lunes, 17 de diciembre de 2018

¡Hasta siempre, maestro Padilla! Gracias, gracias y mil veces gracias


Ayer dijo adiós a los ruedos un hombre de pies a cabeza, íntegro, fiel a sus principios, sus ideas y su estilo, siempre con la verdad por delante, sin engaños ni tapujos, transparente, lo que se ve es lo que hay, no ha escondido nada ni se ha guardado nada, lo ha dado todo por una profesión a la que ha amado y respetado desde novillero, no digo ya en sus 25 años como matador, un ejemplo de superación, de valentía, de capacidad de sufrimiento para vencer a la adversidad, un maestro, en definitiva, un TORERO, así con mayúsculas y escrito en oro, Juan José Padilla, el Ciclón de Jerez, el Pirata.
Esta última temporada del maestro ha sido apoteósica en los ruedos españoles. Valencia, Sevilla, Madrid, Pamplona, Bilbao, Málaga, Zaragoza, Nimes, por citar las más importantes o de máxima categoría, pero a lo largo y ancho de la geografía de España, Francia y Portugal se han sucedido los homenajes sinceros en decenas de plazas para reconocer y homenajear la trayectoria de un hombre que por donde ha pasado sólo ha dejado amigos. El pasado mes de octubre se despidió de la afición española en la plaza de Zaragoza, la que casi le vio perder la vida aquel 7 de octubre de 2011 con aquella terrible cogida. Ese día nació un nuevo Padilla, marcado en lo físico que no en lo anímico, ejemplar, dejando atrás tantos años de pelear aquí y allá con las corridas más duras que pudieran echarle, 79 ha matado de Miura, más de 60 de Victorino, 40 de Cebada Gago, ni se sabe las de Dolores Aguirre, Adolfo, Cuadri… para volver tan solo 5 meses después del brutal percance reencarnado en El Pirata, el nacimiento de una leyenda que ha disfrutado los últimos años de su carrera matando los hierros que jamás soñó, los de las figuras que suelen decir, Juan Pedro, Jandilla, Garcigrande, Alcurrucén, Cuvillo, Victoriano del Río… Se lo merecía, sin duda, premio a su dignidad y verdad.
Por cuestión meramente cronológica tenía que ser América la tierra que le viera decir el adiós definitivo. Hace unos días fue la plaza de Acho en Lima la que le tributó su merecido homenaje, pero el día más grande, y estoy seguro que también el más difícil para el maestro jerezano, llegó ayer en La México, la plaza más grande del mundo y la más importante de América, un marco incomparable para el adiós.
En la previa de la retransmisión de Canal Toros pude disfrutar de una entrevista muy emotiva que David Casas hizo al maestro este mismo fin de semana en la capital azteca. Una entrevista que nos descubrió una vez más al Padilla íntegro, una entrevista cercana e íntima que el maestro hizo girar en torno a los pilares fundamentales de sus vida, Dios y la familia. Todo se lo agradecía a Dios, el nacer, sus orígenes, su profesión y la capacidad de luchar y seguir día a día por grandes que fueran las adversidades, con verdadera Fe y sin ningún tipo de complejo, y a su familia, su mujer y sus hijos, puntales de su vida y sin cuyo infinito amor y ayuda no hubiera conseguido tanto como ha logrado en su vida. Una entrevista que ya llenó de emociones la noche española antes de que diera inicio el festejo.
Pero nada comparado con la intensidad de la emotividad que envolvió la Monumental y desbordó los sentimientos. Primera imagen, impactante, Juan José Padilla se presenta con un precioso y elegante vestido verde esperanza que lleva hojas de laurel bordadas en oro, una preciosidad de vestido, pero que encierra un significado muy especial. Ese vestido es el que llevó la tarde de su regreso en Olivenza allá por marzo de 2012, tan solo cinco meses después de la tremenda cornada de Zaragoza que le hizo perder el ojo izquierdo. Un vestido guardado desde entonces y que ha querido lucir en esta segunda puesta tan especial para despedirse en México de toda la afición mundial. Como Jack Sparrow, a orillas del Mar del Caribe, el Pirata nos dijo adiós. Segunda imagen, los pelos de punta al verle hacer su último paseíllo bajo los acordes de “Cielo Andaluz”, emocionado, degustando cada paso, sereno, responsabilizado. Y tercera imagen que hizo rugir a La México y seguro que a más de uno derramar una lagrimita, la manera que le presentó Yiyo: “tres veces hombre, ante el toro, ante la vida y ante sí  mismo”. En medio de una atronadora ovación y gritos de “Illa, illa, illa, Padilla maravilla” recibió el homenaje de los aficionados mexicanos. Las muestras de emoción en su rostro mientras respondía los aplausos y vítores eran más que evidentes y debo reconocer  que se me hizo un nudo en la garganta al poder asistir a ese momento tan cargado de emotividad aunque fuera por televisión.
Junto al maestro Padilla completaban la terna los mexicanos Arturo Saldívar y Fermín Espinosa “Armillita IV”, quien también tuvo su dosis de emotividad puesto que se rindió también un merecido homenaje a uno de los grandes del toreo mexicano, su tío Miguel Espinosa “Armillita chico” descubriendo un busto en su recuerdo al inicio del festejo, momentos que también cargaron de emociones a los presentes en los tendidos. Los toros elegidos para esta séptima de Temporada Grande pertenecían al hierro mexicano de Boquilla del Carmen, encaste Llaguno, que en conjunto estuvieron bien presentados, serios y más armados y ofensivos de lo que suele ser norma en el toro mexicano, de buenas hechuras, proporcionados y armónicos, pero que en cuanto a juego y condiciones resultaron muy decepcionantes salvo segundo y quinto, el lote de Saldívar que se llevó los dos únicos ejemplares que embistieron con clase, nobleza y bravura. El resto de la corrida salió blanda, parada y sin raza, con mínimas opciones para Padilla y Armillita IV. Una pena porque el Pirata seguro que había soñado con desplegar todas los vuelos de su capote y su muleta cual bandera con la calavera avivada por los vientos del Caribe.
