¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción; y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son. Si sustituimos vida por toreo, ¿que les parece?. No sé si calderón de la Barca, madrileño nacido en 1600, sería aficionado a los toros, no tengo ni idea si asistiría a las corridas de toros que por aquel entonces se celebraban en la recién inaugurada Plaza Mayor (3 de julio de 1619), la antigua Plaza del Arrabal en la que el rey Felipe II, gran aficionado, instauró e impulsó las corridas de toros en la capital del Reino y que sus sucesores Felipe III y Felipe IV mantuvieron por su también reconocida afición taurina. Ni tampoco creo que en su cabeza cupiera la posibilidad de imaginarse que esos versos tan famosos reflejaran tan fielmente lo que es el toreo. La vida, el toreo, el toreo y la vida, inseparables en España, en nuestra historia, aunque a algunos les moleste, por mucho que se nieguen a reconocerlo, así es, y lo tenemos en algo tan sencillo como son las expresiones que cada día utilizamos. Piensen unos segundos en la cantidad de veces que decimos o escuchamos "que Dios reparta suerte", "pasarse de la raya", "este es un Miura", "agarrar el toro por los cuernos" o la mítica "lo que no puede ser no puede ser". El frenesí, la ilusión, sombras y luces, ficción y realidad, todos están en la vida y en el toreo, el mayor bien puede ser pequeño en lo físico pero infinito en la emoción como lo es una verónica acompasada, un natural hondo o un remate lleno de aromas capaz de desbordar los sentimientos que residen en los sueños de un torero o de un aficionado. Quizá por eso nuestra Fiesta sea tan grande, quizás por eso haya perdurado durante siglos, quizás por eso nunca muera, porque los sueños son eternos y cada tarde de toros depositamos en una faena soñada todas nuestras ilusiones. Y eso ni se puede borrar ni se puede destruir, que la vida es sueño y el toreo también.
Así fue la madrugada española de este pasado miércoles 5 de febrero, segunda de las corridas de Aniversario de la Plaza México, una madrugada para soñar el toreo, para vivir y sentir la emoción del Arte, y también para luchar contra el sueño físico, que todo cuenta, que tres horas y cincuenta minutos de festejo son unas cuantas, y a esas horas. Más suerte tuvo mi gran amigo Raúl Rodríguez que me envió desde una barrera de Insurgentes la foto que ilustra esta entrada, lo cual le agradezco enormemente porque me ha venido que ni pintado y más apropiada para la ocasión no ha podido ser. El programa de mano y el boleto de su asiento, allí, en la plaza, a las cuatro y media de la tarde, descansado y tranquilo, mientras otros tuvimos que luchar contra Morfeo. Para él es una realidad, para mi aún es un sueño ver toros sentado en uno de los tendidos de La México, quién sabe si algún día se cumplirá. Decía que era una madrugada para soñar. Lo era, sin duda alguna, invitaba a hacerlo. Un cartel rematado con toros de Jaral de Peñas, procedencia Juan Pedro Domecq vía Jandilla y Torrestrella, para los matadores Uriel Moreno "El Zapata", Antonio Ferrera, Morante de la Puebla y Octavio García "El Payo". Toros criados en México pero de procedencia española, dos matadores españoles y dos mexicanos, España y México de la mano en una plaza de toros, las dos orillas de ese Atlántico que aquellos españoles cruzaron en el siglo XV guiados por los sueños y que nos llevaron a ser el gran Imperio en el que nunca se ponía el sol. Siempre los sueños, ¡que sería de nosotros sin los sueños!, entonces los grandes de aquellos intrépidos valientes, ahora los pequeños del toreo, depositados en eso valientes que son los toreros, mas todos llenos de ilusión.
La pregunta es obligada. Con todo esto, ¿se cumplieron los sueños y las ilusiones depositadas en esa madrugada taurina?. Pues sí, la verdad es que sí, mucho más allá del resultado numérico, mucho más allá que Ferrera saliera a hombros, más allá de que Morante cortara otra, más allá de la variedad del toreo de capa, su espectacularidad en banderillas y los extraordinarios muletazos de El Zapata en lo poco que le duró el toro, más allá de la magistral faena de El Payo al que cerró plaza malograda con la espada, más allá de los datos, hubo emoción y sentimiento a lo largo de todo el festejo, y solo eso colma los sueños.
