sábado, 15 de diciembre de 2018

Andrés Roca, Rey coronado en la guadalupana


Día grande en México, fiesta nacional, 12 de diciembre, festividad de la Virgen de Guadalupe, Patrona de México, su Virgen y también de las Américas, la Señora de América como la bautizó San Juan Pablo II en su primer viaje a México cuando visitó la basílica de la Virgen Guadalupana allá por 1979. Me atrevería a decir sin miedo a equivocarme que podría equipararse en relevancia al 25 de julio en España, festividad de Santiago Apóstol, nuestro Patrón. Pero por desgracia hay una enorme diferencia en la manera de tratar esos días a ambos lados del Atlántico. Mientras en México es un día sumamente especial en España tenemos que asistir un año tras otro al deprimente espectáculo de preguntarnos si la festividad de nuestro Apóstol Santiago será o no fiesta. Lamentable, fruto de una labor terrible de dinamitación de todo aquello que signifique España y lo español, nuestro origen católico, nuestras raíces, nuestras costumbres, nuestras tradiciones, nuestros sentimientos, nuestra historia, en definitiva, nuestra razón de ser. Una labor que ha llevado a cabo la izquierda con el consentimiento cómplice y acobardado de una supuesta derecha, derechita acomplejada, incapaz de alzar la voz con honor y gallardía en defensa de la verdadera españolidad, de nuestros principios y razones, atada de pies y manos por miedos y complejos absurdos, y que ahora se acepta como algo normal. ¡Qué envidia sana sentí este pasado miércoles cuando vi el ruedo de La México con el perfil de la imagen de la Virgen dibujado en su arena!, ¡qué emoción sentí al contemplar el respeto y la devoción con la que los cuarenta mil aficionados que llenaron La México escucharon el precioso Ave María que se cantó antes de iniciarse el paseíllo con los matadores y cuadrillas formados y desmonterados! Y que pena sentí de pensar que algo similar sería inimaginable en nuestra España. Muchas veces he comentado, al hilo de estas corridas de México que puedo disfrutar en directo gracias a Canal Toros, lo enriquecedor que es y lo que se aprende viendo esas retransmisiones. Se aprende toros y de todo. Este miércoles fue un claro ejemplo de ello, un pueblo mexicano que no se avergüenza de su catolicismo, no como en España, siendo precisamente los españoles quienes evangelizamos aquella tierra, ni que se avergüenza de su sentimiento patrio, allí sentirse mexicano es un honor, un privilegio, en España sentirse español y pregonarlo es, simplemente, de fachas, de extrema derecha como dicen ahora los ministros, demás personajes de la izquierda totalitaria junto a otros personajillos de ese centro absurdo y esa derechita acomplejada y acobardada. Así de triste es la realidad.
Es, por tanto, un día sumamente especial para México, un día de fervor religioso, de profunda advocación mariana, y también de fervor popular, con celebraciones a todos los niveles que, como no podía ser de otra manera, incluyen una corrida de toros en el embudo de Insurgentes que cada año reúne el mejor cartel  y de mayor expectación de la Temporada Grande. Este año no ha sido una excepción, basta con repasar el cartel de esta corrida guadalupana para entender que 40.000 almas apasionadas y ansiosas de sentir y soñar el toreo dieran color a este magno festejo. Cuatro matadores, cuatro figuras del toreo, ante ocho toros de diferentes ganaderías mexicanas: Xajay, Santa Bárbara, Los Encinos, Villa Carmela, Teófilo Gómez, Barralva, Campo Hermoso y Jaral de Peñas. Lleno en el numerado y un sensacional aspecto en el general al reclamo de un Morante de la Puebla que volvía a La México, una plaza en la que ha dejado faenas antológicas y triunfos rotundos, una plaza que sabe degustar el toreo del duende y vibra con cada detalle del maestro, y al reclamo de Roca Rey, máxima figura del presente, junto con Ponce y Juli integra el triunvirato de este 2018 y es el llamado a portar el cetro del toreo en los próximos años, pero también al reclamo de Joselito Adame, el máximo exponente del toreo mexicano en la actualidad, y de Sergio Flores, triunfador de la pasada Temporada Grande que hace 2 semanas cortó una oreja y el juez de plaza le birló otra en una firme y rotunda actuación en La México.
