domingo, 13 de octubre de 2024

Sublimar el toreo al natural

Dice el diccionario de la R.A.E que sublimar el elevar algo a alguien a un grado moral o estético superior. No encuentro mejor forma de resumirles lo que en el día de la Fiesta Nacional vivimos en Las Ventas. Miguel Ángel Perera, Emilio de Justo, Victorino Martín y el Arte han alcanzado ese grado que yo considero supremo  en el que los sentimientos y la emoción han emanado de la mágica comunión entre toros y toreros para elevar el toreo al natural a una dimensión sobrenatural. Así ha sido, tres faenas en las que la belleza ha nacido fruto de la verdad, estética y moral, eso es la Tauromaquia, su pureza y su valor, algo que solo personajes mezquinos como Urtasun son incapaces de reconocer, y no por ignorancia, sería perdonable, sino por odio, algo deleznable. Y todo al natural.

Gran corrida la encajonada por Victorino Martín para esta fecha tan significativa. Un negro y seis cárdenos de excelente presentación, de enorme seriedad e imponente presencia, veletos y astifinos, que, salvo primero y quinto, además han dado un juego excelente sin olvidar su origen, siempre respondiendo a su sangre Albaserrada. Toros exigentes, sin conceder nada, a los que había que hacerles las cosas muy bien porque su instinto y su sentido no permitía el mínimo despiste, no digo ya el mínimo fallo, sabían lo que dejaban detrás, por el mínimo resquicio asomaban sus puntas con riesgo y peligro pero cuando se entregaban lo hacían con todo, empleándose, humillando, el hocico marcando surcos en  la mojada arena de La Monumental, persiguiendo la tela con celo, pelea de bravos. Sublime el ganadero - estética en las hechuras, moral en la honestidad con la que cría y elige sus toros - elevado hoy a un grado superior.

Y sublimes Perera y de Justo, la moral su entrega y la estética su arte, para desbordar la pasión, oleadas de sentimientos que solo con esta afición se pueden alcanzar. Para mi esta es la grandeza del toreo, lo he repetido mil veces, no los números ni las medidas, no una oreja más o menos, todo eso me da igual cuando se vive una tarde como la de ayer. Dejarse llevar, abandonarse sin pensar que pueda existir algo más en la vida, vibrar y sentir el escalofrío de la emoción, eso es lo más maravilloso del mundo, y eso lo consigue el toreo, algo único e imposible de borrar de la memoria. Los datos se olvidan, la ilusión es eterna, y una tarde de toros como la de este 12 de octubre es eso, ilusión para seguir soñando. 

No era precisamente para soñar el primero. No por sus líneas, preciosas, ni sus pitones, un desafío, un tanto abanto de salida, poca fijeza en el capote de Perera que lo para y lo fija echándole el capote a la cara y abajo, andándole hacia atrás hacia los medios, lidiando, en definitiva, fundamento del toreo. Sin emplearse en el caballo, se duerme en el peto y a la muleta llega justo de fuerzas y entrega, cara a media altura, punteando las telas, escaso recorrido, reponiendo y revolviéndose con  peligro, fiel a su encaste, incómodo, obligando a perder pasos, deslucido por ambos pitones. Pulcro y con una técnica indiscutible, a media altura, con enorme tacto, trato exquisito, ni una brusquedad, saca el pacense lo poco que lleva dentro, un par de series en redondo con la mano más baja pero de poca trasmisión, poco más se podía hacer. Peor lo tuvo en el quinto, extraordinarias hechuras pero nada más, apuntando querencia desde salida, sin decir nada, soso y deslucido de principio a fin. De nuevo técnica y aseo en el trasteo con la muleta a media altura, obligándole a pasar pero cero emoción, imposible. Una lástima que estos dos toros bajaran el gran nivel de la corrida de Victorino porque entre medias  había cortado Perera una oreja de peso al que hacía tercero, un cárdeno cornipaso impresionante, proporcionado y reunido, para enamorarse de sus hechuras, armonía y belleza en su máxima expresión, alegre y con movilidad de salida, humilla y repite en el capote con clase, verónicas templadas, cadenciosas, ritmo y compás, una por el pitón derecho a manos bajas lentísima, acompañando con la cadera, y una media de cartel para abrochar. Primeros compases de faena con la diestra, primero toreando a su favor, tanteando la buena embestida, después poder y mando en la muleta, baja la mano y embarca al albaserrada en un par de tandas profundas y ligadas, con clase y emoción que, como era de esperar, los habituales recriminaron por colocación porque no había otra cosa que criticar.  Y eso tampoco se podía criticar, porque si algo fue evidente es que el victorino se entregaba mucho más cuando el trazo no era curvo, lo que supone estar un poco al hilo, que a su vez conlleva más exposición en el embroque. Pero la ceguera del odio lleva a no ver lo evidente. Con esas premisas cambió de pitón, y con la zurda surgió un Perera imperial con un toreo al natural superlativo. Temple, hondura y ligazón, emoción desatada, toreo de muchos quilates, carísimo, series de locura, todo por bajo, pases eternos, todo muy despacio, por momentos a la mexicana, jugando las muñecas con suavidad, acariciando cada embestida, ni una brusquedad, los de pecho sensacionales, ligando uno y otro por ambos pitones con un cambio de mano celestial. Y el victorino, sublime, metiendo la cara, hipnotizado en la muleta, pero también con raza, sin conceder nada, pedía hacerlo todo bien, y Perera lo hizo. Para culminar una serie rotunda de poder y mando en redondo que puso a la plaza en pie y, una vez más, desnudó y dejó al aire las vergüenzas de los de siempre. Se tira a matar por derecho, recto, enterrando el acero hasta la yema, ¿algo traserita y tendida?, puede, poco me importa, el toro se tragó la muerte, la boca cerrada, minutos eternos, muerto en pie, dos avisos, el tiempo corría, puede que pasaran dos minutos, los habituales se reconvirtieron a cronometadores oficiales y se impacientaban porque el presidente no sacaba el pañuelo para el tercer aviso, era su ilusión. Pero lo siento, mala suerte, por una vez reinó la cordura y puede que pasaran los dos minutos reglamentarios, quizás fueron treinta, cincuenta segundos, o un minuto, me da igual. El toro por fin dobló y los pañuelos inundaron los tendidos. Oreja sin ninguna discusión. Señores, esto es arte, y no se mide por unos segundos de más. A ningún pintor se le exige que pinte un cuadro en equis minutos, lo que se le exige es una obra de arte. Y eso fue el toreo al natural de Miguel Angel Perera en el tercero, arte y emoción en su máxima expresión, una locura. 

