martes, 11 de febrero de 2020

Antonio Ferrera y "Tocayo", más allá de los sueños


Hablaba de sueños, hablaba de ilusiones, hablaba de frenesí, hablaba de todo eso hace nada sin poder imaginar que lo que me esperaba a la vuelta de la esquina iba mucho más allá. Ni de lejos intuía lo que iba a ver y sentir en una noche de domingo de febrero que quedará grabada con letras de oro en la historia del toreo y, desde luego, en mi memoria. Hablaba sin saber del futuro, entregado a esos sueños que anidan en el alma taurina y que cada tarde de toros queremos ver convertidos en realidad. Hablaba de algunos de esos sueños cumplidos y otros anhelados, hablaba de tanto y aún desconocía que lo que buscaba era poco para lo que se me iba a dar en esta noche mágica. En México era la tarde, soleada, radiante, como un presagio, luz, color y vida. Seis matadores hacían el paseíllo para enfrentarse a seis toros de diferentes ganaderías en un festejo especial, el Estoque de Oro, con el que prácticamente se echa el cierre a la Temporada Grande de la Plaza México. Enrique Ponce, Antonio Ferrera, Morante de la Puebla, José Mauricio, Joselito Adame y Luis David recibieron una atronadora ovación tras desprenderse de sus capotes de paseo y cambiar la seda por el percal en los instantes previos al homenaje a un torero de plata que por esas tierras es una institución, Juan Vázquez, 85 años, 60 desde que debutó, toda una vida de sueños cumplidos a las órdenes de los más importantes matadores mexicanos que tuvo el reconocimiento merecido. Fue larga su vuelta al ruedo, como allí lo son, muy emotiva, no había prisas, un prólogo de lujo que invitaba a abrir de uno en uno, sin ansiedad, los capítulos de una obra que quería imaginar maravillosa, para degustarlos con la mayor intensidad posible, ignorando su verdadera magnitud, la que solo el misterio de este Arte único puede llevarnos a alcanzar. 
El primer capítulo lo escribió Enrique Ponce que vio como era devuelto su toro, un ejemplar de Juilan Hamdan, sangre San Martín, por inválido, no sé si per se o tras clavar los pitones en la arena y hacer un giro que pudo lesionarle. Saltó un sombrero de La Joya, encaste Domecq, muy en tipo, buenas hechuras, bonito, abrochadito, agradable de cara. Toma bien el capote por el pitón izquierdo, se acuesta algo por el derecho, lo lancea a la verónica Ponce jugando las manos con sutileza para rematar con una elegante media. No va sobrado de fuerzas, blandea, cumple en el caballo y en le tercio de banderillas se le cuida mucho, sobre todo en una brega sensacional de Enrique Fernández. Llega exhausto a la muleta, sin poder ni recorrido, cabe cuando, a media altura, descompuesto en su embestida. Gran labor del valenciano, técnica y saber inmaculados, le consiente, le da la altura que precisa, todo muy suave, medicina pura, le pierde pasos y le da pausas para que recupere el aire, muletazos de seda, caricias sin una sola brusquedad para mantenerlo en pie, pero sin transmisión ni emoción posible. Enorme el esfuerzo de un maestro y un profesional que con treinta años de alternativa trató de robar muletazos de uno en uno como si en ellos fuere su futuro. Mató con suma habilidad y facilidad de un espadazo arriba a este toro soso y deslucido, Buen Amigo, que de bueno solo tuvo su nombre y su nobleza. Ovación cariñosa al esfuerzo y compromiso de Ponce, maestro en prosa y verso.
El segundo capítulo llevaba por título Tocayo, un toro de La Joya, hermano del anterior, serio, cornidelantero, buenas hechuras, armónico, con trapío y un peso de 498 Kg, desarmando la teoría de los kilos y el volumen, un toro tipo Domecq y su autor un maestro que nos embruja y hechiza con su toreo cada tarde, Antonio Ferrera. Ya solo esa primeras líneas del capítulo me llevaban a soñar, más aún al seguir leyendo y contemplar como salió, con pies y mucho brío en los primeros capotazos, brionesa de saludo a una mano, verónicas acompasadas, cadenciosas, templadas, deliciosas, y Tocayo repite con fijeza y humilla. Gran puyazo de Alfredo Ruiz "El Miura", toro bravo en el caballo, pelea con celo, la cara abajo, empuja con los riñones. Torería de Ferrera al sacarlo del caballo con un recorte añejo de auténtico cartel. Argumentos para dejarse llevar, para desear empezar a devorar las líneas con la que el maestro español empezara a escribir una historia que no podíamos presagiar ni en los más bellos sueños. Desde que tomó la muleta con la mano derecha allá en las rayas del tercio el toreo emergió poderoso, muletazos enganchados adelante, temple y largura, figura erguida y a la vez desmayada, naturalidad, series maravillosas en redondo, encajado, la mano baja, temple, recorrido, repetición, humillación, toro bravo, toreo acompasado, una trincherilla desencadena la locura, los olés retumban, otra más llena de sabor y torería levanta a los aficionados, Ferrera queda colocado para otra tanda más de derechazos profundos, ligados en el sitio, la mano muy baja, uno de desdén, ahora el de pecho llevándoselo a la hombrera contraria, La México ya no se aguanta, es un manicomio, el frenesí desbordado, los sueños afloran y la emoción inunda todo. Naturales monumentales, hondos, templados, sedosos, los vuelos acarician a Tocayo que persigue la franela con codicia, humillando, el hocico por