Mientras en España la nueva temporada va tomando
forma, da sus primeros pasos y toma aire en este mes de febrero en el que la
provincia de Madrid tira del tren del toreo de cara al mes de marzo en el que
ya tomará velocidad de crucero y será imparable hasta finales de octubre,
América consume los últimos meses de su temporada y se encamina hacia su ocaso
con paso firme y muchas emociones en el recuerdo. Es en estas fechas cuando La
México, la plaza más importante de América, celebra las que allí llaman corridas
del Aniversario al cumplirse 73 años de aquella corrida con la que abrió sus
puertas un 5 de febrero de 1946 con toros de San Mateo para Luis Castro “El
Soldado”, Luis Procuna “El Berrendito de San Juan” y ese monstruo del toreo que
fue el gran Manuel Rodríguez “Manolete” y que cortó la primera oreja en La
Monumental azteca. Para conmemorar esta magna fecha la empresa Plaza México ha
programado dos corridas mixtas de auténtico lujo y que, como he podido ver esta
pasada madrugada a través de la retransmisión de Canal Toros, han gozado de una
magnífica acogida por parte de la afición mexicana. Sensacional, espléndido el aspecto que
ayer lunes 4 de febrero presentaron los tendidos de La México, prácticamente
lleno el numerado y buena entrada en el general, para ver el primero de los
carteles que conforman el aniversario , el compuesto por el rejoneador Diego
Ventura frente a dos toros de El Vergel, noble y con clase el primero y un
manso infumable el quinto, y los matadores Joselito Adame, Ernesto tapia
“Calita” y Andrés Roca Rey que estoquearon toros de Montecristo bien
presentados, serios, con trapío, aunque para mi el tercero estaba justito de
cara, y variados de juego, bueno, enclasado y noble el segundo, bravo y con un
pitón derecho extraordinario el tercero, complicado y exigente el cuarto, muy
justo de fuerzas el sexto, deslucido el séptimo, bronco, áspero y con genio el
octavo. Pero en conjunto creo que ha sido una corrida muy interesante, una gran
corrida me atrevería a calificar, en la que se han visto muchas cosas, grandes
detalles y, sobre todo, cinco faenas de
toreo de gran altura, aunque al final el triunfador numérico y quien tuvo el
honor de salir a hombros del embudo de insurgentes fuera el hidrocálido
Joselito Adame al desorejar al segundo y cortar otro apéndice con fuerte
petición del segundo ante el sexto. Pero tanto Diego Ventura como Calita y Roca
Rey nos han deleitado con su arte y torería.
Abrió plaza Diego Ventura que demostró por qué es el
número uno del rejoneo actual y, si no el más, uno de los grandes de la
historia. Tan solo tuvo opciones ante el primero, puesto que el quinto fue un
manso de solemnidad al que bastante hizo con colocar los rejones de castigo,
clavar banderillas cortas y largas siempre con pureza, dejándose ver y
haciéndolo todo ante un toro que huía a tablas y matar con prontitud y certeza.
Pero a ese primero de El Vergel que abría plaza le cuajó una faena de maestro
conocedor de los terrenos y las suertes de este arte. Un toro que salió
distraído, sin fijeza, al que Ventura le dio aire, le consintió en los primeros
compases, le hizo creer que mandaba allí para poco a poco ir encelándolo en su
cabalgadura como si fuera el capote, ofreciéndole el lomo, llevándolo cosido a
la grupa a dos pistas en un vibrante y emocionante saludo para dejar dos
certeros rejones de castigo que pronto desataron los olés de los tendidos. A
partir de ahí el toro rompió a noble y enclasado, seguía con celo al caballo
que toreaba como si se tratara de una muleta planchada que el maestro le ponía en la cara y conducía
embebida su embestida. Magistrales las banderillas con quiebros inverosímiles
en la cara del toro, emocionantes los recortes por los adentros, auténticos
trincherazos cargados de sabor, todo con enorme temple, todo con pureza y
verdad, sin ventaja alguna. Maestro sobre el caballo y en todas partes, como
demostró con un detalle que demuestra su categoría personal al ceder un quite,
casi obligarle, al sobresaliente Jorge López. Dominador absoluto de todos los
terrenos compuso una faena rebosante de técnica y estética coreada con
constantes olés de unos tendidos rendidos al maestro que indultó a Fantasma en la corrida inagural de la
Temporada Grande. Tres rosetas perfectamente reunidas ponían broche de oro a
una faena que llevaba camino de una o dos oreja, pero el rejón de muerte se le
resistió a Ventura y no fue hasta el tercer viaje cuando logró enterrarlo y
pasaportar a ese primero. Se esfumaron los trofeos pero la tremenda ovación que
recibió fue justo premio al sensacional rejoneo de este grandísimo maestro.
