martes, 21 de noviembre de 2017

La México se rinde a Juli (una vez más)


Llegó el día, La México abrió ayer sus puertas a la Temporada Grande con un mano a mano entre probablemente el máximo exponente del toreo de aquel país, Joselito Adame, y una de las figuras que goza con mayor y mejor cartel en la Monumental Azteca, Julián López "El Juli". Y debía haber muchas ganas de ver toros en le coso de insurgentes a tenor de la entrada, magnífica por cierto, que registró la plaza capitalina. Había dudas al respecto, creo que ya lo comenté en la anterior entrada, pero ayer quedaron despejadas al contemplar el casi lleno del sector numerado, que en esa inmensa plaza ocupa toda la parte baja de los tendidos, y una aceptable ocupación del sector general, lo que podríamos considerar los tendidos altos en los al parecer  cada uno ocupa el asiento más le apetezca según lo encuentre libre. Ciertamente que había dudas en lo que allí llaman el boletaje por lo que he podido leer en páginas, blogs y medios de comunicación ante la polémica generada con la confección de los carteles. En semanas previas se le censuró a la empresa la no inclusión de muchos nombres que consideraban injustamente ausentes (Perera, Ureña, Talavante, Manzanares, Ferrera, Roca Rey) y que en su opinión merecían estar en la plaza y la feria quizás más importante de la temporada americana, no olvidemos que La México es el equivalente a Las Ventas en España. Y también creó polémica y motivo de muchas críticas la elección del ganado, reses de hierros que ellos denominaban "bobalicones", calificativo que me hace bastante gracia, sobre todo pronunciado con el acento y el gracejo mexicano. Esos condicionantes hacía pensar que a lo mejor la afición mexicana se echaba atrás a la hora de rascarse el bolsillo para ir a los toros. Gracias a Dios ayer no fue así y el aspecto que en televisión ofrecieron los tendidos de La México fue extraordinario para ver el mano a mano Adame-Juli ante toros de Teófilo Gómez.
Hablando de los toros, ayer entendí a la perfección a que se refería la entendida afición mexicana cuando habla de toros "bobalicones". Dejando a un lado las hechuras y presencia de los astados de Teófilo Gómez, una corrida de 521 Kg de media en la romana, largos de cuello, algunos muy enmorrillados como quinto y sexto, con poca cara y un desarrollo de pitones muy, pero que muy justito no ya solo para lo que en España estamos acostumbrados a ver sino para mi propio gusto (algunas becerras que se sueltan en capeas de despedida de solteros tienen casi los mismos pitones), tendente a veletos y engatillados en su linea cornicorta general, lo peor fue el juego y el comportamiento de la corrida. Para empezar toda la corrida fue muy justa de fuerzas, con muy poco fuelle, sin motor, sin empuje, blanda, blandísima, a la que no se le pegó en el caballo. Sinceramente, si no es porque los caballos de los picadores en La México van protegidos por unos petos de un color azul chillón que se deben ver hasta en Canadá hubiéramos pensado que era una novillada sin picadores de algún certamen de promoción de alumnos de escuelas taurinas porque los tercios de varas duraron segundos, visto y no visto, menos que un suspiro. Vamos, que como apartaras un segundo la vista de la tele estaban ya los subalternos con las banderillas en la mano. Hubo seis entradas al caballo, una por cada toro. Y digo bien, entradas al caballo, no hablo de puyazos. Porque puyazos, lo que entendemos por puyazos quizás hubo uno o dos siendo muy generosos. Lo demás, simulacros, entradas al peto para señalar y no más. Incluso en el caso del quinto y sexto parecía que los picadores hicieron playback y ni siquiera clavaron la puya. En los planos cortos que ofrecía Canal Toros se veía que los animales ni sangraron, entraron al peto y salieron rebotados como si hubiera un muelle que los rechazara. Aunque la verdad es que si llegan a picarlos como es debido es probable que los seis se hubieran vuelto a los corrales por su extrema falta de fuerzas, porque estoy seguro que hubieran perdido las manos de manera estrepitosa tras el encuentro con los caballos. Ahora, eso sí, frente a esa debilidad extrema, auténticos blandiblús, se puede decir de los de Teófilo que fueron "manejables", ese término que a menudo utilizamos para definir al toro soso, que pasa sin ton ni son, que obedece pero sin emoción alguna. A lo largo de la retransmisión escuché a los comentaristas en varias ocasiones que determinados hierros mexicanos han utilizado la genética y la mezcla de sangres buscando un toro noble y "colaborador" hasta extremos que los han dejado sin un gramo de fuerza, casta, raza y bravura. No sé lo que habrá de cierto pero por lo visto ayer no es descabellado pensarlo. Tres toros se prestaron para algo, los tres primeros, que fueron nobles en la muleta, metiendo la cara y permitiendo el lucimiento, aunque pasaban más que embestían y lo hacían andando, al tran-tran, sin empuje y sin emoción, resumiendo, bobalicones. Y si salió lo que luego salió fue gracias a los matadores que pusieron el empuje y la emoción que no tenían sus oponentes. De los tres últimos nada que hablar, imposibles para el lucimiento, parados, sin movilidad alguna, sosos, sin motor, sin nada, huecos, vacíos. Llegado aquí me hago varias preguntas: ¿quien tiene la culpa de lo que vimos ayer?, ¿el ganadero que busca un toro tan noble que acaba disolviendo la raza, la casta y la bravura necesaria para generar emoción?, ¿las figuras que eligen lo que quieren torear y puede que no quieran vérselas con encastes "incómodos"?, ¿unos piden, o exigen, un toro de esas características y otros conceden?. Preguntas difíciles para las que es posible que haya tantas respuestas como aficionados o profesionales. 
