Día grande en México, fiesta nacional, 12 de
diciembre, festividad de la Virgen de Guadalupe, Patrona de México, su Virgen y
también de las Américas, la Señora de América como la bautizó San Juan Pablo II
en su primer viaje a México cuando visitó la basílica de la Virgen Guadalupana
allá por 1979. Me atrevería a decir sin miedo a equivocarme que podría
equipararse en relevancia al 25 de julio en España, festividad de Santiago
Apóstol, nuestro Patrón. Pero por desgracia hay una enorme diferencia en la
manera de tratar esos días a ambos lados del Atlántico. Mientras en México es
un día sumamente especial en España tenemos que asistir un año tras otro al
deprimente espectáculo de preguntarnos si la festividad de nuestro Apóstol Santiago
será o no fiesta. Lamentable, fruto de una labor terrible de dinamitación de
todo aquello que signifique España y lo español, nuestro origen católico,
nuestras raíces, nuestras costumbres, nuestras tradiciones, nuestros
sentimientos, nuestra historia, en definitiva, nuestra razón de ser. Una labor
que ha llevado a cabo la izquierda con el consentimiento cómplice y acobardado
de una supuesta derecha, derechita acomplejada, incapaz de alzar la voz con
honor y gallardía en defensa de la verdadera españolidad, de nuestros
principios y razones, atada de pies y manos por miedos y complejos absurdos, y
que ahora se acepta como algo normal. ¡Qué envidia sana sentí este pasado
miércoles cuando vi el ruedo de La México con el perfil de la imagen de la
Virgen dibujado en su arena!, ¡qué emoción sentí al contemplar el respeto y la
devoción con la que los cuarenta mil aficionados que llenaron La México
escucharon el precioso Ave María que se cantó antes de iniciarse el paseíllo
con los matadores y cuadrillas formados y desmonterados! Y que pena sentí de
pensar que algo similar sería inimaginable en nuestra España. Muchas veces he
comentado, al hilo de estas corridas de México que puedo disfrutar en directo
gracias a Canal Toros, lo enriquecedor que es y lo que se aprende viendo esas
retransmisiones. Se aprende toros y de todo. Este miércoles fue un claro
ejemplo de ello, un pueblo mexicano que no se avergüenza de su catolicismo, no
como en España, siendo precisamente los españoles quienes evangelizamos aquella
tierra, ni que se avergüenza de su sentimiento patrio, allí sentirse mexicano
es un honor, un privilegio, en España sentirse español y pregonarlo es,
simplemente, de fachas, de extrema derecha como dicen ahora los ministros,
demás personajes de la izquierda totalitaria junto a otros personajillos de ese
centro absurdo y esa derechita acomplejada y acobardada. Así de triste es la
realidad.
Es, por tanto, un día sumamente especial para México,
un día de fervor religioso, de profunda advocación mariana, y también de fervor
popular, con celebraciones a todos los niveles que, como no podía ser de otra
manera, incluyen una corrida de toros en el embudo de Insurgentes que cada año
reúne el mejor cartel y de mayor
expectación de la Temporada Grande. Este año no ha sido una excepción, basta
con repasar el cartel de esta corrida guadalupana para entender que 40.000
almas apasionadas y ansiosas de sentir y soñar el toreo dieran color a este
magno festejo. Cuatro matadores, cuatro figuras del toreo, ante ocho toros de
diferentes ganaderías mexicanas: Xajay, Santa Bárbara, Los Encinos, Villa
Carmela, Teófilo Gómez, Barralva, Campo Hermoso y Jaral de Peñas. Lleno en el
numerado y un sensacional aspecto en el general al reclamo de un Morante de la
Puebla que volvía a La México, una plaza en la que ha dejado faenas antológicas
y triunfos rotundos, una plaza que sabe degustar el toreo del duende y vibra
con cada detalle del maestro, y al reclamo de Roca Rey, máxima figura del
presente, junto con Ponce y Juli integra el triunvirato de este 2018 y es el
llamado a portar el cetro del toreo en los próximos años, pero también al
reclamo de Joselito Adame, el máximo exponente del toreo mexicano en la
actualidad, y de Sergio Flores, triunfador de la pasada Temporada Grande que
hace 2 semanas cortó una oreja y el juez de plaza le birló otra en una firme y rotunda
actuación en La México.
