Tarde histórica la del 5 de febrero de 2019, una
tarde que no olvidarán los aficionados mexicanos, como tampoco creo que
olvidemos esa madrugada española los aficionados que vimos y vivimos con intensidad la corrida
del Aniversario a través de la televisión. Una tarde allá y una madrugada acá
para sentir el toreo en plenitud, para gozar con la inmensa grandeza de un Arte
capaz de emocionar y apasionar como ninguno. Una corrida completa, una corrida
antológica en todos los aspectos, dicen que la mejor de Aniversario en toda la
historia, y van ya unos cuantos años que La México conmemora el aniversario de
su apertura, concretamente 73 desde aquel lejano 5 de febrero de 1946. Una
corrida en la que la conjunción del triángulo mágico de la tauromaquia que forman
toro, torero y afición fue, sencillamente, perfecta. Y así es fácil entender
que el resultado final solo pueda ser uno: el triunfo de la Fiesta plena, tal
como sucedió este martes 5 de febrero.
Una corrida de Los Encinos, ganadería mexicana de
primerísimo nivel propiedad de D. Eduardo Martínez Urquidi formada en el año
1990 a partir del encaste Llaguno mezclado con sangre santacolomeña, que me
atrevería a calificar de extraordinaria por muchos motivos, empezando por su
presentación, magnífica, ocho toros de muy buenas hechuras, armónicos,
proporcionados, serios, con trapío y, lo que me parece lo más importante y lo
fundamental a la hora de analizar la presencia de los toros, todos en tipo, lo
mejor que se puede decir de un toro. Si un toro responde a las características
morfológicas propias de su encaste, su peso, su volumen, su encornadura, tiene
más posibilidades de embestir, mientras que si se le saca de tipo, ya sabemos
lo que pasa, tantas y tantas tardes lo hemos sufrido, marmolillos cargados de
kilos y cornamentas descomunales que
resultan imposibles para la lidia. Un diez al trabajo del ganadero, inmejorable
la selección de los ejemplares que llevó a La México. Y un detalle muy curioso
y peculiar, el nombre de los seis toros elegidos para los matadores de a pie.
Atentos: García Márquez el segundo, Ortega y Gasset el tercero, Vargas Llosa el
cuarto, García Lorca el sexto, Wolff el séptimo y Savater el octavo, todos
ellos nombres de célebres pensadores y escritores, todos ellos grandes
taurinos, firmes defensores y difusores de la Fiesta, un guiño a la literatura
y la filosofía, a la cultura en definitiva, que eso es la Tauromaquia, cultura
y arte. Pero la cosa no quedó en sus preciosas láminas, ni mucho menos. No era
solo fachada lo que tenían los toros de Los Encinos, llevaban un fondo y un
juego que durante las algo más de cuatro horas que duró la corrida mantuvo
siempre viva la llama de la emoción. Unos fueron más bravos, otros más nobles y
enclasados, otros exigentes y complicados, pidiendo el carnet que suele
decirse, incluso uno fue un manso pero con
movilidad y emoción, pero a excepción del último todos transmitieron y
llegaron a los tendidos y tuvieron fondo de raza y casta. También hay que decirlo, que para lograr esa
transmisión y emoción mucho tuvieron que ver los cuatro maestros acartelados
para esta corrida de Aniversario. Nada más y nada menos que Pablo Hermoso de
Mendoza, Enrique Ponce, Sergio Flores y Luis David Adame,Luis David en los
carteles, que desplegaron toda su técnica, todo su conocimiento, todo su saber,
todo su arte y también todo su valor para aprovechar el fondo de cada toro a la
perfección. Si a ello sumamos a una afición que acudió en masa a La Monumental,
que abarrotó el numerado y registró una muy buena entrada en el general, con
ganas de disfrutar del toreo, de cada detalle, de cada lance, de cada suerte,
de cada pase, no es difícil imaginar que el resultado final fuera el que a la
postre fue, con Enrique Ponce, Sergio Flores, Luis David y D. Eduardo Martínez
saliendo a hombros por la puerta grande de Insurgentes.
