Un año más, una temporada más, a la que ayer abrí las puertas junto a un grupo de inmejorables amigos que hemos hecho de esta Feria del Milagro de Illescas una tradición que disfrutamos con una buena comida y una mejor sobremesa para llegar a la plaza con muchas, muchísimas, ganas de ver toros. Ya se hacía largo desde aquel12 de octubre en el que dijimos adiós a la pasada temporada, así somos, no tenemos arreglo, nos gusta mucho, que le vamos a hacer, es nuestra Fiesta, es nuestra afición y la llevamos muy dentro. Y a juzgar por el extraordinario aspecto de los tendidos, lleno, pude contar una veintena de asiento vacíos, fuimos muchos los que teníamos el mismo sentimiento. Vamos, que los toros no interesan, o eso dicen algunos personajillos como ese instalado en un ministerio como el de incultura, ese ejemplar cuyo encaste y procedencia conocemos bien y que, a pesar de eso, chupa del bote y cobra del dinero de los españoles. Su nombre de pila ni lo recuerdo ni me importa, pero se apellida Urtasun, que en vascuence debe significar algo así como "el que no sabe quien es su padre", cuyo odio visceral a España - repito, de la que vive a cuerpo de rey - le ciega en sus intentos por eliminar la tauromaquia haciendo cosas tan ridículas como expulsarla de los premios y medallas a las artes que cada año convoca. Como si eso nos hiciera daño, ni el mínimo rasguño. Su pretendido desprecio es el mayor aprecio y, al menos para mi, no participar de ese mundo que llaman "del arte" y de "la cultura" - salvo honrosas excepciones todos comunistas millonarios que han hecho fortuna la mayoría de las veces por las descomunales subvenciones públicas para poder realizar sus panfletos - es un honor. El toreo es mucho más que todos ellos juntos, sus valores son inalcanzables para ellos. De hecho ya se han convocado otros de más prestigio y valor que los de ese ministro de tres al cuarto. Ya lo he dicho muchas veces pero lo repetiré al menos otras tantas más, este sujeto pasará y quedará en el olvido absoluto, pero nuestra Fiesta seguirá, y tendremos una temporada 2025, y 2026, y 2027, y 2028, y 2029... y así hasta el fin de los días, porque el toreo es eterno, les duela donde les duela.
De recordárselo se encargaron ayer sábado José maría Manzanares, Alejandro Talavante, Fernando Adrián y Juan Ortega, también lo hicieron Castella y Emilio de Justo en Valdemorillo hace un mes, hoy mismo repiten Talavante y Ortega en Olivenza, donde ayer iba a haber hecho lo propio Morante, solo la lluvia lo impidió, esta mañana ha sido Olga Casado la que ha hecho soñar el toreo en esa misma plaza, esta semana serán quienes hagan el paseíllo en Fallas, luego en la Magdalena de Castellón, y vendrá Sevilla, y Madrid, Bilbao, Pamplona...y casi todas las ciudades y pueblos nuestra geografía a la que, por algo será se conoce como la piel de toro. Así que, señores, empecemos a soñar, ¡que esto no hay quien lo pare!.
Cuando se anunció esta corrida se la calificó como "monstruo". Nada menos que ocho toros, cuatro de Luis Algarra y cuatro de Daniel Ruíz, una barbaridad, sinceramente, demasiado larga, es lo primero que pensamos. Pero, ¿quién no iba a sacar entradas si se anunciaban Manzanares, Talavante, Adrián y Ortega?. Nosotros lo teníamos claro, había que estar allí, no íbamos a perdérnosla. Claro, por aquel entonces no podíamos ni imaginar la tarde que iba a hacer. Lluvia incesante, viento y frío, desapacible a más no poder, y eso que la plaza de Illescas es cubierta y cómoda, pero los continuos aguaceros invitaban a quedarse en casa. Ni en broma, ninguno nos lo pensamos, allá que fuimos para llenar la plaza y, al final, encontrarnos con otra lluvia dentro, de orejas, seis en total. Y de antemano ya lo digo, no voy a juzgar si las orejas fueron justas o generosas, si el ambiente festivo influyó para no poner freno a la alegría a la hora de la petición de trofeos, si el presidente hizo bien o mal, porque no debemos olvidar que esto es una Fiesta, a la que se debe ir a disfrutar, no a cabrearse constantemente y sacar punta a todo. Así que, por mi parte, bienvenido el diluvio de emoción y diversión que vivimos.
