionante, con Luna Llena metiendo la cara abajo, empujando con celo, bravo toro, pura belleza el tercio de varas aunque fuera un único puyazo, como allí se estila. La plaza en pie despide con una atronadora ovación al varilarguero que una vez ya en el patio de cuadrillas es obligado por Ferrera a descabalgarse salir al tercio para saludar castoreño en mano, un gesto que dice mucho de Ferrera, así son los toreros. Y una vez más hay que volver a repetirlo, ¡qué importante y qué bello es el tercio de varas cuando se ejecuta como mandan los cánones!, y que lástima nos da ver tarde tratare que este fundamental tercio parece convertirse en un molesto trámite que hay que cumplir sin más. 
La faena la inicia Ferrera al hilo de las tablas, agarrado a la barrera, estampa torera, reclamando la atención de Luna Llena. Sus ojos se encuentran, uno frente a otro, se lo dicen todo con la mirada, un toque a la muleta y el toro obedece, Ferrera se lo lleva con suavidad hacia la segunda raya, andándole hacia atrás, genuflexo, torería pura, y Luna Llena humilla, persigue hipnotizado la muleta, entregado al idilio que nació en el campo y que ya era imparable. Toro y torero entregados el uno al otro impregnando el embudo de Insurgentes del mejor perfume del toreo, ese que llega hasta lo más profundo del alma y queda grabado por siempre en la memoria. Desde ese instante todo fluye del corazón, como debe ser un romance, nada está preparado, todo llega de la inspiración y la personalidad de Ferrera que sabe como acariciar la bravura y nobleza de Luna Llena para componer una obra maestra que inundó de emoción la noche mexicana y española. Magistral toreo del balear, ensimismado, abstraído, el mentón hundido, la mirada baja, andando a pasitos muy cortos en la cara del toro, muy despacio, para colocarse perfectamente y ponerle la muleta adelantada, totalmente planchada, conduciendo la embestida con dulzura, tirando de Luna Llena con pasmosa suavidad, sin quitársela de la cara, alargando un viaje que ninguno quiere que acabe, la armonía es perfecta, la belleza sublime, la entrega total, y La México hechizada por el embrujo de la torería. Por el pitón derecho surgen tandas rotundas, Ferrera en trance, Luna Llena embebido en los vuelos, redondos profundos, ligados con despaciosidad, largos, con temple sublime, la mano muy baja, la figura encorvada, torería, torería y más torería, los de pecho monumentales, de pitón a rabo, infinitos, los abaniqueos esparcen el perfume y los aromas del Arte por todas partes. Y por el izquierdo los naturales se elevan al cielo, con hondura, muy lentos, ahora encorvado y alargando el recorrido, ahora vertical enroscándose a Luna Llena a la cintura cual si bailaran un vals, ahora desmayado, siempre dejando que la naturalidad fluya del alma a la muñeca fruto de la inspiración. Auténtica locura en La Monumental, convertida en un manicomio del mejor toreo rendidos al idilio, todos en pie ante una faena magistral coronada con molinetes, trincherillas de ensueño, pases de desdén mirando al tendido, toreo por bajo al que Luna Llena no cesa de repetir por abajo, no se cansa, humillando, entregando toda su bravura y nobleza a ese maestro al que enamoró en el campo  con su bella lámina y su galopar alegre. Todo está hecho, el idilio llega a su fin, como en las mejores óperas en las que alguien tiene que morir. Estoconazo monumental de Ferrera, en todo lo alto, volcándose sobre el morrillo de Luna Llena, en un adiós digno y acorde a su bravura, dejándole aún al maestro cuatro naturales soberbios arrastrando la muleta como despedida que son un regalo del cielo. Ferrera se sienta en el estribo con evidente emoción en su rostro  para ver a Luna Llena doblar las manos, estampa que suma aún más aromas de torería a todos los que llenaron La México durante la faena. Dos orejas sin discusión alguna, incluso me pareció poco, y una apoteósica vuelta al ruedo del maestro Antonio Ferrera consagrado como figurón del toreo. E incomprensible y ciertamente desacertada decisión del Juez de Plaza la de no premiar a Luna Llena con una merecidísima vuelta al ruedo, ni tan siquiera el arrastre lento. ¿En qué estaba pensando el señor Juez?. Está claro que en todas partes pasa lo mismo, lo peor del toreo son los palcos, no hay remedio.
