Ayer dijo adiós a los ruedos un hombre de pies a
cabeza, íntegro, fiel a sus principios, sus ideas y su estilo, siempre con la
verdad por delante, sin engaños ni tapujos, transparente, lo que se ve es lo
que hay, no ha escondido nada ni se ha guardado nada, lo ha dado todo por una
profesión a la que ha amado y respetado desde novillero, no digo ya en sus 25
años como matador, un ejemplo de superación, de valentía, de capacidad de
sufrimiento para vencer a la adversidad, un maestro, en definitiva, un TORERO,
así con mayúsculas y escrito en oro, Juan José Padilla, el Ciclón de Jerez, el
Pirata.
Esta última temporada del maestro ha sido apoteósica
en los ruedos españoles. Valencia, Sevilla, Madrid, Pamplona, Bilbao, Málaga,
Zaragoza, Nimes, por citar las más importantes o de máxima categoría, pero a lo
largo y ancho de la geografía de España, Francia y Portugal se han sucedido los
homenajes sinceros en decenas de plazas para reconocer y homenajear la
trayectoria de un hombre que por donde ha pasado sólo ha dejado amigos. El
pasado mes de octubre se despidió de la afición española en la plaza de
Zaragoza, la que casi le vio perder la vida aquel 7 de octubre de 2011 con
aquella terrible cogida. Ese día nació un nuevo Padilla, marcado en lo físico
que no en lo anímico, ejemplar, dejando atrás tantos años de pelear aquí y allá
con las corridas más duras que pudieran echarle, 79 ha matado de Miura, más de
60 de Victorino, 40 de Cebada Gago, ni se sabe las de Dolores Aguirre, Adolfo,
Cuadri… para volver tan solo 5 meses después del brutal percance reencarnado en
El Pirata, el nacimiento de una leyenda que ha disfrutado los últimos años de
su carrera matando los hierros que jamás soñó, los de las figuras que suelen
decir, Juan Pedro, Jandilla, Garcigrande, Alcurrucén, Cuvillo, Victoriano del
Río… Se lo merecía, sin duda, premio a su dignidad y verdad.
Por cuestión meramente cronológica tenía que ser
América la tierra que le viera decir el adiós definitivo. Hace unos días fue la
plaza de Acho en Lima la que le tributó su merecido homenaje, pero el día más
grande, y estoy seguro que también el más difícil para el maestro jerezano,
llegó ayer en La México, la plaza más grande del mundo y la más importante de
América, un marco incomparable para el adiós.
En la previa de la retransmisión de Canal Toros pude
disfrutar de una entrevista muy emotiva que David Casas hizo al maestro este
mismo fin de semana en la capital azteca. Una entrevista que nos descubrió una
vez más al Padilla íntegro, una entrevista cercana e íntima que el maestro hizo
girar en torno a los pilares fundamentales de sus vida, Dios y la familia. Todo
se lo agradecía a Dios, el nacer, sus orígenes, su profesión y la capacidad de luchar
y seguir día a día por grandes que fueran las adversidades, con verdadera Fe y
sin ningún tipo de complejo, y a su familia, su mujer y sus hijos, puntales de
su vida y sin cuyo infinito amor y ayuda no hubiera conseguido tanto como ha
logrado en su vida. Una entrevista que ya llenó de emociones la noche española
antes de que diera inicio el festejo.
Pero nada comparado con la intensidad de la
emotividad que envolvió la Monumental y desbordó los sentimientos. Primera
imagen, impactante, Juan José Padilla se presenta con un precioso y elegante
vestido verde esperanza que lleva hojas de laurel bordadas en oro, una
preciosidad de vestido, pero que encierra un significado muy especial. Ese
vestido es el que llevó la tarde de su regreso en Olivenza allá por marzo de
2012, tan solo cinco meses después de la tremenda cornada de Zaragoza que le
hizo perder el ojo izquierdo. Un vestido guardado desde entonces y que ha
querido lucir en esta segunda puesta tan especial para despedirse en México de
toda la afición mundial. Como Jack Sparrow, a orillas del Mar del Caribe, el
Pirata nos dijo adiós. Segunda imagen, los pelos de punta al verle hacer su último
paseíllo bajo los acordes de “Cielo Andaluz”, emocionado, degustando cada paso,
sereno, responsabilizado. Y tercera imagen que hizo rugir a La México y seguro
que a más de uno derramar una lagrimita, la manera que le presentó Yiyo: “tres
veces hombre, ante el toro, ante la vida y ante sí mismo”. En medio de una atronadora ovación y
gritos de “Illa, illa, illa, Padilla maravilla” recibió el homenaje de los
aficionados mexicanos. Las muestras de emoción en su rostro mientras respondía
los aplausos y vítores eran más que evidentes y debo reconocer que se me hizo un nudo en la garganta al poder
asistir a ese momento tan cargado de emotividad aunque fuera por televisión.