Si Pablo Hermoso de Mendoza no salió a hombros fue
única y exclusivamente debido a la mala suerte con el rejón de muerte, porque
dio una lección de toreo a caballo, de doma, de conocimiento de los terrenos,
de elegancia y de torería. Rejoneo de altura, basado en la pureza y la verdad,
rejoneo ortodoxo y clásico, ejecutado con naturalidad y una facilidad pasmosa
solo al alcance de grandes figuras como es el navarro. El primero de su lote
era un toro de muy buenas hechuras, largo, con volumen, proporcionado, muy
serio, con trapío. Lo para y encela en la grupa con maestría y temple, el de
Los Encinos tiene nobleza y fijeza, persigue al caballo con codicia, Pablo
Hermoso lo lleva auténticamente toreado y coloca un rejón de castigo
extraordinario dejando llegar los pitones del toro a centímetros de su caballo.
En banderillas Pablo Hermoso derrocha elegancia y pureza, lleva cosido al toro
al costado del caballo, recorre el anillo templando la embestida como si
manejara la muleta, recortes hacia dentro entre olés clamorosos, para dejar los
palos dándole el pecho, llegando hasta la misma cara, quebrando con limpieza,
con verdad, de poder a poder. Hasta cuatro banderillas dejó cada cual mejor,
sin salirse de la suerte, toreo a caballo puro, pero sin renunciar a piruetas y
adornos al salir del encuentro con el toro, todo entre olés y más olés de unos
aficionados rendidos a la lección de
temple y torería de Pablo Hermoso de Mendoza, figura de leyenda. Tres
banderillas cortas que deja perfectamente reunidas en lo alto circulando
alrededor del toro y el adorno final haciendo el teléfono ponen en pie a unos
aficionados rendidos a la maestría del navarro. Lástima que el medio rejón de
muerte que dejó a la primera fuera insuficiente para hacer doblar al de Los
Encinos y que se atascara con el descabello, porque una oreja, si no dos,
habría ido a sus manos. Pero no pudo ser y los aficionados le tributaron una
cariñosa y sonora ovación en reconocimiento a una faena templada e inteligente,
propia de la figura que es Pablo Hermoso, que era de premio. Como también
despidieron con ovación el arrastre del bueno y noble toro de Los Encinos,
demostrando que la alegría y las ganas de disfrutar no van reñidas con la
justicia, la seriedad y el saber. El quinto fue otro gran toro, un cárdeno de
magníficas hechuras, muy serio, abierto de cara, con clase, humillaba y
perseguía la cabalgadura con celo. Igual que ante el primero Hermoso desplegó
sobre el ruedo un toreo a caballo de gran altura, todo ejecutado con pureza,
templando y llevando al toro con una facilidad y una naturalidad exquisita,
cosido a la grupa, dejando tanto el rejón de castigo como las banderillas con
verdad, quebrando en la cara. Impecable lidia, dominador de los terrenos,
alargando o acortando las distancias según pedía el toro, emoción a raudales al
torear envolviendo al de Los Encinos con el cuerpo del caballo, para después
enfrentar ambas caras, la del toro y la de su caballo, en una estampa preciosa
y emocionante que pone a La México en pie. Remata la faena con banderillas
cortas reunidas y un par a dos manos pasando por dentro que desatan la locura
en los aficionados que le gritan “torero, torero”. Un rejonazo de muerte arriba
que pasaporta al toro a la primera vale una oreja, corto premio a mi modo de
ver no solo por esta faena clásica, elegante y de verdad sino también por la
realizada ante el primero. Una pena porque hubiera sido la guinda del pastel si
Pablo Hermoso de Mendoza hubiera salido también a hombros junto a los otros
tres matadores. En mi opinión lo merecía, más aún teniendo en cuenta, como luego comentaré, el rasero aplicado a Luis David en el cuarto. Por cierto, toro premiado con
arrastre lento, lo que dice a las claras la calidad del de Los Encinos.