Ocho toros desiguales de hechuras y de presencia, destacando a mi modo de ver el primero, un castaño muy serio, abrochado de pitones, con trapío más que suficiente para una plaza de tercera, el sexto, hondo y cuajado, badanudo, con mucho morrillo y caja, y el séptimo, un precioso colorado ojo de perdiz armónico y serio, bellísima lámina. El resto, excepto el cuarto, anovillado y muy justito de presencia y seriedad incluso para esta plaza, correctos, sin más. Y por juego hubo tres, tercero, cuarto y sexto con mucha clase y nobleza, además de fijeza y entrega y que permitieron el triunfo de Talavante, Ortega y Adrián. Deslucido y con muy pocas opciones el lote de Manzanares, con poco motor el segundo y séptimo e inválidos el octavo y octavo bis, que también debió haber sido devuelto pero que por la hora que era ya entre unos y otros decidieron mantenerlo en la plaza, no parecía que tuvieran ganas de alargar más el festejo.
Fue curiosamente en la mitad del festejo, con el cuarto, el de perores hechuras y presencia pero el de mayor calidad, nobleza, entrega y humillación cuando llegaron los momentos de mayor emoción y sentimiento de la tarde. No quiero imaginarme lo que hubiera sido si ese toro hubiera tenido unos cuantos kilos más y mayor seriedad por delante, probablemente estaríamos hablando de una de las posible faenas de la temporada, lo que no impide que califique de obra maestra el toreo de Juan Ortega al de Daniel Ruíz, pero hay que reconocer que el escaso trapío lo condiciona. De principio a fin fue una lección magistral de temple y torería, toreando muy, muy, muy despacio, deteniendo el tiempo, ya desde el ramillete de verónicas da saludo, templadas y cadenciosas, aromas de azahar, sabor a abril sevillano que inundó el ruedo en la muleta. Toreo eterno y caro, temple sublime, los pitones cosidos a la muleta, siempre en el sitio, congelando las agujas del reloj, cada muletazo un crujido, desde los ayudados por alto con los que abrió la faena, los pases por bajo andándole hacia los medios, los derechazos y naturales ligados por bajo, inmensos, tan lentos y largos que parecían que se iban a parar y que nunca iban a acabar, como uno de pecho sin fin, una locura, y un par de cambios de mano genuflexo eternos, de una belleza y un sentimiento sobrenatural, de los que te parten en dos. Y el toro humillando y repitiendo, con enorme clase y nobleza, entregados ambos, pasión desbordada en una plaza puesta en pie que se dejó las palmas en los ayudados y remates por bajo con los que abrochó su lección magistral dejándonos ese regusto imborrable del toreo que nunca muere. Una media en buen sitio suficiente para pasaportar al de Daniel Ruiz y llenar los tendidos de pañuelos pidiendo las dos orejas, a lo que el palco no puso objeción, y me parece perfecto. Con el que cerraba plaza, un inválido que tuvo que ser devuelto, y el sobrero que hizo octavo bis, otro inválido que también tuvo que haber sido devuelto, ya lo comenté antes, nada hubo, ni tan siquiera ganas de sacar el pañuelo verde y hacer lo que había que hacer, pero era tarde, se estaba haciendo largo, fuera llovía, se había dio ya parte del público... En fin, que entre unos y otros, cada uno con su parte de responsabilidad, optaron por abreviar.
