Ahora que está tan de moda todo lo vintage se me viene a la memoria una
serie de finales de los años setenta y principio de los ochenta que ponían los
viernes por la tarde y que solía ver cuando después de merendar tras volver del
colegio y cuyo título era precisamente ese, con ocho basta, basada en la
aventuras y desventuras, amores y desamores, los problemas y las alegrías de
una familia norteamericana con ocho hijos de muy diversas edades y que al final
de cada capítulo nos dejaba una sonrisa
a los que entonces éramos niños. Pues esta madrugada no he podido evitar
acordarme de esa serie viendo la corrida de La México y cuando ha saltado a la
arena el octavo de la tarde mexicana, noche española, he rogado que por favor
no se pidiera el de regalo, costumbre muy de aquella tierra, ¡porque con ocho
basta!. No es por nada, pero es que eran ya cerca de las tres de la madrugada y
a uno, aunque le apasionen los toros, también le gusta irse a la cama y dormir
unas cuantas horas.
Sí, ocho toros fueron los que La México, que de nuevo
registró una más que aceptable entrada en el sector numerado, vio saltar al
ruedo en una corrida mixta en la que alternaron el rejoneador Pablo Hermoso de
Mendoza frente a dos toros de Bernaldo de Quirós y los espadas Cayetano, Arturo
Saldívar y Leo Valadez -quien confirmaba alternativa- ante astados de Jaral de
Peñas. No me gustan este tipo de corridas mixtas, lo digo de antemano, sean
seis u ocho toros. Puede que sea una manía personal, no lo sé, pero una de dos,
o voy a ver rejonear o voy a ver toreo a pie, lo de las mezclas no acaba de
convencerme. Para empezar, tras matar a cada toro de rejones hay que emplear un
tiempo considerable en adecentar la arena para que esté en condiciones óptimas
para la lidia a pie, y si hay algo que me fastidia son las pausas excesivas y
evitables que alargan un festejo de manera innecesaria. Ayer ocurrió eso en La
México, cerca de quince minutos para arreglar el ruedo y pintar las rayas en
dos ocasiones, media hora de tiempo muerto que se hace una eternidad, más aún a
esas horas. Pero me da igual, a las seis de la tarde me hubiera parecido igual
de aburrido y desesperante, no es problema de horario. Y también digo otra
cosa, que si hubieran sido cuatro toreros de a pie también me parece una exageración.
De toda la vida recuerdo el encabezamiento de los carteles taurinos con esa frase
tan conocida de “seis toros seis” y como soy un firme defensor de las
tradiciones me gustan las corridas de seis toros. Cada cosa tiene su medida,
los excesos no son buenos, y ocho toros me parece un execso
Y para hablar de medidas las de los toros de ayer,
para mi gusto muy desiguales de presentación, varios de ellos muy terciaditos y
muy justitos de presencia para una plaza de primera por mucho que sea de México
y que el toro de México sea como es. Eso sin hablar de su juego, tremedamente
pobre, con uno solo que a mi modo de ver
se salvó de la quema, el corrido en cuarto lugar y al que el mexicano Arturo
Saldívar cortó una oreja de mucho peso, un toro bravo y encastado que presentó
dificultades en los primeros tercios y al inicio de la faena de muleta pero al
que Saldívar entendió y sometió a la perfección para acabar rompiendo en la
muleta. El resto dieron una medida muy pobre, descastados, sosos, sin movilidad
ni emoción y un punto de mansedumbre general con otro que resultó manso de
solemnidad, el de la confirmación de alternativa de Leo Valadez. Con estos mimbres es fácil comprender que lo que
primara al final de la tarde fuera el silencio. Seis de los ocho veredictos
fueron así, pobre y decepcionante bagaje para una corrida que había generado
enorme expectación para ver a un maestro consumado que goza de enorme cartel en
la Monumental, Hermoso de Mendoza, para ver a una de las figuras que está
arrebatando y arrollando en esta temporada, Cayetano, y a uno de los que viene
pisando fuerte y quiere comerse el
mundo, Valadez. Una lástima porque con las ganas, la disposición y el
buen hacer de los cuatro la tarde hubiera sido triunfal si hubieran colaborado
los toros. Muy por encima de toda la corrida todos ellos, tratando de exprimir
al máximo las escasas cualidades de sus oponentes, tarea harto difícil en
algunos casos.