la arena, ligazón, clase, gusto y otro supremo de pecho. Ya no es toreo, ya es embriaguez, una auténtica borrachera de arte, cita muy en largo, ye el toro se arranca, pronto, con fijeza, repite en otra tanda de derechazos que cose a un cambio de mano para ligar sin solución de continuidad naturales con más hondura aún, mirando al tendido, y un farol, y otro redondo, y para rematar uno de pecho antológico, largo, infinito. Ya no es pasión, ya nos son sueños, ya es una realidad, y sigue el toreo, el mismo ritmo, la misma intensidad, Ferrera abandonado, la inspiración le lleva, no se cansa, ni Tocayo tampoco, como si no hubiera empezado la faena, sigue intacta su bravura y su fuerza, más toreo en redondo, ya nadie recuerda cuando empezó la bacanal de toreo, los olés son auténticos truenos que estremecen el corazón, más toreo en redondo, belleza sin igual, otro cambio de mano, y un natural, el de pecho apoteósico, a la hombrera contraria. Ferrera entregado a la ensoñación, en trance, naturales con abandono, largos, con la misma hondura, los pañuelos se agitan pidiendo el indulto, Tocayo a lo suyo, embestir y embestir, incansable, por abajo, haciendo el avión, bravura y clase, lo repetiré mil veces. Pero aún faltaba más, molinete de rodillas, redondos largos también con ambas rodillas en tierra, y liga un natural, y uno de desdén, luego una trincherilla, todo fluye natural, de la imaginación de Ferrera a las muñecas que juegan con la muleta, éxtasis indescriptible, el indulto es mucho más que un clamor, más con otra serie de naturales mirando al tendido y al Juez de Plaza, y otra tanda en redondo poderosa y profunda que Tocayo toma con la misma frescura y el mismo tranco que tuvo de salida, ¡y por fin el pañuelo naranja!, ¡y por fin el sueño perseguido!. Ferrera se rompe, llora de alegría, simula la suerte de matar, con la palma de la mano, acariciando el morrillo, se lleva a Tocayo con adornos por bajo y trincherillas camino de la puerta de toriles, con gusto y torería, entre gritos de “TORERO, TORERO, TORERO” mientras el desenfreno de los sentimientos, la pasión y la alegría se hacen reyes de la tarde mexicana y de la noche española.
El tercer capítulo llevaba la firma del duende, de Morante de la Puebla, pero contó con un invitado que no le ayudó en nada a la hora de componer una gran obra, todavía más acentuado tras la borrachera de Ferrera y Tocayo. El de Bernaldo de Quirós, enmorrilado, serio, muy en tipo, toro muy mexicano tan solo permite al sevillano dibujar un ramillete de verónicas a compás, hundiendo el mentón, acunando al toro, suaves, cargadas de aromas, jugando las muñecas con sutil garbo para rematar con una media marca de la casa. Y ya no hubo toro, ni en el caballo, no se empleó, ni en banderillas, con un sensacional Gustavo Campos que lo tuvo que hacer todo ante un toro agarrado al suelo. En la muleta no tuvo ni un pase, tardo, parado, sin recorrido, cabecea, se defiende, totalmente imposible. Lo prueba Morante, se ve claro que no hay nada y, con magnífico criterio, toma la espada y abrevia, lo único que se podía hacer. Sinceramente, no entiendo que se abroncara a Morante. Es más, creo que cuando un toro demuestra nulas cualidades, como ese de Bernaldo, debería agradecerse y premiarse  la brevedad y no aburrir y marear al personal con una letanía de pases sin sentido. Una pena, porque lo poco que pudo escribir Morante a la verónica fue poesía pura.
El cuarto capítulo llevaba sangre San Mateo en un toro del hierro de Xajay enmorrillado, serio, vuelto de pitones para José Mauricio. Verónicas con ritmo del capitalino en las que el toro mete bien la cara pero blandea un tanto. Empuja con celo en le peto y sale con buen tranco permitiendo a Mauricio ejecutar un vistoso quite por chicuelinas, caleserina y una larga cordobesa con gusto y clase. Los primeros compases de la faena llegaron cargados de elegancia, doblándose, conduciendo la embestida en largo, obligando al de Xajay. Toro con clase y nobleza, que mete bien la cara pero al que le falta poder para transmitir. Extraordinario José Mauricio, muy templado, poniéndole la muleta en la cara, embarcándole en los vuelos, conduciendo el viaje con mano baja en buenas tandas en redondo que abrocha con magníficos pases de pecho. Entiende al toro a la perfección, le toma la altura y el ritmo preciso, con temple y despaciosidad, midiendo las pausas, dándole aire. Faena a más gracias al magnífico trato del mexicano que compone al natural pasajes de toreo de muchos quilates, naturales con hondura y mucho temple, largos, perfecto de colocación, ligados  en el sitio, aguantando incluso parones eternos con los pitones rozando la taleguilla para enlazar un cambio de mano y un pase de pecho portentoso. La última serie en redondo pone a la plaza en pie, olés clamorosos que acompañan muletazos profundos, otro parón que aguanta estoicamente, un cambio de mano maravilloso, un natural majestuoso y la rúbrica  a la faena la pone un pase de pecho de pitón a rabo monumental. Se tira a matar y hunde la espada hasta la empuñadura en todo lo alto. Una oreja que me supo a poco, la verdad, porque la estocada por sí sola lo valía y la faena me pareció de oreja sobre todo porque supo sacar el máximo de un toro que fue a más gracias a su técnica y su temple.