Al primero, Flautista, lo recibe con dos largas cambiadas al hilo de las tablas que desatan los primeros olés. Toro tardo, no responde a la llamad de los capotes, muy deslucido, sin entregarse, reservón, echando las manos por delante y muy justo de fuerzas. Recibe un puyazo largo que no gusta, no empuja, se duerme en el peto. A la vista de las condiciones del animal Padilla cede los palos a su cuadrilla, algo que genera cierta incomprensión en algunos aficionados, pero hay una cosa clara, ese toro no colaboraba nada y el jerezano siempre ha mantenido una máxima, que es la verdad por delante, y si no podía brindar el tercio que el público merece mejor no hacerlo, nada de engaños. Yo particularmente se lo aplaudo, más aún cuando vimos lo complicado que fue de banderillear, toro  muy parado, reservón, resolviendo la papeleta con notable los subalternos. El brindis al cielo, posiblemente dando gracias a Dios por haber llegado hasta este día, y al público añade otra dosis más de emotividad a la tarde. En la muleta nada cambia, el toro sigue tardo y sin fijeza, le cuesta un mundo arrancar y cuando lo hace pasa, va, por inercia, sin entrega, sin humillar, soltando la cara, se defiende más que embiste en los muletazos de tanteo por su falta de fuerzas y de raza. No hace sino perfilarse Padilla para torear en redondo cuando al primer viaje Flautista suelta un derrote seco que golpea el pecho del jerezano, le deja sin aire, mareado, tremendo susto del que afortunadamente se repone sin consecuencias. Visto lo visto hace lo único que se debía hacer en esas circunstancias, cambia la lidia, echa la muleta abajo para someterlo y poderle, con la rodilla flexionada, ¡qué bien lo hizo y que bonito es cuando se lidia a la antigua con pureza!. De entre ese toreo por bajo surge imponente un pase de pecho monumental que despierta un olé rotundo y seco que estremece. Enorme el Pirata macheteando por bajo, el toro se queda a mitad del muletazo, suelta la cara una y otra vez, tornillazos con peligro, torea Padilla en la cara, con los pies, entregado, enorme voluntad y compromiso, jugándosela de verdad. Los aficionados aprecian y reconocen la sensacional lidia del maestro, el mérito que tiene lo que está haciendo y responden con una calurosa ovación.  Una media algo contraria seguida de un atasco con el estoque de cruceta no son impedimento para que se le reconozca el esfuerzo y la verdad de su faena con una cariñosas palmas que demuestran la sensibilidad de esta plaza. Y es que no todo es torera en redondo y al natural, cada toro tiene su lidia y as fue con Flautista.
El azar quiso que el último toro que iba a echar el cerrojo a la cerrera del maestro tuviera también nombre musical, Guitarrista, un cárdeno de 512 Kg serio y ofensivo, cornidelantero, buenas hechuras y bonita lámina. Con pies de salida, una larga cambiada de rodillas al hilo de las tablas es el saludo de Padilla a su último toro, galopa con buen tranco pero sale suelto, sin fijeza. Lo fija con cuatro verónicas a pies juntos con mucho gusto, suaves, sedosas, relajando la figura, jugando las muñecas con gracia, desprende torería, resuenan los olés, pero Guitarrista desafina, se para y no quiere saber más del capote de Juan José. También se le pega en el caballo, castigo duro para lo que se estila en México, se duerme en el peto, no empuja, algunas protestas que van a más cuando Padilla desiste de tomar los garapullos, pero este toro tampoco está para florituras, espera y corta poniendo en aprietos a Manuel Rodríguez “Mumbrú” e Ismael Rosas, demostrando por qué y con qué razón no colocó los pares el matador. El brindis a su mujer que pudimos escuchar gracias a la retransmisión de Canal Toros (alguna ventaja tenía que haber respecto a los que estaban en la plaza) fue precioso, profundamente sentido y emotivo, sin olvidar de felicitar a todos los aficionados por la ya cercana llegada del Niño Dios. De nuevo lo que dejó patente en la entrevista previa, Dios y la familia, la familia y Dios, siempre presentes en su vida, ejemplar. Lo prueba por bajo, flexionando la pierna, estampa añeja, muy torera, pero Guitarrista no quiere pasar, cortísimo recorrido, suelta la cara, desentendido, sin entrega. No espera la banda y se arranca con “Las Golodrinas”, que como ya hemos comentado otros días es la pieza musical que en México se utiliza para las despedidas, pura melancolía que emociona al Pirata, se aparta de la cara del toro y agradece el gesto con las lágrimas a punto de brotar en sus ojos. Esto espolea a Padilla y se desencadena el Ciclón, el de Jerez, se viene arriba y pone todo cuanto no tiene Guitarrista. Aprieta, le arranca los muletazos  poniéndole la muleta en la cara, le obliga a pasar, embiste el Ciclón, no el toro, la casta y la bravura la tiene Padilla, suena los olés, un natural se eleva al cielo entre la notas melancólicas de “Las Golondrinas” que no cesan de sonar en toda la faena, un natural templado, lento, bajo, desmayando la figura, un olé sentido rompe la plaza. El toro rajado, Padilla entregado, va tras Guitarrista, le planta la muleta, le provoca la embestida, todo corazón, todo raza, máximo compromiso y profesionalidad, sin rendirse ante la adversidad, así es el Ciclón, apasionado, la locura en los tendidos tras un abaniqueo en la cara que remata con un desplante rodilla en tierra repleto de aromas. El culmen llega a la hora de entrar a matar su último toro. Eleva el estoque, la muleta plegada en su otra mano acariciándole el rostro en señal del adiós a toda una vida de TORERO, inenarrable el momento, máxima emoción, sentimientos inacapaces de ser contenidos… y “Las Golondrinas” acompañan con su melancolía. El estoconazo es magistral, marcando los tiempos, volcándose sobre el morrillo, hundiendo el estoque hasta los gavilanes, Guitarrista rueda sin puntilla, el delirio en los tendidos, la oreja cae hubiera o no petición, el juez de plaza creo que ni atendió a eso, e hizo bien, no se podía cerrar una trayectoria como la de Juan José Padilla de otra manera, entre un clamor, “TORERO, TORERO”, como lo definió Yiyo, comentarista de la televisión mexicana, “peregrino del dolor y las cornadas, embajador de los toreros que sueñan la gloria”. Una vuelta al ruedo apoteósica envuelto en la bandera de España, con la de la calavera en una mano, el Pirata entonó por última vez su canción acompañado por “Las Golondrinas”. 
Va a ser muy difícil olvidar al maestro, la Fiesta le debe mucho y yo creo que todos le debemos mucho por su ejemplo, su entereza y su verdad, dentro y fuera del ruedo.
Hasta siempre, maestro. Gracias, gracias y mil veces gracias por tanto.



