domingo, 26 de marzo de 2017
Fallas: Traca final, triunfo, triunfalismo e indulto
Hablaba en la anterior entrada sobre el ilusionante inicio de la Feria de Fallas valenciana que nos invitaba a soñar con la segunda mitad del serial, en la que iban a hacer el paseíllo las figuras frente a ganaderías de las consideradas de postín. Mucho se esperaba de esos días y mucho han dado de sí las cuatro tardes, para lo bueno y para lo malo. Yo creo que todos los aficionados ya sabemos de sobra el resultado de cada uno de los festejos celebrados de jueves a domingo, todos sabemos que toros salieron buenos y cuales no, quienes cortaron orejas, quienes abrieron la puerta grande, el indulto y la polémica con el palco, todo es conocido. La distancia que marca el tiempo y el paso de los días son de gran ayuda para un análisis reposado de lo que se ha visto, sacar tus propias conclusiones pero, sobre todo, escuchar y leer crónicas, opiniones, reflexiones y debates en los que se combinan y contraponen muy diferentes puntos de vista, todos enriquecedores puesto que aportan matices que a muchos se nos pasan desapercibidos. Con todo ello, en mi opinión y por encima de todo, estos cuatro días han venido marcados por los matices, positivos y negativos. Matices que permiten diferenciar triunfo de triunfalismo, equilibrio y exceso, y colaboran a calibrar en su justa medida algunas decisiones y resultados.
El toro es el personaje principal de la fiesta, el máximo protagonista, aquel sin cuyo papel estelar nada es posible. Tras el soberbio sabor de boca que nos habían dejado la magnífica novillada del El Parralejo y la extraordinaria de José Vázquez la expectación era máxima ante la llegada de los hierros con más cartel, los de lujo, los elegidos por las figuras y los que se supone dan las mayores garantías de cara al triunfo. Y creo que no han cumplido con lo que se esperaba. Empezando por los toros de Victoriano del Río, muy desiguales de presentación, deslucidos en líneas generales, bajos de raza, rajados en la muleta, con un punto de mansedumbre, siguiendo con la corrida de Nuñez del Cuvillo, toda cuatreña, justita de presentación, desigual de hechuras, pero con clase y nobleza en general, algo justa de fuerzas pero con dos muy buenos toros, cuarto y quinto que humillaron y repitieron en la muleta, continuando con la corrida de Juan Pedro Domecq, Parladé y Vegahermosa del sábado, muy cargada de kilos, muy serios quinto y sexto aunque en mi opinión fuera de tipo, de juego desigual, escasos de raza y fondo, para terminar con el encierro de Garcigrande y Domingo Hernández, desiguales de presentación y de juego, bajos de fondo y raza hasta que saltó el último de la feria, Pasmoso de nombre y que desató la locura por su prontitud y repetición, generó la apoteosis final con su indulto y de paso encendió la mecha de la traca final fallera en forma de polémica sobre la justicia, merecimiento, o como quieran llamarlo, de tal indulto. Opiniones hay para todos los gustos. Hay muchos que opinan que para que un toro reciba el honor de volver al campo a padrear debe ser bravo en todos los tercios, y es cierto que Pasmoso no peleó en el caballo como se considera debe hacerlo un toro de indulto. También otros consideran que tampoco humilló mucho y que llevaba la cara algo arriba, además de terminar la faena con tendencia a salir suelto e irse, lo que sería otro impedimento para gozar del indulto. Pero hay muchos que piensan que, ante la línea dominante en estas fallas donde la mayoría de los toros no han embestido y ha faltado empuje, las cualidades de Pasmoso en cuanto a prontitud, fijeza, repetición, boyantía en la embestida, clase y calidad, son motivos suficientes para ser devuelto al campo con vida. También es cierto que el criterio del palco se pudo ver influido a la hora de sacar el pañuelo naranja por lo ocurrido minutos antes, al premiar con la vuelta al ruedo a un toro al que Juli había cortado las dos orejas, pero lo había hecho no por las cualidades del toro, porque probablemente ese toro hubiera pasado sin pena ni gloria de haber caído en manos de una mayoría del escalafón, pero cayó en manos de un maestro, un figurón del toreo que lo hizo bueno. Si ese toro mereció la vuelta al ruedo era más que justo que Pasmoso fuera indultado, tal era la distancia en cuanto a cualidades de ambos ejemplares. Matices, como decía al principio, tantos como queramos ver y que han generado controversia, polémica y, lo que me parece peor, una fractura en la afición. Soy de los que piensa que el mejor final posible de la Fiesta es el triunfo del torero y el del toro en forma de indulto, máxima expresión de la verdad del toreo, la lucha entre un hombre que crea arte y un animal cuya genética le lleva a pelear, embestir y no cansarse de hacerlo, esencia de la bravura y que se ve premiado con la vida. Pero también pienso que hay que ser muy cuidadoso a la hora de pedir indultos, no debe caerse en el exceso y que todo toro que salga, repita y meta la cara se indulte. ¿Donde poner la línea que separa la muerte de