El quinto capítulo contó con un toro de Reyes Huerta acapachado y vuelto de pitones también entipado para la gran figura actual del toreo mexicano, Joselito Adame. Lances de saludo desmayados, a pies juntos, verónicas templadas, lentas, con clase, y una media de remate garbosa. Salió del caballo con las fuerzas justitas pero le permitió al hidrocálido firmar un quite por gaoneras y revolera de remate con mérito por la exposición ya que el toro se quedaba corto. El tercio de banderillas fue espectacular, cediendo el propio matador un par a Ferrera y otra a su hermano Luis David. Fueron tres pares ejecutados con pureza, llegando hasta la cara del toro para dejar los palos reunidos en medio de una gran ovación del público. Inicia el trasteo por estatuarios, el toro va en largo pero pierde las manos, no le sobraban las fuerzas. Maestría técnica de Joselito llevándolo a media altura, sin obligarle, concediéndole todo. Mucho temple y suavidad en las tandas en redondo, muy despacio, paciencia, bajando la mano poco a poco, llevándolo muy toreado. Al natural los mismos registros, suavidad y mimo, naturales con temple y hondura, ligados con calidad. Tandas medidas, pausas cuidadas y el toro a más y la faena también. Surge una serie en redondo reunida, poderosa, la mano baja, ligada, con profundidad, muletazos sensacionales sin quitarle la muleta de la cara, llevándolo muy tapado entre olés y olés. Al natural compone otra serie de mucho empaque, honda, con mano baja, portentoso Joselito que Continua toreando de maravilla, con clase y gusto, derechazos genuflexo alargando el viaje cargados de plasticidad sin rehuir a pisar terrenos comprometidos de cercanías cuando el de Reyes Huerta se va apagando, citando con la muleta retrasada, dejándose llegar los pitones, ligando en una baldosa. Lección de torería y valor que rubrica con unas dosantinas en las que el toro se queda parado, aguanta Joselito y en una le voltea sin consecuencias. Vuelve arrebatado a la cara del toro para finalizar su faena entre los pitones, robando derechazos de enorme mérito. Garra, valor, entrega y torería que refrenda con una entera arriba traserita suficiente para pasaportar al de Reyes Huerta. Dos orejas con protestas para la segunda, quizás más por la comparación con José Mauricio en el capítulo anterior, pero como dije antes, no me parece descabellado el premio. Aunque en mi opinión lo justo hubiera sido que ambos mexicanos se llevaran dos orejas en ambos capítulos.
El último capitulo pudo ser mejor para cerrar esta obra con el sabor de boca deseado, pero Luis David, aunque creo que puso todo para escribirlo con maestría no encontró colaboración en el otro protagonista, el toro de Las Huertas, abanto y apuntando querencia de salida, manseando en los primeros tercios. Tan solo el quite por zapopinas le permitió a Luis David sacar a la luz sus buenas cualidades capoteras, pero el toro buscaba las tablas  con desesperación y deslucía cualquier intento. En la muleta nada cambió. Luis David lo puso todo, le plantó la muleta, trató de atemperar las oleadas del toro a base da mando y mano baja, sacó algunos muletazos con profundidad pero la faena careció de ritmo y continuidad. Muy por encima el hidrocálido, firme y voluntarioso, pero sin posibilidad de conectar con los tendidos por las escasa condiciones del manso que cerró el último capítulo de esta obra que pasará  a la historia del toreo con letras de oro.
Su título: Antonio Ferrera y Tocayo, más allá de los sueños. 

Antonio Vallejo

sábado, 8 de febrero de 2020

Que toda la vida es sueño, y los sueños... lo son de toreo


¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción; y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son. Si sustituimos vida por toreo, ¿que les parece?. No sé si calderón de la Barca, madrileño nacido en 1600, sería aficionado a los toros, no tengo ni idea si asistiría a las corridas de toros que por aquel entonces se celebraban en la recién inaugurada Plaza Mayor (3 de julio de 1619), la antigua Plaza del Arrabal en la que el rey Felipe II, gran aficionado, instauró e impulsó las corridas de toros en la capital del Reino y que sus sucesores Felipe III y Felipe IV mantuvieron por su también reconocida afición taurina. Ni tampoco creo que en su  cabeza cupiera la posibilidad de imaginarse que esos versos tan famosos reflejaran tan fielmente lo que es el toreo. La vida, el toreo, el toreo y la vida, inseparables en España, en nuestra historia, aunque a algunos les moleste, por mucho que se nieguen a reconocerlo, así es, y lo tenemos en algo tan sencillo como son las expresiones que cada día utilizamos. Piensen unos segundos en la cantidad de veces que decimos o escuchamos "que Dios reparta suerte", "pasarse de la raya", "este es un Miura", "agarrar el toro por los cuernos" o la mítica "lo que no puede ser no puede ser". El frenesí, la ilusión, sombras y luces, ficción y realidad, todos están en la vida y en el toreo, el mayor bien puede ser  pequeño en lo físico pero infinito en la emoción como lo es una verónica acompasada, un natural hondo o un remate lleno de aromas capaz de desbordar los sentimientos que residen en los sueños de un torero o de un aficionado. Quizá por eso nuestra Fiesta sea tan grande, quizás por eso haya perdurado durante siglos, quizás por eso nunca muera, porque los sueños son eternos y cada tarde de toros depositamos en una faena soñada todas nuestras ilusiones. Y eso ni se puede borrar ni se puede destruir, que la vida es sueño y el toreo también.