Antonio Vallejo

P.D: Una vez más tengo que disculparme por centrarme en Juan José Padilla, al que admiro como torero y como persona, pero ayer era su día, y esta vez nadie vino a estropearlo. Una pena que la sensacional actuación de Arturo Saldívar quede en un segundo plano porque estuvo sencillamente magistral. ¡Cómo toreó el hidrocálido!. Templado, con un gusto y una clase descomunal, entendiendo a la perfección a su lote, midiendo perfectamente las distancias y la altura de los muletazos, bajando la mano poco a poco, sometiendo a sus toros, toreo excelso por ambos pitones, redondos con profundidad, largos, con una despaciosidad sublime, naturales con hondura, ligados por bajo, tirando del toro, cosido a la muleta, torea encajado, metiendo los riñones, acompañando el viaje con la cintura, enroscándose a los toros, perfecto acople, perfecta conjunción toro-torero, rematando con unos de pecho de pitón a rabo, con trincherillas que quitan el sentido, arrucinas y cambios de mano monumentales, pases de desdén, manoletinas y bernardinas ajustadísimas, ritmo, emoción y transmisión en dos faenas de auténtico figurón del toreo que hubieran valido la puerta grande de no fallar con la espada ante el quinto tras haber cortado una oreja de mucho peso al segundo.

Poca suerte, o  ninguna, tuvo Armillita IV con su lote, imposible. Ambos toros reservones, a la defensiva, soltando la cara, con peligro, sin movilidad ni recorrido, clavados al piso. Tan solo pudo poner ganas y justificarse ante el tercero y optó por cortar por lo sano y abreviar ante el sexto bis, un sobrero de Xajay infumable.

