Otra madrugada de magia torera, otra madrugada de emoción y pasión, otra madrugada de sueños que perdurarán en la memoria por mucho tiempo, otra madrugada para sentir lo grande que es el toreo eterno y gozar de esta bendita afición capaz de llenarte el alma de felicidad con un capote y una muleta.
Se anunciaban seis toros de Villa Carmela correctos de presentación, en tipo a lo que es su encaste Llaguno, morfología y hechuras típicas del toro mexicano, cortos, enmorilados con poco cuello y poca cara, rondando los 510 Kg de media, cornicortos para lo que acostumbramos en España y vueltos de pitones en general, destacando el cuarto por trapío y presencia, más largo, abierto de cara y más ofensivo por delante, pero que no destacaron precisamente por sus cualidades y su juego. Corrida que a mi modo de ver estuvo baja de casta y raza y muy escasa de fuerzas, si bien los seis fueron nobles y manejables, sin hacer cosas feas, pero con poca emoción y transmisión en sí mismos. Quizás el sexto fuera el de más calidad y el que mejor metió la cara, porque sus hermanos anduvieron siempre a media altura, sin humillar ni entregarse. Para su lidia y muerte, como se decía antiguamente, una terna integrada por Antonio Ferrera, Arturo Macías y Luis David que no consiguió llevar a la plaza ni a un tercio de su capacidad, muy pobre el aspecto de los tendidos, y todo concentrado en el numerado porque el general era un auténtico desierto. Sinceramente fue una sorpresa, creía que la entrada iba a ser muy superior a la vista de los atractivos del cartel con Ferrera, muy querido admirado en México y triunfador de la pasada Temporada Grande precisamente con este hierro, Macías "El Cejas", ídolo mexicano que volvía a vestirse de luces tras la convalecencia por su grave cogida el pasado septiembre en Las Ventas, y Luis David, que es junto a su hermano Joselito máximo exponente del toreo mexicano allí y aquí, pero está claro que las cosas son como son, no como nos gustaría que fueran. Una terna que, por cierto, anduvo muy por encima de sus lotes de principio a fin y que sacó mucho de lo poco que llevaban dentro los de Villa Carmela.
La lección de pundonor, compromiso y entrega que dio ayer el hidrocálido Arturo Macías fue ejemplar. Reaparecía tras seis meses de dura rehabilitación tras su percance en Madrid en el que los destrozos musculares y del nervio ciático de su pierna derecha fueron mayúsculos. Recibió por este motivo una cariñosa y merecida ovación tras romperse el paseíllo que galantemente quiso compartir con su compañeros de cartel. Ayer tuvo que torear con una prótesis adaptada en su pierna y zapatilla derecha que le permitieron tener ambas extremidades inferiores a la misma altura por las secuelas de su cogida, un caso más de superación capacidad de sufrimiento de estos superhombres que son los toreros. Una auténtica lástima que El Cejas se topara con un lote infumable, que no humilló, con poca movilidad y menos entrega ante el que se mostró pulcro, perfecto en cuanto a técnica, haciéndolo todo bien, presentándoles la muleta por ambos pitones, robando derechazos y naturales sueltos de mucho mérito a base de colares y tirar de los toros en su escaso recorrido, retrasando la muleta a la cadera, citando en corto, lo único que se podía hacer. Más compromiso, más entrega, más disposición y más honradez no se le puede pedir a Arturo Macías que escuchó silencio en ambos toros, solo roto por alguna palmas cariñosas en reconocimiento y agradecimiento a su gesto casi heroico de presentarse en La México en esas condiciones y con tanta dignidad.