Emilio de Justo lo tenía todo a favor, en la tarde de ayer desde la ovación tras romperse el paseíllo que saludó junto a Perera y que los habituales silbaron porque solo querían ver al cacereño, que es uno de "sus toreros", al menos de momento, ya veremos cuando decidan lo contrario, es la historia interminable. Una ovación a dos matadores que, junto a Roca Rey  Daniel Luque, creo que han sido los que han llevado el peso de la temporada. También a favor tuvo sus tres toros, magníficos, los tres de triunfo, pero con un matiz muy importante, que cuarto y sexto fueron tan buenos porque de Justo los hizo buenos. Estoy seguro que en otras muchas manos del escalafón hubieran pasado sin pena ni gloria, y fue la magistral capacidad de ver el fondo que llevaban guardado esos victorinos, la magistral capacidad para entender lo que pedían y la magistral capacidad para plasmarlo en muletazos de un trazo divino, las que hicieron que la tarde de Emilio fuera de triunfo rotundo. Sí, triunfo rotundo aunque "solo" cortara una oreja, aún sabiendo que perfectamente podía haberse llevado al esportón 3 ó 4 de no haber tenido tan mala suerte con la espada. Pero una vez más me da igual porque  desde el primer quite por chicuelinas a manos bajas ajustadísimas en el que abría plaza, la sensacional brega en el saludo capotero al exigente segundo andándole hacia atrás para fijarlo en los medios, los delantales maravillosos por templados y armoniosos en el quite al tercero, las tres faenas de muleta, sencillamente antológicas, hasta la última estocada todo ha sido un caudal interminable de emoción y pasión, vibrando con cada pase, disfrutando de la infinita belleza de un toreo carísimo que llega hasta los últimos rincones del alma y se queda ahí para siempre, el toreo eterno. No concedía nada el segundo, encastado y exigente, con mucho carácter, se quedaba en el capote, lo vio de Justo y bregó con una maestría y una estética superlativa, andándole hacia atrás, echándole el capote abajo, llevándolo cosido a la tela, enseña´ndole a embestir, para rematar con una media de cartel. Toro con buen tranco que completó una muy buena pelea en el caballo, metiendo los riñones y hundiendo la cara en las profundidades del peto y que en banderillas mantuvo ese magnífico son para que Juan José Domínguez y Pérez Valcarce cuajaran un extraordinario tercio, de poder a poder, exponiendo una barbaridad, cuadrando y reuniendo entre los pitones para dejar los rehiletes colocados con una pureza y una verdad máxima. Doblones con torería y una serie extraordinaria con la diestra para arrancar, echando la muleta alante, embroque poderoso, trazo firme, rotundo, ligando en el sitio, muletazos de mucha emoción, con olés roncos que hacían pensar en algo grande. Pero estos toros saben todo, tienen un sentido más que desarrollado y sacan su instinto. Así fue, cambió y comenzó a reponer, cada vez más corto, obligando a perder pasos a de Justo y buscar el pitón contrario, una lucha sin cuartel, ni un segundo de respiro, se palpaba el riesgo, se vencía el animal y sabía donde buscar carne. Mucha verdad y exposición del cacereño reconocida por los tendidos, se la jugó de verdad y supo imponerse a la exigencia del toro por ambos pitones. Iba para oreja, seguro, pero la mala fortuna con la espada se lo privó. El cuarto, otro veleto imponente, saltó frenándose en los capotes, rebrincado, echando la cara arriba, sin emplearse en el caballo, esperando en banderillas para luego hacer hilo, pares de mucha exposición y valor por parte de Abraham Neiro "EL Algabeño" y Pérez Valcarce, fuertemente ovacionados. Nada hacía pensar lo que iba a ocurrir en la muleta, es más, no dábamos un duro por ese toro, seamos sinceros. Una vez más nos equivocamos y de Justo nos dio una lección magistral de lo que es entender a un toro y someterlo. En el tercio le puso la muleta adelantada, un toque y el toro