Así fue la madrugada española de este pasado miércoles 5 de febrero, segunda de las corridas de Aniversario de la Plaza México, una madrugada para soñar el toreo, para vivir y sentir la emoción del Arte, y también para luchar contra el sueño físico, que todo cuenta, que tres horas y cincuenta minutos de festejo son unas cuantas, y a esas horas. Más suerte tuvo mi gran amigo Raúl Rodríguez que me envió desde una barrera de Insurgentes la foto que ilustra esta entrada, lo cual le agradezco enormemente porque me ha venido que ni pintado y más apropiada para la ocasión no ha podido ser. El programa de mano y el boleto de su asiento, allí, en la plaza, a las cuatro y media de la tarde, descansado y tranquilo, mientras otros tuvimos que luchar contra Morfeo. Para él es una realidad, para mi aún es un sueño ver toros sentado en uno de los tendidos de La México, quién sabe si algún día se cumplirá. Decía que era una madrugada para soñar. Lo era, sin duda alguna, invitaba a hacerlo. Un cartel rematado con toros de Jaral de Peñas, procedencia Juan Pedro Domecq vía Jandilla y Torrestrella, para los matadores Uriel Moreno "El Zapata", Antonio Ferrera, Morante de la Puebla y Octavio García "El Payo". Toros criados en México pero de procedencia española, dos matadores españoles y dos mexicanos, España y México de la mano en una plaza de toros, las dos orillas de ese Atlántico que aquellos españoles cruzaron en el siglo XV guiados por los sueños y que nos llevaron a ser el gran Imperio en el que nunca se ponía el sol. Siempre los sueños, ¡que sería de nosotros sin los sueños!, entonces los grandes de aquellos intrépidos valientes, ahora los pequeños del toreo, depositados en eso valientes que son los toreros, mas todos llenos de ilusión. 
La pregunta es obligada. Con todo esto, ¿se cumplieron los sueños y las ilusiones depositadas en esa madrugada taurina?. Pues sí, la verdad es que sí, mucho más allá del resultado numérico, mucho más allá que Ferrera saliera a hombros, más allá de que Morante cortara otra, más allá de la variedad del toreo de capa, su espectacularidad en banderillas y los extraordinarios muletazos de El Zapata en lo poco que le duró el toro, más allá de la magistral faena de El Payo al que cerró plaza malograda con la espada, más allá de los datos, hubo emoción y sentimiento a lo largo de todo el festejo, y solo eso colma los sueños.
Disfruté mucho, de entrada, con las láminas de los toros. Salvo el tercero, terciadito y con menos presencia, los siete restantes más el sobrero que saltó como séptimo bis estuvieron bien presentados, en tipo a su procedencia Domecq, de buenas hechuras, sin excesos de kilos - entre 490 Kg y 540 Kg, como corresponde a este encaste -, serios, con cara y expresión, astifinos, ofensivos y cornidelanteros en general pero sin exageraciones, proporcionados, presencia y trapío, como suele decirse, con mucha plaza. En cuanto al juego, desigual, nobles y con clase en general pero con falta de empuje y algo más de transmisión, destacando el quinto, bravo y encanastado pero duró un suspiro en la muleta y el octavo, el más completo de la corrida, además del tercero, enclasado y repetidor pero un puntito falto de fuerza.  A partir de ahí se tenían que empezar a construir los sueños de esa madrugada, algo fácil cuando sobre el ruedo están los maestros Antonio Ferrera y Morante de la Puebla. 