la vida del animal?, ¿qué criterios deben marcarse? y ¿quién debe marcarlos?. Preguntas de muy difícil respuesta, al menos para mí. Ciñéndome a Pasmoso y Valencia y, cuantos más días pasan, me posiciono entre quienes defienden la decisión de la vida frente a la muerte. Con sus defectos, que los tuvo, fue un toro que mostró muchas más virtudes que defectos y, además, me parece primordial valorar la situación concreta, en la plaza, con la emoción y la transmisión que la faena de López Simón estaba generando, último toro de la feria, de calidad y bravura contrastada. Matices, más matices, sin duda, pero importantes para sentenciar sobre lo acertada o no de la decisión del presidente, teniendo en cuenta además que era un auténtico clamor popular la petición de indulto por parte de todos los aficionados. Y aún es posible añadir un matiz más, el del momento actual de la Fiesta, atacada por todos los flancos, acusada de barbarie. ¿Que mejor argumento e imagen frente a los antis que la vuelta del toro al campo?. Imagen de alegría y vida, en las antípodas de la crueldad. Así que me reafirmo, considero justo y positivo el indulto de Pasmoso, pero pido que no se convierta en una "costumbre", que los excesos no son buenos y la generalización tampoco, pudiendo llegar a caer en la tentación, como ya he oído en varios medios, de llegar a las "corridas sin muerte", al estilo portugués, perdiéndose lo fundamental de la Fiesta, que por algo se llama suerte suprema. Indultos sí, pero con rigor y criterio. Que cada uno saque sus conclusiones y piense lo que le parezca, con todos los matices, pero que no sea motivo para dividir a la afición, que no es más aficionado el que exige tres puyazos y entrando en largo que el que valora más las cualidades del toro en la muleta, que la intransigencia no es sinónimo de pureza y que la seriedad y la alegría pueden ir perfectamente de la mano en esta maravillosa afición que es el toreo.
Como vemos, matices que han llenado estas Fallas. Respecto al ganado sensacionales novilladas, más decepcionantes los toros, en el palco ligereza con el pañuelo azul premiando a un par de toros que no merecían la vuelta al ruedo y disparidad de opiniones y reacciones ante la decisión de sacar el pañuelo naranja. Tantos matices como con los matadores. Orejas ha habido, todas justas y merecidas excepto, a mi modo de ver, la segunda concedida a Miguel Angel Perera con el quinto de Victoriano del Río. Y puertas grandes, la de Andy Younes en la novillada de José Vázquez, Ginés Marín con uno de Parladé, El Juli y López Simón con los de Garcigrande. Tiriunfos, algunos apoteósicos, orejas de peso como la cortada por Román, otras de temple, buen gusto y experiencia como la de Fandi (con perdón para mi gran amigo Raúl) y una de raza como la cortada por Cayetano, que no deben confundirse con triunfalismo ni con excesiva generosidad por parte del respetable pese al innegable ambiente festivo que envuelve a la plaza valenciana en su semana fallera, salvo la excepción ya reseñada de Perera. Fue en el quinto, un toro falto de empuje, emoción y transmisión ante el cual estuvo el extremeño fiel a su estilo, llevando al toro a media altura al inicio de faena, cuidándolo, sin obligarle ni someterlo en exceso para llegara a ligar una tanda en redondo rotunda mientras el toro aguantó, previa a pisar esos terrenos en los que Perera se encuentra como pez en el agua, en las cercanías, entre los pitones, sin inmutarse ni enmendarse, las zapatillas clavadas al suelo, pasándose al toro por ambos pitones, circulares invertidos y pases de pecho que pusieron en pie a los tendidos. Mató de una estocada entera y el público pidió con fuerza la oreja, concedida con celeridad por el palco, lo que a criterio de todos parecía lo justo. Lo llamativo fue que el presidente, con escasa petición del segundo trofeo, lo concedió, generando sorpresa y me atrevería a decir incredulidad hasta en el mismo matador. Solo hacía falta ver la expresión de asombro del extremeño. Como decía la principio, matices, esta vez los que debió ver el presidente y que los demás no vimos. Una oreja creo que hubiera sido lo justo y no le hizo ningún bien a Perera, que salió a hombros entre más pitos que aplausos. Quien brilló con luz propia esa tarde fue el valenciano Román. Con el capote se lució en un quite por tafalleras y una gaonera de gran belleza al toro de Perera. La faena al tercero de Victoriano del Río la inició de rodillas, derechazos largos y profundos librándose de milagro de una cornada al ser prendido en un cambio de mano. Susto y de los gordos, pero Román se sobrepuso y planteó una faena de valor y entrega ante un toro exigente y duro. Se puso de verdad y la emoción surgía en cada muletazo. Una estocada entera premió a Román con una merecida oreja. Totalmente inédito pasó el galo Sebastián Castella esa misma tarde ante un lote de cierta nobleza y que creo tenía algo más que sacar. Demasiado metraje en las faenas del francés, demasiados pases sin ritmo, inconexos, sin llegar a los tendidos en ningún momento.