Pablo Hermoso de Mendoza estuvo una vez más en
maestro, con un estilo elegante, basado en la ortodoxia, el clasicismo, la
pureza y la verdad, tirando en todo momento de dos toros muy parados que
colaboraron muy poco, llevándolos perfectamente toreados con la grupa de sus
caballos, templando y provocando las arrancadas del toro, llegándose hasta la cara
para colocar los rejones de castigo y las banderillas largas y cortas con
limpieza, con remates y recortes por los adentros de mucha belleza y que
despertaron a un público un tanto frío con el navarro, quien para mi dio dos
lecciones de doma y toreo y que de no haber fallado con el rejón de muerte
podrían haber valido alguna oreja. Aunque viendo la reacción de indiferencia de
los aficionados tras sus dos faenas tampoco estoy seguro de qué hubiera pasado.
Silencio y silencio me parece muy poco reconocimiento para lo que se vio en el
ruedo, es más, me pareció totalmente injusto y carente de sensibilidad hacia
alguien que ha marcado una época en el toreo a caballo y que en esta plaza es
una auténtica leyenda. Pero así es la Fiesta, a veces incomprensible en algunas
reacciones.
Cayetano había levantado una expectación tremenda en
los días previos: ruedas de prensa, entrevistas, reportajes… Pero llegó el momento, con todas las ilusiones puestas en
la tarde de ayer y resulta que se encontró sin toros. Así de sencillo es contar
lo ocurrido, no hay más. Dos animales sin emoción alguna, sin raza, sin casta,
sosos, apagados, parados, que manseaban, que al segundo muletazo de cada serie
salían sueltos buscando las tablas. Y lo intentó Cayetano, de todas las maneras,
les puso la muleta en la cara, trató de llevarlos toreados sin quitarles el
engaño, pero nada, que no había manera. Lo que tiene mérito es que al tercero
llegara a robarle una serie de redondos con cierta ligazón, que nos dejara para
el deleite algunos detalles con
muletazos por bajo cargados de aroma y sabor a ese toreo Ordoñez que
lleva en su sangre en el epílogo del trasteo a ese tercero y que al
descompuesto sexto, que embestía soltando la cara, que no humillaba lo más mínimo, le plantara cara
con ambas rodillas en tierra dándole el pecho demostrando que la raza la
llevaba él, no el toro. Muy por encima de su lote el madrileño, entregado y
dispuesto toda la tarde, pero sin opción alguna para el triunfo. Por cierto, y
no quiero que se me pase comentar este pequeño detalle en los tercios de varas
de sus dos toros: Cayetano ha llevado al caballo dos veces a cada uno de su
lote. Y alguno dirá: bueno, qué tiene eso de relevante, si eso es lo normal,
qué demonios quiere decirme este tío. Pues que resulta que le han montado una
buena bronca al hacer entrar a sus toros por segunda vez al peto de los
caballos. Para gustos están los colores, pero, como decía antes, cada cosa
tiene su medida y los excesos son malos, tanto por pasarse como por quedarse
corto. Y en este caso creo que dos puyacitos, que es lo que se les dio en
varas, es muy poco y no es para montar
semejante escandalera.
