lunes, 17 de diciembre de 2018

¡Hasta siempre, maestro Padilla! Gracias, gracias y mil veces gracias


Ayer dijo adiós a los ruedos un hombre de pies a cabeza, íntegro, fiel a sus principios, sus ideas y su estilo, siempre con la verdad por delante, sin engaños ni tapujos, transparente, lo que se ve es lo que hay, no ha escondido nada ni se ha guardado nada, lo ha dado todo por una profesión a la que ha amado y respetado desde novillero, no digo ya en sus 25 años como matador, un ejemplo de superación, de valentía, de capacidad de sufrimiento para vencer a la adversidad, un maestro, en definitiva, un TORERO, así con mayúsculas y escrito en oro, Juan José Padilla, el Ciclón de Jerez, el Pirata.
Esta última temporada del maestro ha sido apoteósica en los ruedos españoles. Valencia, Sevilla, Madrid, Pamplona, Bilbao, Málaga, Zaragoza, Nimes, por citar las más importantes o de máxima categoría, pero a lo largo y ancho de la geografía de España, Francia y Portugal se han sucedido los homenajes sinceros en decenas de plazas para reconocer y homenajear la trayectoria de un hombre que por donde ha pasado sólo ha dejado amigos. El pasado mes de octubre se despidió de la afición española en la plaza de Zaragoza, la que casi le vio perder la vida aquel 7 de octubre de 2011 con aquella terrible cogida. Ese día nació un nuevo Padilla, marcado en lo físico que no en lo anímico, ejemplar, dejando atrás tantos años de pelear aquí y allá con las corridas más duras que pudieran echarle, 79 ha matado de Miura, más de 60 de Victorino, 40 de Cebada Gago, ni se sabe las de Dolores Aguirre, Adolfo, Cuadri… para volver tan solo 5 meses después del brutal percance reencarnado en El Pirata, el nacimiento de una leyenda que ha disfrutado los últimos años de su carrera matando los hierros que jamás soñó, los de las figuras que suelen decir, Juan Pedro, Jandilla, Garcigrande, Alcurrucén, Cuvillo, Victoriano del Río… Se lo merecía, sin duda, premio a su dignidad y verdad.
Por cuestión meramente cronológica tenía que ser América la tierra que le viera decir el adiós definitivo. Hace unos días fue la plaza de Acho en Lima la que le tributó su merecido homenaje, pero el día más grande, y estoy seguro que también el más difícil para el maestro jerezano, llegó ayer en La México, la plaza más grande del mundo y la más importante de América, un marco incomparable para el adiós.
En la previa de la retransmisión de Canal Toros pude disfrutar de una entrevista muy emotiva que David Casas hizo al maestro este mismo fin de semana en la capital azteca. Una entrevista que nos descubrió una vez más al Padilla íntegro, una entrevista cercana e íntima que el maestro hizo girar en torno a los pilares fundamentales de sus vida, Dios y la familia. Todo se lo agradecía a Dios, el nacer, sus orígenes, su profesión y la capacidad de luchar y seguir día a día por grandes que fueran las adversidades, con verdadera Fe y sin ningún tipo de complejo, y a su familia, su mujer y sus hijos, puntales de su vida y sin cuyo infinito amor y ayuda no hubiera conseguido tanto como ha logrado en su vida. Una entrevista que ya llenó de emociones la noche española antes de que diera inicio el festejo.
Pero nada comparado con la intensidad de la emotividad que envolvió la Monumental y desbordó los sentimientos. Primera imagen, impactante, Juan José Padilla se presenta con un precioso y elegante vestido verde esperanza que lleva hojas de laurel bordadas en oro, una preciosidad de vestido, pero que encierra un significado muy especial. Ese vestido es el que llevó la tarde de su regreso en Olivenza allá por marzo de 2012, tan solo cinco meses después de la tremenda cornada de Zaragoza que le hizo perder el ojo izquierdo. Un vestido guardado desde entonces y que ha querido lucir en esta segunda puesta tan especial para despedirse en México de toda la afición mundial. Como Jack Sparrow, a orillas del Mar del Caribe, el Pirata nos dijo adiós. Segunda imagen, los pelos de punta al verle hacer su último paseíllo bajo los acordes de “Cielo Andaluz”, emocionado, degustando cada paso, sereno, responsabilizado. Y tercera imagen que hizo rugir a La México y seguro que a más de uno derramar una lagrimita, la manera que le presentó Yiyo: “tres veces hombre, ante el toro, ante la vida y ante sí  mismo”. En medio de una atronadora ovación y gritos de “Illa, illa, illa, Padilla maravilla” recibió el homenaje de los aficionados mexicanos. Las muestras de emoción en su rostro mientras respondía los aplausos y vítores eran más que evidentes y debo reconocer  que se me hizo un nudo en la garganta al poder asistir a ese momento tan cargado de emotividad aunque fuera por televisión.
Junto al maestro Padilla completaban la terna los mexicanos Arturo Saldívar y Fermín Espinosa “Armillita IV”, quien también tuvo su dosis de emotividad puesto que se rindió también un merecido homenaje a uno de los grandes del toreo mexicano, su tío Miguel Espinosa “Armillita chico” descubriendo un busto en su recuerdo al inicio del festejo, momentos que también cargaron de emociones a los presentes en los tendidos. Los toros elegidos para esta séptima de Temporada Grande pertenecían al hierro mexicano de Boquilla del Carmen, encaste Llaguno, que en conjunto estuvieron bien presentados, serios y más armados y ofensivos de lo que suele ser norma en el toro mexicano, de buenas hechuras, proporcionados y armónicos, pero que en cuanto a juego y condiciones resultaron muy decepcionantes salvo segundo y quinto, el lote de Saldívar que se llevó los dos únicos ejemplares que embistieron con clase, nobleza y bravura. El resto de la corrida salió blanda, parada y sin raza, con mínimas opciones para Padilla y Armillita IV. Una pena porque el Pirata seguro que había soñado con desplegar todas los vuelos de su capote y su muleta cual bandera con la calavera avivada por los vientos del Caribe.