sábado, 15 de diciembre de 2018

Andrés Roca, Rey coronado en la guadalupana


Día grande en México, fiesta nacional, 12 de diciembre, festividad de la Virgen de Guadalupe, Patrona de México, su Virgen y también de las Américas, la Señora de América como la bautizó San Juan Pablo II en su primer viaje a México cuando visitó la basílica de la Virgen Guadalupana allá por 1979. Me atrevería a decir sin miedo a equivocarme que podría equipararse en relevancia al 25 de julio en España, festividad de Santiago Apóstol, nuestro Patrón. Pero por desgracia hay una enorme diferencia en la manera de tratar esos días a ambos lados del Atlántico. Mientras en México es un día sumamente especial en España tenemos que asistir un año tras otro al deprimente espectáculo de preguntarnos si la festividad de nuestro Apóstol Santiago será o no fiesta. Lamentable, fruto de una labor terrible de dinamitación de todo aquello que signifique España y lo español, nuestro origen católico, nuestras raíces, nuestras costumbres, nuestras tradiciones, nuestros sentimientos, nuestra historia, en definitiva, nuestra razón de ser. Una labor que ha llevado a cabo la izquierda con el consentimiento cómplice y acobardado de una supuesta derecha, derechita acomplejada, incapaz de alzar la voz con honor y gallardía en defensa de la verdadera españolidad, de nuestros principios y razones, atada de pies y manos por miedos y complejos absurdos, y que ahora se acepta como algo normal. ¡Qué envidia sana sentí este pasado miércoles cuando vi el ruedo de La México con el perfil de la imagen de la Virgen dibujado en su arena!, ¡qué emoción sentí al contemplar el respeto y la devoción con la que los cuarenta mil aficionados que llenaron La México escucharon el precioso Ave María que se cantó antes de iniciarse el paseíllo con los matadores y cuadrillas formados y desmonterados! Y que pena sentí de pensar que algo similar sería inimaginable en nuestra España. Muchas veces he comentado, al hilo de estas corridas de México que puedo disfrutar en directo gracias a Canal Toros, lo enriquecedor que es y lo que se aprende viendo esas retransmisiones. Se aprende toros y de todo. Este miércoles fue un claro ejemplo de ello, un pueblo mexicano que no se avergüenza de su catolicismo, no como en España, siendo precisamente los españoles quienes evangelizamos aquella tierra, ni que se avergüenza de su sentimiento patrio, allí sentirse mexicano es un honor, un privilegio, en España sentirse español y pregonarlo es, simplemente, de fachas, de extrema derecha como dicen ahora los ministros, demás personajes de la izquierda totalitaria junto a otros personajillos de ese centro absurdo y esa derechita acomplejada y acobardada. Así de triste es la realidad.
Es, por tanto, un día sumamente especial para México, un día de fervor religioso, de profunda advocación mariana, y también de fervor popular, con celebraciones a todos los niveles que, como no podía ser de otra manera, incluyen una corrida de toros en el embudo de Insurgentes que cada año reúne el mejor cartel  y de mayor expectación de la Temporada Grande. Este año no ha sido una excepción, basta con repasar el cartel de esta corrida guadalupana para entender que 40.000 almas apasionadas y ansiosas de sentir y soñar el toreo dieran color a este magno festejo. Cuatro matadores, cuatro figuras del toreo, ante ocho toros de diferentes ganaderías mexicanas: Xajay, Santa Bárbara, Los Encinos, Villa Carmela, Teófilo Gómez, Barralva, Campo Hermoso y Jaral de Peñas. Lleno en el numerado y un sensacional aspecto en el general al reclamo de un Morante de la Puebla que volvía a La México, una plaza en la que ha dejado faenas antológicas y triunfos rotundos, una plaza que sabe degustar el toreo del duende y vibra con cada detalle del maestro, y al reclamo de Roca Rey, máxima figura del presente, junto con Ponce y Juli integra el triunvirato de este 2018 y es el llamado a portar el cetro del toreo en los próximos años, pero también al reclamo de Joselito Adame, el máximo exponente del toreo mexicano en la actualidad, y de Sergio Flores, triunfador de la pasada Temporada Grande que hace 2 semanas cortó una oreja y el juez de plaza le birló otra en una firme y rotunda actuación en La México.
Poca fortuna la de Morante de la Puebla con su lote, nulas opciones ante un toro de Xajay que tuvo un punto de nobleza pero que resultó soso, sin raza y sin fuerzas que no se empleó ni en el capote ni en la muleta. Tan solo destacar un par de verónicas por el pitón izquierdo que el sevillano dibujó con su estilo particular, el mentón hundido, jugando las muñecas con una dulzura sin igual, acompañando el lance con la cintura, y una media de remate a manos bajas de auténtico cartel que arrancaron olés rotos y sentidos, como el que se escuchó en un redondo que detuvo las agujas de los relojes por templado, lento y eterno. Nada más hubo y Morante optó por abreviar y pasaportar al de Xajay con brevedad, algo que siempre he dicho y lo mantengo que me parece la mejor opción. Perder tiempo en pases sin sentido ni argumento me parece absurdo en un maestro consagrado como el sevillano, no tiene que demostrar nada, es más, como ocurrió el miércoles, basta un detalle para hacernos sentir el pellizco de su toreo único, así lo entendió la afición azteca y así respondió con esos olés nacidos del alma cuando el duende hace volar la imaginación y nos enseña a soñar el toreo. Me quedo con ese concepto del toreo, pueden llamarme lo que quieran, pero el toreo lo entiendo como arte y sentimiento, no como pegapases, y si a todas luces es imposible que salga nada lo mejor es no perder el tiempo. Exactamente lo mismo aplico a lo ocurrido ante el quinto de Teófilo Gómez, muy protestado de salida por falta de trapío, sinceramente no había visto un toro tan cornicorto como ese en la vida, y fue devuelto tras perder las manos con aparatosidad en los primeros compases de la lidia en medio de una bronca monumental. Cierto es que era un toro indigno no de una plaza de primera, sino casi de cualquier plaza, pero también es muy cierto que en la Monumental mexicana existe una animadversión terrible contra este hierro, lo tienen en el punto de mira y no se le pasa ni media. En su lugar saltó como quinto bis uno de Los Encinos estrecho de sienes, reunido de pitones, agradable de cara, que también recibió protestas por su presencia. Distraído de salida, sin humillar, sin recorrido, sin fuerzas, muy deslucido en el capote, imposible, al igual que en la muleta, soso, iba y pasaba sin más, con la cara a media altura, punteando las telas, nula emoción. Trata Morante de llevarlo templado pero resulta misión imposible y toma la mejor decisión posible a  mi entender, no aburrir al personal en pases y pases que no llevan a nada y pasaportarlo sin mayor dilación de una habilidosa estocada al segundo intento. No comparto para nada la bronca con la que los aficionados despidieron al de La Puebla, resultaba evidente que ninguno de los dos toros sirvieron para nada. Quizás la expectación que generaba su presencia fue tal que la decepción fue mayor aún y cargaron contra quien menos culpa tenía. Pero así es la Fiesta.
Joselito Adame se presentaba en La México con la herida sufrida tan solo unos días antes cuando se preparaba en el campo. Un gesto de dignidad, honradez y compromiso con los aficionados que es de agradecer. El primero de su lote lucía el hierro de Santa Bárbara, un toro distraído de salida al que el hidrocálido recibió con una larga cambiada de rodillas al hilo de las tablas. A base de paciencia lo va encelando en su capote, lo fija  y acaba por dibujar un ramillete de verónicas en los medios desmayando los brazos, jugando las muñecas con suavidad de seda, lances despaciosos, plenos de torería, para rematar con un detalle de improvisación entre chicuelina y media a manos bajas que pone en pie a La México y que acabó por enloquecer en un preciosos quite por chicuelinas a manos bajas cadenciosas y templadas, todo enmarcado en una torería fuera de serie. El toro es noble y repite pero llega a la muleta con las fuerzas más que justas. Joselito Adame inicia la faena estático, vertical, erguida la figura, torería pura en los ayudados por alto intercalados con pases por bajo repletos de sabor y gusto que desatan los olés rotos de la afición. Sensacional toreo del de Aguascalientes por ambos pitones, echando la  muleta alante, corriendo la mano sensacionalmente, tirando del toro con una suavidad exquisita para alargar el muletazo, administrando  a la