martes, 18 de abril de 2017
Domingo de Resurrección, fiel a la tradición
Domingo de resurrección, día grande, día de especial significado para cuantos somos católicos y taurinos. Día clave en nuestra Fe; Resurrección, el hecho que da sentido a nuestra vida y a nuestra muerte; Resurrección, la Victoria de Cristo ante la muerte y el pecado; Resurrección, la puerta a la Vida Eterna junto al Padre. Esa es nuestra Fe, esa es nuestra razón de vivir y la que da sentido a nuestro paso por este mundo. Un día de tal relevancia en una nación que, aunque a muchos les moleste, hunde sus raíces en la Fe católica merece ser celebrado por todo lo alto. Y si hablamos de raíces y de tradiciones, pocas tan profundas en España como los toros, aunque también a muchos les moleste, por lo que a nadie debe extrañar que el Domingo de Resurrección sea uno de los días especialmente señalados en el calendario taurino. Y si seguimos con las tradiciones, hablar de Domingo de Resurrección es hablar de Sevilla y de Madrid, que desde el siglo XIX anuncian un festejo especial para celebrar este día grande. Y este año tampoco se ha faltado a la cita. Madrid y Sevilla, Sevilla y Madrid, pilares fundamentales de la fiesta, catedrales del toreo abrieron sus puertas y con ellas las ilusiones de los aficionados, al menos la mías que no fallé a la cita en Las Ventas y que he tenido la oportunidad de ver la corrida de La Maestranza grabada gracias a la retransmisión de Canal Toros.
Carteles atractivos, cada uno digamos que al gusto de la afición madrileña y sevillana. Si en La Monumental se anunciaba un mano a mano entre Curro Díaz, torero muy del gusto de la afición y con enorme cartel, y José Garrido, en La Maestranza hacían el paseíllo nada más y nada menos que Morante de la Puebla, llamado a ocupar el lugar del maestro Curro Romero, el dueño de Resurrección, José María Manzanares, otro de los considerados toreros de Sevilla y que tantos triunfos ha cosechado sobre el albero maestrante, y la gran sensación del momento, Andrés Roca Rey. Más de media entrada en Las Ventas y lleno de "no hay billetes" en La Maestranza, que lucía espléndida, con un público elegante que dio luz y brillo a la magnitud el festejo. Da gusto ver los tendidos con los caballeros perfectamente vestidos con traje y corbata y las damas perfectamente arregladas para la ocasión. Si los matadores suelen estrenar terno ese día por la relevancia del acontecimiento, lo mínimo es que los aficionados se presenten de igual manera, acorde a la ocasión, ¿por qué no se toma ejemplo en tantas plazas en las que los tendidos parecen más una verbena a altas horas de la madrugada que un evento de la importancia de nuestra Fiesta?. Y añado un detalle que solo puedo percibir gracias a la televisión en los mementos previos al paseíllo. Ver la cara de los matadores, seria, concentrada, metidos en sí mismos, reflexivos, reflejo de la enorme responsabilidad de torear en Sevilla y en esa tarde, ver al maestro Manzanares rezando durante el minuto de silencio por Manolo Cortés, Pepe Ordóñez y el niño Adrián, impresionan, sobrecogen y emocionan. No puedo imaginar lo que pasa por la mente de esos hombres en esos instantes previos a que se abra la puerta de toriles y salte el primero de los toros, porque detrás de eso nunca saben si les espera la gloria, el dolor o incluso la muerte.
Con todo esto arrancaron ambos festejos en Madrid y Sevilla en una tarde primaveral radiante, que si nos ceñimos a lo estrictamente taurino podríamos decir que resultaron decepcionantes, porque el juego de los toros de Montealto y de Nuñez del Cuvillo no fue el que nos hubiera gustado. Pero en una fecha y en una ocasión como esta me niego a hablar de decepción, me niego a pensar y hablar en negativo y prefiero quedarme con lo bueno que hubo, aunque fuera poco, pero lo hubo, con los detalles, dos corridas de detalles, ¡pero qué detalles!, de los que valen su peso en oro, porque el Domingo de Resurrección es motivo de alegría y de ganas por seguir adelante, es un día de Luz y no de sombras.
