domingo, 8 de marzo de 2020

El milagro triunfal del toreo eterno


El toreo es en sí un enigma, de principio a fin. Un animal, el toro bravo, se encuentra frente a un hombre armado con su valor y una telas, el torero, para librar una lucha de la cual emana un arte, una belleza y una emoción tal que desborda los sentimientos racionales y eleva la pasión a la categoría de milagro. Así es el toreo, no le demos más vueltas, un milagro, el que se produce cada tarde que en una plaza  esa conjunción mágica toro-torero se hace realidad. No busquen más respuestas, no son necesarias, ¿para qué?. Abandónense, entréguense a los sueños y dejen el alma libre para vivir y sentir la inmensidad de este Arte.
Todo ha sucedido este sábado en Illescas en la Feria del Milagro, mejor nombre imposible, en una tarde en la que se ha colgado el cartel de "no hay billetes" en la confortable plaza de esta localidad toledana al reclamo de una terna de lujo compuesta por Morante de la Puebla, José María Manzanares y Pablo Aguado para lidiar una corrida de José Vázquez, procedencia Juan Pedro Domecq, variada de hechuras, destacando para mi gusto el primero por lámina y presencia, y de juego dispar, con un gran sexto toro, bravo y con clase, un primero noble y de calidad aunque la faltó un puntito de poder, un segundo con un pitón derecho de escándalo y un cuarto con mucha movilidad y transmisión al que Morante hizo bueno con un inicio de faena antológico pleno de poderío, mientras el tercero resultó soso y el quinto rebrincado y deslucido. 
Ya desde que saltó el serio y cornidelantero primero se podía presumir que la tarde iba a ir para triunfo. Maravilloso ramillete de verónicas de Morante temple, suavidad, gusto y torería en cada lance, meciendo las embestidas,  para rematar el saludo con una media marca de la casa que arranca los olés y la primera gran ovación. Se le veía con ganas a Morante, decidido, regalándonos un quite por chicuelinas a manos bajas ejecutadas al ralentí con sabor a gloria que abrocha con una media para morirse. El inicio de faena desprende torería por los cuatro costados, por bajo, ganando pasos, suavidad y temple, componiendo la figura, muletazos cargados de aromas previos a unas tandas en redondo ejecutadas con trato exquisito, bajando la mano, el toro es noble y responde, repite, pero le falta poder para transmitir y generar emoción. Por el pitón izquierdo protesta, le falta recorrido y tan solo algún natural aislado tiene cierta enjundia. Con el toro venido a menos sigue el sevillano ligando un par de series más por el pitón derecho con buen trazo, suaves, tirando del de José Vázquez, algunos muletazos con profundidad y sabor,  pero escasas de ritmo y transmisión. Por encima Morante que no anduvo fino con la espada pero que recibió una merecida ovación. El cuarto salió con muchos pies, abanto, sin fijeza, con la cara alta, sin entregarse, campando a sus anchas en los primeros tercios, entrando al peto del caballo que se encontraba en su camino pero sin emplearse, un despropósito de lidia, sin orden ni concierto en banderillas, caótico todo. Lo vio claro el maestro al tomar la muleta doblándose por bajo para someter al toro, portentoso arranque de faena lleno de mando y poderío que además aderezó con la torería y el pellizco que lleva dentro. Y el duende del toreo se hizo presente, la imaginación y la inspiración fluyeron para embriagarnos con una faena de las que hacen historia. Series en redondo de locura,  templadas, con largura y profundidad, la mano baja, ligazón, empaque, gusto, jaleadas con olés rotos, adornadas con un molinete garboso, o un trincherazo, o uno de pecho  infinito que pusieron a la plaza en pie. Y los naturales, ¡cómo fueron!, más hondos imposible, algunos aún duran, eternos,  y más temple, una maravilla, todo por bajo, todo aromas y sabor de romero y azahar. Morante entregado y todos rendidos al maestro, con las emociones desbordadas y a más tras otra serie por el pitón izquierdo sobrenatural, otra dimensión de toreo, de ayer y de siempre, la eternidad. Y un cambio de mano celestial, y unos remates por bajo genuflexo como epílogo sevillana pura, y una tanda final de derechazos enroscándose al toro a la cintura con todos los tendidos en pie al grito unísono de "torero, torero" que difícilmente abandonarán nuestra memoria. Se tira a matar recto, por derecho, y deja una estocada que pasaporta al de José Vázquez. Dos orejas sin discusión alguna que son poco comparado con la grandeza del toreo de un genio como es Morante de la Puebla y lo que una vez más me ha hecho sentir.