Una vez más Ferrera hizo magia, construyó desde la nada dos faenas cargadas de torería y gusto, despacio, andando y toreando muy lento, a dos toros que decían muy poco, dos toros nobles y manejables pero sosos, deslucidos y faltos de ritmo. Su reposo en infinito, fruto de la veteranía, su conocimiento y recursos técnicos inagotables para entender a los toros y sacar lo que parece imposible, haciéndolo además con elegancia, con clase, sentimiento y emoción nacidos del temple y la suavidad. El que hacía segundo no humillaba, tardo, le costaba un mundo arrancar y pasar, si le bajaba la mano se caía, sin ritmo. Daba igual, Ferrera le encontró la altura, retrasó la muleta a la cadera, lo fue embarcando con mimo en redondos y naturales sueltos, arrancados de uno en uno, de enorme belleza, con despaciosidad, seguro y relajado, dibujando al aire trazos magistrales a base de llévalo muy encelado, tapándole la cara, rematados con los de pecho largos y adornados con pases de desdén, trincherillas, circulares invertidos y abaniqueos en la cara para desencadenar el frenesí de los tendidos, el delirio, otro más, nacido de la inspiración del maestro. Una entera en la suerte de recibir valió una oreja. No fue mejor el sexto, sin fijeza, sin entrega, además soltando la cara con más peligro del que podía apreciarse. Otra faena nacida de la imaginación del balear-extremeño, esta vez a base de entrega y pundonor, de poder y vergüenza torera, poniéndole la muleta en la cara y sin quitársela para evitar su huida llevarlo conducido de manera portentosa, pases robados también de uno en uno, cargados además de la torería con la que cada día nos deleita el maestro Ferrera, de nuevo hechizando a La México. Y cuando el toro se apagó acortó las distancias y pisó terrenos comprometidos, esfuerzo y valor encomiabais, sin guardarse nada, torero de pies a cabeza. Un pinchazo hondo y un descabello valieron para otra oreja con división de opiniones pero que le sirvió para abrir la puerta grande y salir a hombros como hizo hace poco más de una semana. Yo que quieren que les diga, que también le hubiera pedido la oreja, la emoción de esa faena y la entrega de Ferrera convirtieron el sueño en realidad.
Morante de la Puebla, Morante, mi Morante, ¡como cuajó al tercero!. El paraíso de los sueños anunciado desde las dos verónicas de saludo por el pitón izquierdo  con sabor a gloria bendita y que en la muleta abrió de par en par las puertas por las que brotaron las esencias del toreo eterno. El duende en el ruedo, una vez más el pellizco, naturalidad y embrujo desde los primeros muletazos de tanteo, por bajo, muy suave, andándole al toro como los antiguos, imágenes del ayer, sueños de hoy, torería y gusto, un molinete garboso, uno de desdén, una trincherilla, un cambio de mano armonioso, torero, torero, torero, aromas de Romero traídos desde Sevilla para mostraros a todo el mundo. Elegancia y armonía en las series en redondo, ajustadas, encajado, naturalidad en la figura, enroscándose al toro, toreo profundo, naturales divinos, suaves, con hondura infinita, jugando las muñecas con gracia, armonía en cada paso, temple en cada pase, muy despacio, una vez más jugando con la eternidad, como en un pase de desdén ejecutado como una trincherilla en el epílogo de la faena que parecía no tener fin, largo, corría el tiempo pero el reloj se paró, un pase que puso en pie a toda la plaza, un pase que por sí solo valía toda una madrugada, un pase que resume lo que es para mi el sueño del toreo, no quería más, no me hacía falta más, solo ese pase colmaba las ilusiones de ese día. Y Morante dijo basta, no hacía falta más ¿para qué?. Veinte muletazos, el pellizco recorriendo mi cuerpo como un latigazo, emoción y sentimientos desbordados, el tiempo se había parado para degustar el caviar que el sevillano nos sirvió para degustar como debe ser, en su justa medida, calidad y sabor inagotable. Una entera desprendida le dio una oreja que paseó entre el frenesí de los tendidos. Pero no todos los sueños son bellos, algunos se convierten en pesadillas para olvidar, como el episodio del que hacía séptimo. Un jabonero que desde que saltó fue protestado por un amplio sector del público. Un toro largo, algo destartalado por detrás, puede ser, serio y bien armado, abrochadito, vale, pero sin síntoma alguno de invalidez ni de blandura, en ningún momento perdió las manos. ¿Tenía poca fijeza?, sí. ¿Apuntaba querencia?, también. Pero con todo aún no acierto a entender el motivo del las protestas y menos aún que el juez de plaza accediera a devolverlo sin siquiera haberlo probado en el caballo. Un despropósito incomprensible. El sobrero que salió en su lugar difería muy poco de su hermano en cuanto a presencia, seriedad y hechuras, salvo que era negro de capa y no jabonero, lo que tampoco sé si es motivo para no protestarlo. El caso es que tampoco tuvo fijeza, manes claramente en el caballo, rehuía los capotes y a la muleta llegó sin entrega y soltando la cara con peligro. Infumable. Y Morante tomó la franela y la espada de matar, lo macheteó por bajo, directamente, y lo mató sin más. Lo digo sinceramente, hizo lo perfecto,cuando un toro es como aquel sobrero todo lo que se haga es ficción, postureo y una pérdida de tiempo absurda. Cuando estás en una pesadilla como la que vivimos con el episodio de ese séptimo y el bis lo único que quieres es despertar rápido y olvidarlo. Gracias maestro.