Disfruté mucho, de entrada, con las láminas de los toros. Salvo el tercero, terciadito y con menos presencia, los siete restantes más el sobrero que saltó como séptimo bis estuvieron bien presentados, en tipo a su procedencia Domecq, de buenas hechuras, sin excesos de kilos - entre 490 Kg y 540 Kg, como corresponde a este encaste -, serios, con cara y expresión, astifinos, ofensivos y cornidelanteros en general pero sin exageraciones, proporcionados, presencia y trapío, como suele decirse, con mucha plaza. En cuanto al juego, desigual, nobles y con clase en general pero con falta de empuje y algo más de transmisión, destacando el quinto, bravo y encanastado pero duró un suspiro en la muleta y el octavo, el más completo de la corrida, además del tercero, enclasado y repetidor pero un puntito falto de fuerza. A partir de ahí se tenían que empezar a construir los sueños de esa madrugada, algo fácil cuando sobre el ruedo están los maestros Antonio Ferrera y Morante de la Puebla.
Una vez más Ferrera hizo magia, construyó desde la nada dos faenas cargadas de torería y gusto, despacio, andando y toreando muy lento, a dos toros que decían muy poco, dos toros nobles y manejables pero sosos, deslucidos y faltos de ritmo. Su reposo en infinito, fruto de la veteranía, su conocimiento y recursos técnicos inagotables para entender a los toros y sacar lo que parece imposible, haciéndolo además con elegancia, con clase, sentimiento y emoción nacidos del temple y la suavidad. El que hacía segundo no humillaba, tardo, le costaba un mundo arrancar y pasar, si le bajaba la mano se caía, sin ritmo. Daba igual, Ferrera le encontró la altura, retrasó la muleta a la cadera, lo fue embarcando con mimo en redondos y naturales sueltos, arrancados de uno en uno, de enorme belleza, con despaciosidad, seguro y relajado, dibujando al aire trazos magistrales a base de llévalo muy encelado, tapándole la cara, rematados con los de pecho largos y adornados con pases de desdén, trincherillas, circulares invertidos y abaniqueos en la cara para desencadenar el frenesí de los tendidos, el delirio, otro más, nacido de la inspiración del maestro. Una entera en la suerte de recibir valió una oreja. No fue mejor el sexto, sin fijeza, sin entrega, además soltando la cara con más peligro del que podía apreciarse. Otra faena nacida de la imaginación del balear-extremeño, esta vez a base de entrega y pundonor, de poder y vergüenza torera, poniéndole la muleta en la cara y sin quitársela para evitar su huida llevarlo conducido de manera portentosa, pases robados también de uno en uno, cargados además de la torería con la que cada día nos deleita el maestro Ferrera, de nuevo hechizando a La México. Y cuando el toro se apagó acortó las distancias y pisó terrenos comprometidos, esfuerzo y valor encomiabais, sin guardarse nada, torero de pies a cabeza. Un pinchazo hondo y un descabello valieron para otra oreja con división de opiniones pero que le sirvió para abrir la puerta grande y salir a hombros como hizo hace poco más de una semana. Yo que quieren que les diga, que también le hubiera pedido la oreja, la emoción de esa faena y la entrega de Ferrera convirtieron el sueño en realidad.
Morante de la Puebla, Morante, mi Morante, ¡como cuajó al tercero!. El paraíso de los sueños anunciado desde las dos verónicas de saludo por el pitón izquierdo con sabor a gloria bendita y que en la muleta abrió de par en par las puertas por las que brotaron las esencias del toreo eterno. El duende en el ruedo, una vez más el pellizco, naturalidad y embrujo desde los primeros muletazos de tanteo, por bajo, muy suave, andándole al toro como los antiguos, imágenes del ayer, sueños de hoy, torería y gusto, un molinete garboso, uno de desdén, una trincherilla, un cambio de mano armonioso, torero, torero, torero, aromas de Romero traídos desde Sevilla para mostraros a todo el mundo. Elegancia y armonía en las series en redondo, ajustadas, encajado, naturalidad en la figura, enroscándose al toro, toreo profundo, naturales divinos, suaves, con hondura infinita, jugando las muñecas con gracia, armonía en cada paso, temple en cada pase, muy despacio, una vez más jugando con la eternidad, como en un pase de desdén ejecutado como una trincherilla en el epílogo de la faena que parecía no tener fin, largo, corría el tiempo pero el reloj se paró, un pase que puso en pie a toda la plaza, un pase que por sí solo valía toda una