Con Enrique Ponce hace ya mucho que se me han agotado
los calificativos. Más allá de mi admiración, auténtica devoción por el que he
repetido, repito y repetiré mil veces que me parece el más grande de todos los
tiempos, es que los hechos lo demuestran una y otra vez. El martes fue la
última, o como digo siempre, la penúltima, porque visto lo visto esta temporada
va a volver a ser magistral. Y le quedan muchas, solo hay que verle como se
mantiene, fino como un novillero pero con el reposo y la seguridad que da la
madurez. El resto es innato, su elegancia, su clase, su temple, su torería,
todo. Si a eso le sumamos su profesionalidad, su honradez, su dignidad y su
entrega al toro y a los aficionados de todas las plazas del mundo el resultado
solo puede ser el que es, un figurón del toreo que transciende al tiempo y las
épocas, un maestro de leyenda único e irrepetible. Saltó el segundo, García Márquez, muy en tipo no solo al
encaste Llaguno, un toro muy mexicano, vuelto de pitones, serio y
proporcionado, al que Ponce saluda a la verónica, templado, jugando las muñecas
con suavidad, conduciendo las primeras embestidas un tanto inciertas y cortas
de recorrido con maestría, enseñándole a embestir, para rematar con una media
preciosa que arranca un olé profundo que estremece. Lo lleva Ponce al caballo
andándole hacia atrás, con el capote abajo, todo despacio, todo con gusto,
sutileza, torería. Mete bien la cara en el peto el de Los Encinos, bueno el
puyazo, y a la salida nos deleita el valenciano con un quite por delantales
templados a pies juntos y una media desmayada con su sello personal de inmenso
sabor. Inicia la faena por bajo, con elegancia, muy suave, con largura,
mostrándole al toro el camino, y este obedece, y mete la cara. Rápidamente le
coge la distancia por el pitón derecho, tanda templada, relajado, desmayando la
figura en esa manera tan particular de Ponce, enroscándose al toro, redondos
bellísimos ligados en el sitio, gusto y clase en cada pase para rematar con uno
de pecho de pitón a rabo. Toro noble, con ritmo y enorme calidad este segundo
al que le receta un molinete espléndido para quedar perfectamente perfilado e
iniciar el toreo al natural. Por el pitón izquierdo el de Los Encinos va noble
pero un tanto justo de recorrido, pero Ponce lo torea como los ángeles,
naturales a cámara lenta, alargando de manera mágica la aparente cortedad del
viaje del toro, ¡como se acopla el maestro a la embestida!, naturales de
ensueño, la mano baja, desmayada, citando con un suave movimiento de muñeca que
hace bailar la tela por su envés y así ligar naturales hondos, muy lentos, muy
largos, eternos, rematados con pases de pecho sublimes, de pitón a rabo, magistral
Ponce, eterno. ¡Y cómo le administra las pausas para darle aire!. Otra tanda
más en redondo, excelencia pura, profundidad, largura y ligazón arrastrando la
muleta mientras La México acompañaba con olés rotundos a su consentido que dio
una nueva lección magistral de tauromaquia a un toro bravo y noble pero no
fácil, un toro importante, con mucho que torear, al que había que hacerle las
cosas muy bien porque tendía a ir hacia dentro, pero al que el maestro Ponce,
el mayor sanador y rehabilitador de toros de la historia, le ha sacado hasta la
última gota de raza que llevaba en su ser. Final apoteósico con poncinas y
cambios de mano divinos enroscándose al toro a su cintura, con la figura
desmayada, abandonado, alboroto, delirio en unos tendidos rendidos al más
grande. Adornos finales por bajo, trincherillas supremas antes de perfilarse
para matar y enterrar una casi entera arriba volcándose sobre el morrillo que fulmina al de Los Encinos como
si en ello le fuera la vida entera, como si de esa estocada dependiera toda una
temporada, como si tuviera que ganarse los contratos. Dos orejas sin discusión
alguna, dos orejas y puerta grande asegurada que premian la técnica y la