perfección la altura y las pausas, haciéndolo todo a favor del toro, en series profundas, ligadas por bajo, hasta siete u ocho muletazos que remató con unos de pecho soberbios. Toda la faena entre las dos rayas y entre olés rotundos que estremecen, como los que atronaron en el final por luquecinas, más torería si cabe. Lástima que una entera atravesada poco eficaz y la necesidad de varios golpes de verduguillo privaran a Adame de una oreja merecidiísmia, premio a su toreo y a su disposición. El segundo de su lote, sexto en el orden de lidia, de Barralva, hizo honor a su encaste Atanasio en lo que a hechuras y presencia se refiere. Toro alto, muy serio y ofensivo, cornidelantero, astifino, abierto de cara, un auténtico tío, un toro al estilo español, de morfología completamente diferente al toro mexicano, dominado por el encaste Llaguno. Frenado en los capotes, muy deslucido, con la cara alta, rebrincado, sin entrega alguna, pasa sin pena ni gloria por los primeros tercios. Se queda corto en la muleta, protesta, se revuelve y puntea las telas. Trata de someterlo Adame, le baja la mano pero el animal no responde. Saca a relucir toda su técnica y oficio y a base de temple y calma logra sacar un par de series en redondo con cierta enjundia pero sin demasiada transmisión ni emoción. Lo prueba por el pitón izquierdo pero el toro se raja tras el primer intento al natural y ahí se acabó lo que se daba, no hay más. Con acertado criterio corta la faena, toma la espada y lo pasaporta de habilidosa entera para despedirse con una calurosa y cariñosa ovación de reconocimiento a un hombre con una enorme dignidad que fue a torear en unas condiciones físicas casi inhumanas, precioso y emocionante detalle de sensibilidad por parte de los aficionados.
Tampoco contribuyó el lote de Sergio Flores a cambiar el rumbo de la corrida, que apuntaba directamente al abismo del fracaso. El tercero, de Los Encinos, lució buenas hechuras, serio, cornipaso, bonito ejemplar, muy en tipo al encaste Llaguno. Lo recibe Flores a la verónica, templadas, con gusto, pero el toro se queda corto, cabecea y echa las manos por delante, sin emplearse. Y  no mejoró en la muleta. Lo intentó el de Apizaco por todas las vías posibles, algún muletazo suelto tuvo cierto empaque pero al trasteo le faltó ritmo y continuidad por la sosería y la falta de casta del animal, siempre a la defensiva, sin humillar, soltando la cara en peligrosos tornillazos, como en un derrote que lanza a la cara de Sergio y que literalmente le afeita la mejilla. No hay duda que la Virgen de Guadalupe echó un capote salvador porque si le llega a coger la cornada habría sido gravísima. Sin opción alguna se lo quita de en medio tras dos estocadas defectuosas y descabello. El séptimo, de Campo Hermoso, era un toro largo y serio, bien armado por delante, veleto, con movilidad en el capote pero carente de clase y entrega, muy deslucido. En el tercio de varas se produce el caos cuando el toro entra al caballo, pierde las manos en el encuentro y queda bajo las patas del equino, haciendo que este se cayera y con él el picador, que acaba estrellándose contra la barrera y que tuvo que ser evacuado a la enfermería por el fortísimo impacto. Entre el caos y el desorden el toro se acula en tablas, se defiende a arreones generando desconcierto y peligro. A la muleta llega rajado, metido en tablas, tiene que sacarlo Flores a los medios a base de tirones pero no se deja y vuelve a recular en tablas. Un toro inlidiable a todas luces ante el que el mexicano toma la espada sin haberle podido dar ni un muletazo en una decisión que alabo. Mata de algo más de media contraria y atravesada al segundo encuentro y varios descabellos. Es despedido con un respetuoso silencio ante la imposibilidad de triunfo alguno por las evidentes escasas condiciones del toro.
En fin, que como estarán suponiendo por lo que les llevo contado hasta ahora, la corrida de mayor expectación iba  camino de convertirse en un petardazo mayúsculo. El cuarto, primero que le correspondía a Roca Rey era un toro de Villa Carmela acapachado de cuerna, abrochadito y agradable de cara que saltó distraído y sin emplearse en el capote del peruano, echando las manos por delante, deslucido, sin recorrido y en todo momento con la cara alta. Lo mejor del limeño en este toro vino en un quite por chicuelinas ajustadísimas a manos bajas que remató con una media preciosa. El inicio por estatuarios fue marca de la casa, ceñidos, escalofriante alguno, bellísimo otro, como el pase por bajo mirando al tendido, para hilarlo con el toreo en redondo. El de Villa Carmela está a la defensiva, puntea las telas, no se emplea, además tiene poco recorrido, para colmo se cuela por ambos pitones y la faena no llega a romper a pesar de los intentos de Roca Rey por bajarle la mano e intentar someterlo. En resumen, que el conjunto no acaba de romper y las esperanzas depositadas en el joven peruano a quien casi todos los toros le sirven se va diluyendo como un azucarillo. Mata de un bajonazo infame a la altura del costillar (difícil comprender cómo se fue tan abajo) y un par de descabellos. Al huracán peruano aún le quedaba el octavo y último de la tarde, las tres y media de la madrugada hora española y, como suelo decir, mientras haya toro hay esperanza. No sé si la Virgen pensó algo similar pero el caso es que en este último de la corrida se obró el  milagro. El de Jaral de Peñas era un toro de 475 Kg ligerito de carnes, escurrido realmente, abierto de cara y con dos buenas defensas. Máximo temple, máxima suavidad en las verónicas del peruano, relajando la figura, desmayando los brazos, muy bajos, bellísima estampa. En una de esas verónicas el toro se queda algo corto y en un alarde de improvisación Roca Rey se echa el capote a la espalda y liga el toreo por gaoneras que hacen rugir a La México en olés que hacen temblar a todo México D.F. Como es habitual en el limeño deja muy crudos a sus toros en el caballo y tras cambiarse el tercio ejecuta un quite formidable clavando las zapatillas en la arena, con el compás abierto, por tafallera, gaoneras, revolera y larga brionesa como remate. ¡Sensacional!. Los olés vuelven a hacer temblar a La México, rotundos, secos, emoción a raudales. Brinda al público sabedor que tenía enfrente un toro con movilidad y condiciones de las que le gustan para poner a los aficionados en estado de ebullición. El inicio de faena es explosivo, como él, de rodillas, pasándose al toro por la espalda, uno de pecho, otro más cambiado por la espalda, otro de pecho, y la gente loca de alegría. Primeras series en redondo de máxima suavidad, sin obligarle demasiado, cuidando la altura y la velocidad del  muletazo para que no se venga abajo ante su falta de fuerzas. Extraordinario el temple de Roca Rey, sensacional la colocación, todo muy lento y parsimonioso para acabar reunido y recetar una magnífica serie de derechazos que despiertan una atronadora ovación. Por el pitón izquierdo protesta, va rebrincado, le tiene que perder un pasito para poder ligar los naturales pero aunque el nivel baja varios naturales tuvieron  hondura y levantaron de nuevo los olés, pero era evidente que por ahí no iba igual el de Jaral de Peñas. Vuelve al pitón derecho y saca nuevas series muy templadas, cuidando la altura, poniéndole la muleta en la cara, muy planchada, sin quitársela, ligando con una suavidad exquisita, alargando el muletazo con una maestría suprema, dándole las pausas que precisaba para recuperar el aliento, todo bajo un concepto puro y clásico del toreo. Faena cada vez a más, con el público entregado, los olés retumban, Roca Rey abandonado, cuajando muletazos cada vez más bajos, ligados con un ritmo perfecto, emoción y entrega por todas partes, afición y matador. Abrocha la faena por bernardinas de infarto en las que cambia la trayectoria en el último segundo pasándose al toro a milímetros de la taleguilla, ajustadísimas, con toda la plaza en pie al grito de “torero, torero”. Mata de un estoconazo antológico marcando perfectamente los tiempos de la suerte suprema que revienta al toro en tres segundos y la plaza entera se vuelve loca, júbilo, alboroto, lluvia de almohadillas en señal de alegría desenfrenada, un mar de pañuelos blancos y dos orejas inapelables que suponen la coronación de Andrés Roca como Rey también en México, una de las últimas plazas que le quedaban por conquistar, en medio de un ambiente imposible de describir con palabras y que es lo que hace grande al toreo: la emoción, la pasión y el sentimiento.