Poca fortuna la de Morante de la Puebla con su lote, nulas opciones ante un toro de Xajay que tuvo un punto de nobleza pero que resultó soso, sin raza y sin fuerzas que no se empleó ni en el capote ni en la muleta. Tan solo destacar un par de verónicas por el pitón izquierdo que el sevillano dibujó con su estilo particular, el mentón hundido, jugando las muñecas con una dulzura sin igual, acompañando el lance con la cintura, y una media de remate a manos bajas de auténtico cartel que arrancaron olés rotos y sentidos, como el que se escuchó en un redondo que detuvo las agujas de los relojes por templado, lento y eterno. Nada más hubo y Morante optó por abreviar y pasaportar al de Xajay con brevedad, algo que siempre he dicho y lo mantengo que me parece la mejor opción. Perder tiempo en pases sin sentido ni argumento me parece absurdo en un maestro consagrado como el sevillano, no tiene que demostrar nada, es más, como ocurrió el miércoles, basta un detalle para hacernos sentir el pellizco de su toreo único, así lo entendió la afición azteca y así respondió con esos olés nacidos del alma cuando el duende hace volar la imaginación y nos enseña a soñar el toreo. Me quedo con ese concepto del toreo, pueden llamarme lo que quieran, pero el toreo lo entiendo como arte y sentimiento, no como pegapases, y si a todas luces es imposible que salga nada lo mejor es no perder el tiempo. Exactamente lo mismo aplico a lo ocurrido ante el quinto de Teófilo Gómez, muy protestado de salida por falta de trapío, sinceramente no había visto un toro tan cornicorto como ese en la vida, y fue devuelto tras perder las manos con aparatosidad en los primeros compases de la lidia en medio de una bronca monumental. Cierto es que era un toro indigno no de una plaza de primera, sino casi de cualquier plaza, pero también es muy cierto que en la Monumental mexicana existe una animadversión terrible contra este hierro, lo tienen en el punto de mira y no se le pasa ni media. En su lugar saltó como quinto bis uno de Los Encinos estrecho de sienes, reunido de pitones, agradable de cara, que también recibió protestas por su presencia. Distraído de salida, sin humillar, sin recorrido, sin fuerzas, muy deslucido en el capote, imposible, al igual que en la muleta, soso, iba y pasaba sin más, con la cara a media altura, punteando las telas, nula emoción. Trata Morante de llevarlo templado pero resulta misión imposible y toma la mejor decisión posible a  mi entender, no aburrir al personal en pases y pases que no llevan a nada y pasaportarlo sin mayor dilación de una habilidosa estocada al segundo intento. No comparto para nada la bronca con la que los aficionados despidieron al de La Puebla, resultaba evidente que ninguno de los dos toros sirvieron para nada. Quizás la expectación que generaba su presencia fue tal que la decepción fue mayor aún y cargaron contra quien menos culpa tenía. Pero así es la Fiesta.
Joselito Adame se presentaba en La México con la herida sufrida tan solo unos días antes cuando se preparaba en el campo. Un gesto de dignidad, honradez y compromiso con los aficionados que es de agradecer. El primero de su lote lucía el hierro de Santa Bárbara, un toro distraído de salida al que el hidrocálido recibió con una larga cambiada de rodillas al hilo de las tablas. A base de paciencia lo va encelando en su capote, lo fija  y acaba por dibujar un ramillete de verónicas en los medios desmayando los brazos, jugando las muñecas con suavidad de seda, lances despaciosos, plenos de torería, para rematar con un detalle de improvisación entre chicuelina y media a manos bajas que pone en pie a La México y que acabó por enloquecer en un preciosos quite por chicuelinas a manos bajas cadenciosas y templadas, todo enmarcado en una torería fuera de serie. El toro es noble y repite pero llega a la muleta con las fuerzas más que justas. Joselito Adame inicia la faena estático, vertical, erguida la figura, torería pura en los ayudados por alto intercalados con pases por bajo repletos de sabor y gusto que desatan los olés rotos