Junto al maestro Padilla completaban la terna los
mexicanos Arturo Saldívar y Fermín Espinosa “Armillita IV”, quien también tuvo
su dosis de emotividad puesto que se rindió también un merecido homenaje a uno
de los grandes del toreo mexicano, su tío Miguel Espinosa “Armillita chico” descubriendo
un busto en su recuerdo al inicio del festejo, momentos que también cargaron de
emociones a los presentes en los tendidos. Los toros elegidos para esta séptima
de Temporada Grande pertenecían al hierro mexicano de Boquilla del Carmen,
encaste Llaguno, que en conjunto estuvieron bien presentados, serios y más
armados y ofensivos de lo que suele ser norma en el toro mexicano, de buenas
hechuras, proporcionados y armónicos, pero que en cuanto a juego y condiciones
resultaron muy decepcionantes salvo segundo y quinto, el lote de Saldívar que
se llevó los dos únicos ejemplares que embistieron con clase, nobleza y
bravura. El resto de la corrida salió blanda, parada y sin raza, con mínimas
opciones para Padilla y Armillita IV. Una pena porque el Pirata seguro que
había soñado con desplegar todas los vuelos de su capote y su muleta cual
bandera con la calavera avivada por los vientos del Caribe.
Al primero, Flautista,
lo recibe con dos largas cambiadas al hilo de las tablas que desatan los
primeros olés. Toro tardo, no responde a la llamad de los capotes, muy
deslucido, sin entregarse, reservón, echando las manos por delante y muy justo
de fuerzas. Recibe un puyazo largo que no gusta, no empuja, se duerme en el
peto. A la vista de las condiciones del animal Padilla cede los palos a su
cuadrilla, algo que genera cierta incomprensión en algunos aficionados, pero
hay una cosa clara, ese toro no colaboraba nada y el jerezano siempre ha
mantenido una máxima, que es la verdad por delante, y si no podía brindar el
tercio que el público merece mejor no hacerlo, nada de engaños. Yo
particularmente se lo aplaudo, más aún cuando vimos lo complicado que fue de
banderillear, toro muy parado, reservón,
resolviendo la papeleta con notable los subalternos. El brindis al cielo,
posiblemente dando gracias a Dios por haber llegado hasta este día, y al
público añade otra dosis más de emotividad a la tarde. En la muleta nada
cambia, el toro sigue tardo y sin fijeza, le cuesta un mundo arrancar y cuando
lo hace pasa, va, por inercia, sin entrega, sin humillar, soltando la cara, se
defiende más que embiste en los muletazos de tanteo por su falta de fuerzas y
de raza. No hace sino perfilarse Padilla para torear en redondo cuando al
primer viaje Flautista suelta un
derrote seco que golpea el pecho del jerezano, le deja sin aire, mareado,
tremendo susto del que afortunadamente se repone sin consecuencias. Visto lo
visto hace lo único que se debía hacer en esas circunstancias, cambia la lidia,
echa la muleta abajo para someterlo y poderle, con la rodilla flexionada, ¡qué
bien lo hizo y que bonito es cuando se lidia a la antigua con pureza!. De entre
ese toreo por bajo surge imponente un pase de pecho monumental que despierta un
olé rotundo y seco que estremece. Enorme el Pirata macheteando por bajo, el
toro se queda a mitad del muletazo, suelta la cara una y otra vez, tornillazos
con peligro, torea Padilla en la cara, con los pies, entregado, enorme voluntad
y compromiso, jugándosela de verdad. Los aficionados aprecian y reconocen la sensacional
lidia del maestro, el mérito que tiene lo que está haciendo y responden con una
calurosa ovación. Una media algo
contraria seguida de un atasco con el estoque de cruceta no son impedimento
para que se le reconozca el esfuerzo y la verdad de su faena con una cariñosas
palmas que demuestran la sensibilidad de esta plaza. Y es que no todo es torera
en redondo y al natural, cada toro tiene su lidia y as fue con Flautista.
El azar quiso que el último toro que iba a echar el
cerrojo a la cerrera del maestro tuviera también nombre musical, Guitarrista, un cárdeno de 512 Kg serio
y ofensivo, cornidelantero, buenas hechuras y bonita lámina. Con pies de
salida, una larga cambiada de rodillas al hilo de las tablas es el saludo de
Padilla a su último toro, galopa con buen tranco pero sale suelto, sin fijeza.