José María Manzanares es la elegancia hecha torero, naturalidad y clase, una figura cuya presencia llena el ruedo y que esta tarde ha vuelto a mostrarnos su categoría y su mando ante el único toro de su lote que ha valido, el segundo, porque el quinto no ha tenido ni medio pase, rebrincado desde salida, la cara por la nubes, a por más en uno de los primeros pases de muleta le rebana el cuello, de embestida descompuesta, sin una gota de clase pero al que no le ha perdido la cara, al que le ha puesto la muleta por ambos pitones y ha tratado de someter por bajo, pero nada, imposible. Lo mejor ha sido, sin duda, el tremendo volapié con el que lo ha pasaportado sin puntilla. Otra cosa muy distinta había sido su primer toro que desde salida dejó claro cual era su pitón bueno. Por el izquierdo no paró de acostarse y medir tanto en los capotes como en banderillas, pasando por los primeros tercios con más desconcierto que buenos presagios. Pero en la muleta el poder y el mando de Manzanares se hicieron gigantes para componer el toreo en redondo con una profundidad y una largura portentosa. Series por ese pitón derecho presentando la muleta planchada, enganchándolo  alante para conducir en largo y con temple la embestida de este toro repetidor y con humillación, llevándolo muy toreado, ligazón y profundidad, todo por bajo, rematadas por extraordinarios de pecho de pitón a rabo y adornadas con cambios de mano sublimes, lentos, muy largos. Empaque y elegancia, naturalidad, nada forzado, dominador pleno de la escena, Manzanares pleno. Lo probó por el izquierdo, nos lo enseñó y vimos lo que había, nada, tan solo malas intenciones. Epilogó el trasteo en redondo, como no podía ser de otra manera, con los mismos registros de gusto y torería que marcaron toda la faena rematando la magistral obra con una estoconazo en la suerte de recibir que fulminó sin puntilla al de José Vázquez. Un mar de pañuelos y dos orejas sin discusión para el maestro alicantino.
Pablo Aguado es impactante, es un toreo distinto, tocado por una varita que le da un halo especial que nos transporta a otras épocas del toreo evocando a figuras del pasado. la manera de andar en la cara de los toros, su figura, su porte, la manera de citar y embarcar la embestida me recuerda, siempre lo he dicho, a Antonio Bienvenida. Verle torear es una delicia, todo es temple, todo es despaciosidad, todo es gusto, desprende aromas sevillanos por todos los poros, pero además es valiente y no se arruga ni duda cuando, como esta tarde, el toro se le para, mira y mide y él aguanta, o cuando como ante el soso y deslucido tercero, un toro falto de ritmo y entrega al que solo ha podido robarle algún muletazo suelto con cierta enjundia, no duda en capotar distancias y pisar terrenos comprometidos. Ha habido que esperar al sexto, ejemplar de Daniel Ruiz, para sentir la emoción y la pasión que desencadena el toreo de este sevillano. Con el capote es algo único, torea antes de que el toro llegue, juega las muñecas y los brazos con una sutileza y una gracia personalísima, maravillosa verónicas de saludo, templadas, muy lentas, sedosas, más maravillosas si cabe el galleo por chicuelinas y la larga cordobesa para dejar al toro colocado en el caballo y de escándalo el quite por verónicas templadísimas, parando los relojes, que remató con una media arrebujada de rodillas para quitar el sentido. Y con otod este bagaje llegó a la muleta y desde los primeros compases tocó arrebato y anunció emociones fuertes. Arrancó la faena desde el tercio, ayudados por alto, trincherillas, pases de la firma y un pase de pecho que detuvo el tiempo para llevarse la toro a los medios. Todo lo que sucedió en adelante fue una sinfonía de toreo, una obra maestra presidida por el temple, le gusto, la clase y unas muñecas armoniosas  que manejaron la franela como si de seda se tratara. Por el pitón derecho alcanzó una cotas de calidad máximas, componiendo la figura, el compás abierto, encajado, acompañando el viaje con la cintura, sin un gesto forzado, natural y relajado, muletazos eternos, ligados por bajo, profundos, una auténtica delicia. Un molinete lentísimo, no sé lo que duró, un siglo y algo más, le dejó colocado para torerar al natural como los ángeles, a pies juntos, citando de frente, de uno en uno, hondos, lentos, parecían inacabables, y más de pecho para abrochar las series. El final de faena fue apoteósico, toreando en redondo con un empaque y una calidad suprema, remates por bajo que olían a esa primavera sevillana que está a punto de llegar, pases de una belleza sin igual, cada uno un cartel. No podía fallar y no falló, se tiró a matar con todo y las dos orejas cayeron con todo merecimiento.
Esta es nuestra Fiesta, así la vivimos y la sentimos, esta es su grandeza, tardes como la de esta sábado en Illescas. Ese paseíllo que arrancó como un sueño acabó algo más de dos horas después con los tres matadores a hombros saliendo por la puerta grande, cumplidos los deseos, el triunfal milagro del toreo.

Antonio Vallejo
  



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