Algo mejoró la cuarta de la Temporada Grande en lo
que a espectadores se refiere, 15.000 según la cifra oficial, un tercio del
aforo de La Monumental azteca, eso sí, todo concentrado en el numerado, el
general era un auténtico desierto. Lo resaltaban con preocupación los
comentaristas de la televisión en los instantes previos a la corrida, que la
única manera de salvar la Fiesta es llenando las plazas, y si no llenándolas
por lo menos presentando un aspecto digno. Pero algo es algo, se dobló la
asistencia respecto al pasado domingo, un rayito de esperanza.
Y el cartel contaba con muchos atractivos para atraer
a los aficionados a la plaza, y por qué no también al público en general.
Primero la ganadería, Xajay, encaste Llaguno, sangre Saltillo y Santa Coloma, de
postín en México, una de las que suelen ser del gusto de las figuras, toros con
clase y nobleza, si bien es cierto que en los últimos años adolecen de una
blandura que les ha puesto en el disparadero de la crítica. Seis toros para mi
gusto serios y en tipo, con trapío, destacando para mi el primero, un toro con
plaza, muy serio, alto, enmorrilado, muy buenas hechuras, vuelto de pitones,
tercero, muy serio y ofensivo, engatillado, preciosa lámina, armónico y
proporcionado, y cuarto, un castaño ojo de perdiz cornipaso muy bien hecho, que
en lo referente a comportamiento y juego resultó una corrida variada y digamos
que interesante en líneas generales , desde un sensacional y bravo tercero,
noble y con clase el primero, deslucido y peligroso el segundo, cierta calidad
pero falto de empuje el cuarto, soso, sin entregarse el quinto y colaborador el
sexto. Y segundo la terna, con Diego Urdiales, avalado por sus triunfos en
Bilbao y Madrid, un torero admirado y respetado en La México por su pureza y su
toreo de aromas añejos, Octavio García “El Payo”, figura de aquel país que sabe
bien lo que es triunfar en Insurgentes y que volvía tras su percance de hace
tres semanas en esa misma plaza en claro ejemplo de compromiso y
responsabilidad, y Sergio Flores, que recibió al finalizar el paseíllo el
trofeo que le acredita como triunfador de la pasada campaña. Ingredientes
suficientes para afrontar con ánimo e ilusión una nueva madrugada de toros
dominical.
El riojano Diego Urdiales dejó su impronta en La
México, su toreo puro y con verdad, toreo añejo, que evoca otros tiempos, toreo
caro que deja en el aficionado ese regusto difícil de olvidar, aromas y sabores
del toreo atemporal y eterno. Sembró de detalles sus faenas, con torería,
momentos de mucha intensidad que destaparon una de los pilares en los que se
basa el toreo, los sentimientos, pero faltó el otro pilar, la emoción, por la
falta de empuje y fuerzas de sus toros que no permitieron al de Arnedo mantener
el ritmo y la continuidad deseado en las faenas para llegar a romper. Detalles
con el capote tan solo en el cuarto, un
toro con muchos pies de salida, sin fijeza, al que Urdiales fijó en las rayas
del tercio, le echó los vuelos y le “enseñó” a embestir, con paciencia, con
temple, con torería también, para dibujar con un ramillete de verónicas con el
compás abierto cadenciosas, elegantes, desbordantes de clase para rematar con
una muy buena media. Ni el primero ni el quinto – toro que le correspondió
lidiar por la cogida de Payo en el segundo – sirvieron para el capote, cortos
de recorrido y sin emplearse, aunque la
brega del riojano en el quinto andándole hacia atrás, echando el capote
muy abajo, barriendo la arena, nos retrotrajo a otras épocas, al toreo de la
edad de oro, aromas olvidados que es una delicia rescatar. Algo similar a lo
que ocurrió en la muleta, destellos de toreo añejo, muletazos templados
cargados de sabor, fogonazos de arte, clase, pureza y verdad. Pero fueron eso,
detalles de maestro en los que los toros no colaboraron, la verdad. Así fue en
el primero, un toro noble y con cierta calidad pero al que le fallaban fuerzas,