responde, magnífico tranco, embroque sensacional y un trazo de los muletazos solo al alcance de los superdotados para esta empresa. ¡Vaya series en redondo!, muletazos largos, profundos y ligados, ritmo y  continuidad, todo por bajo, templando la embestida y tirando del toro con magisterio, perdiendo el paso necesario para estar colocado ante un toro que también pedía mucho y sabía lo que dejaba atrás, tanto que en una de esas repone y se echa a Emilio a los lomos. Susto gordo pero sin más. Y de ahí, envalentonado, al natural, desafiando al pitón izquierdo, a pies juntos, dando el pecho, encajado, metiendo los riñones, pasándose al albaserrada por la barriga, muletazos para morirse, ni sé las series que le pegó, todas de una emoción arrebatadora, naturales de máxima expresión con la plaza totalmente entregada. Torería en el epílogo por bajo, trincherazos rebosantes de aromas que presagiaban al menos una oreja que no pudo ser por la espada. Quedaba el sexto, tenía que ser lo que no había podido ser en los anteriores, algo a todas luces inmerecido. Un toro de enorme volumen, 590 Kg, alto y largo, incluso me atrevería a decir que demasiado para la imagen que tengo de los albaserradas. Y serio hasta decir basta, menudas mazorcas y menuda puntas, tremendo. Humilló en el capote, pero se revolvía y reponía, corto recorrido y algo suelto en el ramillete de enclasadas verónicas, templadas y pausadas, que recetó de Justo, rematadas con una media de cartel. Sin emplearse en varas y sin fijeza en banderillas llegó a la muleta dejándonos con las mismas sensaciones del cuarto, poco dábamos por su juego...pero vistos los antecedentes todo era posible, así lo comentamos en el tendido, sin sospechar que lo que nos esperaba era una auténtica obra de arte, el mejor toreo que uno pueda soñar. Fueron portentosas las primeras series en redondo, la muleta planchada, adelantada para aprovechar el sensacional embroque del victorino y tirar de la embestida en recto, largo recorrido, la mano muy baja, derechazos profundos ligados con un ritmo embriagador, la emoción desatada y la plaza en pie. Nada comparado con los naturales, encajado, roto diría yo, de frente, los pies juntos, los riñones adentro, embraguetado, temple extremo, muy despacio, entrega absoluta de ambos, Emilio y Director, algo mágico. Faena perfectamente medida, de esas de veinte muletazos, ¡para que más si todos fueron de una profundidad abisal y una bellísima factura!, para poner a la plaza en pie y mantenerla así hasta el momento de la suerte suprema, totalmente entregada al maestro en el final por bajo, flexionado, tarzo largo, templado, trincherazos de crujir, los pelos de punta, éxtasis absoluto. Se tiró a matar con todo, estoconazo hasta la bola arriba, estallido de alegría, delirio, y, como en el segundo, Director con la boca cerrada, como todos sus hermanos, tragándose la muerte, minutos interminables, no doblaba, hasta que Emilio de Justo tuvo que tomar el verduguillo y, de certero golpe, pasaportó al gran victorino. Una oreja unánime en su petición que puso punto final a la corrida y a toda la temporada y que nos hizo salir de La Monumental con el alma torera que todos los aficionados llevamos dentro repleta de ilusión y sueños para la próxima que, por muchas trampas y trabas que nos pongan por el camino y pese a quien le pese, vendrá, y volveremos a sentir la emoción de este arte que es parte esencial de nuestras raíces, nuestra tradición y nuestra manera de ser. Ha sido en un 12 de octubre, día de nuestra Fiesta Nacional, precisamente de la mano de dos extremeños que 532 años después de la mayor gesta que la humanidad haya conocido, el descubrimiento de América, han honrado tal efeméride y, al igual que sus antepasados conquistadores extremeños, han alcanzado la gloria, con su toreo, y al natural, sublime.

Antonio Vallejo

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