Hablaba
de sueños, hablaba de ilusiones, hablaba de frenesí, hablaba de todo
eso hace nada sin poder imaginar que lo que me esperaba a la vuelta
de la esquina iba mucho más allá. Ni de lejos intuía lo que iba a ver y
sentir en una noche de domingo de febrero que quedará grabada con letras de oro
en la historia del toreo y, desde luego, en mi memoria. Hablaba sin saber del
futuro, entregado a esos sueños que anidan en el alma taurina y que cada
tarde de toros queremos ver convertidos en realidad. Hablaba de algunos de esos
sueños cumplidos y otros anhelados, hablaba de tanto y aún desconocía que lo
que buscaba era poco para lo que se me iba a dar en esta noche mágica. En
México era la tarde, soleada, radiante, como un presagio, luz, color y
vida. Seis matadores hacían el paseíllo para enfrentarse a seis toros
de diferentes ganaderías en un festejo especial, el Estoque de Oro, con el
que prácticamente se echa el cierre a la Temporada Grande de la Plaza
México. Enrique Ponce, Antonio Ferrera, Morante de la Puebla, José Mauricio,
Joselito Adame y Luis David recibieron una atronadora
ovación tras desprenderse de sus capotes de paseo y cambiar la seda
por el percal en los instantes previos al homenaje a un torero de
plata que por esas tierras es una institución, Juan Vázquez, 85 años, 60
desde que debutó, toda una vida de sueños cumplidos a las órdenes de los más
importantes matadores mexicanos que tuvo el reconocimiento merecido.
Fue larga su vuelta al ruedo, como allí lo son, muy emotiva, no había
prisas, un prólogo de lujo que invitaba a abrir de uno en uno,
sin ansiedad, los capítulos de una obra que quería imaginar maravillosa,
para degustarlos con la mayor intensidad posible, ignorando su verdadera
magnitud, la que solo el misterio de este Arte único puede llevarnos a
alcanzar.
El
primer capítulo lo escribió Enrique Ponce que vio como era devuelto su toro,
un ejemplar de Juilan Hamdan, sangre San Martín, por inválido, no sé si
per se o tras clavar los pitones en la arena y hacer un giro que pudo
lesionarle. Saltó un sombrero de La Joya, encaste Domecq, muy en
tipo, buenas hechuras, bonito, abrochadito, agradable de
cara. Toma bien el capote por el pitón izquierdo, se acuesta algo por
el derecho, lo lancea a la verónica Ponce jugando las manos con sutileza
para rematar con una elegante media. No va sobrado de fuerzas, blandea, cumple
en el caballo y en le tercio de banderillas se le cuida mucho, sobre todo
en una brega sensacional de Enrique Fernández. Llega exhausto a
la muleta, sin poder ni recorrido, cabe cuando, a media altura,
descompuesto en su embestida. Gran labor del valenciano, técnica y saber
inmaculados, le consiente, le da la altura que precisa, todo muy suave,
medicina pura, le pierde pasos y le da pausas para que recupere el aire,
muletazos de seda, caricias sin una sola brusquedad para mantenerlo en
pie, pero sin transmisión ni emoción posible. Enorme el esfuerzo de un
maestro y un profesional que con treinta años de alternativa trató de
robar muletazos de uno en uno como si en ellos fuere su futuro. Mató con suma
habilidad y facilidad de un espadazo arriba a este toro soso y deslucido, Buen
Amigo, que de bueno solo tuvo su nombre y su nobleza. Ovación cariñosa
al esfuerzo y compromiso de Ponce, maestro en prosa y verso.