al que Urdiales toreó con temple enorme, con exquisita suavidad, muy despacio,
perfecto de colocación, midiendo la distancia, administrando las pausas, series
cortas de dos o tres muletazos, al cuarto se venía abajo el de Xajay, todo
ejecutado con torería, algunos redondos profundos y con más largura, pero sin
ritmo ni continuidad, restando emoción a la buena labor del riojano que anduvo
claramente por encima de su oponente. El cuarto fue peor, gazapón, reservón,
sin recorrido, soltando la cara, que solo se dejó dar algún muletazo suelto por
el pitón derecho, y unos naturales sueltos con hondura, pero el toro no estaba
para florituras, peligroso, soltando arreones a diestro y siniestro. Para mi
gusto estuvo sensacional Urdiales, lidia a la antigua, echando la muleta abajo,
sometiendo al toro, un trincherazo sensacional emergió de la nada y levantó un
olé lleno de sentimiento - ¡cómo me gusta esa manera de entender el arte!. Era
la única manera de poder a ese toro y, repito, para mi lo hizo de manera
magistral. En cualquier caso, no defraudó a las expectativas por verle tras su
rotundo triunfo en el Otoño madrileño, estuvo en maestro, firme, reposado,
seguro y con una torería embriagadora. Lástima el borrón de la espada, mal
manejo en sus tres toros, pero todos los detalles que derramó sobre la arena de
Insurgentes fueron suficiente bagaje para la ovación final en reconocimiento a
su porte torero, merecida y justa a mi entender.
Octavio García “El Payo” se las vio con un segundo
suelto de salida, sin entrega, soltando la cara, corto de recorrido y con las
manos por delante, con una embestida descompuesta, rebrincado, manseando en el
caballo y en banderillas. Lo que son las cosas, brinda la muerte del toro al Dr
Rafael Vázquez, quién le intervino hace tres semanas en la misma plaza en la
corrida que abría la Temporada Grande, quien iba a decir que unos segundos
después volvería a estar en las manos del doctor. El toro no humillaba, tardo
en la muleta, le pega El Payo un par de muletazos de tanteo para someterle por
bajo, se perfila por el pitón derecho para tratar de instrumentar el toreo en
redondo y al primer viaje el de Xajay se
desentiende y lanza un derrote seco al pecho de El Payo que deja al hidrocálido
sin aliento y desorientado, lívido, descompuesto. Es trasladado a la enfermería
semiconsciente, transcurren unos minutos de dudas, desconcierto general, se
desconoce el alcance del percance, hasta que finalmente regresa al ruedo en medio
de una atronadora ovación pero con evidentes muestras de no estar en
condiciones de torear, el rostro desencajado, la mirada medio perdida, pero su
pundonor y su profesionalidad le impiden rendirse. Monta directamente la espada
y hace lo que debe, pasaportar al toro sin más probaturas. Pasa las de Caín
para poder enterrar el acero, el toro, crudo porque casi no se le castigó en el
caballo y no tuvo lidia, convertido en una alimaña a la defensiva soltaba la
cara en cada embroque, complicadísimo de matar, aún más en las condiciones en
las que se encontraba Payo, hasta que por fin consigue enterrar el estoque con
asombrosa habilidad. Lo que no entiendo, no me entra en la cabeza, son los
abucheos que tuvo que aguantar el de Querétaro al matar a este toro inlidiable
y peligroso, hace falta tener poca, nula, sensibilidad. ¿Qué querían que
hiciera?. Me imagino que los impresentables que le propinaron la bronca estarán
con las orejas gachas y el rabo, si lo tienen, entre las piernas una vez
conocido que Octavio García llevaba una cornada en la axila. Y con eso tuvo la
vergüenza torera de salir a matar al toro jugándose la vida. Sobran más
comentarios.
Como comenté al inicio Sergio Flores recibió el
trofeo al máximo triunfador de la pasada Temporada Grande y si no hubiera sido
por la espada hubiera puesto la primera piedra para optar a un nuevo galardón.