Poca fortuna la de Morante de la Puebla con su lote,
nulas opciones ante un toro de Xajay que tuvo un punto de nobleza pero que
resultó soso, sin raza y sin fuerzas que no se empleó ni en el capote ni en la
muleta. Tan solo destacar un par de verónicas por el pitón izquierdo que el
sevillano dibujó con su estilo particular, el mentón hundido, jugando las
muñecas con una dulzura sin igual, acompañando el lance con la cintura, y una
media de remate a manos bajas de auténtico cartel que arrancaron olés rotos y
sentidos, como el que se escuchó en un redondo que detuvo las agujas de los
relojes por templado, lento y eterno. Nada más hubo y Morante optó por abreviar
y pasaportar al de Xajay con brevedad, algo que siempre he dicho y lo mantengo
que me parece la mejor opción. Perder tiempo en pases sin sentido ni argumento
me parece absurdo en un maestro consagrado como el sevillano, no tiene que
demostrar nada, es más, como ocurrió el miércoles, basta un detalle para
hacernos sentir el pellizco de su toreo único, así lo entendió la afición
azteca y así respondió con esos olés nacidos del alma cuando el duende hace
volar la imaginación y nos enseña a soñar el toreo. Me quedo con ese concepto
del toreo, pueden llamarme lo que quieran, pero el toreo lo entiendo como arte
y sentimiento, no como pegapases, y si a todas luces es imposible que salga
nada lo mejor es no perder el tiempo. Exactamente lo mismo aplico a lo ocurrido
ante el quinto de Teófilo Gómez, muy protestado de salida por falta de trapío,
sinceramente no había visto un toro tan cornicorto como ese en la vida, y fue
devuelto tras perder las manos con aparatosidad en los primeros compases de la
lidia en medio de una bronca monumental. Cierto es que era un toro indigno no
de una plaza de primera, sino casi de cualquier plaza, pero también es muy
cierto que en la Monumental mexicana existe una animadversión terrible contra
este hierro, lo tienen en el punto de mira y no se le pasa ni media. En su
lugar saltó como quinto bis uno de Los Encinos estrecho de sienes, reunido de
pitones, agradable de cara, que también recibió protestas por su presencia.
Distraído de salida, sin humillar, sin recorrido, sin fuerzas, muy deslucido en
el capote, imposible, al igual que en la muleta, soso, iba y pasaba sin más,
con la cara a media altura, punteando las telas, nula emoción. Trata Morante de
llevarlo templado pero resulta misión imposible y toma la mejor decisión
posible a mi entender, no aburrir al
personal en pases y pases que no llevan a nada y pasaportarlo sin mayor
dilación de una habilidosa estocada al segundo intento. No comparto para nada
la bronca con la que los aficionados despidieron al de La Puebla, resultaba
evidente que ninguno de los dos toros sirvieron para nada. Quizás la
expectación que generaba su presencia fue tal que la decepción fue mayor aún y
cargaron contra quien menos culpa tenía. Pero así es la Fiesta.
Joselito Adame se presentaba en La México con la herida
sufrida tan solo unos días antes cuando se preparaba en el campo. Un gesto de
dignidad, honradez y compromiso con los aficionados que es de agradecer. El
primero de su lote lucía el hierro de Santa Bárbara, un toro distraído de
salida al que el hidrocálido recibió con una larga cambiada de rodillas al hilo
de las tablas. A base de paciencia lo va encelando en su capote, lo fija y acaba por dibujar un ramillete de verónicas
en los medios desmayando los brazos, jugando las muñecas con suavidad de seda,
lances despaciosos, plenos de torería, para rematar con un detalle de
improvisación entre chicuelina y media a manos bajas que pone en pie a La
México y que acabó por enloquecer en un preciosos quite por chicuelinas a manos
bajas cadenciosas y templadas, todo enmarcado en una torería fuera de serie. El
toro es noble y repite pero llega a la muleta con las fuerzas más que justas.
