sábado, 10 de mayo de 2025

¿Para qué esperar?


 ¿Para qué esperar a más adelante para abrir la Puerta Grande si en la primera de San Isidro puedes hacerlo y así dejamos el trabajo resuelto y  al menos nos aseguramos un triunfador de la feria, no vaya a ser que en todo lo que resta vengan mal dadas? Quizás eso fue lo que el presidente debió pensar ayer a la hora de conceder, con cierta generosidad, la segunda oreja a Talavante en el cuarto de la tarde, un veleto muy serio y de buenas hechuras que en los primeros tercios escondió sus embestidas bajo una capa de movilidad suelta y desentendida, iba y venía sin demasiada fijeza, para mi desconcertante, con apuntes de entrega y bravura, pero sin tener la impresión de que pudiera romper en la muleta como lo hizo. Esa es la gran diferencia entre la ignorancia de quienes nos sentamos cómodamente en los tendidos y los que están ahí abajo vestidos de luces y mirando a la muerte cara a cara, que no vemos ni una mínima parte de lo que realmente ahí y encima nos permitimos el lujo de criticarles, con lo elegante y respetuoso que es el silencio. Talavante sí lo vio y lo entendió, nada más tomar la muleta, tenía claro los terrenos, los del 5 y el 6, las distancias y la altura, todo lo llevaba en su cabeza para dibujar con trazo fino sobre el lienzo del ruedo venteño una muy buena faena, incluso rozando la categoría de gran faena. De principio a fin, desde los primeros compases por bajo, trincherillas llenas de sabor, hasta los remates finales también por bajo, de ensueño, todo discurrió con ritmo, continuidad y naturalidad, todo fruto del temple exquisito que ayer aplicó el extremeño. Relajado, por momentos abandonado, siempre la mano muy baja, por ambos pitones, arrastrando la muleta, encajado, enroscándose el toro a la cintura en series en redondo de enorme profundidad, naturales de una hondura extrema, cambios de mano eternos, toreando siempre muy despacio, por momentos parando el tiempo, llevando cosidos los pitones a la franela, ni un enganchón, todo suavidad, rematando las tandas con majestuosos de pecho rematados a la hombrera contraria. Ni un altibajo tuvo la compacta faena, incluso diría que fue a más para alcanzar el cénit en el epílogo con trincherazos que, ahora sí, pusieron a la plaza en pie. Se tiró a matar por derecho, marcando los tiempos, enterrando la espada arriba como si fuera mantequilla, con la misma naturalidad y suavidad que toreó, un mar de pañuelos para la primera oreja y, aunque decreció algo, mayoritaria petición de la segunda oreja. Aquí viene la opinión, y cada uno tendremos la nuestra. Yo les voy a decir la mía, para algunos será acertada, para otros absurda, seguro. Siempre se ha aplicado el aforismo que una buena faena vale una oreja y la estocada otra, pero dejarlo todo a las matemáticas no es toreo, valdrá para la inteligencia artificial esa que ahora está tan de moda, con lo grande que es la inteligencia natural que Dios da al hombre. Ese aforismo podríamos aplicarlo ayer y entenderíamos que, si la espada cayó en lo alto, como parecía, bien vale el segundo trofeo. Pero resulta que mató justo en el extremo contrario a mi asiento y, a esa distancia soy incapaz de valorar si se podía discutir algo la colocación de la espada, pero sería algo de milímetros o poco más - siempre me ha parecido un tanto ridícula esa discusión - luego puedo entender la petición y la concesión de ese segundo trofeo. Ahora voy con el primero, el que según el aforismo corresponde otorgar a la faena y se concede por petición del público, y era indiscutible la petición. Llegados a este punto me imagino que se preguntarán que, si he dicho todo esto, ¿dónde está el problema o la discusión?. Pues les explico mi punto de vista, que nace de eso inexplicable que tiene el toreo y que se llama sentimiento, algo que no se puede tocar ni medir, pero que me decía que me faltaba "algo". Me gustó la faena, mucho, me gustó la estocada, en ejecución y colocación, pero  hay algo que no sé definir ni contar que me decía que al conjunto le faltó algo para llegar a desatar la pasión, esa que solo sentí en máxima expresión en los remates finales y que fue el único momento que la plaza se puso en pie y rompió en olés sentidos. Sin duda, una vez más, creo que quien mejor juzgó lo de ayer fue mi gran amigo y compañero de abono tantos años, Raúl, que dijo que para él era de oreja y media. Mejor ilustrado imposible, maestro. Eso indescifrable que sentí que faltaba es ese medio puntito para el segundo trofeo. Luego que cada uno aplique el redondeo a su gusto, los dos me parecen igual de respetables, pero personalmente me inclino por una oreja como premio, que hubiera sido de muchísimo peso y que no sabemos si va marcar el rasero del palco a la hora de conceder trofeos, por lo que puede que a partir de hoy esto lleve a brotar una crispación que en la tarde de ayer parecía ausente. Ya veremos.
Del resto de la bien presentada y seria corrida de Victoriano del Río y toros de Cortés habría que reseñar los destellos de toreo caro de Juan Ortega al tercero, un toro con nobleza y fondo de clase pero justo fuerzas y escasa duración, al que recibió a la verónica con temple y más expresión que profundidad y que en la muleta tan solo le permitió expresar su toreo en un par de tandas por el derecho desbordantes de temple y sentimiento, Sevilla en su máxima expresión, pero se quedó en eso, detalles. Nada pudo lucir por el imposible pitón izquierdo, como tampoco pudo lucir ante el enorme quinto, un trolebús de 640 Kg que no tenía nada, ni clase ni entrega, absolutamente imposible. Sí destacar al sevillano en la réplica al quite por verónicas de Talavante en el tercero, por chicuelinas a manos bajas, ceñidas y garbosas, repletas de aromas de azahar, poco más pudo brindar Ortega con lo que tuvo delante. Cariñosas palmas en el tercero y silencio en el sexto como balance final.
Por su parte, el confirmante Clemente, me dejó buenas sensaciones, firmeza y valor, disposición y buenas maneras, tratando de hacerlo todo bien, con las ideas claras, buscando la colocación, sacando muletazos en redondo con empaque y profundidad al complicado toro de su confirmación, plantándole la muleta planchada, siempre buscando llevarlo por bajo, buen sentido del temple, también aguantando parones y alguna que otra colada, tragando también ante el peligroso sexto ante el que poco más que demostrar disposición pudo hacer. Obtuvo ovación de reconocimiento en le primero y respetuoso silencio en el sexto.
Después de contado todo esto y como podrán imaginar quienes conozcan esta plaza de Las Ventas, hubo discusión durante y tras la vuelta al ruedo de Talavante con los dos trofeos cortados al cuarto y desde el 7 se escucharon los primeros gritos de la feria contra el palco por su generosidad o por ceder ante la petición, eso es opinable. Tienen derecho y, más que probablemente a mi entender, razón para protestar la decisión. Además lo hicieron en su momento y de manera correcta, nada se les puede ni debe objetar en su comportamiento en la tarde de ayer, impecable de principio a fin, las cosas como son. Salvo uno, que vino a la plaza con la idea de dar la nota y buscar su segundo de gloria, al que no se le ocurrió otra cosa que, segundos antes de que entrara a matar Talavante, soltar su grito preparado desde casa: "¡empieza a torear!". Por desgracia siempre cabe un tonto más en esta plaza. ¿Para qué esperar a otro día si podía hacer el ridículo el primero y dejar los deberes hechos para todo lo que resta?, debió pensar el individuo.

Antonio Vallejo

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