El
segundo capítulo llevaba por título Tocayo,
un toro de La Joya, hermano del anterior, serio, cornidelantero, buenas
hechuras, armónico, con trapío y un peso de 498 Kg, desarmando la teoría de los
kilos y el volumen, un toro tipo Domecq y su autor un maestro que nos embruja y
hechiza con su toreo cada tarde, Antonio Ferrera. Ya solo esa primeras
líneas del capítulo me llevaban a soñar, más aún al seguir leyendo y
contemplar como salió, con pies y mucho brío en los primeros
capotazos, brionesa de saludo a una mano, verónicas acompasadas,
cadenciosas, templadas, deliciosas, y Tocayo repite con fijeza y humilla. Gran
puyazo de Alfredo Ruiz "El Miura", toro bravo en el
caballo, pelea con celo, la cara abajo, empuja con los riñones. Torería
de Ferrera al sacarlo del caballo con un recorte añejo de auténtico
cartel. Argumentos para dejarse llevar, para desear empezar a devorar las
líneas con la que el maestro español empezara a escribir una historia
que no podíamos presagiar ni en los más bellos sueños. Desde que tomó
la muleta con la mano derecha allá en las rayas del tercio el toreo
emergió poderoso, muletazos enganchados adelante, temple y largura, figura
erguida y a la vez desmayada, naturalidad, series maravillosas en redondo,
encajado, la mano baja, temple, recorrido, repetición, humillación, toro bravo,
toreo acompasado, una trincherilla desencadena la locura, los olés retumban,
otra más llena de sabor y torería levanta a los aficionados, Ferrera queda
colocado para otra tanda más de derechazos profundos, ligados en el sitio, la
mano muy baja, uno de desdén, ahora el de pecho llevándoselo a la hombrera
contraria, La México ya no se aguanta, es un manicomio, el frenesí desbordado,
los sueños afloran y la emoción inunda todo. Naturales monumentales, hondos,
templados, sedosos, los vuelos acarician a Tocayo
que persigue la franela con codicia, humillando, el hocico por la arena,
ligazón, clase, gusto y otro supremo de pecho. Ya no es toreo, ya es
embriaguez, una auténtica borrachera de arte, cita muy en largo, ye el toro se
arranca, pronto, con fijeza, repite en otra tanda de derechazos que cose a un
cambio de mano para ligar sin solución de continuidad naturales con más hondura
aún, mirando al tendido, y un farol, y otro redondo, y para rematar uno de
pecho antológico, largo, infinito. Ya no es pasión, ya nos son sueños, ya es
una realidad, y sigue el toreo, el mismo ritmo, la misma intensidad, Ferrera
abandonado, la inspiración le lleva, no se cansa, ni Tocayo tampoco, como si no hubiera empezado la faena, sigue intacta
su bravura y su fuerza, más toreo en redondo, ya nadie recuerda cuando empezó
la bacanal de toreo, los olés son auténticos truenos que estremecen el corazón,
más toreo en redondo, belleza sin igual, otro cambio de mano, y un natural, el
de pecho apoteósico, a la hombrera contraria. Ferrera entregado a la
ensoñación, en trance, naturales con abandono, largos, con la misma hondura,
los pañuelos se agitan pidiendo el indulto, Tocayo
a lo suyo, embestir y embestir, incansable, por abajo, haciendo el avión,
bravura y clase, lo repetiré mil veces. Pero aún faltaba más, molinete de
rodillas, redondos largos también con ambas rodillas en tierra, y liga un
natural, y uno de desdén, luego una trincherilla, todo fluye natural, de la
imaginación de Ferrera a las muñecas que juegan con la muleta, éxtasis
indescriptible, el indulto es mucho más que un clamor, más con otra serie de
naturales mirando al tendido y al Juez de Plaza, y otra tanda en redondo poderosa
y profunda que Tocayo toma con la misma frescura y el mismo tranco que tuvo de
salida, ¡y por fin el pañuelo naranja!, ¡y por fin el sueño perseguido!.
Ferrera se rompe, llora de alegría, simula la suerte de matar, con la palma de la mano, acariciando el morrillo, se lleva a Tocayo con adornos por bajo y trincherillas camino de la puerta de
toriles, con gusto y torería, entre gritos de “TORERO, TORERO, TORERO” mientras
el desenfreno de los sentimientos, la pasión y la alegría se hacen reyes de la
tarde mexicana y de la noche española.
El
tercer capítulo llevaba la firma del duende, de Morante de la Puebla, pero
contó con un invitado que no le ayudó en nada a la hora de componer una gran
obra, todavía más acentuado tras la borrachera de Ferrera y Tocayo. El de Bernaldo de Quirós,
enmorrilado, serio, muy en tipo, toro muy mexicano tan solo permite al
sevillano dibujar un ramillete de verónicas a compás, hundiendo el mentón,
acunando al toro, suaves, cargadas de aromas, jugando las muñecas con sutil
garbo para rematar con una media marca de la casa. Y ya no hubo toro, ni en el
caballo, no se empleó, ni en banderillas, con un sensacional Gustavo Campos que
lo tuvo que hacer todo ante un toro agarrado al suelo. En la muleta no tuvo ni
un pase, tardo, parado, sin recorrido, cabecea, se defiende, totalmente
imposible. Lo prueba Morante, se ve claro que no hay nada y, con magnífico
criterio, toma la espada y abrevia, lo único que se podía hacer. Sinceramente,
no entiendo que se abroncara a Morante. Es más, creo que cuando un toro
demuestra nulas cualidades, como ese de Bernaldo, debería agradecerse y
premiarse la brevedad y no aburrir y marear
al personal con una letanía de pases sin sentido. Una pena, porque lo poco que
pudo escribir Morante a la verónica fue poesía pura.
El
cuarto capítulo llevaba sangre San Mateo en un toro del hierro de Xajay
enmorrillado, serio, vuelto de pitones para José Mauricio. Verónicas con ritmo
del capitalino en las que el toro mete bien la cara pero blandea un tanto.
Empuja con celo en le peto y sale con buen tranco permitiendo a Mauricio
ejecutar un vistoso quite por chicuelinas, caleserina y una larga cordobesa con
gusto y clase. Los primeros compases de la faena llegaron cargados de
elegancia, doblándose, conduciendo la embestida en largo, obligando al de
Xajay. Toro con clase y nobleza, que mete bien la cara pero al que le falta
poder para transmitir. Extraordinario José Mauricio, muy templado, poniéndole
la muleta en la cara, embarcándole en los vuelos, conduciendo el viaje con mano
baja en buenas tandas en redondo que abrocha con magníficos pases de pecho.