Conozco muy poco de Uriel Moreno "El Zapata", creo que tan solo le he visto un par de veces por televisión, no sabía hasta este miércoles su estilo ni sus cualidades, pero he sacado en conclusión que es un torero con veteranía y conocimiento, que tiene calidad y que, al menos eso me ha parecido, basa su toreo en la variedad de recursos, suertes y una espectacularidad en banderillas que me recuerda algo a Fandi gracias a unas cualidades físicas portentosas con cuarenta años de edad que tiene. Con el que abría plaza no tuvo opción alguna, untoso deslucido, blando, justo de fuerzas, corto de recorrido, sin ritmo ni entrega en ningún tramo de la lidia, sin humillar. Por petición del público tomó las banderillas pero no pudo cuajar un buen tercio por las escasas condiciones del de Jaral de Peñas. Dos pares correctos sin más de dentro a fuera en los que el toro esperó y apretó obligando a El Zapata a pasar en falso dos veces y un tercero al violín quebrando junto a tablas muy espectacular y arriesgado. Con la muleta me pareció aseado, tratando de templar y llevar de la mejor manera posible la descompuesta embestida del toro. Lo intentó, mostró técnica pero el trasteo careció de emoción. Lo dicho, pulcro y correcto pero imposible de juzgar por la nulidad del toro. Otra historia bien distinta fue el quinto. Por cierto, que entre la muerte del cuarto y la salida del quinto asistimos a la despedida de Porfirio Sánchez, uno de eso momentos típicos de La México que duran una barbaridad y que cuando uno ve la corrida a esas horas del madrugada resultan desesperantes. ¿Quien es Porfiro Sánchez?. Pues el "jefe" de los monosabios de la Plaza México, toda un institución por allá, con 60 años de servicio a sus espaldas, entró con 25 y cumplía 85, nada menos. Y ya les he contado cómo son esas vueltas al ruedo bajo los acordes de "Las Golondrinas". El homenajeado saludado en cada burladero, en cada tendido, compañeros, familiares, amigos, uno de allí, otro de acá, da igual, por el ruedo desfila todo el mundo, y no se crean que con paso alegre,¡qué va!, con una parsimonia desesperante. Se lo cuento como es, ¡17 minutos de reloj!, se lo juro, ¡y a esas horas de la madrugada!. En fin , México es así, y que siga siéndolo, pero otras horas.... Bueno, el caso es que tras esa vuelta al ruedo saltó el quinto, precioso de hechuras, cornidelantero y abrochadito, un torazo. El manejo del capote de El Zapata me pareció asombroso, rescatando suertes de antiguos matadores mexicanos, como una que por lo visto llaman "tacita de plata", con el capote a la espalda como para una gaonera pero en el embroque deja la punta del capote lacia para hacer una especie de remate como si fuera una trincherilla. Muy bonito, la verdad, y no lo había visto hacer antes. Luego le pegó dos largas cambiadas junto a tablas y una media de cartel que puso en pie a la plaza, además de otra suerte de capote que hacía otro matador mexicano,  Antonio Campos "El Imposible", que es una gaonera pero girando sobre su propio eje justo antes del embroque, muy espectacular  Pero nada como la que lió en le tercio de banderillas. Tomó los seis palos a la vez, puso un primer par que llaman "monumental" girando y quebrando en la cara, sin solución de continuidad otro par al violín y cosido a este un tercero cuadrando y clavando en la cara de poder a poder. Un auténtico espectáculo que enloqueció a todos los aficionados. El inicio de faena fue igual d vibrante, tres cambiados por la espalda y tres estatuarias en los medios muy ajustados con los que rugieron los olés y luego dos series por el pitón derecho majestuosas, con un toro pronto, con magnífico torno, con humillación, repetidor, con fijeza, derechazos largos, enganchados muy adelante, con mucho recorrido, con profundidad, la mano baja, ligados en el sitio, clase y gusto. Un gran toro y un toreo de muchos quilates.... pero en abrir y cerrar de ojos el de Jaral de Peñas se rajó, se paró y se volvió protestó y reponedor. Adiós a los sueños, se acabó todo sin darnos cuenta, una pena, pero así es el toreo, como la vida, lleno de sorpresas, buenas y malas.
A Octavio García "El Payo" sí que le he visto torera muchas veces y su calidad y clase está más que contrastada. Lo demostró este miércoles ante dos toros de muy distinta condición. El cuarto tuvo poca movilidad y entrega desde que salió por la puerta de chiqueros. No se empleó en los primeros tercios, no dijo nada ni tampoco demostró malas intenciones, más bien noblote, es decir, muy poco toro. Esa sosería continuó en la muleta, con un Payo muy por encima, portador de muchos recursos técnicos para cuidar la altura y evitar que le toro se derrumbara, llevándolo muy templado, con mucha suavidad, mimo exquisito, tirando del toro con delicadeza, haciéndolo todo bien pero sin posibilidad de transmisión ni emoción por las escasísimas cualidades del animal. Quizás el único pero a su faena fuera que se pasó ligeramente de metraje, aunque para compensar lo pasaportó con brevedad y gran habilidad dejando una entera arriba. El octavo fue, al contrario, un gran toro, con muchos pies de salida, movilidad, galope ágil y repetición en la buenas verónicas de saludo, templadas, acompasadas. Sensacional pelea en el caballo, con codicia, empujando abajo en un puyazo largo, algo por frecuente en México. Un poco desconcertante en los primeros muletazos de tanteo, algo bronco, fruto de su fondo de casta y raza. Surgió El Payo más poderoso y templado, plantándole la muleta, dejándosela en la cara, sin quitársela, tapándole la salida, muy toerado, muy templado, perfecto de colocación, ligando en el sitio, la mano baja, mandando. Toreo largo, acoplado, encajado, firme, seguro y a la vez relajado, naturalidad en la figura, elegante, dibujando trazos de gran toreo, cambios de mano supremos para iniciar las series al natural, con hondura, siempre templado y la mano baja. Enorme Payo, clase y gusto  en cada movimiento, ritmo y compás, embriagado de toreo, los olés roncos, los sueños culminados con pases de pecho antológicos, adornos por bajo, trincherazos, los de desdén, una locura, otro circular invertido, cambios de mano apoteósicos y una dosantina para rubricar una grandísima faena que para mi iba camino de las dos orejas de haberse interpuesto una entera caída insuficiente para hacer doblar a este muy buen toro, bravo y repetidor. Pero el sensacional toreo de Octavio García quedará en la memoria por encima de los números.