Antonio Vallejo

lunes, 10 de diciembre de 2018

Cumbre de Antonio Ferrera en La México: Arte, sentimiento, torería suprema


Era la una de la madrugada en España cuando a la arena de La México saltaba un toro de la ganadería de Santa Bárbara de nombre Abuelo, con 520 Kg de peso, acapachado, bajo, enmorrillado, posiblemente bajo de trapío para lo que estilamos en España pero muy en tipo a lo que es el toro mexicano y en concreto el encaste Llaguno. Su lidia le correspondía a Antonio Ferrera, quien venía de haber cuajado una faena enmarcada en el más puro estilo ferreriano de esta última etapa del maestro, una faena fruto de la clase del extremeño nacido balear y reflejo de esa extraordinaria madurez  torera con la que nos lleva deleitando en estas dos últimas temporadas tras su reaparición una vez recuperado de su grave lesión de rodilla. Ese primero fue un toro que personalmente no me gustó en cuanto a hechuras, alto, algo escurrido de atrás, justo de cara y cornicorto, al que Ferrera recibió por verónicas templadas, alguna francamente armoniosa y lenta, para sacárselo a los medios y rematar el saludo con un revolera con el envés del capote preciosa. Toro parado, muy justo de fuerzas, que recibió un puyacito y al que hubo que cuidar al máximo echándole los capotes arriba para que no se derrumbara, con poco recorrido en banderillas y que llegó exhausto a la muleta, tardo, sin recorrido alguno. Quien más quien menos pensábamos que ahí se había acabado todo, que resultaba imposible ya no solo lucirse, sino mantenerlo en pie. Poco a poco, andándole en la cara con torería, muy despacio, muy suave, mimando al toro, acariciando su embestida, con infinita paciencia, cuidando la altura con maestría, administrado las pausas con la dosis exacta de la medicina que necesitaba el de Santa Bárbara, con la sapiencia que da la veteranía, fue embarcando en los vuelos de su muleta. Lo que en un principio parecían pases sin emoción alguna fueron ganando en recorrido y en  profundidad, Ferrera asentado, con infinito temple, todo muy despacio, tirando con una suavidad exquisita para acabar toreando al natural con una hondura impensable minutos antes, y digo al natural en toda la extensión del término, no solo por el pitón izquierdo, también por el derecho, clavando el estoque simulado en la arena y toreando sin ayuda por ambos pitones, tandas mágicas a velocidad superlenta, llevando embebido al toro, ligando por bajo, desmayando la figura, encajado de riñones, enroscándose al toro, torería en cada gesto, en cada movimiento, en cada paso y en cada pase, magia surgida de una mente prodigiosa, de un maestro que está en el culmen de su carrera. Impresionante escuchar los olés de los poquísimos aficionados que ayer fueron a la plaza, deprimente aspecto, desoladora imagen de unos tendidos prácticamente vacíos, quizás 2.000 espectadores, ¡qué pena!, pero peor para los que se lo perdieron, los adornos finales al abrigo de las tablas rezumaban aromas de azahar, trincherazos sublimes, carteles de toros. mató de una entera algo desprendida y hubo petición mayoritaria de oreja (ayer era fácil contar con los pocos que había) que el juez de plaza desestimó no sé con qué criterio, supongo que con la excusa de la colocación hurtó al público lo que pedía. ¡Ay los palcos!, se ve que en todas partes cuecen habas. La ovación que recibió el balear-extremeño fue clamorosa. Pero esa faena que se perdieron quienes no fueron a la plaza no era más que el aperitivo de lo que vendría con Abuelo, el sueño de una noche de otoño. Un toro con poca fijeza de salida en el capote de un Ferrera que lo para andándole hacia atrás para abrir el compás y dibujar con trazo firme verónicas templadas hundiendo el mentón, jugando las muñecas con elegancia, acompañando el viaje con la cintura, pura belleza, y una media de remate fantástica, parando el tiempo, con el público en pie al son de los olés. Se arranca Abuelo con espectacular galope al caballo del picador y lo derriba aparatosamente, sale suelto el toro y un Ferrera en maestro, perfectamente colocado, en el sitio exacto donde tenaz que estar  ¡lo para  por chicuelinas en las rayas del tercio para rematar con una media belmontina arrebujado en el capote que es otro cartel!. Los olés resuena con ecos atronadores en los desérticos tendidos de Insurgentes que empiezan a soñar con algo grande. Por cierto, que al toro ni se le picó, la entrada al caballo fue tan brutal que creo que no el del castores no llegó ni a hundir la puya hasta la cuerda. Pero allí nadie dijo nada, a todos les pareció bien cambiar el tercio sin entrar d renuevo al caballo, ¡ay la que se hubiera montado en Madrid!. Pero cada sitio tiene sus gustos, sus modos y sus maneras, y así creo que hay que entenderlo, por mucho que nos llame la atención. Brinda al público sabedor que tiene ante sí un gran toro al que cita en largo, le da distancia y Abuelo se arranca pronto y alegre, lo aguanta con temple supremo Ferrera, magistral, firme, seguro, relajado, desmayando la figura, tandas de redondos sublimes, la mano muy baja, alargando el muletazo hasta el infinito, todo con gran despaciosidad, parando los relojes, para rematar con unos de pecho monumentales. Perfecta la colocación, mágica conjunción toro-torero, emoción desbordada, un cambio de mano rebosante de torería hilvana los redondos con una tanda de naturales templadísimos, cada cual más lento, eternos, con largura, infinitos, la muleta barriendo la arena, Ferrera entregado a las musa del toreo, dejándolo todo a la imaginación, improvisación y naturalidad, abstraído, abandonado al arte que fluye desde el alma, olés cada vez más atronadores, una trincherilla de ensueño y la locura en los tendidos. Ferrera ensimismado, levita, clava de nuevo el estoque simulado y otra vez torea sin ayuda, todo al natural, por ambos pitones, muletazos lentísimos, el tiempo no pasa, las agujas están clavadas, pases mirando al tendido, en éxtasis, ¡qué torería!, ¡cómo anda en la cara!, ¡cómo anda en la pausas!, a pasitos, la muleta plegada, junto a su cara, el mentón hundido, en estado de trance y luego ¡con que largura lleva al toro!. Todo es puro sentimiento, todo emoción, los remates por bajo, celestiales, los de pecho, majestuosos, soñando el toreo, alcanzando el cielo, todo un torrente de toreo puro, en redondo, al natural, trincherillas, desplantes, madurez exquisita, la cima de su carrera, plenitud torera, alma y pasión, expresión suprema de lo más profundo e íntimo de su ser, roto, transmutado, completamente abandonado, la plaza en pie al grito de ¡torero, torero!, y hechizado por el maestro Ferrera un gran toro noble, con clase, bravo, con fijeza y humillación, con recorrido, repetidor, un gran toro. Arte, arte y más arte. Torería, torería y más torería. Y para rendir honor a ese bravo animal deja un estoconazo en todo lo alto volcándose sobre el morrillo, y Abuelo vende cara su vida, muere con bravura junto a las tablas. Dos orejas sin discusión alguna y "arrastre lento" para un gran toro que a mi modo de entender mereció la vuelta al ruedo, como la que que dio el maestro Antonio Ferrera, apoteósica que pone broche de oro a otra temporada extraordinaria de este grandísimo torero que nos embruja con su caudal inagotable de torería.
Cuando miré de nuevo el reloj, ¡no podía ser!, la una y veinticinco de la madrugada, imposible, había pasado el tiempo inmerso en el océano del toreo eterno, atemporal e inmortal. Sí, Ferrera había ordenado al reloj que parara, que los segundos y los minutos se congelaran para poder gozar de la sinfonía que Antonio Ferrera compuso con los más bellos acordes que se puedan escuchar, con la obra de arte que dibujó magistral con trazos sublimes que hubieran enamorado al mismísimo Miguel Angel, un aluvión de eso tan mágico y sin igual que por sí solo es capaz de desbordar los sentimientos y desatar la pasión, el toreo.