Al primero, Flautista, lo recibe con dos largas cambiadas al hilo de las tablas que desatan los primeros olés. Toro tardo, no responde a la llamad de los capotes, muy deslucido, sin entregarse, reservón, echando las manos por delante y muy justo de fuerzas. Recibe un puyazo largo que no gusta, no empuja, se duerme en el peto. A la vista de las condiciones del animal Padilla cede los palos a su cuadrilla, algo que genera cierta incomprensión en algunos aficionados, pero hay una cosa clara, ese toro no colaboraba nada y el jerezano siempre ha mantenido una máxima, que es la verdad por delante, y si no podía brindar el tercio que el público merece mejor no hacerlo, nada de engaños. Yo particularmente se lo aplaudo, más aún cuando vimos lo complicado que fue de banderillear, toro  muy parado, reservón, resolviendo la papeleta con notable los subalternos. El brindis al cielo, posiblemente dando gracias a Dios por haber llegado hasta este día, y al público añade otra dosis más de emotividad a la tarde. En la muleta nada cambia, el toro sigue tardo y sin fijeza, le cuesta un mundo arrancar y cuando lo hace pasa, va, por inercia, sin entrega, sin humillar, soltando la cara, se defiende más que embiste en los muletazos de tanteo por su falta de fuerzas y de raza. No hace sino perfilarse Padilla para torear en redondo cuando al primer viaje Flautista suelta un derrote seco que golpea el pecho del jerezano, le deja sin aire, mareado, tremendo susto del que afortunadamente se repone sin consecuencias. Visto lo visto hace lo único que se debía hacer en esas circunstancias, cambia la lidia, echa la muleta abajo para someterlo y poderle, con la rodilla flexionada, ¡qué bien lo hizo y que bonito es cuando se lidia a la antigua con pureza!. De entre ese toreo por bajo surge imponente un pase de pecho monumental que despierta un olé rotundo y seco que estremece. Enorme el Pirata macheteando por bajo, el toro se queda a mitad del muletazo, suelta la cara una y otra vez, tornillazos con peligro, torea Padilla en la cara, con los pies, entregado, enorme voluntad y compromiso, jugándosela de verdad. Los aficionados aprecian y reconocen la sensacional lidia del maestro, el mérito que tiene lo que está haciendo y responden con una calurosa ovación.  Una media algo contraria seguida de un atasco con el estoque de cruceta no son impedimento para que se le reconozca el esfuerzo y la verdad de su faena con una cariñosas palmas que demuestran la sensibilidad de esta plaza. Y es que no todo es torera en redondo y al natural, cada toro tiene su lidia y as fue con Flautista.
El azar quiso que el último toro que iba a echar el cerrojo a la cerrera del maestro tuviera también nombre musical, Guitarrista, un cárdeno de 512 Kg serio y ofensivo, cornidelantero, buenas hechuras y bonita lámina. Con pies de salida, una larga cambiada de rodillas al hilo de las tablas es el saludo de Padilla a su último toro, galopa con buen tranco pero sale suelto, sin fijeza. Lo fija con cuatro verónicas a pies juntos con mucho gusto, suaves, sedosas, relajando la figura, jugando las muñecas con gracia, desprende torería, resuenan los olés, pero Guitarrista desafina, se para y no quiere saber más del capote de Juan José. También se le pega en el caballo, castigo duro para lo que se estila en México, se duerme en el peto, no empuja, algunas protestas que van a más cuando Padilla desiste de tomar los garapullos, pero este toro tampoco está para florituras, espera y corta poniendo en aprietos a Manuel Rodríguez “Mumbrú” e Ismael Rosas, demostrando por qué y con qué razón no colocó los pares el matador. El brindis a su mujer que pudimos escuchar gracias a la retransmisión de Canal Toros (alguna ventaja tenía que haber respecto a los que estaban en la plaza) fue precioso, profundamente sentido y emotivo, sin olvidar de felicitar a todos los aficionados por la ya cercana llegada del Niño Dios. De nuevo lo que dejó patente en la entrevista previa, Dios y la familia, la familia y Dios, siempre presentes en su vida, ejemplar. Lo prueba por bajo, flexionando la pierna, estampa añeja, muy torera, pero Guitarrista no quiere pasar, cortísimo recorrido, suelta la cara, desentendido, sin entrega. No espera la banda y se arranca con “Las Golodrinas”, que como ya hemos comentado otros días es la pieza musical que en México se utiliza para las despedidas, pura melancolía que emociona al Pirata, se aparta de la cara del toro y agradece el gesto con las lágrimas a punto de brotar en sus ojos. Esto espolea a Padilla y se desencadena el Ciclón, el de Jerez, se viene arriba y pone todo cuanto no tiene Guitarrista. Aprieta, le arranca los muletazos  poniéndole la muleta en la cara, le obliga a pasar, embiste el Ciclón, no el toro, la casta y la bravura la tiene Padilla, suena los olés, un natural se eleva al cielo entre la notas melancólicas de “Las Golondrinas” que no cesan de sonar en toda la faena, un natural templado, lento, bajo, desmayando la figura, un olé sentido rompe la plaza. El toro rajado, Padilla entregado, va tras Guitarrista, le planta la muleta, le provoca la embestida, todo corazón, todo raza, máximo compromiso y profesionalidad, sin rendirse ante la adversidad, así es el Ciclón, apasionado, la locura en los tendidos tras un abaniqueo en la cara que remata con un desplante rodilla en tierra repleto de aromas. El culmen llega a la hora de entrar a matar su último toro. Eleva el estoque, la muleta plegada en su otra mano acariciándole el rostro en señal del adiós a toda una vida de TORERO, inenarrable el momento, máxima emoción, sentimientos inacapaces de ser contenidos… y “Las Golondrinas” acompañan con su melancolía. El estoconazo es magistral, marcando los tiempos, volcándose sobre el morrillo, hundiendo el estoque hasta los gavilanes, Guitarrista rueda sin puntilla, el delirio en los tendidos, la oreja cae hubiera o no petición, el juez de plaza creo que ni atendió a eso, e hizo bien, no se podía cerrar una trayectoria como la de Juan José Padilla de otra manera, entre un clamor, “TORERO, TORERO”, como lo definió Yiyo, comentarista de la televisión mexicana, “peregrino del dolor y las cornadas, embajador de los toreros que sueñan la gloria”. Una vuelta al ruedo apoteósica envuelto en la bandera de España, con la de la calavera en una mano, el Pirata entonó por última vez su canción acompañado por “Las Golondrinas”. 
Va a ser muy difícil olvidar al maestro, la Fiesta le debe mucho y yo creo que todos le debemos mucho por su ejemplo, su entereza y su verdad, dentro y fuera del ruedo.
Hasta siempre, maestro. Gracias, gracias y mil veces gracias por tanto.