madrugada, un pase que resume lo que es para mi el sueño del toreo, no quería más, no me hacía falta más, solo ese pase colmaba las ilusiones de ese día. Y Morante dijo basta, no hacía falta más ¿para qué?. Veinte muletazos, el pellizco recorriendo mi cuerpo como un latigazo, emoción y sentimientos desbordados, el tiempo se había parado para degustar el caviar que el sevillano nos sirvió para degustar como debe ser, en su justa medida, calidad y sabor inagotable. Una entera desprendida le dio una oreja que paseó entre el frenesí de los tendidos. Pero no todos los sueños son bellos, algunos se convierten en pesadillas para olvidar, como el episodio del que hacía séptimo. Un jabonero que desde que saltó fue protestado por un amplio sector del público. Un toro largo, algo destartalado por detrás, puede ser, serio y bien armado, abrochadito, vale, pero sin síntoma alguno de invalidez ni de blandura, en ningún momento perdió las manos. ¿Tenía poca fijeza?, sí. ¿Apuntaba querencia?, también. Pero con todo aún no acierto a entender el motivo del las protestas y menos aún que el juez de plaza accediera a devolverlo sin siquiera haberlo probado en el caballo. Un despropósito incomprensible. El sobrero que salió en su lugar difería muy poco de su hermano en cuanto a presencia, seriedad y hechuras, salvo que era negro de capa y no jabonero, lo que tampoco sé si es motivo para no protestarlo. El caso es que tampoco tuvo fijeza, manes claramente en el caballo, rehuía los capotes y a la muleta llegó sin entrega y soltando la cara con peligro. Infumable. Y Morante tomó la franela y la espada de matar, lo macheteó por bajo, directamente, y lo mató sin más. Lo digo sinceramente, hizo lo perfecto,cuando un toro es como aquel sobrero todo lo que se haga es ficción, postureo y una pérdida de tiempo absurda. Cuando estás en una pesadilla como la que vivimos con el episodio de ese séptimo y el bis lo único que quieres es despertar rápido y olvidarlo. Gracias maestro.
Conozco muy poco de Uriel Moreno "El Zapata", creo que tan solo le he visto un par de veces por televisión, no sabía hasta este miércoles su estilo ni sus cualidades, pero he sacado en conclusión que es un torero con veteranía y conocimiento, que tiene calidad y que, al menos eso me ha parecido, basa su toreo en la variedad de recursos, suertes y una espectacularidad en banderillas que me recuerda algo a Fandi gracias a unas cualidades físicas portentosas con cuarenta años de edad que tiene. Con el que abría plaza no tuvo opción alguna, untoso deslucido, blando, justo de fuerzas, corto de recorrido, sin ritmo ni entrega en ningún tramo de la lidia, sin humillar. Por petición del público tomó las banderillas pero no pudo cuajar un buen tercio por las escasas condiciones del de Jaral de Peñas. Dos pares correctos sin más de dentro a fuera en los que el toro esperó y apretó obligando a El Zapata a pasar en falso dos veces y un tercero al violín quebrando junto a tablas muy espectacular y arriesgado. Con la muleta me pareció aseado, tratando de templar y llevar de la mejor manera posible la descompuesta embestida del toro. Lo intentó, mostró técnica pero el trasteo careció de emoción. Lo dicho, pulcro y correcto pero imposible de juzgar por la nulidad del toro. Otra historia bien distinta fue el quinto. Por cierto, que entre la muerte del cuarto y la salida del quinto asistimos a la despedida de Porfirio Sánchez, uno de eso momentos típicos de La México que duran una barbaridad y que cuando uno ve la corrida a esas horas del madrugada resultan desesperantes. ¿Quien es Porfiro Sánchez?. Pues el "jefe" de los monosabios de la Plaza México, toda un institución por allá, con 60 años de servicio a sus espaldas, entró con 25 y cumplía 85, nada menos. Y ya les he contado cómo son esas vueltas al ruedo bajo los acordes de "Las Golondrinas". El homenajeado saludado en cada burladero, en cada tendido, compañeros, familiares, amigos, uno de allí, otro de acá, da igual, por el ruedo desfila todo el mundo, y no se crean que con paso alegre,¡qué va!, con una parsimonia desesperante. Se lo cuento como es, ¡17 minutos de reloj!, se lo juro, ¡y a esas horas de la madrugada!. En fin , México es así, y que siga siéndolo, pero otras horas.... Bueno, el caso es que tras esa vuelta al ruedo saltó el quinto, precioso de hechuras, cornidelantero y abrochadito, un torazo. El manejo del capote de El Zapata me pareció asombroso, rescatando