Lo fija con cuatro verónicas a pies juntos con mucho gusto, suaves, sedosas,
relajando la figura, jugando las muñecas con gracia, desprende torería,
resuenan los olés, pero Guitarrista desafina,
se para y no quiere saber más del capote de Juan José. También se le pega en el
caballo, castigo duro para lo que se estila en México, se duerme en el peto, no
empuja, algunas protestas que van a más cuando Padilla desiste de tomar los
garapullos, pero este toro tampoco está para florituras, espera y corta
poniendo en aprietos a Manuel Rodríguez “Mumbrú” e Ismael Rosas, demostrando
por qué y con qué razón no colocó los pares el matador. El brindis a su mujer
que pudimos escuchar gracias a la retransmisión de Canal Toros (alguna ventaja
tenía que haber respecto a los que estaban en la plaza) fue precioso,
profundamente sentido y emotivo, sin olvidar de felicitar a todos los
aficionados por la ya cercana llegada del Niño Dios. De nuevo lo que dejó
patente en la entrevista previa, Dios y la familia, la familia y Dios, siempre
presentes en su vida, ejemplar. Lo prueba por bajo, flexionando la pierna,
estampa añeja, muy torera, pero Guitarrista
no quiere pasar, cortísimo recorrido, suelta la cara, desentendido, sin
entrega. No espera la banda y se arranca con “Las Golodrinas”, que como ya
hemos comentado otros días es la pieza musical que en México se utiliza para
las despedidas, pura melancolía que emociona al Pirata, se aparta de la cara
del toro y agradece el gesto con las lágrimas a punto de brotar en sus ojos.
Esto espolea a Padilla y se desencadena el Ciclón, el de Jerez, se viene arriba
y pone todo cuanto no tiene Guitarrista.
Aprieta, le arranca los muletazos
poniéndole la muleta en la cara, le obliga a pasar, embiste el Ciclón,
no el toro, la casta y la bravura la tiene Padilla, suena los olés, un natural
se eleva al cielo entre la notas melancólicas de “Las Golondrinas” que no cesan
de sonar en toda la faena, un natural templado, lento, bajo, desmayando la
figura, un olé sentido rompe la plaza. El toro rajado, Padilla entregado, va
tras Guitarrista, le planta la
muleta, le provoca la embestida, todo corazón, todo raza, máximo compromiso y
profesionalidad, sin rendirse ante la adversidad, así es el Ciclón, apasionado,
la locura en los tendidos tras un abaniqueo en la cara que remata con un
desplante rodilla en tierra repleto de aromas. El culmen llega a la hora de
entrar a matar su último toro. Eleva el estoque, la muleta plegada en su otra
mano acariciándole el rostro en señal del adiós a toda una vida de TORERO,
inenarrable el momento, máxima emoción, sentimientos inacapaces de ser
contenidos… y “Las Golondrinas” acompañan con su melancolía. El estoconazo es
magistral, marcando los tiempos, volcándose sobre el morrillo, hundiendo el
estoque hasta los gavilanes, Guitarrista
rueda sin puntilla, el delirio en los tendidos, la oreja cae hubiera o no
petición, el juez de plaza creo que ni atendió a eso, e hizo bien, no se podía
cerrar una trayectoria como la de Juan José Padilla de otra manera, entre un
clamor, “TORERO, TORERO”, como lo definió Yiyo, comentarista de la televisión
mexicana, “peregrino del dolor y las cornadas, embajador de los toreros que
sueñan la gloria”. Una vuelta al ruedo apoteósica envuelto en la bandera de
España, con la de la calavera en una mano, el Pirata entonó por última vez su
canción acompañado por “Las Golondrinas”.
Va a ser muy difícil olvidar al maestro, la Fiesta le debe mucho y yo creo que todos le debemos mucho por su ejemplo, su entereza y su verdad, dentro y fuera del ruedo.
Hasta siempre, maestro. Gracias, gracias y mil veces gracias por tanto.
Antonio Vallejo
P.D: Una vez más tengo que disculparme por centrarme
en Juan José Padilla, al que admiro como torero y como persona, pero ayer era su
día, y esta vez nadie vino a estropearlo. Una pena que la sensacional actuación
de Arturo Saldívar quede en un segundo plano porque estuvo sencillamente
magistral. ¡Cómo toreó el hidrocálido!. Templado, con un gusto y una clase descomunal,
entendiendo a la perfección a su lote, midiendo perfectamente las distancias y
la altura de los muletazos, bajando la mano poco a poco, sometiendo a sus
toros, toreo excelso por ambos pitones, redondos con profundidad, largos, con
una despaciosidad sublime, naturales con hondura, ligados por bajo, tirando del
toro, cosido a la muleta, torea encajado, metiendo los riñones, acompañando el
viaje con la cintura, enroscándose a los toros, perfecto acople, perfecta
conjunción toro-torero, rematando con unos de pecho de pitón a rabo, con
trincherillas que quitan el sentido, arrucinas y cambios de mano monumentales,
pases de desdén, manoletinas y bernardinas ajustadísimas, ritmo, emoción y
transmisión en dos faenas de auténtico figurón del toreo que hubieran valido la
puerta grande de no fallar con la espada ante el quinto tras haber cortado una
oreja de mucho peso al segundo.
Poca suerte, o
ninguna, tuvo Armillita IV con su lote, imposible. Ambos toros
reservones, a la defensiva, soltando la cara, con peligro, sin movilidad ni
recorrido, clavados al piso. Tan solo pudo poner ganas y justificarse ante el
tercero y optó por cortar por lo sano y abreviar ante el sexto bis, un sobrero
de Xajay infumable.
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