Antonio Vallejo

P.D: Una vez más tengo que disculparme por centrarme en Juan José Padilla, al que admiro como torero y como persona, pero ayer era su día, y esta vez nadie vino a estropearlo. Una pena que la sensacional actuación de Arturo Saldívar quede en un segundo plano porque estuvo sencillamente magistral. ¡Cómo toreó el hidrocálido!. Templado, con un gusto y una clase descomunal, entendiendo a la perfección a su lote, midiendo perfectamente las distancias y la altura de los muletazos, bajando la mano poco a poco, sometiendo a sus toros, toreo excelso por ambos pitones, redondos con profundidad, largos, con una despaciosidad sublime, naturales con hondura, ligados por bajo, tirando del toro, cosido a la muleta, torea encajado, metiendo los riñones, acompañando el viaje con la cintura, enroscándose a los toros, perfecto acople, perfecta conjunción toro-torero, rematando con unos de pecho de pitón a rabo, con trincherillas que quitan el sentido, arrucinas y cambios de mano monumentales, pases de desdén, manoletinas y bernardinas ajustadísimas, ritmo, emoción y transmisión en dos faenas de auténtico figurón del toreo que hubieran valido la puerta grande de no fallar con la espada ante el quinto tras haber cortado una oreja de mucho peso al segundo.

Poca suerte, o  ninguna, tuvo Armillita IV con su lote, imposible. Ambos toros reservones, a la defensiva, soltando la cara, con peligro, sin movilidad ni recorrido, clavados al piso. Tan solo pudo poner ganas y justificarse ante el tercero y optó por cortar por lo sano y abreviar ante el sexto bis, un sobrero de Xajay infumable.

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