suertes de antiguos matadores mexicanos, como una que por lo visto llaman "tacita de plata", con el capote a la espalda como para una gaonera pero en el embroque deja la punta del capote lacia para hacer una especie de remate como si fuera una trincherilla. Muy bonito, la verdad, y no lo había visto hacer antes. Luego le pegó dos largas cambiadas junto a tablas y una media de cartel que puso en pie a la plaza, además de otra suerte de capote que hacía otro matador mexicano, Antonio Campos "El Imposible", que es una gaonera pero girando sobre su propio eje justo antes del embroque, muy espectacular Pero nada como la que lió en le tercio de banderillas. Tomó los seis palos a la vez, puso un primer par que llaman "monumental" girando y quebrando en la cara, sin solución de continuidad otro par al violín y cosido a este un tercero cuadrando y clavando en la cara de poder a poder. Un auténtico espectáculo que enloqueció a todos los aficionados. El inicio de faena fue igual d vibrante, tres cambiados por la espalda y tres estatuarias en los medios muy ajustados con los que rugieron los olés y luego dos series por el pitón derecho majestuosas, con un toro pronto, con magnífico torno, con humillación, repetidor, con fijeza, derechazos largos, enganchados muy adelante, con mucho recorrido, con profundidad, la mano baja, ligados en el sitio, clase y gusto. Un gran toro y un toreo de muchos quilates.... pero en abrir y cerrar de ojos el de Jaral de Peñas se rajó, se paró y se volvió protestó y reponedor. Adiós a los sueños, se acabó todo sin darnos cuenta, una pena, pero así es el toreo, como la vida, lleno de sorpresas, buenas y malas.
A Octavio García "El Payo" sí que le he visto torera muchas veces y su calidad y clase está más que contrastada. Lo demostró este miércoles ante dos toros de muy distinta condición. El cuarto tuvo poca movilidad y entrega desde que salió por la puerta de chiqueros. No se empleó en los primeros tercios, no dijo nada ni tampoco demostró malas intenciones, más bien noblote, es decir, muy poco toro. Esa sosería continuó en la muleta, con un Payo muy por encima, portador de muchos recursos técnicos para cuidar la altura y evitar que le toro se derrumbara, llevándolo muy templado, con mucha suavidad, mimo exquisito, tirando del toro con delicadeza, haciéndolo todo bien pero sin posibilidad de transmisión ni emoción por las escasísimas cualidades del animal. Quizás el único pero a su faena fuera que se pasó ligeramente de metraje, aunque para compensar lo pasaportó con brevedad y gran habilidad dejando una entera arriba. El octavo fue, al contrario, un gran toro, con muchos pies de salida, movilidad, galope ágil y repetición en la buenas verónicas de saludo, templadas, acompasadas. Sensacional pelea en el caballo, con codicia, empujando abajo en un puyazo largo, algo por frecuente en México. Un poco desconcertante en los primeros muletazos de tanteo, algo bronco, fruto de su fondo de casta y raza. Surgió El Payo más poderoso y templado, plantándole la muleta, dejándosela en la cara, sin quitársela, tapándole la salida, muy toerado, muy templado, perfecto de colocación, ligando en el sitio, la mano baja, mandando. Toreo largo, acoplado, encajado, firme, seguro y a la vez relajado, naturalidad en la figura, elegante, dibujando trazos de gran toreo, cambios de mano supremos para iniciar las series al natural, con hondura, siempre templado y la mano baja. Enorme Payo, clase y gusto en cada movimiento, ritmo y compás, embriagado de toreo, los olés roncos, los sueños culminados con pases de pecho antológicos, adornos por bajo, trincherazos, los de desdén, una locura, otro circular invertido, cambios de mano apoteósicos y una dosantina para rubricar una grandísima faena que para mi iba camino de las dos orejas de haberse interpuesto una entera caída insuficiente para hacer doblar a este muy buen toro, bravo y repetidor. Pero el sensacional toreo de Octavio García quedará en la memoria por encima de los números.
En fin, que la vida sigue, el toreo también, y los sueños igual, siempre, eternos, inmortales. Y si no atiendan al cartel de mañana domingo 9 en la Monumental mexicana para la corrida del "Estoque de Oro": Enrique Ponce, Antonio Ferrera, Morante de la Puebla, José Mauricio, Joselito Adame y Luis David ante toros de seis hierros diferentes. ¿Es o no para soñar?
Antonio Vallejo
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