En fin, que la vida sigue, el toreo también, y los sueños igual, siempre, eternos, inmortales. Y si no atiendan al cartel de mañana domingo 9 en la Monumental mexicana para la corrida del "Estoque de Oro": Enrique Ponce, Antonio Ferrera, Morante de la Puebla, José Mauricio, Joselito Adame y Luis David ante toros de seis hierros diferentes. ¿Es o no para soñar?

Antonio Vallejo



miércoles, 5 de febrero de 2020

Ponce y Adame salvan la primera del Aniversario


Magnífico el aspecto de La Plaza México ayer lunes para ver la primera de las dos corridas programadas con motivo del aniversario del coso de Insurgentes, con un ir y venir de aficionados por los aledaños de la plaza y unos tres cuartos de entrada en los tendidos, prácticamente lleno el numerado y notable aspecto en el general. Da gusto ver esta plaza así, con los tendidos poblados, no como por desgracia he visto en la mayoría de las corridas de esta Temporada Grande, más parecido a un páramo desierto que a otra cosa. 
El cartel acompañaba, sin duda, con Enrique Ponce, consentido de la afición mexicana, José Mauricio, que el  15 y 22 de diciembre abrió por partida doble la puerta grande capitalina, y Joselito Adame, máxima figura actual del toreo mexicano, para matar un encierro de Fernando de la Mora tan desigual en presentación y presencia, tercero y cuarto me han parecido los más serios y con mejores hechuras, como en juego. Salvando al sexto, el mejor de la corrida sin duda alguna, repetidor, con movilidad y humillación, y al noble y colaborador primero, el resto me ha parecido baja de raza y bravura, tarda, agarrada al piso y justa de fuerzas, a lo que sumar el peligro sordo en segundo y quinto. 
Enrique Ponce es más que un ídolo en La México, es uno de los que allí llaman "consentidos", un honor al alcance de muy pocos. La cariñosa y atronadora ovación que el valenciano recibió al romperse el paseíllo en reconocimiento a sus treinta años de alternativa así lo atestiguan. Y no les defraudó con el primero, un toro noble al que cuidó y administró con maestría por su justeza de fuerzas en una faena de inteligencia y telas de seda cargada de gusto y temple. Lo recibió por verónicas suaves, primero con desmayo aprovechando su movilidad y humillación, luego acompasadas y elegantes, para abrochar este saludo con una media bellísima, casi tanto como la larga cordobesa con la que dejó al de Fernando de la Mora ante el caballo o el quite por chicuelinas a manos bajas repletas de gusto y torería. Toro noble y con clase pero al que había que cuidar ante su justeza de fuerzas y que encontró en la franela de Ponce la medicina perfecta para lucir sus cualidades. Faena inteligente, dándole la altura precisa y el ritmo adecuado, consintiéndole al principio, todo con suavidad, ligando las series sin quitarle la muleta de la cara, llevándolo muy toreado, muy despacio. Se sucedieron las series en redondo enroscándose al toro a la cintura, derechazos eternos, parecían circulares, con los tendidos entregados a Ponce, para rematar con grandes de pecho y cambios de mano monumentales que arrancaron los olés unánimes de la afición. Por el izquierdo el toro protestaba, iba rebrincadao, pero el temple y la técnica de Enrique acabaron por embarcarle en una primera serie de naturales con hondura y despaciosidad de mucho mérito y otra serie en la postrimerías de la faena iniciada con un cambio de mano sublime para ligar los naturales con un temple y una hondura maravillosa. Las poncinas del epílogo pusieron en pie a la plaza antes de entrar a matar y dejar una entera algo trasera que revienta al de Fernando de la Mora. Petición de dos orejas  que el Juez de Plaza deja en una, lo que no me parece ni bien ni mal, pero lo que está claro es que cumplió el reglamento al otorgar la pedida por el público y reservarse la segunda según su criterio. Si hubiera concedido ambos apéndices también habría acertado porque creo que la faena por sí sola valía una oreja y la estocada volcándose, aunque algo defectuosa de colocación, fue fulminante y bien podía valer otra oreja por sí sola. A lo mejor si en vez de ocurrir en el primer toro hubiera sido el cuarto... ¡quien sabe!. Ante el cuarto no tuvo ninguna opción. Reservón desde que saltó a la arena, incierto en su embestida, tardo, agarrado al piso, sin fijeza, sin entrega, muy deslucido. Lo único bueno de este toro llegó en varas donde se arrancó con brío y buen tranco para  empujar con codicia en un extraordinario puyazo que José Palomares agarró arriba y delantero haciéndose merecedor de la fortísima ovación con la que abandonó el ruedo castoreño en mano. Pero fue un espejismo ya que en la muleta no sirvió para nada, reservón , con la cara lata, sin entrega. Lo intentó el valenciano a base de tesón y capacidad técnica llegando a robar algún muletazo suelto con cierto empaque, pero la falta de celo y codicia del animal impidieron el mínimo lucimiento. Repito, admirable que Ponce, con 30 años de alternativa, mostrara las fans y la disposición ante este toro que lo único que podía hacer es herirle, muestra de su dignidad y respeto por el toro y la Fiesta.