de la afición. Sensacional toreo del de Aguascalientes por ambos pitones, echando la  muleta alante, corriendo la mano sensacionalmente, tirando del toro con una suavidad exquisita para alargar el muletazo, administrando  a la perfección la altura y las pausas, haciéndolo todo a favor del toro, en series profundas, ligadas por bajo, hasta siete u ocho muletazos que remató con unos de pecho soberbios. Toda la faena entre las dos rayas y entre olés rotundos que estremecen, como los que atronaron en el final por luquecinas, más torería si cabe. Lástima que una entera atravesada poco eficaz y la necesidad de varios golpes de verduguillo privaran a Adame de una oreja merecidiísmia, premio a su toreo y a su disposición. El segundo de su lote, sexto en el orden de lidia, de Barralva, hizo honor a su encaste Atanasio en lo que a hechuras y presencia se refiere. Toro alto, muy serio y ofensivo, cornidelantero, astifino, abierto de cara, un auténtico tío, un toro al estilo español, de morfología completamente diferente al toro mexicano, dominado por el encaste Llaguno. Frenado en los capotes, muy deslucido, con la cara alta, rebrincado, sin entrega alguna, pasa sin pena ni gloria por los primeros tercios. Se queda corto en la muleta, protesta, se revuelve y puntea las telas. Trata de someterlo Adame, le baja la mano pero el animal no responde. Saca a relucir toda su técnica y oficio y a base de temple y calma logra sacar un par de series en redondo con cierta enjundia pero sin demasiada transmisión ni emoción. Lo prueba por el pitón izquierdo pero el toro se raja tras el primer intento al natural y ahí se acabó lo que se daba, no hay más. Con acertado criterio corta la faena, toma la espada y lo pasaporta de habilidosa entera para despedirse con una calurosa y cariñosa ovación de reconocimiento a un hombre con una enorme dignidad que fue a torear en unas condiciones físicas casi inhumanas, precioso y emocionante detalle de sensibilidad por parte de los aficionados.
Tampoco contribuyó el lote de Sergio Flores a cambiar el rumbo de la corrida, que apuntaba directamente al abismo del fracaso. El tercero, de Los Encinos, lució buenas hechuras, serio, cornipaso, bonito ejemplar, muy en tipo al encaste Llaguno. Lo recibe Flores a la verónica, templadas, con gusto, pero el toro se queda corto, cabecea y echa las manos por delante, sin emplearse. Y  no mejoró en la muleta. Lo intentó el de Apizaco por todas las vías posibles, algún muletazo suelto tuvo cierto empaque pero al trasteo le faltó ritmo y continuidad por la sosería y la falta de casta del animal, siempre a la defensiva, sin humillar, soltando la cara en peligrosos tornillazos, como en un derrote que lanza a la cara de Sergio y que literalmente le afeita la mejilla. No hay duda que la Virgen de Guadalupe echó un capote salvador porque si le llega a coger la cornada habría sido gravísima. Sin opción alguna se lo quita de en medio tras dos estocadas defectuosas y descabello. El séptimo, de Campo Hermoso, era un toro largo y serio, bien armado por delante, veleto, con movilidad en el capote pero carente de clase y entrega, muy deslucido. En el tercio de varas se produce el caos cuando el toro entra al caballo, pierde las manos en el encuentro y queda bajo las patas del equino, haciendo que este se cayera y con él el picador, que acaba estrellándose contra la barrera y que tuvo que ser evacuado a la enfermería por el fortísimo impacto. Entre el caos y el desorden el toro se acula en tablas, se defiende a arreones generando desconcierto y peligro. A la muleta llega rajado, metido en tablas, tiene que sacarlo Flores a los medios a base de tirones pero no se deja y vuelve a recular en tablas. Un toro inlidiable a todas luces ante el que el mexicano toma la espada sin haberle podido dar ni un muletazo en una decisión que alabo. Mata de algo más de media contraria y atravesada al segundo encuentro y varios descabellos. Es despedido con un respetuoso silencio ante la imposibilidad de triunfo alguno por las evidentes escasas condiciones del toro.