El confirmante Leo Valadez se las tuvo que ver con un
manso de libro en el toro de su confirmación. Aunque realmente lo que debió pensar
es que aún estaba de novillero al ver saltar a ese segundo, terciadito, 477 Kg
en la tablilla, abierto de pitones pero, si tengo que usar un término para
definirlo, cornicorto podría valer. Aspecto anovillado y para mi gusto falto de
trapío para una plaza de la categoría de La México, una plaza en la que se
confirman alternativas, casi nada. Un toro que desde salida mostró falta de
fijeza, que se iba suelto, siempre buscando las tablas, clara querencia, que no
quería ver al caballo ni en pintura y al que el picador tuvo que ir a buscar a
la segunda raya para poder al menos darle un pinchacito con la puya. Al menos
Valadez pudo ejecutar un quite por chicuelinas a manos bajas con gusto. En
banderillas el espectáculo fue deplorable, con el toro corriendo rebrincado
tras recibir los pares como si fuera un toro de los de rodeos. No era eso, no,
no estábamos en los rodeos de Texas, era un manso con mayúsculas. No varió su
mal comportamiento en la muleta, incluso diría que lo empeoró, soltando la cara
en cada lance, punteando los engaños, embistiendo a arreones, descompuesto,
saliendo suelto, huyendo hacia las tablas. Con inteligencia se llevó el de
Aguascalientes el toro hacia el tercio y en esos terrenos consiguió unas tandas
al natural poniéndole la muleta en la cara, tapándole la salida de mucho mérito
y calidad, templando las embestidas del de Jaral, ligando los muletazos, con la
mano baja, siempre aprovechando la querencia del animal. De lo mejor que se vio
ayer, tanto por la entrega y el empuje que puso Valadez como por la belleza de
algunos naturales hondos y lentos. Firme, valiente y decidido calentó los
tendidos sobre todo al final del trasteo con unas bernardinas ajustadas que
enloquecieron a la afición azteca. Estoy seguro que de no haber pinchado en
tres ocasiones antes de colocar una estocada entera que pasaportó a este manso
hubiera cortado una oreja más que merecida por entrega y empuje, muy por encima
del toro. Igual de serio, firme, seguro y responsable estuvo ante el octavo,
otro toro sin fondo alguno, sin clase alguna, descompuesto y anodino a más no
poder al que trató de llevar por ambos pitones pero al que era prácticamente
imposible sacar un muletazo. Lo mató de una extraordinaria estocada que al
menos abrevió el final de la corrida, lo cual no se pueden hacer idea cuanto lo
agradecí a esas horas de la madrugada.
El mejor toro del encierro le cayó en suerte al
también mexicano Arturo Saldívar. Fue el cuarto, un toro que fue el que más me
gustó de hechuras y que a pesar de marcar 490 Kg en la tablilla era un toro
serio, alto, con más presencia que sus hermanos, enseñando las puntas y que
aunque de salida no apuntó buenas maneras, más bien su comienzo fue
descompuesto y un tanto desconcertante poco a poco fue atemperándose y acabó
embistiendo con clase y bravura en la muleta de Saldívar. Pasó sin pena ni
gloria por los primeros tercios, completamente deslucido en el capote,
durmiéndose en el peto, dejándose pegar pero sin emplearse. Mejoró su
comportamiento en banderillas acudiendo pronto y con buen tranco a los cites.
Precisamente fue su movilidad y su boyantía, arrancándose en largo y pronto lo
que desde los primeros compases de la faena puso en pie a los tendidos. Dos
cambiados por la espalda de los de cortar la respiración aprovechando la
inercia del toro cosidos sin solución de continuidad a un par de arrucinas
señalan a las claras las intenciones del de Aguascalientes, entregado y
decidido a ir a por el triunfo desde el primer instante. Cita en largo al de
Jaral de Peñas y templa la embestida del animal para dibujar magníficas tandas
por el pitón derecho ligadas sin moverse del sitio, perfectamente colocado,
series con emoción y transmisión que calan enseguida en los tendidos, llevando
al astado muy toreado, presentándole la muleta adelantada para conducir el
viaje, sin quitársela de la cara, ligando en redondo con clase y gusto haciendo
que resuenen olés rotundos en La México. Por el pitón izquierdo también cuaja
buenas series de naturales templados, hondos, bajando la mano, ligados,
entendiendo perfectamente a este toro bravo, encastado, pronto y repetidor, que
humilló en la muleta metiendo la cara con gran clase. Faena de peso de Saldívar
que tuvo como colofón tres circulares invertido y unas bernardinas de infarto
que pusieron los tendidos patas arriba. Se tira a matar con decisión y rectitud
y cobra un estoconazo que fulmina al animal. Oreja de ley para el azteca que no
tuvo ya más toros, porque el que hizo séptimo solo sirvió para quitárselo de en
medio con rapidez y eficacia, no valía para nada, ni medio pase tenía, ni
clase, ni movilidad, nada, el cero absoluto. Una pena porque tras la oreja
cortad y sus ganas, a poco que hubiera colaborado el toro bien podría haber
abierto la puerta grande de Insurgentes.
Antonio Vallejo
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