José Mauricio no pudo revalidar sus dos puertas grandes consecutivas en diciembre al toparse con un lote infumable. El segundo salió con las manos por delante y la cara por las nubes, punteando los capotes, sin emplearse lo mínimo. Lo intentó el torero capitalino en un vistoso quite por caleserinas pero nada más pudo hacer ya que a la muleta llegó sin recorrido ni entrega, con una embestida brusca, sin ritmo, incómodo, imposible a pesar de la firmeza y las toneladas de voluntad que derramó Mauricio. El final de faena por bajo, macheteo a la antigua fue, para mi, lo más acertado y lo mejor que se podía hacer con un toro de esas condiciones. Además ese toreo sobre los pies, doblándose y pudiendo la toro encierra también mucha belleza, por lo que no comprendo que algunos aficionados le censuraran ese tipo de lidia. El quinto fue un calco de lo que que he contado más el suplemento de la falta de fuerzas y su comportamiento a la defensiva, reponiendo y soltando la cara con enorme peligro, un toro orientado que sabe lo que buscaba. Poderoso y rotundo el mexicano, pudiendo por bajo, doblándose, echando la muleta al suelo en un macheteo de mucho mérito, derrochando valentía y algo más. De verdad, esa lidia también es torear, esa lidia es someter a un toro como ese, y si encima lo mata como lo hizo, un estoconazo sensacional, volcándose sobre el morrillo, exponiendo y siendo volteado, ¿por qué no pedir una oreja?. Opiniones hay para todos los gustos, pero jugársela como se la jugó Mauricio, con es verdad, bien merecía un premio.
Joselito Adame cortó otra oreja al tercero en una faena de auténtico macho a un toro que no decía nada, que como la mayoría de sus hermanos también echaba las manos por delante desde su salida, rebrincado, deslucido, con pocas fuerzas y que llegó a la muleta sin entrega, tardo, parado, protestó, soltando la cara. Joselito tiró de él de manera portentosa, arrancando muletazos de uno en uno, poniéndose en el sitio, con temple y poderío, demostrando su enorme capacidad lidiadora. Mucho mérito lo que hizo frente a la falta de ritmo y continuidad del toro, todo fruto del tesón, la firmeza, la técnica y el valor para acortar las distancias cuando el toro se paró, tragando los barones y aguantando brusquedades sin inmutarse, metido entre los pitones. Rotundo Adame, poderoso, para cortar una oreja de mérito que pasea entre alguna protestas para mi difíciles de justificar. Le quedaba el que cerraba plaza, un toro que tampoco de salida mostró virtudes como para volverse loco. Más de lo mismo, manos por delante y cara a media altura, pero el temple hace milagros y el hidrocálido compone un ramillete de verónicas sedosas llenas de clase. Toma un buen puyazo, delantero y medido, se le lidia de maravilla por parte de la cuadrilla de Joselito y es el mismo matador quien realiza un lucido quite por chicuelinas ajustadas y una media bellísima que hace retumbar a La México en olés. ¡Qué importante es la lidia y los primeros tercios!. Todo lo que se le hizo a este toro se hizo muy bien, quizás por eso fue a más en la muleta y rompió a bueno y bravo como lo hizo, amén de su fondo de raza y casta. Joselito lo toreó a la perfección, adelantó la muleta, lo embarcó y metió en los vuelos y condujo las embestidas tirando lo justo y necesario para alargar el viaje y completar redondos y naturales ligados por bajo, con profundidad y hondura, una sinfonía de toreo cargada de acordes de gusto y clase en la que la ligazón marcaba el ritmo y la cadencia el compás. Toreo caro, con empaque en el que tampoco faltaron los adornos por bajo, las trincherillas con sabor, los pases de desdén, los cambios de mano, faroles, los martinetes recibidos con locura por parte de los aficionados o las luquecinas finales llenas de torería. Una gran faena a un  buen toro que, honestamente, creo que fue aún mejor por el trato exquisito que le dio Joselito, obra y gracia de su técnica y su conocimiento. Intentó matarlo en la suerte de recibir pero al comprobar que no se le venía optó por el volapié y dejó algo más de media algo defectuosa que debió ser el motivo por el que el Juez de plaza, esta vez de manera incomprensible y contar el reglamento, negó la oreja pedida por mayoría que le habría abierto la puerta grande. Más allá de los números, el toreo del hidrocálido queda ahí, magistral.
Y para mañana la segunda del Aniversario con Morante de la Puebla, Antonio Ferrera, Octavio García "El Payo" y Uriel Moreno "El Zapata" ante toros de Jaral de Peñas, procedencia Juan Pedro Domecq. Corrida monstruo, ocho toros y espero que ahí quede la cosa, sin nada de regalos, porque el trasnoche promete ser serio. Pero merecerá la pena.

Antonio Vallejo