Joselito Adame cautivó a La México con una faena de
auténtica figura ante el segundo, un toro muy serio, vuelto de pitones, de
magníficas hechuras que de salida no apuntaba grandes cosas, echaba las manos
por delante y parecía justo de fuerzas. Lo cuida en el capote, no le obliga, lo
conduce con suavidad, andándole hacia atrás, enseñándole a embestir para finalmente
echarle el capote abajo en un remate desmayado de enorme gusto que el de
Montecristo tomó humillando con gran clase. No se emplea en el caballo, se
duerme en el peto y no empuja, ni tampoco se entrega en un quite por
chicuelinas al que le faltó ritmo, como en banderillas, tardo y parado,
completando un terco que la cuadrilla resolvió con oficio y soltura pero sin
brillantez. Ante las cualidades del toro inicia Joselito su faena a media
altura, sin obligarle, tirando de técnica, y algunos impacientes comienzan a
revolverse y se escuchan algunas críticas. Ya es sabido que a este torero se le
mide con suma exigencia en esta plaza y se le mira al milímetro, pero pronto
dejó claro que todo lo que staba haciendo tenía un sentido y un fin, aunque
algunos no lo vieran. Poco a poc fue metiéndolo en la muleta, embarcándole en
los vuelos, primero con dos naturales limpios y con hondura bajando la mano que
hicieron vibrar a La México, luego con tandas en redondo majestuosas,
templadas, bajando la mano, con largura y perfectamente ligadas, siempre en el
sitio, toreo muy lento y profundo
hilvanado con otra tanda por el pitón izquierdo que puso en pie a los tendidos,
naturales largos, con hondura, la mano muy baja, la muleta barriendo la arena,
un par de cambios de mano eternos, La México rugiendo en olés, para rematar con
uno de pecho de pitón a rabo y uno de desdén bellísimo. Insurgentes era una
caldera que fue a más con un final en el cual el hidrocálido abrió el compás,
encorvó la figura, enganchó adelante la embestida y la condujo con una largura
infinita, con la mano y baja y la tela a
modo de alfombra, una auténtica locura. La manoletinas ajustadísimas pusieron
colofón a una faena de auténtica figura que sacó todo el fondo de nobleza y
clase que llevaba el de Montecristo, algo que no parecía fácil, pero que Adame
conocía cuando lo brindó al público. Un estoconazo de antología al volapié pasaportó
de manera fulminante a este segundo y las dos orejas cayeron sin discusión en
sus manos para dar una vuelta al ruedo apoteósica. En el sexto tuvimos un dos
por uno, dos versiones de un mismo torero, el Adame artista y el Adame valiente
y arrojado. Un toro muy serio, alto, veleto, desafiante al que el Joselito
artista recibió de capa acunando al toro, acompasadas verónicas, relajado, con
gusto exquisito, levantando de sus asientos a cuantos poblaban el embudo de
Insurgentes. Lo cuidó mucho en el caballo a la vista de la blandura del de
Montecristo, un puyazo muy medido, tan solo señalado, y se desmelenó en un
quite por zapopinas de inmensa intensidad y emoción, pero a pesar de todos los
cuidados llegó muy justo de fuerzas a la muleta. Con enorme suavidad,
acariciando las embestidas, cuidando la altura, dándole las pausas precisas,
sin obligarle en demasía, poco a poco lo enceló en la muleta y cuajó series
templadas repletas de gusto, por bajo, muy despacio, ni un tirón, todo mimo
mientras duró el de Montecristo. Y cuando definitivamente se vino abajo cambió
de registro y mutó al Joselito valiente acortando las distancias, en la
cercanías y con los pitones a milímetros de la taleguilla montó la mundial y
puso a La Monumental en estado de máxima ebullición al grito unánime de
“torero, torero”. Lección de pundonor, entrega y compromiso de una gran figura
del toreo que remató con unas luquecinas abandonando el estoque simulado que
fueron la guinda del pastel. Supongo que el hecho de que la espada cayera ligeramente
desprendida fue el motivo que indujo al Juez de Plaza a negar la segunda oreja
que todo el público pidió con una fuerza descomunal. Otra oreja y otra vuelta
al ruedo de locura total de la afición mexicana ante su torero. Triunfo rotundo
de Adame, algo que se le negaba en la plaza capitalina y que ayer conquistó con
una torería suprema.