Antonio Vallejo

jueves, 6 de diciembre de 2018

Toreo con sabor añejo, sangre y triunfo en La México


Algo mejoró la cuarta de la Temporada Grande en lo que a espectadores se refiere, 15.000 según la cifra oficial, un tercio del aforo de La Monumental azteca, eso sí, todo concentrado en el numerado, el general era un auténtico desierto. Lo resaltaban con preocupación los comentaristas de la televisión en los instantes previos a la corrida, que la única manera de salvar la Fiesta es llenando las plazas, y si no llenándolas por lo menos presentando un aspecto digno. Pero algo es algo, se dobló la asistencia respecto al pasado domingo, un rayito de esperanza.
Y el cartel contaba con muchos atractivos para atraer a los aficionados a la plaza, y por qué no también al público en general. Primero la ganadería, Xajay, encaste Llaguno, sangre Saltillo y Santa Coloma, de postín en México, una de las que suelen ser del gusto de las figuras, toros con clase y nobleza, si bien es cierto que en los últimos años adolecen de una blandura que les ha puesto en el disparadero de la crítica. Seis toros para mi gusto serios y en tipo, con trapío, destacando para mi el primero, un toro con plaza, muy serio, alto, enmorrilado, muy buenas hechuras, vuelto de pitones, tercero, muy serio y ofensivo, engatillado, preciosa lámina, armónico y proporcionado, y cuarto, un castaño ojo de perdiz cornipaso muy bien hecho, que en lo referente a comportamiento y juego resultó una corrida variada y digamos que interesante en líneas generales , desde un sensacional y bravo tercero, noble y con clase el primero, deslucido y peligroso el segundo, cierta calidad pero falto de empuje el cuarto, soso, sin entregarse el quinto y colaborador el sexto. Y segundo la terna, con Diego Urdiales, avalado por sus triunfos en Bilbao y Madrid, un torero admirado y respetado en La México por su pureza y su toreo de aromas añejos, Octavio García “El Payo”, figura de aquel país que sabe bien lo que es triunfar en Insurgentes y que volvía tras su percance de hace tres semanas en esa misma plaza en claro ejemplo de compromiso y responsabilidad, y Sergio Flores, que recibió al finalizar el paseíllo el trofeo que le acredita como triunfador de la pasada campaña. Ingredientes suficientes para afrontar con ánimo e ilusión una nueva madrugada de toros dominical.
El riojano Diego Urdiales dejó su impronta en La México, su toreo puro y con verdad, toreo añejo, que evoca otros tiempos, toreo caro que deja en el aficionado ese regusto difícil de olvidar, aromas y sabores del toreo atemporal y eterno. Sembró de detalles sus faenas, con torería, momentos de mucha intensidad que destaparon una de los pilares en los que se basa el toreo, los sentimientos, pero faltó el otro pilar, la emoción, por la falta de empuje y fuerzas de sus toros que no permitieron al de Arnedo mantener el ritmo y la continuidad deseado en las faenas para llegar a romper. Detalles con el capote tan solo en el  cuarto, un toro con muchos pies de salida, sin fijeza, al que Urdiales fijó en las rayas del tercio, le echó los vuelos y le “enseñó” a embestir, con paciencia, con temple, con torería también, para dibujar con un ramillete de verónicas con el compás abierto cadenciosas, elegantes, desbordantes de clase para rematar con una muy buena media. Ni el primero ni el quinto – toro que le correspondió lidiar por la cogida de Payo en el segundo – sirvieron para el capote, cortos de recorrido y sin emplearse, aunque la  brega del riojano en el quinto andándole hacia atrás, echando el capote muy abajo, barriendo la arena, nos retrotrajo a otras épocas, al toreo de la edad de oro, aromas olvidados que es una delicia rescatar. Algo similar a lo que ocurrió en la muleta, destellos de toreo añejo, muletazos templados cargados de sabor, fogonazos de arte, clase, pureza y verdad. Pero fueron eso, detalles de maestro en los que los toros no colaboraron, la verdad. Así fue en el primero, un toro noble y con cierta calidad pero al que le fallaban fuerzas, al que Urdiales toreó con temple enorme, con exquisita suavidad, muy despacio, perfecto de colocación, midiendo la distancia, administrando las pausas, series cortas de dos o tres muletazos, al cuarto se venía abajo el de Xajay, todo ejecutado con torería, algunos redondos profundos y con más largura, pero sin ritmo ni continuidad, restando emoción a la buena labor del riojano que anduvo claramente por encima de su oponente. El cuarto fue peor, gazapón, reservón, sin recorrido, soltando la cara, que solo se dejó dar algún muletazo suelto por el pitón derecho, y unos naturales sueltos con hondura, pero el toro no estaba para florituras, peligroso, soltando arreones a diestro y siniestro. Para mi gusto estuvo sensacional Urdiales, lidia a la antigua, echando la muleta abajo, sometiendo al toro, un trincherazo sensacional emergió de la nada y levantó un olé lleno de sentimiento - ¡cómo me gusta esa manera de entender el arte!. Era la única manera de poder a ese toro y, repito, para mi lo hizo de manera magistral. En cualquier caso, no defraudó a las expectativas por verle tras su rotundo triunfo en el Otoño madrileño, estuvo en maestro, firme, reposado, seguro y con una torería embriagadora. Lástima el borrón de la espada, mal manejo en sus tres toros, pero todos los detalles que derramó sobre la arena de Insurgentes fueron suficiente bagaje para la ovación final en reconocimiento a su porte torero, merecida y justa a mi entender.