estética de una faena plena, redonda, magistral, como Enrique, maestro de
maestros. Y García Márquez recibió el
premio del ararstre lento por su comportamiento noble y bravo. Le restaba por
lidiar al sexto, García Lorca, un
ejemplar serio, ligeramente acapachado pero bien rematado por delante, abierto
de cara, buenas hechuras, que sale abanto, sin fijeza, echando las manos por
delante y sin humillar. Frío y deslucido en el capote y un manso declarado en
el caballo, huyendo del peto nada más sentir la puya. Sin duda lo mejor de este
primer tercio es una larga a una mano con la que Ponce lo deja colocado para
entrar al caballo y unas chicuelinas a manos bajas sublimes, repletas de aromas
a toreo caro. Nada hacía presagiar lo que iba a venir a la vista de la
mansedumbre del toro. ¿Nadie?, no, en absoluto, solo Enrique lo vio, sabía lo
que había que hacerle a ese toro y allá que se fue a brindarlo al público, lo
tenía claro, cristalino, solo así se entiende que brindara al público. Primeros
compases junto a las tablas, genuflexo, metiéndole la muleta abajo para
someterlo, tapándole la cara y recogiéndolo en la muleta para que no encuentre
huida para ir llevándolo a los medios y en esos terrenos instrumentar unos
redondos y uno de pecho mágicos. Hilvana una tanda en redondo que parecía
impensable, magia pura, poniéndole la muleta en la cara, sin quitársela, enorme
Ponce, ligando por bajo, con temple. La México se rompe en olés ante una nueva,
la enésima, lecció magistral de lo que es torear y poder a cualquier toro. Dos
molinetes seguidos y otra tanda por es epitón derecho llevándolo muy tapado y
toreado para evitar la tendencia a salirse del muletazo y a rajarse, ¡brutal
Ponce!. Por el pitón izquierdo sca naturales con temple exquisito, adaptándose
a la altura y el ritmo que le pide el de Los Encinos, ligados en el sitio, por
bajo, una auténtica maravilla su capacidad y su poderío. De nuevo toma la
muleta con la diestra y compone otra tanda en redondo con desmayo, acompañando
el viaje con la cintura, robando cada pase como si fuera el último, como si de
ello dependiera estar en Valencia, o en Sevilla, o en Madrid, o en Bilbao, o en Málaga, o en Zaragoza, como si fuera un
novillero que tiene que ganarse los contratos, esa es la grandeza de Ponce, más
allá de su supremacía torera, que ante cualquier toro, en cualquier plaza y
ante cualquier afición se entrega hasta
la extenuación, sin necesidad de numeritos y anuncios un día al año. Algún día
muchos reconocerán la infinita dimensión de Enrique Ponce ante toros como el
del martes, porque lo que hizo es muy difícil, un enorme esfuerzo para dominar
las embestidas cambiantes y descompuestas de un manso que en la mayoría de las
muletas se hubiera ido al desolladero con dos o tres mantazos mal dados. Pero
Ponce no, él supo generar emoción de la nada y crear arte para acabar al abrigo
de las tablas con circulares y cambios de mano sublimes que ponen patas arriba
al embudo de Insurgentes entre un clamor de
“torero, torero”. Indescriptible la emoción y la pasión con la que los
aficionados mexicanos acompañaron la importante faena del valenciano. Los
trofeos se esfuman tras dos pinchazos, pero el arte queda ahí, indeleble, y
también la verdad, el poderío, el compromiso, la dignidad y la torería
inagotable del número 1 de todos los tiempos. Se me puso la piel de gallina al
ver por televisión la apoteósica vuelta al ruedo entre gritos y gritos de
“torero, torero”, lo que vale más que todas las orejas juntas. Gran Ponce y
grande la afición, así se hacen las cosas, sabiendo valorar a un maestro de
época. Una vez más Enrique Ponce, y quedan muchas por disfrutar, solo hay que
verle en lo físico, igual que cuando tomó la alternativa hace ya casi tres
décadas, y en lo mental. Gracias una vez más, gracias siempre, gracias maestro
Ponce por tanta torería y tanta responsabilidad que dignifica y engrandece la
Fiesta.