La tarde del viernes nos dejó uno de los momentos que pasarán a la historia no ya de las Fallas, sino del toreo. Corría el sexto de Nuñez del Cuvillo, cuya lidia y muerte correspondía a Andrés Roca Rey. Antología capotera del peruano, verónicas templadas, cadenciosas, jugando sensacionalmente las manos, un galleo por taparías para poner al toro en suerte frente al caballo y un antológico e inolvidable quite por saltilleras en el mismo centro del anillo, cambiándose al toro por la espalda, impávido, sin inmutarse, ¡para ligar tres naturales de antología con el capote, encajado, metiendo los riñones, largos, bajando la mano y rematar con uno de pecho extraordinario!. De auténtica locura, éxtasis taurino, algo que jamás había visto y que creo que pasará tiempo para volver a ver algo de tanta belleza como ese toreo al natural con el capote. Solo eso ya merecía una oreja. Pero es que Roca Rey estuvo superlativo con la muleta, preciosa la arrucina de inicio al sexto, toreando templado y alargando el viaje mientras los de Cuvillo tuvieron fuerzas, metiéndose entre los pitones, toreo estático y en unos terrenos inverosímiles que este hombre pisa y que parecen imposibles cuando sus enemigos se desfondaron. Dos certeras estocadas pusieron la rúbrica a una tarde magistral de un Roca Rey arrollador que volvió dejarnos sin aliento en muchos pasajes de sus faenas y que emocionó a todo el mundo. Dos orejas, una a cada uno de su lote, y puerta grande, otra más, para este joven que está llamado a ser figura del toreo. También cortó Fandi una oreja de ley al cuarto (perdón de nuevo, Raúl), un muy buen toro de Nuñez del Cuvillo al que toreó templado, ligando los muletazos por bajo, en una faena compacta y clásica basada en la ortodoxia. Muy bien Fandi con la muleta, de lo mejor que le he visto. En banderillas había montado ya el lío habitual, con pares vistosos, desplegando todo su repertorio, esta vez cuadrando más en la cara y jugando con menos ventajas de lo que otras tardes le he visto, sin ir a toro pasado. Ninguna opción para José María Manzanares ante un lote deslucido, sin un gramo de raza ni fuelle. Por encima de sus toros el alicantino, haciendo todo lo posible por sacar algo pero era misión imposible.
La tarde del sábado descubrió a un nuevo valor en alza del toreo, otro de los jóvenes de la nueva hornada que viene pisando fuerte y con ganas de demostrar muchas cosas, Ginés Marín. Toda la tarde mostró ganas, entrega, valor y una actitud para triunfar. Si además le sumamos un concepto del toreo basado en la ortodoxia y el clasicismo, con gusto y clase, una buena colocación y capacidad para entender a sus toros, el triunfo tiene muchas papeletas de llegar. Y llegó en su presentación en Valencia. Una oreja a un toro de Juan Pedro Domecq y otra a uno de Parladé en dos faenas donde todo lo puso Ginés, sacando muletazos en redondo y al natural que parecían impensables, con temple y hondura, demostrando gran capacidad y conocimiento de los terrenos, firme y seguro. Se tiró a matar y cobró dos estoconazos para abrir de par en par la puerta grande valenciana. Grandísimo sabor de boca el dejado por el gaditano que en el próximo San Isidro tendrá una prueba de fuego el día de su confirmación en Madrid, ahí veremos su auténtica dimensión. Como magnífico también fue el sabor que Cayetano dejó en una faena de raza frente al quinto en la que sacó a relucir su genética tanto en su rama Ordoñez como Rivera. Si en los primeros compases de la faena, y mientras el juanpedro tuvo fuerzas, sacó a relucir su sangre Ordoñez con muletazos templados, de categoría, de gran clase y torería, cuando el toro se vino abajo y comenzó a pararse y defenderse tiró de raza y orgullo en la línea Rivera. Emoción en todos los pasajes de la faena, conectando con los tendidos y volcándose sobre el morrillo para ejecutar una estocada entera en el rincón de Ordoñez, ese que hay uno o dos dedos desprendida y que tanta muerta lleva. Oreja de ley y de casta con fuerte petición de la segunda para este torero de dinastía que ha vuelto con ilusiones renovadas y unas ganas que contagian a todos. Tal y como le ocurrió a Manzanares la tarde anterior, nulas opciones tuvo Ponce ante dos juanpedros sin fondo alguno, parados, que no tenían ni un pase. Muy por encima de sus enemigos el maestro de Chiva, demostrando una vez más toda la técnica y el mando que atesora Enrique, sacando muletazos sueltos imposibles. Saludó una calurosa ovación en reconocimiento a su entrega y disposición.