En Madrid el encierro de Montealto me pareció muy desigual de presentación (basta decir entre el de menor peso, 505 kg, y el de mayor peso, 680 Kg, la diferencia era tremenda, 175 Kg nada menos), vastos y grandotes en general, con dos que me gustaron más por hechuras, el primero y el cuarto, más reunidos y cuajados para mi gusto y más en tipo Domecq. Deslucidos en general, faltos de raza y fondo y que, salvo el quinto, no sirvieron en la muleta. Como ya he dicho fue una tarde de detalles, con el capote Garrido y con la muleta Curro Díaz. El pacense José Garrido anduvo extraordinario con el segundo y el cuarto en su toreo de capa. Verónicas con sumo gusto flexionándo las rodillas en el segundo, largas y templadas, que arrancaron los olés de los tendidos. Mejor aún el saludo al cuarto, verónicas acompasadas, suaves, con enorme sabor, rematadas con una media a pies juntos de cartel. Pero aún quedaba un extraordinario quite por chicuelinas a ese cuarto, ceñidas, a manos bajas, rematadas con una larga de rodillas que puso en pie a los aficionados. Fue sin duda lo mejor de su actuación, ya que en la muleta pocas opciones tuvo con su lote, aunque tengo la impresión que Garrido es un torero al que en Madrid aún no le hemos visto en toda su dimensión y al que ayer vi quizás un punto ansioso, acelerado y encimando algo a sus toros. El jienense Curro Díaz es un torero muy reconocido y valorado en Madrid, mérito que se lo ha ganado a pulso gracias a su toreo de pellizco, del que engancha y enamora cuando se deja y abandona frente al toro. Ante el primero anduvo firme y pulcro, llevando la sosa embestida del de Montealto templada y a media altura por la falta de fuerzas del animal. Todo lo hizo bien, con suavidad pero carente de emoción por la falta de empuje del animal. Algún muletazo suelto con sabor y poco más. El quinto fue otra cosa, un animal con movilidad, que repetía, aunque con tendencia irse al final del muletazo. Desde el primero en redondo se vio al Curro Díaz desmayado, la muleta planchada, templando y ligando los pases, con la mano baja y un gusto exquisito que levantó el ánimo de los aficionados e hizo que los olés sonaran con fuerza en Las Ventas. Más aún con tres naturales hondos y de enorme clase que dejaron el aroma de toreo caro del jienense. Mató de una entera fulminante algo caída que creo fue el motivo para no cortar una oreja que personalmente me hubiera parecido justa y merecida. Saludó desde el tercio una cariñosa ovación para despedirse de Madrid hasta dentro de unos días en San Isidro.
Y si detalles hubo en Madrid, más los hubo en Sevilla, sobre todo si el duende está rondando y ese duende tiene nombre, Morante de la Puebla. Lo intentó en sus dos toros con la muleta, se la puso en la cara, pero los Cuvillos no respondieron. Pese a ello algún muletazo suelto con el sabor que el sevillano impregna a su toreo. Pero el capote de Morante tenía que resplandecer en un día como este, y así fue en un extraordinario quite al tercero a pies juntos, con el gusto y el empaque con el que el sevillano mece a los toros en el capote, verónicas de ensueño rematadas con una media soberbia, de las que vale una tarde. Dispuesto y entregado toda la tarde, lo puso todo el de La Puebla, matando a la perfección al cuarto, marcando los tiempos y ejecutando una sensacional estocada tras la que reciben una calurosa ovación saludada desde el tercio. José María Manzanares es uno de los toreros más queridos en La Maestranza, donde ha cosechado rotundos triunfos, ha abierto la Puerta del Príncipe y ha indultado a un toro. Y este Domingo de Resurrección ha vuelto a demostrar el porqué de sus éxitos. Fue en el quinto, el de mejores condiciones del encierro de Nuñez del Cuvillo, un toro con cierta clase y más fondo que sus hermanos y que permitió a Jose María torear con la elegancia, la naturalidad y la calidad con que lo hace. Magníficas las series en redondo, acoplado, en largo y bajando la mano, ligando los multados Pero donde la faena rompió fue al natural, con dos tandas excelentes por despaciosidad y hondura en las que desató la locura en los tendidos. Ver torear al alicantino es un canto a la belleza, todo surge natural, todo resulta elegante, una auténtica delicia. No tengo ninguna duda que si el toro hubiera tenido algo más de fuerza y empuje y si hubiera acertado al primer encuentro con la espada habría cortado una oreja de ley. De cualquier manera, también dejó el sabor y el regusto de su toreo en la memoria de los aficionados. El tercio en discordia era Andrés Roca Rey, la sensación del momento, el llamado a heredar el cetro del toreo, el que nadie quiere perderse y el que va a por todas allá donde toree y con el toro que le salga, despreciando al miedo, al riesgo y a las leyes de la física y el espacio por dónde y cómo se pone y los terrenos que pisa. Demostró a lo que venía en un gran quite por chicuelinas al segundo al que replicó Manzanares con otro quite también por chicuelinas ceñidas y a manos bajas marca de la familia y del gen Manzanares. Lo mismo que ocurrió en el tercero con un magnífico quite por saltilleras y gaoneras con el que respondió al ya referido sensacional quite a pies juntos de Morante. Lo dicho, va a por todas y no tiene inconveniente en plantar cara a maestros de la talla de Morante y Manzanares. En la muleta lo puso todo el peruano, lo intentó de todas las maneras posibles, en largo y en corto, por un pitón y por el otro, pero los Cuvillos no respondieron y faltó emoción y transmisión, lo que fue la nota dominante en los toros de Nuñez del Cuvillo, una lástima porque eran animales de muy buenas hechuras, toros muy de Sevilla pero que no dieron el juego esperado.
Lo dicho, dos tardes de detalles, que es con lo que me voy a quedar, algo que a muchos les parecerá poco, a otros incluso ridículo y alguno quizás comparta esa idea de quedarme con lo bueno que, aunque fuera poco, fue muy bueno. Lo mejor, que ayer fue Domingo de Resurrección y que, pese a quien pese, seguiremos celebrando en España fieles a nuestras tradiciones porque somos católicos y taurinos.
Antonio Vallejo
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