El tlaxcalteca Sergio Flores comparecía de nuevo en
Insurgentes tras su buena actuación el pasado 3 de diciembre al cuajar un toro
de Xajay al que cortó una oreja de peso y avalado por su rotundo triunfo de la
pasada Temporada Grande en la que resultó absoluto triunfador. Una de las
máximas figuras del toreo mexicano que se puede decir que cuenta sus
actuaciones en Insurgentes por orejas, es raro que se vaya de vacío, un caso
parecido al de Juan del Álamo en Madrid, 25 comparecencias y 24 orejas.
Recuerdo sus primeras siete u ocho corridas en las que cortaba una oreja cada
día, a punto estaba de abrir la Puerta Grande pero se le resistía, una tarde
tras otra hasta que llegó aquel 8 de junio de 2017 ante toros de Alcurrucén en
la que por fin vio su sueño cumplido.
Ambos toreros parecen estar hechos a la medida de una plaza, Las Ventas y La
México y despiertan el máximo interés de la afición, y además responden.
Haciendo honor a su bagaje, Sergio Flores cumplió este martes con las
expectativas y cortó dos orejas de ley, una a cada ejemplar de su lote, para
salir a hombros una vez más. Al tercero, Ortega
y Gasset, un cárdeno largo, de magníficas hechuras, muy serio, ofensivo,
vuelto de pitones, impresionante trapío, lo recibe Sergio Flores por verónicas,
templadas y acompasadas. El toro echa las manos por delante y puntea los
vuelos, Flores le da distancia y echa el capote abajo para corregirle el
defecto, sensacional lidia, llevándolo hacia el caballo con suavidad y siempre
por bajo para dejarlo colocado con personal recorte que impregna de
torería todo el ruedo.Derriba
aparatosamente en la primera entrada y se emplea en el peto en un buen segundo
puyazo para salir con alegría del encuentro, lo que aprovecha el tlaxcalteca
para emocionarnos con un quite por caleserinas vibrante que remata con una
larga a una mano con desmayo que rezuma aromas y sabor a más torería, todo
entre los olés de unos aficionados totalmente entregados a todo lo que estaban
viendo. El tercio de banderillas protagonizado por Gustavo Campos no es más que
la continuación de la magnífica corrida que hasta el momento estaba discurriendo. Soberbio el gran
suabalterno capitalino, reuniendo en la cara, clavando con pureza y verdad para
salir de la suerte andando con torería suprema. Toda la plaza en pie ovacionando
a Campos que se ve obligado a responder desmonterado desde el tercio. Muletazos
de tanteo de Flores al hilo de las tablas, primero por estatuarios,
posteriormente con suavidad probando la altura, la distancia y el recorrido del
toro que a primeras es un poco tardo y al que hay que perderle pasos para ligar
las series. Excelente el mexicano adelantando la muleta, tirando del de Los
Encinos con suavidad para acabar componiendo una buena tanda por el pitón
derecho, redondos con largura y la mano baja en la que el toro humilla y repite
con clase para rematar con uno bueno de pecho. Por el pitón izquierdo muestra
menos claridad en la embestida, se queda corto, se revuelve y suelta la cara
con peligro, más Flores no pierde el sitio y trata de conducirlo muy tapado y
por bajo, pero la tanda resulta deslucida. Está claro que el pitón bueno era el
derecho, y allí planteó lo que restaba de faena. Tandas de derechazos con
profundidad, por abajo, el toro humilla y va bien, lo lleva muy enganchado a la
muleta, bajándole la mano, aprovechando la inercia del buen tranco del animal para ligar los muletazos
con clase y gusto. Muy firme y seguro Sergio Flores ante este toro con clase
pero no fácil, al que había que hacerle todo muy bien ya que no permitía el
mínimo error. Las infartantes manoletinas finales, ajustadísimas, jugándose la
vida y un estoconazo fulminante que pasaporta sin puntilla al buen toro
permiten a Flores pasear una oreja de ley ganada a base de firmeza y torería.