Entiende al toro a la perfección, le toma la altura y el ritmo preciso, con
temple y despaciosidad, midiendo las pausas, dándole aire. Faena a más gracias
al magnífico trato del mexicano que compone al natural pasajes de toreo de
muchos quilates, naturales con hondura y mucho temple, largos, perfecto de
colocación, ligados en el sitio, aguantando
incluso parones eternos con los pitones rozando la taleguilla para enlazar un
cambio de mano y un pase de pecho portentoso. La última serie en redondo pone a
la plaza en pie, olés clamorosos que acompañan muletazos profundos, otro parón
que aguanta estoicamente, un cambio de mano maravilloso, un natural majestuoso
y la rúbrica a la faena la pone un pase
de pecho de pitón a rabo monumental. Se tira a matar y hunde la espada hasta la
empuñadura en todo lo alto. Una oreja que me supo a poco, la verdad, porque la
estocada por sí sola lo valía y la faena me pareció de oreja sobre todo porque
supo sacar el máximo de un toro que fue a más gracias a su técnica y su temple.
El
quinto capítulo contó con un toro de Reyes Huerta acapachado y vuelto de
pitones también entipado para la gran figura actual del toreo mexicano,
Joselito Adame. Lances de saludo desmayados, a pies juntos, verónicas
templadas, lentas, con clase, y una media de remate garbosa. Salió del caballo
con las fuerzas justitas pero le permitió al hidrocálido firmar un quite por
gaoneras y revolera de remate con mérito por la exposición ya que el toro se
quedaba corto. El tercio de banderillas fue espectacular, cediendo el propio
matador un par a Ferrera y otra a su hermano Luis David. Fueron tres pares
ejecutados con pureza, llegando hasta la cara del toro para dejar los palos
reunidos en medio de una gran ovación del público. Inicia el trasteo por
estatuarios, el toro va en largo pero pierde las manos, no le sobraban las
fuerzas. Maestría técnica de Joselito llevándolo a media altura, sin obligarle,
concediéndole todo. Mucho temple y suavidad en las tandas en redondo, muy
despacio, paciencia, bajando la mano poco a poco, llevándolo muy toreado. Al
natural los mismos registros, suavidad y mimo, naturales con temple y hondura,
ligados con calidad. Tandas medidas, pausas cuidadas y el toro a más y la faena
también. Surge una serie en redondo reunida, poderosa, la mano baja, ligada,
con profundidad, muletazos sensacionales sin quitarle la muleta de la cara,
llevándolo muy tapado entre olés y olés. Al natural compone otra serie de mucho
empaque, honda, con mano baja, portentoso Joselito que Continua toreando de
maravilla, con clase y gusto, derechazos genuflexo alargando el viaje cargados
de plasticidad sin rehuir a pisar terrenos comprometidos de cercanías cuando el
de Reyes Huerta se va apagando, citando con la muleta retrasada, dejándose
llegar los pitones, ligando en una baldosa. Lección de torería y valor que
rubrica con unas dosantinas en las que el toro se queda parado, aguanta
Joselito y en una le voltea sin consecuencias. Vuelve arrebatado a la cara del
toro para finalizar su faena entre los pitones, robando derechazos de enorme
mérito. Garra, valor, entrega y torería que refrenda con una entera arriba
traserita suficiente para pasaportar al de Reyes Huerta. Dos orejas con
protestas para la segunda, quizás más por la comparación con José Mauricio en
el capítulo anterior, pero como dije antes, no me parece descabellado el
premio. Aunque en mi opinión lo justo hubiera sido que ambos mexicanos se
llevaran dos orejas en ambos capítulos.
El
último capitulo pudo ser mejor para cerrar esta obra con el sabor de boca
deseado, pero Luis David, aunque creo que puso todo para escribirlo con
maestría no encontró colaboración en el otro protagonista, el toro de Las
Huertas, abanto y apuntando querencia de salida, manseando en los primeros
tercios. Tan solo el quite por zapopinas le permitió a Luis David sacar a la
luz sus buenas cualidades capoteras, pero el toro buscaba las tablas con desesperación y deslucía cualquier
intento. En la muleta nada cambió. Luis David lo puso todo, le plantó la
muleta, trató de atemperar las oleadas del toro a base da mando y mano baja,
sacó algunos muletazos con profundidad pero la faena careció de ritmo y
continuidad. Muy por encima el hidrocálido, firme y voluntarioso, pero sin
posibilidad de conectar con los tendidos por las escasa condiciones del manso
que cerró el último capítulo de esta obra que pasará a la historia del toreo con letras de oro.
Su título: Antonio Ferrera y Tocayo, más allá de los sueños. Antonio Vallejo
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