El tercero resultó deslucido en el capote, soltaba la cara y echaba las manos
por delante, el tlaxcalense le echó el capote abajo, le anduvo hacia atrás para
llevárselo a los medios, buena lidia, fijando y sometiendo al toro. El toro no
se emplea en le caballo, se deja pegar sin más, corta en banderillas y presenta
complicaciones, pese a lo cual Fernando García protagoniza un excelente tercio
de banderillas dejando los garapullos con pureza, de poder a poder, cuadrando
en la cara, gran ovación a la que respondió desmonterado. No parecía que en la
muleta fuera a cambiar, con escaso recorrido, aunque en los primeros muletazos
embistió con nobleza y cierta clase. Extraordinario Sergio Flores, que vio y
entendió el fondo que guardaba el de Xajay. Adelantó la muleta, se la puso en
la cara y comenzó a componer una faena de mando y temple que rompió en la
segunda tanda por el pitón derecho, bajando la mano, muletazos largos, temple y ligazón,
sensacional toreo en redondo a un toro que responde, pronto, humilla y repite,
series con emoción y enorme belleza que levantaron los olés de los tendidos.
Toda la faena transcurre por ese pitón derecho, el toro por ahí va largo, humilla,
persigue los vuelos con codicia, repite, Flores torea encajado, metiendo los
riñones, entregado, mucho temple y calidad, muletazos profundos repletos de
gusto. Por el pitón izquierdo lo probó Flores pero el toro no tenía ni un pase,
no se dejó, sin recorrido, con la cara siempre arriba, algo que sumado a una
entera algo contraria y la necesidad de dos golpes de verduguillo impidieron
que cortara una oreja que yo creo que hubiera caído de haber matado a la
primera. Al sexto lo recibió estirándose a la verónica, desmayando los brazos,
acompañando el lance con la cintura, ramillete con mucha belleza rematado con
una media superior que puso en pie a La México. Tercio de varas deslucido, sin
entrega, dormido en el peto, dejándose pegar, lo contrario que el tercio de
banderillas, vibrante y emocionante, con Gustavo Campos y Fernando García
cuajando los pares, dejándose ver, llegando a la cara del toro, cuadrando entre
los pitones, asomándose al balcón para dejar los palos reunidos, y el toro
acude con prontitud y movilidad. Enorme ovación con los dos toreros de plata
desmonterados en las rayas del tercio. Brinda Flores al público para iniciar la
faena con mucha torería, andándole al toro hacia los medios, precioso el
trincherazo, sublime por largo y despacioso el cambio de mano, todo con
naturalidad y relajado. Compone las primeras series en redondo adelantando la
muleta, poniéndosela planchada en la cara, llevándolo muy tapado, muy toreado,
con temple magistral, tirando del toro para alargar el muletazo, ligando por bajo, olés a cada pase,
ovación desenfrenada tras rematar con uno de pecho monumental. Por el pitón
izquierdo le costaba más al de Xajay, pero a Sergio Flores se le veía seguro y
a base de temple instrumentó un par de naturales con hondura y un farol que
hilvanó con un pase de pecho de pitón a rabo majestuoso. Fue una pena que el
toro se viniera a menos tras esas primeras tandas, algo que no fue obstáculo
para que el tlaxcalense cambiara el registro y sacara cuanto le quedada al
toro. Aguantó parones y miradas sacando a relucir todo su valor, se llevó la
muleta a la cadera, retrasada y desde ahí ligó los muletazos, alargando el
viaje, un arrimón de verdad, exprimiendo cada embestida, lección de entrega y
compromiso, de querer y de poder, culminando con unas manoletinas ajustadas que
cortaron la respiración de más de alguno y que tuvieron como remate final un
adorno por bajo garboso y muy torero que puso levantó a los aficionados en gran
ovación. Mató de pinchazo y estoconazo arriba volcándose sobre el morrillo para
así cortar una oreja de ley que premió su importante actuación este pasado
domingo.
Antonio Vallejo
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