El séptimo, Wolff, aparece desafiante
por la puerta de toriles, abierto de cara, veleto, humilla en el capote de
Sergio Flores aunque echa las manos por delante, muestra cierta blandura y se
queda corto de recorrido. Esa blandura también resulta Parente en el caballo,
pierde las manos al entrar al peto en un único puyazo tan solo señalado. No se
entrega en los muletazos de tanteo con los que el tlaxcalteca prueba la
ditancia y la altura, en una primera tanda en redondo algo sosa y deslucida por
las condiciones del toro. Mejora en la segunda tanda por ese pitón derecho,
templada, redondos largos y más reunidos, la mano baja, empiezan a escucharse
algunos olés. Lo prueba por el pitón izquierdo, buenos naturales con hondura y
largura, de mucho valor porque no es un toro fácil, hay que llevarlo muy toreado,
como hace Flores, echándole la muleta adelante, muy tapado, con enorme
paciencia y técnica, obligándole a cada pase, sometiéndole por bajo, poco a
poco, consintiéndole y aguantándole mucho para acabar toreando a placer en
redondo, muy despacio, gustándose, arrastrando la muleta, largo, bellísima la
arrucina, luego un cambiado por la espalda, más redondos envolviendo al toro,
la faena toma vuelo y el público responde con la misma entrega con la que
llevaba toda la tarde, olés profundos que se transforman en locura colectiva
con una última tanda con la que flores arma un auténtico lío. En una baldosa
instrumenta un farol, un cambiado por la espalda y uno de desdén maravilloso, y
luego ayudados por alto, y otro de desdén, y trincherillas, para abrochar el
recital con uno de pecho de pitón a rabo. Se perfila para matar sabedor de
tener en su mano la llave de la puerta grande hacia la gloria y deja un
estoconazo monumental echándose sobre el morrillo. Oreja de muchísimo peso en
premio a una grandísima faena basada en la técnica, el mando y el poderío, pero
también nacida del valor y la
inspiración por la desconcertante embestida inicial de Woff, un toro que si bien fue bravo y acabó rompiendo a noble y con
clase lo hizo porque Flores le pudo, algo nada fácil.
Luis David Adame llegaba a La México tras la
apoteosis de su hermano Joselito el día anterior, enorme responsabilidad, más
aún cuando le tocó salir ante el cuarto y ya había visto a sus compañeros de
cartel desplegar un grandísimo toreo sobre la arena de Insurgentes. Recibe al
cuarto, Vargas Llosa, un ejemplar
entipado como toda la corrida, proporcionado, fino de cabos, astifino,
agradable de cara pero serio, con lances a pies juntos bajando las manos para
hilvanar un variado, vibrante y vistoso saludo capotero por caleserinas,
gaonera y revolera de remate que encuentro enorme eco en los tendidos. El
galleo por chicuelinas con el que lleva al toro hacia el caballo del picador
destila elegancia y gusto, tanto como el quite por chicuelinas a manos bajas con el que lo prueba a la
salida del único puyazo en el que el de Los Encinos no se empleó en demasía.
Inicia la faena de muleta clavado en los medios, citando en largo, le cuesta
arrancar y el hidrocálido tiene que acortar las distancias hacia la segunda raya.