Octavio García “El Payo” se las vio con un segundo suelto de salida, sin entrega, soltando la cara, corto de recorrido y con las manos por delante, con una embestida descompuesta, rebrincado, manseando en el caballo y en banderillas. Lo que son las cosas, brinda la muerte del toro al Dr Rafael Vázquez, quién le intervino hace tres semanas en la misma plaza en la corrida que abría la Temporada Grande, quien iba a decir que unos segundos después volvería a estar en las manos del doctor. El toro no humillaba, tardo en la muleta, le pega El Payo un par de muletazos de tanteo para someterle por bajo, se perfila por el pitón derecho para tratar de instrumentar el toreo en redondo y al primer viaje el  de Xajay se desentiende y lanza un derrote seco al pecho de El Payo que deja al hidrocálido sin aliento y desorientado, lívido, descompuesto. Es trasladado a la enfermería semiconsciente, transcurren unos minutos de dudas, desconcierto general, se desconoce el alcance del percance, hasta que finalmente regresa al ruedo en medio de una atronadora ovación pero con evidentes muestras de no estar en condiciones de torear, el rostro desencajado, la mirada medio perdida, pero su pundonor y su profesionalidad le impiden rendirse. Monta directamente la espada y hace lo que debe, pasaportar al toro sin más probaturas. Pasa las de Caín para poder enterrar el acero, el toro, crudo porque casi no se le castigó en el caballo y no tuvo lidia, convertido en una alimaña a la defensiva soltaba la cara en cada embroque, complicadísimo de matar, aún más en las condiciones en las que se encontraba Payo, hasta que por fin consigue enterrar el estoque con asombrosa habilidad. Lo que no entiendo, no me entra en la cabeza, son los abucheos que tuvo que aguantar el de Querétaro al matar a este toro inlidiable y peligroso, hace falta tener poca, nula, sensibilidad. ¿Qué querían que hiciera?. Me imagino que los impresentables que le propinaron la bronca estarán con las orejas gachas y el rabo, si lo tienen, entre las piernas una vez conocido que Octavio García llevaba una cornada en la axila. Y con eso tuvo la vergüenza torera de salir a matar al toro jugándose la vida. Sobran más comentarios.
Como comenté al inicio Sergio Flores recibió el trofeo al máximo triunfador de la pasada Temporada Grande y si no hubiera sido por la espada hubiera puesto la primera piedra para optar a un nuevo galardón. El tercero resultó deslucido en el capote, soltaba la cara y echaba las manos por delante, el tlaxcalense le echó el capote abajo, le anduvo hacia atrás para llevárselo a los medios, buena lidia, fijando y sometiendo al toro. El toro no se emplea en le caballo, se deja pegar sin más, corta en banderillas y presenta complicaciones, pese a lo cual Fernando García protagoniza un excelente tercio de banderillas dejando los garapullos con pureza, de poder a poder, cuadrando en la cara, gran ovación a la que respondió desmonterado. No parecía que en la muleta fuera a cambiar, con escaso recorrido, aunque en los primeros muletazos embistió con nobleza y cierta clase. Extraordinario Sergio Flores, que vio y entendió el fondo que guardaba el de Xajay. Adelantó la muleta, se la puso en la cara y comenzó a componer una faena de mando y temple que rompió en la segunda tanda por el pitón derecho, bajando la mano,  muletazos largos, temple y ligazón, sensacional toreo en redondo a un toro que responde, pronto, humilla y repite, series con emoción y enorme belleza que levantaron los olés de los tendidos. Toda la faena transcurre por ese pitón derecho, el toro por ahí va largo, humilla, persigue los vuelos con codicia, repite, Flores torea encajado, metiendo los riñones, entregado, mucho temple y calidad, muletazos profundos repletos de gusto. Por el pitón izquierdo lo probó Flores pero el toro no tenía ni un pase, no se dejó, sin recorrido, con la cara siempre arriba, algo que sumado a una entera algo contraria y la necesidad de dos golpes de verduguillo impidieron que cortara una oreja que yo creo que hubiera caído de haber matado a la primera. Al sexto lo recibió estirándose a la verónica, desmayando los brazos, acompañando el lance con la cintura, ramillete con mucha belleza rematado con una media superior que puso en pie a La México. Tercio de varas deslucido, sin entrega, dormido en el peto, dejándose pegar, lo contrario que el tercio de banderillas, vibrante y emocionante, con Gustavo Campos y Fernando García cuajando los pares, dejándose ver, llegando a la cara del toro, cuadrando entre los pitones, asomándose al balcón para dejar los palos reunidos, y el toro acude con prontitud y movilidad. Enorme ovación con los dos toreros de plata desmonterados en las rayas del tercio. Brinda Flores al público para iniciar la faena con mucha torería, andándole al toro hacia los medios, precioso el trincherazo, sublime por largo y despacioso el cambio de mano, todo con naturalidad y relajado. Compone las primeras series en redondo adelantando la muleta, poniéndosela planchada en la cara, llevándolo muy tapado, muy toreado, con temple magistral, tirando del toro para alargar el  muletazo, ligando por bajo, olés a cada pase, ovación desenfrenada tras rematar con uno de pecho monumental. Por el pitón izquierdo le costaba más al de Xajay, pero a Sergio Flores se le veía seguro y a base de temple instrumentó un par de naturales con hondura y un farol que hilvanó con un pase de pecho de pitón a rabo majestuoso. Fue una pena que el toro se viniera a menos tras esas primeras tandas, algo que no fue obstáculo para que el tlaxcalense cambiara el registro y sacara cuanto le quedada al toro. Aguantó parones y miradas sacando a relucir todo su valor, se llevó la muleta a la cadera, retrasada y desde ahí ligó los muletazos, alargando el viaje, un arrimón de verdad, exprimiendo cada embestida, lección de entrega y compromiso, de querer y de poder, culminando con unas manoletinas ajustadas que cortaron la respiración de más de alguno y que tuvieron como remate final un adorno por bajo garboso y muy torero que puso levantó a los aficionados en gran ovación. Mató de pinchazo y estoconazo arriba volcándose sobre el morrillo para así cortar una oreja de ley que premió su importante actuación este pasado domingo.


Antonio Vallejo