En fin, que como estarán suponiendo por lo que les llevo contado hasta ahora, la corrida de mayor expectación iba  camino de convertirse en un petardazo mayúsculo. El cuarto, primero que le correspondía a Roca Rey era un toro de Villa Carmela acapachado de cuerna, abrochadito y agradable de cara que saltó distraído y sin emplearse en el capote del peruano, echando las manos por delante, deslucido, sin recorrido y en todo momento con la cara alta. Lo mejor del limeño en este toro vino en un quite por chicuelinas ajustadísimas a manos bajas que remató con una media preciosa. El inicio por estatuarios fue marca de la casa, ceñidos, escalofriante alguno, bellísimo otro, como el pase por bajo mirando al tendido, para hilarlo con el toreo en redondo. El de Villa Carmela está a la defensiva, puntea las telas, no se emplea, además tiene poco recorrido, para colmo se cuela por ambos pitones y la faena no llega a romper a pesar de los intentos de Roca Rey por bajarle la mano e intentar someterlo. En resumen, que el conjunto no acaba de romper y las esperanzas depositadas en el joven peruano a quien casi todos los toros le sirven se va diluyendo como un azucarillo. Mata de un bajonazo infame a la altura del costillar (difícil comprender cómo se fue tan abajo) y un par de descabellos. Al huracán peruano aún le quedaba el octavo y último de la tarde, las tres y media de la madrugada hora española y, como suelo decir, mientras haya toro hay esperanza. No sé si la Virgen pensó algo similar pero el caso es que en este último de la corrida se obró el  milagro. El de Jaral de Peñas era un toro de 475 Kg ligerito de carnes, escurrido realmente, abierto de cara y con dos buenas defensas. Máximo temple, máxima suavidad en las verónicas del peruano, relajando la figura, desmayando los brazos, muy bajos, bellísima estampa. En una de esas verónicas el toro se queda algo corto y en un alarde de improvisación Roca Rey se echa el capote a la espalda y liga el toreo por gaoneras que hacen rugir a La México en olés que hacen temblar a todo México D.F. Como es habitual en el limeño deja muy crudos a sus toros en el caballo y tras cambiarse el tercio ejecuta un quite formidable clavando las zapatillas en la arena, con el compás abierto, por tafallera, gaoneras, revolera y larga brionesa como remate. ¡Sensacional!. Los olés vuelven a hacer temblar a La México, rotundos, secos, emoción a raudales. Brinda al público sabedor que tenía enfrente un toro con movilidad y condiciones de las que le gustan para poner a los aficionados en estado de ebullición. El inicio de faena es explosivo, como él, de rodillas, pasándose al toro por la espalda, uno de pecho, otro más cambiado por la espalda, otro de pecho, y la gente loca de alegría. Primeras series en redondo de máxima suavidad, sin obligarle demasiado, cuidando la altura y la velocidad del  muletazo para que no se venga abajo ante su falta de fuerzas. Extraordinario el temple de Roca Rey, sensacional la colocación, todo muy lento y parsimonioso para acabar reunido y recetar una magnífica serie de derechazos que despiertan una atronadora ovación. Por el pitón izquierdo protesta, va rebrincado, le tiene que perder un pasito para poder ligar los naturales pero aunque el nivel baja varios naturales tuvieron  hondura y levantaron de nuevo los olés, pero era evidente que por ahí no iba igual el de Jaral de Peñas. Vuelve al pitón derecho y saca nuevas series muy templadas, cuidando la altura, poniéndole la muleta en la cara, muy planchada, sin quitársela, ligando con una suavidad exquisita, alargando el muletazo con una maestría suprema, dándole las pausas que precisaba para recuperar el aliento, todo bajo un concepto puro y clásico del toreo. Faena cada vez a más, con el público entregado, los olés retumban, Roca Rey abandonado, cuajando muletazos cada vez más bajos, ligados con un ritmo perfecto, emoción y entrega por todas partes, afición y matador. Abrocha la faena por bernardinas de infarto en las que cambia la trayectoria en el último segundo pasándose al toro a milímetros de la taleguilla, ajustadísimas, con toda la plaza en pie al grito de “torero, torero”. Mata de un estoconazo antológico marcando perfectamente los tiempos de la suerte suprema que revienta al toro en tres segundos y la plaza entera se vuelve loca, júbilo, alboroto, lluvia de almohadillas en señal de alegría desenfrenada, un mar de pañuelos blancos y dos orejas inapelables que suponen la coronación de Andrés Roca como Rey también en México, una de las últimas plazas que le quedaban por conquistar, en medio de un ambiente imposible de describir con palabras y que es lo que hace grande al toreo: la emoción, la pasión y el sentimiento.


Antonio Vallejo

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