Ernesto Tapia “Calita” lidió un tercero que a mi modo
de ver venía justo de presencia, algo cornicorto y vuelto de pitones, que
demostró su bravura ya en el capote al humillar y tomar con codicia los vuelos.
Verónicas templadas y acompasadas que remata con una media de muy bella
factura. Desde los primeros compases de la faena se vio la clase y la bravura
del de Montecristo. Tomó la muleta Calita con la diestra sin más probaturas y
le pegó un par de series por el pitón derecho de ensueño, con enorme temple,
redondos profundos y largos, por bajo, con ligazón, una auténtica delicia, que
remató con sensacionales de pecho. Los olés son rotundos, ¡cómo toreó Calita
por ese pitón derecho!, arrastrando la muleta, la cintura rota, muy lento, y La
México otra vez en pie. Por el pitón izquierdo la embestida no es tan clara, le
cuesta más y suelta la cara, tanto que en un mínimo descuido para un cambio de
mano le pega un volteretón del que sale sin consecuencias. Vuelve al magnífico
pitón derecho por el que continúa toreando a placer, poniéndole la muleta en la
cara, sin quitársela, y el toro sigue humillando, y sigue con codicia la tela,
bravo toro, y Calita entregado, firme, toreando como los ángeles, y también
demostrando su valor al aguantar en el final del trasteo un parón que parecía
interminable sin enmendar ni un milímetro la figura. Se vuelca sobre el
morrillo y deja una estocada entera que sin embargo no es suficiente para hacer
doblar al bravo toro. Eso y el atasco con el estoque de cruceta le privaron al
de Naucalpan de tocar pelo, pero se llevó otra grandísima ovación en
reconocimiento a su toreo con empaque que tuvo que saberle a gloria.
Del peruano Andrés Roca Rey creo que queda poco por
descubrir pero sí que mucho por contar, porque ayer demostró una vez más que
está llamado a liderar el toreo en las próximas décadas. Era el cuarto un
cárdeno serio, alto, veleto y astifino, un auténtico galán. Lo recibe Roca Rey
con verónicas bellísimas, cargando la suerte, acompasadas, meciendo al toro,
enganchando el viaje muy alante para jugarla cintura y alargar el lance con una
naturalidad pasmosa para rematar con desmayo a una mano soltando la punta del
capote. Al inicio de faena por estatuarios se muestra protestón en la muleta,
suelta la cara, no se emplea, y si el limeño
mete la mano abajo y le obliga se viene abajo. Firme y seguro Roca Rey,
poderoso, pero el de Montecristo no parece muy colaborador, aunque muletazo a
muletazo le va sometiendo, como un natural lentísimo en el que parecía que iba
a detenerse el tiempo, o un cambio de mano celestial. A partir de ahí el toro
rompe por el pitón izquierdo, naturales hondos, templados y muy lentos,
provocando la locura en los tendidos. Por el pitón derecho vemos la versión
valerosa del limeño, aguantando parones y miradas, robándole los pases uno a
uno a base de colocarse y ponerle la muleta en la cara, tremendo mando, enorme
entrega. Pone en pie una vez más La México al cerrar al toro en tablas y en
esos terrenos, en una baldosa, montar un lío de órdago pasándoselo por ambos
pitones por lugares imposibles, auténticamente inverosímil que pudiera ir por
donde no había espacio, pero Roca Rey rompe todas las leyes de la física con su
toreo. Sin rectificar, pases en redondo y al natural cambiándose la muleta de
mano sin enmendarse, trincherazos y otros de desdén mirando al tendido que pone
patas arriba a los tendidos. Las bernardinas finales son de cortar la
respiración, con mucha verdad, como toda su faena, una faena nacida de su
imaginación y desarrollada en unos terrenos comprometidísimos en los que se
maneja como pez en el agua. Pinchazo y espadazo fulminante valen una oreja de
mucho peso y valor fruto de la capacidad técnica y lidiadora y el arrojo que
este figurón del toreo atesora. La vuelta al ruedo, al igual que ocurrió con
Joselito Adame, fue apoteósica, tiene conquistada La México, no hay duda.
En resumen, una apasionante madrugada de toros
cargada de arte y valor, emoción y pasión que seguro tendrá continuidad esta
misma noche con el encierro de Los Encinos para Pablo Hermoso de Mendoza,
Enrique Ponce, el consentido de la afición mexicana, Sergio Flores y Luis
David, que hará todo lo posible por seguir los pasos de su hermano mayor y
salir a hombros. Otra madrugada para dormir poco y sentir el toreo.
¡Qué bonita y grande es esta bendita afición!
Antonio Vallejo
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