En esos terrenos el toro responde, se arranca con buen tranco y Luis David deja
un cambiado por la espalda para quedarse
perfectamente colocado para torear en redondo sin demasiado lucimiento en esos
primeros compases puesto que el toro no se entrega y muestra un embestir un
tanto descompuesto, pasa por su movilidad, va y viene pero sin entrega ni
mostrar excesiva clase, corto de recorrido y la carita alta. Pero Luis David
aplica dosis de temple y roba un par de redondos lentos de mucha calidad. Por
el pitón izquierdo tampoco humilla, pasa y se desentiende a la salida, suelta
la cara, deslucido, sin emoción ni transmisión ante los intentos de Luis David
por ponerle muleta y llevarlo toreado. Lo intentó todo y de todas las maneras,
arrucina, circulares, lo que fuera para sacar algo lucido, apretando al toro,
más no se le pudo pedir, máxima entrega y compromiso, jugándosela a cara de
perro como en unas bernardinas ajustadísimas
en las que es volteado aparentemente sin cornada, aunque posteriormente
supimos que llevaba una cornada interna en su muslo izquierdo. Se recompone y
vuelve a la cara del toro envalentonado con más bernardinas que levantan admiración y pasión con olés de
reconocimiento a su valor y disposición. Se tira a matar como una fiera y hunde
la espada hasta la empuñadura entre gritos de “torero, torero”. El Juez de
plaza le concede dos orejas, la segunda bastante protestada y a mi juicio
excesiva, posiblemente mediatizada por la cogida y el arreón final. Pero repito
lo de siempre, que si hay que pecar prefiero que sea en exceso, y al fin y al
cabo se la jugó ante un complicado toro, demostró valor y técnica para tratar
de someterlo y lo pasaportó de una estocada que por sí sola valía una oreja,
puede interpretarse también así y no sería tan descabellado. Pero repito, creo
que una oreja era el premio justo en mi opinión. A la muerte de este cuarto
pasó a la enfermería donde se le colocó un vendaje compresivo en su muslo
izquierdo con el que salió a torear mermado de facultades al octavo, Savater, un toro de magníficas hechuras,
cornipaso, abierto de cara y astifino, dos puñales, pero de escasa cualidades,
corto en el capote, blandea y pierde las manos sin prestarse al lucimiento en
el recibo de capa. Curro Campos agarra un muy buen puyazo arriba, delantero, en
el que el toro empuja con un solo pitón. Muy de agradecer a Luis David su
pundonor y vergüenza torera al salir a matar a este octavo en las condiciones
físicas que lo hizo, más aún cuando se emplea en un precioso quite por
delantales garbosos y una media de auténtico lujo acompañado con los olés de
los aficionados. En banderillas Fernando García hijo colocó dos sensacionales
pares de poder a poder, asomándose al balcón, saliendo con torería del
encuentro, por lo que tuvo que saludar desmonterado ante la atronadora ovación
de un público deseoso de triunfo. Pero las esperanzas se vinieron abajo en la
muleta. El toro no empuja, no humilla, se queda corto, suelta la cara, repone
por ambos pitones, imposible. De nada valen los estatuarios iniciales con los
que Luis David prologa el trasteo, ni los intentos por ponerle la muleta en la
cara y bajarle la mano, el de Los Encinos se revuelve y busca con peligro. Luis
David no tuvo más opción que hacer lo que hizo, macheteo por bajo y matar con
prontitud, algo que personalmente le agradecí porque ya eran las cuatro menos
veinticinco de la madrugada, y no eran horas para prolongar algo imposible a
todas luces.
Y así se cerró un Aniversario triunfal con dos
corridas en las que el toreo rayó a una altura superlativa, dos corridas en las
que los sueños del toreo se hicieron realidad, dos corridas para reafirmar ¡qué
grande es la Fiesta!
Antonio Vallejo
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