Y tratándose de Fallas tenía que llegar la traca final del domingo, no quedaba otra. Y vaya si llegó, en un apoteósico fin de fiesta, un final soñado, con dos matadores saliendo a hombros por la puerta grande y un toro que vuelve al campo por sus condiciones de bravo. Ya he hablado de ello y de los matices que rodearon a Pasmoso, así como de la incomprensible decisión del presidente de premiar con la vuelta al ruedo a Malagueño, de Domingo Hernández, lidiado en cuarto lugar por Julián López "El Juli" y al que el madrileño le cortó las dos orejas. Pero se las cortó no porque fuera un toro de bandera, ni mucho menos. Es más, ese toro, como ya dije antes, en manos de la mayoría de matadores se hubiera ido arrastrado por el tiro de mulillas sin un solo pase. Toro andarín, gazapón, que se rajaba, pero que llevaba nobleza en su interior. Nobleza que Juli vio y que supo sacar a la luz de manera magistral. Lección de mando, de poder, de auténtica figura del toreo, lo que Juli es. Poco a poco, muletazo a muletazo sacó lo mejor del toro para culminar con redondos y naturales templados, lentísimos, largos, abriendo el compás y bajando la mano, en una faena de dominio absoluto en la que Juli demostró toda su dimensión como figura del toreo. La imagen de Juli andando para cambiarle los terrenos al toros, haciendo un gesto con la mano como diciéndole al de Domingo Hernández "ahora ven a estos terrenos porque lo digo yo" son una muestra del magisterio torero que impartió Juli el domingo pasado en Valencia. Se tiró a matar dejando un estoconazo que hizo rodar al toro sin puntilla. Dos orejas que sumadas a la otra del segundo tras una faena cargada de mando, temple, buen gusto y torería reventaban la puerta grande en una tarde en la que, para mi, alcanzó cotas altísimas como figura del toreo. Pero no traspasó a hombros solo la puerta que conduce a la calle Játiva. Le acompañó otro madrileño, Alberto López Simón, al cortar dos orejas y rabo simbólico al finalizar la faena del sexto, el ya famoso Pasmoso,el toro indultado. Un gran toro, con prontitud, fijeza y repetición al que López Simón toreó a las mil maravillas, que todo cuenta, porque ya hemos visto muchas veces toros de excelente condición que se han perdido por una mala lidia. Inició la faena por estatuarios plantado en el centro del ruedo, pasándose al toro por la espalda, cortando la respiración. Es cierto que derribó en el caballo pero no fue castigado en exceso en el peto, quizás por eso llegó a la muleta con alegría y movilidad, aunque sin acabar de humillar . Lo entendió a la perfección López Simón que aprovechó las idas y venidas del toro, que repetía una y otra vez, codicioso, con recorrido y transmisión. Toreo vertical y emocionante del madrileño que cuajó tandas de gran belleza, temple y ligazón por ambos pitones. La faena se alargaba y no decaía el ritmo, el toro seguía la muleta con ambición y en los tendidos se desataba la locura. La petición de indulto fue creciendo poco a poco hasta convertirse en un clamor, sobre todo con las manoletinas finales con las que Alberto López Simón acabó de poner en pie a todo el público que agitaba sus pañuelos pidiendo el indulto. Atrás quedaba el caballo, nadie medía si fueron dos o tres puyazos, con más o menos pelea, de poco importaba que al final de faena Pasmoso tendiera a irse al final del muletazo y que no hubiera humillado en exceso. Lo que importaba en ese momento era la emoción, los sentimientos que afloraron en cada uno de los aficionados y que embargaron el ánimo de esos corazones. Lo que habían visto les había llegado y les había llenado, y en el fondo eso es la Fiesta, emoción y sentimiento, dejarse llevar por ellos y disfrutar con el arte que genera la lucha del hombre contra un toro. Cada uno tendrá su opinión sobre el indulto a Pasmoso, pero ya lo he dicho y me reafirmo, me parece bien, correcto y oportuno. La imagen final de la Feria de Fallas que va a quedar para la historia es la de dos toreros saliendo a hombros por la puerta grande y la de un toro que regresa con vida al campo para padrear y transmitir a su descendencia las virtudes que demostró en la plaza. Esa imagen de alegría, de auténtica fiesta y de vida le hace mucho bien al toreo, más aún en estos días. ¿Que tuvo carencias?, seguro…. pero ¿existe realmente el toro perfecto?
Antonio Vallejo
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