Dos orejas para el balear-extremeaño que bien pudieron haber sido tres de no haber fallado con los aceros en el primero,  otro animal de muy buenas hechuras, como toda la corrida de Villa Carmela, excepto el segundo, justito de trapío y protestado de salida, muy serio, acapachado, astifino y ligeramente vuelto de pitones al que Ferrera recibe a la verónica, templadas, acompasadas, acompañando el viaje con la cintura quebrada, ligadas a delantales (mandiles dicen en México) soberbios y una media desmayada para abrochar el saludo capotero de auténtico cartel, como las tapatías mexicanas con las que saca al toro del caballo, preciosas, galleando, una auténtica maravilla que hacen retumbar al embudo de Insurgentes. La madurez torera del maestro es algo sublime de lo que hay que disfrutar sorbo a sorbo, degustar sus aromas y apreciar el inmenso sabor de su toreo en una temporada que promete ser antológica. inicia la faena a pies junto al hilo de las tablas, templadísimo, andándole con torería hacia los medios, se lo lleva por bajo, una trincherilla hace rugir a los tendidos en una olé brutal para perfilarse y comenzar a torear en redondo, todo muy despacio, acariciando al toro, conduciendo la embestida en largo, bajando la mano, tanto que el animal pierde las manos por lo que le obliga. Noble y enclasado el de Villa Carmela pero justo de fuerzas. Lo sabe Ferrera y comienza a administrar las distancias, la altura, el ritmo y la pausa con suma maestría, todo a favor del toro que va a más gracias a esos cuidados. Naturales con hondura y la mano baja coreados con olés rotundos, redondos templadísimos y ligados sin retirarle la muleta de la cara, muy lentos, eternos, parando el tiempo, muy a la mexicana, rematando las series con sensacionales pases de pecho. Y los aficionados locos de alegría ante el gusto y la clase descomunal del español, lección de saber y de mando enmarcada por la torería que le acompaña en cada lance, en cada pase, en cada adorno o cada remate, como los últimos trincherazos y pases por bajo cargados de aromas a toreo añejo. Una lástima que el estoque no entrara a la primera porque una oreja hubiera sido pedida por los aficionados casi con total seguridad viendo la pasión y la emoción con la que disfrutaron de la faena de Antonio Ferrera, un maestro, un toreras de pies a cabeza. 
Por su parte ni Arturo Saldívar ni Diego Silveti tuvieron opciones algunas con sus respectivos lotes, y eso que el primero regaló un sobrero que tampoco colaboró para el lucimiento. Ambos derrocharon ganas, entrega y disposición, amén de una capacidad técnica y lidiadora de altura, pero ninguno de sus toros se prestó al lucimiento. Ejemplares todos deslucidos, unos más sosos que otros, otros soltando más la cara, con más o menos peligro, pero todos ellos sin entrega, sin clase, sin humillación, en general a la defensiva, y tampoco muy sobrados de fuerzas. Mucho hicieron Saldívar y Silveti poniéndose en la cara, con gran dignidad y pundonor, tratando de robar aunque fuera un muletazo a sus oponentes, pero lo poco que lograron careció del ritmo y la continuidad necesaria para llegar a transmitir, aunque queda en le recuerdo un quite de Silveti por rogerinas y un par de series en redondo de Saldívar que fueron sin duda lo mejor de su actuación. En cualquier caso, creo que estuvieron muy por encima de sus lotes y nada se les puede reprochar.
Estaba escrito que la noche de Luna Llena era para Antonio Ferrera. Inspiración, emoción y sentimiento en La México.

Antonio Vallejo

P.D: Para quien quiera disfrutar con la torería del maestro Ferrera les dejo el enlace
       Monumental Plaza México, Corrida del 27-ene-2019

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