Joselito Adame inicia la faena estático, vertical, erguida la figura, torería
pura en los ayudados por alto intercalados con pases por bajo repletos de sabor
y gusto que desatan los olés rotos de la afición. Sensacional toreo del de
Aguascalientes por ambos pitones, echando la
muleta alante, corriendo la mano sensacionalmente, tirando del toro con
una suavidad exquisita para alargar el muletazo, administrando a la perfección la altura y las pausas,
haciéndolo todo a favor del toro, en series profundas, ligadas por bajo, hasta
siete u ocho muletazos que remató con unos de pecho soberbios. Toda la faena
entre las dos rayas y entre olés rotundos que estremecen, como los que
atronaron en el final por luquecinas, más torería si cabe. Lástima que una
entera atravesada poco eficaz y la necesidad de varios golpes de verduguillo
privaran a Adame de una oreja merecidiísmia, premio a su toreo y a su
disposición. El segundo de su lote, sexto en el orden de lidia, de Barralva,
hizo honor a su encaste Atanasio en lo que a hechuras y presencia se refiere.
Toro alto, muy serio y ofensivo, cornidelantero, astifino, abierto de cara, un
auténtico tío, un toro al estilo español, de morfología completamente diferente
al toro mexicano, dominado por el encaste Llaguno. Frenado en los capotes, muy
deslucido, con la cara alta, rebrincado, sin entrega alguna, pasa sin pena ni
gloria por los primeros tercios. Se queda corto en la muleta, protesta, se
revuelve y puntea las telas. Trata de someterlo Adame, le baja la mano pero el
animal no responde. Saca a relucir toda su técnica y oficio y a base de temple
y calma logra sacar un par de series en redondo con cierta enjundia pero sin
demasiada transmisión ni emoción. Lo prueba por el pitón izquierdo pero el toro
se raja tras el primer intento al natural y ahí se acabó lo que se daba, no hay
más. Con acertado criterio corta la faena, toma la espada y lo pasaporta de habilidosa
entera para despedirse con una calurosa y cariñosa ovación de reconocimiento a
un hombre con una enorme dignidad que fue a torear en unas condiciones físicas
casi inhumanas, precioso y emocionante detalle de sensibilidad por parte de los
aficionados.
Tampoco contribuyó el lote de Sergio Flores a cambiar
el rumbo de la corrida, que apuntaba directamente al abismo del fracaso. El
tercero, de Los Encinos, lució buenas hechuras, serio, cornipaso, bonito
ejemplar, muy en tipo al encaste Llaguno. Lo recibe Flores a la verónica,
templadas, con gusto, pero el toro se queda corto, cabecea y echa las manos por
delante, sin emplearse. Y no mejoró en
la muleta. Lo intentó el de Apizaco por todas las vías posibles, algún muletazo
suelto tuvo cierto empaque pero al trasteo le faltó ritmo y continuidad por la
sosería y la falta de casta del animal, siempre a la defensiva, sin humillar,
soltando la cara en peligrosos tornillazos, como en un derrote que lanza a la
cara de Sergio y que literalmente le afeita la mejilla. No hay duda que la
Virgen de Guadalupe echó un capote salvador porque si le llega a coger la
cornada habría sido gravísima. Sin opción alguna se lo quita de en medio tras
dos estocadas defectuosas y descabello. El séptimo, de Campo Hermoso, era un
toro largo y serio, bien armado por delante, veleto, con movilidad en el capote
pero carente de clase y entrega, muy deslucido. En el tercio de varas se
produce el caos cuando el toro entra al caballo, pierde las manos en el
encuentro y queda bajo las patas del equino, haciendo que este se cayera y con
él el picador, que acaba estrellándose contra la barrera y que tuvo que ser
evacuado a la enfermería por el fortísimo impacto. Entre el caos y el desorden
el toro se acula en tablas, se defiende a arreones generando desconcierto y
peligro. A la muleta llega rajado, metido en tablas, tiene que sacarlo Flores a
los medios a base de tirones pero no se deja y vuelve a recular en tablas. Un
toro inlidiable a todas luces ante el que el mexicano toma la espada sin haberle
podido dar ni un muletazo en una decisión que alabo. Mata de algo más de media
contraria y atravesada al segundo encuentro y varios descabellos. Es despedido
con un respetuoso silencio ante la imposibilidad de triunfo alguno por las
evidentes escasas condiciones del toro.