Luis David dejó ayer magníficas sensaciones sobre la arena capitalina, mostró firmeza, seguridad, facilidad, calidad, clase, temple y mucha torería en ambos toros. El tercero fue desconcertante en su embestida al capote del hidrocálido, andarín, reservón, deslucido, igual que en el caballo, cabeceando en el peto, sin entregarse. Mejoró tras el puyazo en un quite de propio Luis David por chicuelinas ajustadas que el de Villa Carmela tomó con más movilidad, celo y repetición que levantaron los olés en los tendidos por su emoción. Las cosas que tiene el toreo y que tantas veces no entendemos, el toro fue a más en la muleta tras un inicio de faena por estatuarios y cambiados por la espalda también ajustados que precedieron a un par de buenas tandas por el pitón derecho con temple, ligazón corriendo bien la mano, alargando el muletazo, todo por bajo a las que el toro respondió con más humillación y repetición. Por el pitón izquierdo permitió una serie de naturales templados y ligados, toreando muy despacio, muy a la mexicana, uno a uno, desgranados, con sentimiento y olés por parte de los aficionados. Pero ahí se acabó este tercero, se quedó sin gasolina y no hubo más que el esfuerzo de un firme Luis David que exprimió lo poco que le quedaba al de Villa Carmela en unos circulares invertidos que también fueron coreados con olés. Al sexto lo recibió con una larga cambiada de rodillas junto a tablas para enlazar con unas verónicas templadas y acompasadas que el toro toma con celo y repetición si bien deja muestras de ir justo de fuerzas. La media con la que remata el saludo capotero fue magnífica, repleta de gusto, arrancando de las gargantas de los aficionados un olé seco y sentido. Se empleó en el caballo, la cara abajo, con codicia, empujando con los riñones , con clase, la. misma que tuvo el quite por gaoneras desbordantes de torería que Luis David compuso a la salida del puyazo. Un toro que en la muleta, si hubiera tenido un punto más de empuje y fuerza habría sido de lío gordo, porque calidad y nobleza tenía, y mucha. Lo entendió a la perfección Luis David, gran pulcritud en lo que a técnica se refiere, supo encontrar la distancia, la altura y la velocidad precisa en cada muletazo, perfecto de colocación, con un temple extraordinario, condujo las embestidas con suavidad, sin quitarle la muleta de la cara, muy toreado, muy despacio, uno a uno surgían derechazos y naturales que ligó con naturalidad y facilidad, toreo de calidad que llegó a los tendidos y que estuvo acompañado de cambios de mano y pase de pecho sensacionales con los que abrochó las tandas. El epílogo de su faena llegó por el pitón izquierdo, naturales templados, trincherilla llena de aromas, un farol de adorno y uno de pecho magnífico que precedieron a unas poncinas finales que pusieron en pie a los aficionados. Se volcó a matar y dejó más de media en todo lo alto que fulminó al de Villa Carmela en segundos. Oreja de ley que le confirma como figura mexicana y que nos hace albergar muchas esperanzas en sus actuaciones en esta temporada española que está a punto de abrir sus puertas.
Pero la corrida de ayer tiene un nombre y un apellido, Antonio Ferrera. Es imposible de definir, de adjetivar, de catalogar la faena la cuarto de la tarde, igual que ya no sé como describir el toreo de este genio que es Ferrera. Podría hablar de las musas, del duende, de la inspiración, de magia, de embrujo, de torería, de abandono, de interioridad y no sé cuantas cosas más pero jamás podría plasmar lo que sentí esta pasada madrugada viéndole torear al cuarto. Ni siquiera me vale sentimiento, emoción, pasión, fue algo superior que solo se puede conocer viendo esa faena al cuarto de Villa Carmela. Una vez más se lo recomiendo, véanla, repetida quien pueda a través da Canal Toros, y si no en los resúmenes y videos colgados en todos los portales taurinos. Desde que tomó el capote para recibir al primero se olía en el aire que algo grande podía pasar, pero nadie podía imaginar la magnitud de lo que íbamos a contemplar. Verónicas templadas, desmayadas, con una suavidad exquisita rematadas por una media de cartel acercaban la llave a la caja de los sueños toreros. Con gusto y torería lo llevó al caballo, andándole con mimo, acariciando las embestidas, capote de seda, para dejarlo colocado con una media de escándalo, como fueron las caleserinas y verónicas de sabor añejo con las que se lo llevó del peto para rematar el quite con otra media desmayada suprema que puso en pie a los aficionados. Caballerosidad y elegancia