Juli reaparecía en La México tras su apoteósica tarde del pasado mes de febrero en la que dio una lección magistral de mando, poder y técnica para salir a hombros junto a Morante de la Puebla, dueño y señor del pellizco y el sentimiento. Madrileño y sevillano pusieron patas arriba al coso de Insurgentes e hicieron historia. Una vez más ese eje mágico del toreo, Madrid y Sevilla, Sevilla y Madrid, como dice la canción, el embrujo de Sevilla junto al duende de Madrid, dos ciudades mágicas, tan cercanas y con tanto en común, una es mi casa y en la otra me siento como en casa y no entiendo la una sin la otra. No se había olvidado la afición azteca de aquella memorable tarde, se notaba en el ambiente, máxima expectación y atención ante cada movimiento de Juli desde el mismo instante que finalizó el minuto de aplausos que los tendidos brindaron a la memoria del maestro mexicano Miguel Espinosa "Armillita". Al parecer esa es la costumbre por aquellas tierras en vez del silencio que acostumbramos en España. No parecía que el primero del lote de Juli fuera a proporcionar posibilidades, abanto de salida, como toda la corrida, sin fijeza y demostrando ir justo de fuerzas. Lo cuida mucho en varas, un puyacito, y en banderillas no se le obliga. Detalle bonito de Juli al brindar al cielo, va por Armillita. Muletazos de tanteo ante los que el de Teófilo protesta y se defiende, cabecea y corta el viaje, malos augurios. Pero delante estaba un maestro que sabe el infinito sobre toros y vaya si lo entendió. Le dio pausas eternas, se alejó unos diez metros y con parsimonia, muy lentamente, se fue acercando al toro y le presentó la muleta para, a base de consentirle en esas primeras tandas por el derecho hacer que el astado se lo creyera, incluso hizo amago de revolverse y buscar  la chaquetilla de Juli, hasta que el madrileño dijo basta, se acabó, aquí mando yo y vas a pasar por el pitón izquierdo como yo diga. Y así fue, le enseñó el camino y a embestir, aunque fuera al ralentí, por un pitón izquierdo de lujo. A partir de ese momento una lección magistral de técnica, mando, poderío y sometimiento, un dominio apabullante, una superioridad insultante al natural, alargando la embestida hasta unos límites que parecían imposibles, con el toro persiguiendo el engaño con una docilidad y una dulzura extrema en tandas por ese pitón izquierdo ligadas con gusto, encajado, metiendo los riñones, y todo con un temple estratósférico y a velocidad de cámara superlenta -sin duda el "despacito" de Luis Fonsi hubiera sido la música apropiada para acompañar la faena- con el animal entregado, repitiendo cuando, donde y como quería Juli, generando el delirio en unos tendidos que se vaciaban la garganta a corear olés se rompían la palmas tras una nueva cátedra de lo que es sacar el máximo de la nada, que era lo que parecía el toro, y que probablemente en eso se hubiera quedado en otras manos que no fueran las del madrileño y pocos más. Los circulares finales generan el éxtasis generalizado como remate a la locura con la que los aficionados habían vivido la faena de Julián. Una estocada entera algo trasera y perpendicular vale una oreja pedida por unanimidad y que el juez de plaza concede sin dudar ni esperar de manera absurda a que el tiro de mulillas esté a punto de arrastar al toro. Nunca entenderé esa estupidez de muchos presidentes de plaza españolas que con los tendidos repletos de pañuelos esperan, desesperan y cabrean a los tendidos antes de conceder la oreja, todo por "miedo" a que se pida la segunda, una auténtica tontería. El tercero fue casi una copia del primero, abanto de salida, sin fijeza y con pocas fuerzas. Un único puyazo  cuidando mucho el castigo y un bonito quite por chicuelinas y revolera de remate son la antesala de una faena de muleta de menos a más en otra lección magistral de técnica y saber ante un toro sin un gramo de fuerzas que se venía abajo estrepitosamente al segundo o tercer muletazo en la primeras series y que andaba detrás del engaño con nobleza pero con una sosería desesperante y sin una pizca de gracia ni emoción. Y de nuevo el mando y el poder de Juli para sacar lo imposible a base de temple y técnica, poniéndole la muleta en la cara, sin quitársela, mostrándole el camino, todo con una despaciosidad en la que parecía que el toro se iba a parar, pero no lo hacía, y acompañaba el lance hasta el final, sin caerse porque Juli lo llevó a la altura precisa para evitarlo. Juli toreó a su antojo, relajado, tranquilo, dominador absoluto, plenipotenciario, por ambos pitones, en series ligadas y templadísimas, tirando del toro de una manera casi mágica, parecía llevar los pitones cosidos a la muleta del de Velilla de San Antonio, para acabar con 3 molinetes consecutivos, circulares invertidos, trincherazos, pases de desprecio... que ponen en pie a La México. Nueva obra maestra del madrileño ante un toro que parecía no valer ni para carne y que de andar certero con la espada hubiera valido una o dos orejas. La vuelta al ruedo con la que la afición azteca premió al madrileño vale casi tanto como los apéndices, señal de reconocimiento de una plaza que no hay duda que le tiene como ídolo y que está entregada, rendida a Juli una vez más. Con el quinto no gasto ni una línea, nada de nada, un despojo, además feo.