En fin, que como estarán suponiendo por lo que les
llevo contado hasta ahora, la corrida de mayor expectación iba camino de convertirse en un petardazo
mayúsculo. El cuarto, primero que le correspondía a Roca Rey era un toro de
Villa Carmela acapachado de cuerna, abrochadito y agradable de cara que saltó
distraído y sin emplearse en el capote del peruano, echando las manos por
delante, deslucido, sin recorrido y en todo momento con la cara alta. Lo mejor
del limeño en este toro vino en un quite por chicuelinas ajustadísimas a manos
bajas que remató con una media preciosa. El inicio por estatuarios fue marca de
la casa, ceñidos, escalofriante alguno, bellísimo otro, como el pase por bajo
mirando al tendido, para hilarlo con el toreo en redondo. El de Villa Carmela
está a la defensiva, puntea las telas, no se emplea, además tiene poco
recorrido, para colmo se cuela por ambos pitones y la faena no llega a romper a
pesar de los intentos de Roca Rey por bajarle la mano e intentar someterlo. En resumen,
que el conjunto no acaba de romper y las esperanzas depositadas en el joven
peruano a quien casi todos los toros le sirven se va diluyendo como un
azucarillo. Mata de un bajonazo infame a la altura del costillar (difícil
comprender cómo se fue tan abajo) y un par de descabellos. Al huracán peruano
aún le quedaba el octavo y último de la tarde, las tres y media de la madrugada
hora española y, como suelo decir, mientras haya toro hay esperanza. No sé si
la Virgen pensó algo similar pero el caso es que en este último de la corrida
se obró el milagro. El de Jaral de Peñas
era un toro de 475 Kg ligerito de carnes, escurrido realmente, abierto de cara
y con dos buenas defensas. Máximo temple, máxima suavidad en las verónicas del
peruano, relajando la figura, desmayando los brazos, muy bajos, bellísima
estampa. En una de esas verónicas el toro se queda algo corto y en un alarde de
improvisación Roca Rey se echa el capote a la espalda y liga el toreo por
gaoneras que hacen rugir a La México en olés que hacen temblar a todo México
D.F. Como es habitual en el limeño deja muy crudos a sus toros en el caballo y
tras cambiarse el tercio ejecuta un quite formidable clavando las zapatillas en
la arena, con el compás abierto, por tafallera, gaoneras, revolera y larga
brionesa como remate. ¡Sensacional!. Los olés vuelven a hacer temblar a La
México, rotundos, secos, emoción a raudales. Brinda al público sabedor que
tenía enfrente un toro con movilidad y condiciones de las que le gustan para
poner a los aficionados en estado de ebullición. El inicio de faena es
explosivo, como él, de rodillas, pasándose al toro por la espalda, uno de
pecho, otro más cambiado por la espalda, otro de pecho, y la gente loca de
alegría. Primeras series en redondo de máxima suavidad, sin obligarle
demasiado, cuidando la altura y la velocidad del muletazo para que no se venga abajo ante su
falta de fuerzas. Extraordinario el temple de Roca Rey, sensacional la
colocación, todo muy lento y parsimonioso para acabar reunido y recetar una
magnífica serie de derechazos que despiertan una atronadora ovación. Por el
pitón izquierdo protesta, va rebrincado, le tiene que perder un pasito para
poder ligar los naturales pero aunque el nivel baja varios naturales tuvieron hondura y levantaron de nuevo los olés, pero era
evidente que por ahí no iba igual el de Jaral de Peñas. Vuelve al pitón derecho
y saca nuevas series muy templadas, cuidando la altura, poniéndole la muleta en
la cara, muy planchada, sin quitársela, ligando con una suavidad exquisita, alargando
el muletazo con una maestría suprema, dándole las pausas que precisaba para
recuperar el aliento, todo bajo un concepto puro y clásico del toreo. Faena
cada vez a más, con el público entregado, los olés retumban, Roca Rey
abandonado, cuajando muletazos cada vez más bajos, ligados con un ritmo
perfecto, emoción y entrega por todas partes, afición y matador. Abrocha la
faena por bernardinas de infarto en las que cambia la trayectoria en el último
segundo pasándose al toro a milímetros de la taleguilla, ajustadísimas, con
toda la plaza en pie al grito de “torero, torero”. Mata de un estoconazo
antológico marcando perfectamente los tiempos de la suerte suprema que revienta
al toro en tres segundos y la plaza entera se vuelve loca, júbilo, alboroto,
lluvia de almohadillas en señal de alegría desenfrenada, un mar de pañuelos
blancos y dos orejas inapelables que suponen la coronación de Andrés Roca como
Rey también en México, una de las últimas plazas que le quedaban por conquistar, en medio de un ambiente imposible de describir con
palabras y que es lo que hace grande al toreo: la emoción, la pasión y el
sentimiento.
Antonio Vallejo
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