en el brindis a Arturo Macías, ambos saben del sufrimiento que supone una cogida y el sacrificio para recuperarse y volver, así son, un ejemplo para muchos. En la muleta no tuvo toro, llegó sin recorrido y ni un gramo de fuerza, perdiendo las manos a la mínima. Inteligente y técnico Ferrera, cuidándole la altura, mimando al toro, siempre con gusto y torería, aunque estaba claro que era imposible el mínimo lucimiento por la poca transmisión y emoción del animal a pesar del magnífico trato por parte del español. Lo pasaportó de una entera desprendida y la cosa quedó en respetuosos silencio. Le quedaba el cuarto, para mi gusto el toro de más presencia y mejores hechuras de la corrida, y algo debía rondar al maestro Ferrera para decidir torear con un capote y una muleta que pertenecieron a ese genio también incatalogable que fue el añorado maestro Rodolfo Rodríguez "El Pana". Este regalo que recibió de grandes amigos que el balear-extremeño tiene en México debí tener impugnadas esencias eternas de El Pana que debieron penetrar por cada uno de los poros de la piel de Ferrera para desencadenar un terremoto de emociones y pasión en el embudo de Insurgentes. El saludo ya fue por sí un homenaje a El Pana, emulando esa forma de torear a la verónica antes del encuentro del toro con el capote que él tenía, lances suaves, con una singularidad y personalidad arrebatadora para rematar con una media que podría llamar de desdén, mirando al tendido, que arrancó un olé ensordecedor y los primeros síntomas de delirio colectivo. Toro que empujó bien en el caballo y que en banderillas permitió a Gustavo Campos cuajar un magnífico tercio, pero que llegó a la muleta muy justo de fuerzas. Antonio Ferrera lo sabía, tomó la antigua muleta de El Pana y giró esa llave que en le primero habrá acercado a la caja de los sueños toreros para abrirla y mostrarnos todos la grandeza de este arte eterno e inmortal. Las musas bajaron desde esa barrera del cielo en la que los maestros que allí están ven torear cada tarde y el duende se incrustó en le alma de Ferrera que comenzó a torear con una suavidad y un gusto extraordinario, relajado, conduciendo muy despacio la embestida del canasto toro, sacando de la nada, un natural inmenso, parando el reloj, temple infinito, caricias en la cara del toro con una muleta hechizada con la que arrancó muletas de uno en uno, componiendo una figura que nos llevaba a otras épocas, poderoso, retrasando el embroque a la cadera, pisando terrenos comprometidos, en la cercanías, para alargar el muletazo de una manera mágica, abandonado, desgarrado, roto en cada pase, dejando que los pitones le tocaran la taleguilla, pasándoselo por uno y otro lado, toreando sin la ayuda, embrujo, sentimiento, pasión, emoción, toreando para sí, abstraído, la mirada perdida, como en trance, una auténtica locura, y el toro le obedecía, hipnotizado, bajo el hechizo de la muleta de El Pana y las manos de Ferrera. Cada pase era un monumento a la imaginación, cualquier cosa podía surgir al siguiente, nada estaba escrito, imaginación e improvisación, pura ilusión, envueltos en un sueño el toro, el maestro y los aficionados allí y aquí. La emoción y los sentimientos estaban desbordados, pero la faena iba a más para llegar a un final indescriptible evocando a otro grande del toreo mexicano fallecido haca casi 20 años, Curro Rivera, con un pase que por lo visto llaman "psicodélico" y que Ferrera ejecutó con inspiración teatral, echándose la muleta a la espalda por el hombro izquierdo, pasándosela sobre la cabeza haciendo las u afarolado para bajarla con despaciosidad infinita con la mano derecha y quedar colocado para ejecutar el toreo en redondo con dos series maravillosas enganchando al toro la cadera, de nuevo roto, dejándose llevar por la magia a unos circulares invertidos y un pase de desdén que le deja a unos 7 u 8 metros del toro. Desde esa distancia toma el estoque, se perfila para entra a matar, comienza a caminar despacio hacia el de Villa Carmela que bajo el hechizo y el embrujo del maestro le espera para que Ferrera suelte el brazo a un metro de los pitones, haga la cruz a la perfección y deje un estocada monumental en el mismísimo hoyo de las agujas que fulminó al toro sin puntilla. Dos orejas de ley y un estallido de alegría y emoción indescriptible que inunda de lágrimas la cara del maestro y de unos cuantos de quienes ayer asistimos a algo que solo viéndolo se puede entender, embrujo y duende en La México.
Antonio Vallejo
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