Si dos fueron los toros que se prestaron en el lote de Juli tan solo fue uno, el segundo de la tarde, el que sirvió algo dentro del lote de Joselito Adame. Nada nuevo si digo que salió suelto, sin fijeza, abanto, al menos este se movió algo en el capote, pero lo hizo con poco recorrido y echando las manitas por delante anunciando que tampoco iba sobrado de fuerzas. Y como todos imaginaran una única entrada al caballo en el puyazo más largo de la tarde, algo que, por cierto, fue protestado por los tendidos. Cada lugar tiene sus costumbres y cada afición sus gustos y contra eso no se puede ni se debe luchar. Respeto máximo a la manera de entender los puyazos en México pero no lo comparto ya que me considero además de un defensor del tercio de varas bien ejecutado como parte básica y fundamental en la lidia, un amante de la gran belleza que encierra este tercio cuando el toro se entrega y el picador se luce. Joselito Adame inicia el trasteo andándole al de Teófilo Gómez con suavidad y torería para sacarlo a los medios. Gazapón y corto de viaje, justo de fuerzas y sin empuje no parecían argumentos como para hacer soñar a los aficionados, a pesar que demostraba nobleza tras los engaños y acaba a relucir cierta clase, pero carecía de casta y empuje. Frente a esas cualidades adversas Adame puso las ganas, la disposición, la entrega y el empuje que le faltaba al animal. Faena de menos a más construida con paciencia y técnica para ir poco a poco encajándose y sometiendo al toro en dos tandas al natural recetadas con mucho temple y despaciosidad, acoplando la velocidad del muletazo a la velocidad, mejor dicho despaciosidad, lentitud exagerada, de la embestida también al tran-tran, como sus hermanos. Enlaza el toreo al natural con series en redondo bajando la mano y alargando la embestida de una manera que parecía inverosímil unos minutos antes, derechazos profundos y ligados con los que forma un auténtico lío. Los ayudados por alto y los molinetes de adorno como epílogo a la faena del hidrocálido dejan al público encendido y con los pañuelos preparados para pedir la oreja, pero una estocada trasera y tendida insuficiente para hacer doblar al toro y cinco descabellos dan al traste con las ilusiones generadas. Como tantas veces hemos visto las cañas se tornan lanzas y lo que instantes antes eran aplausos y vítores desde los tendidos se convierten en pitos hacia el mexicano, algo que me pareció tremendamente injusto y no merecido. Creo que ayer le juzgaron de una manera excesivamente estricta, en nada acorde a los méritos que hizo ante un toro que tenía muy poquito ante el que todo lo hizo el torero. Pero esta fiesta es así, tan bella pero dura y cruel a la vez. Ante los otros dos toros de su lote nada pudo hacer Adame. Puso toneladas de ganas y disposición, lo intentó por activa, pasiva y perifrástica, pero se encontró con dos toros sin motor, sin raza, sin emoción, que no embestían, sosos y aburridos y que lo mejor que se podía hacer con ellos es lo que hizo el mexicano, abreviar y pasaportarlos cuanto antes con solvencia y eficacia. Al menos esa brevedad me permitió que a las 2:07 de la madrugada enfilara el camino de la piltra con una sensación de alegría inmensa tras haber visto gracias al Canal Toros como al otro lado del charco un madrileño rendía a sus pies a la plaza más importante de América tras dos lecciones magistrales, dos auténticas cátedras de técnica, conocimiento, mando, temple, gusto y torería. Felices sueños.

Antonio Vallejo

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