Ya en el tercero había comenzado la lluvia de orejas, un toro de Algarra que salió con muchos pies, y al que Fernando Adrián recibió con dos faroles de rodillas y unas verónicas muy templadas echando los vuelos para enganchar la embestida muy alante y llevarlo acunado con mucha largura, sensacionales, y un quite del propio matador por saltilleras y gaoneras ajustadas, tanto que en una se le va recto y casi prende al madrileñoe, con las que puso la plaza en ebullición. Más decisión, más valor, mas entrega y más verdad no pudo poner ni se le puede pedir a Adrián, que tendrá sus defectos, como todos, pero cuyas virtudes superaron a todo. Plantado de rodillas entre las rayas del tercio inicia la faena con dos cambiados por la espalda de los que cortan la respiración para posteriormente sacar lo mejor del toro por el pitón derecho en series templadas y ligadas con calidad y largura, si bien en algunos momentos faltó un poco de acople, más evidente por el pitón izquierdo por el que de Algarra iba más corto y algo gazapón, obligándole a perder pasos desluciendo el conjunto. Con el toro ya más pagado no dudó en acortar distancias y meterse entre los pitones para robar los últimos muletazos con la diestra con total entrega. Fulmina al toro con una entera algo caída volcándose sin miedo a nada, lo que no es obstáculo para que el público pida las dos orejas y el palco las conceda. Deslucido e incómodo el séptimo, tan solo en las verónicas de saludo se entregó algo, en la muleta pasaba sin más, sin emoción, además de quedarse corto obligando a Adrián a perder pasos, sin demasiada reunión y todo algo deslabazado. Lo intentó todo, por ambos pitones, pero aquello no acababa de despegar, ni siquiera cuando acortó distancias arriesgando y tragando en algunos parones. Voluntad y verdad, muy digno el madrileño hasta el final por bernadinas, algo embarulladas, pero más no se le puede pedir, lo dio todo.
Fue el sexto el de más volumen de la corrida, con movilidad y fijeza en las verónicas de saludo, humillando y metiendo bien la cara en el capote de Talavante, si bien echaba las manos por delante y su recorrido no era especialmente largo. Vibrante el prólogo de faena, genuflexo, muletazos por bajo corriendo bien la mano, llevándolo en largo, y el toro repite y humilla para rematar con un cambio de mano excelso y uno de pecho sensacional. Magníficas las tandas por el pitón derecho, mucho temple y profundidad, acoplado, llevando cosida la embestida, ligazón y ritmo, mucha pureza en cada pase, y el toro repitiendo y humillando con clase y nobleza. Menos clara y limpia fue la embestida por el izquierdo, menos ritmo, aunque algunos naturales sueltos tuvieron su aquel pero el conjunto no alcanzó el nivel anterior. Con el toro a menos sacó a relucir técnica y oficio, recursos de veterano, acortando las distancias, circulares, cambios de mano, muy vertical y estático, pasándose los pitones por ambos lados para cerrar con manoletinas ceñidas sin inmutarse y hundir la espada hasta la yema para cobrar dos trofeos que contribuyen a la lluvia de orejas de la tarde. Con el que había hecho segundo pocas opciones tuvo el extremeño, tan solo las verónicas templadísimas a pies juntos llenas de sabor con las que lanceó de recibo y un par de series al natural con hondura y calidad, pero nada más tuvo el de Luis Algarra, con muy pocas fuerzas y poder, pasando sin más, sin emoción alguna.
Algo similar le ocurrió a Manzanares con su lote, de largo el peor de todos. Dos toros sin fondo que no se prestaron a nada, sin entrega, a los que el alicantino cuidó y mimó en cada pase, sin obligarles, dándoles pausas para que recobraran el aliento, pero ni por esas. Pulcro y aseado, haciéndoles lo que se podía hacer a favor y ni por esas. Los probó y lo intentó, pero de donde no hay no se puede sacar, y así lo entendimos quienes estábamos en la plaza. Como muestra las dos ovaciones de reconocimiento al esfuerzo por tratar de lucir algo, misión imposible.
Antonio Vallejo
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