viernes, 11 de octubre de 2019

Zaragoza, Feria de El Pilar: Lo de Adolfo Martín, Juan Pedro, Escribano, Ponce, Lorenzo... y sobraba el palco


La última gran feria del año está en marcha. Zaragoza, la Feria de El Pilar, la que cada año nos anuncia que el adiós a la temporada tras el Otoño madrileño y el San Miguel sevillano. Me hubiera encantado poder ir a la preciosa plaza zaragozana para disfrutar en vivo con una afición que es como su coso, de primera, pero las obligaciones son las que son y no se pueden eludir. Por fortuna tenemos a Canal Toros que a lo largo del año ha traído en directo hasta nuestras casas todas las grandes ferias del año, y Zaragoza no podía faltar.
Dos han sido las corridas que he visto, la de Adolfo Martín lidiada el miércoles por Alberto Álvarez, Manuel Escribano y Daniel Luque y la de Juan Pedro Domecq lidiada ayer jueves por Enrique Ponce, Cayetano y Álvaro Lorenzo. En ambas se han visto muchas cosas, ha habido toros y faenas sensacionales, emoción, sentimiento, riesgo, complicaciones, el público ha estado a una altura acorde a la categoría que merece la plaza y la feria pero en medio de todo esto que es el toreo de verdad se han colado dos personajes accesorios, dos don nadie que se han visto ahí arriba, dos calientapalcos que han buscado su minuto de fama. ¡Pues vaya fama se han labrado!.
Vamos primero con lo bueno y lo importante, con los auténticos protagonistas de la Fiesta, los toros y los toreros. La de Juan Pedro Domecq me ha parecido una corrida magnífica, tanto por hechuras, tipo, presencia y seriedad como por su comportamiento y su juego. Una corrida marcada por la nobleza y la clase que seguro que con algo más de fuerzas y un pelín más de empuje en alguno de los toros habría sido de auténtico escándalo. Si atendemos al balance final de trofeos se cortaron tres orejas, pero bien podían haber sido cinco, al menos por la petición de los aficionados, pero, aún siéndolo, eso no es lo más importante. Enrique Ponce, Cayetano y Álvaro Lorenzo sublimaron el arte y la torería, además de un derroche de entrega, técnica y sapiencia. El que tuvo peor suerte con su lote fue Cayetano, que no encontró acople ni ritmo ante el segundo, un toro enclasado, que humillaba, al que hacía que llevarle por bajo porque esa era su condición, que quería repetir, con fijeza, pero que llevaba el depósito muy justo. Poco empuje y justas fuerzas, duró poco, una pena porque llevaba mucha calidad en la sangre. Algo parecido le ocurrió ante el quinto, noble, pronto y bravo, siempre por bajo, pero las fuerzas no le sobraban en demasía. Ante este quinto dejó Cayetano excelentes muletazos sueltos por ambos pitones, tandas cortas porque era lo que aguantaba, y cuando se paró, demasiado pronto, sacó su raza y atacó al toro, en las cercanías, metido entre los pitones, de rodillas, robando los muletazos para rematar con un desplante también de rodillas que enardeció a los aficionados. Fue despedido con una fuerte ovación en reconocimiento a su entrega y su raza, además de haber dejado trazos aislados de gran toreo. Álvaro Lorenzo, por su parte, demostró la dimensión que su toreo ha alcanzado esta temporada. Firme, seguro, reposado, con pasmosa facilidad en la cara del toro, natural, temple y armonía en cada cosa que hace. Creo que la faena de ayer al tercero ha sido la culminación de una excelente temporada del toledano. Un toro que blandeó mucho de salida, se le protestó y todo indicaba que podía ser devuelto. Un toro de embestida descompuesta, con la cara alta, un tanto a la defensiva en el capote y en banderillas, que sin embargo en el caballo empujó metiendo los riñones con una clase brutal y al que Lorenzo mantuvo en el ruedo con gran acierto. Muestra evidente del conocimiento de este matador que vio lo que llevaba dentro y lo que había por sacar en la muleta. A base de consentirlo, de aguantar con estoicidad y mucho valor las primeras acometidas del juampedro, pudo ahormarlo, templar sus arreones y meterlo de manera mágica y magistral en la muleta. Cuajó un par de tandas sublimes por ambos pitones, temple y mano baja, ligazón y recorrido, maravillosas, todo hecho con suavidad y elegancia, una delicia, para terminar poniendo a mil a los tendidos con unas bernardinas arrebatadoras, citando con la muleta plegada a la espalda, abriéndola en el último instante, de infarto, además de unas luquecinas con las zapatillas clavadas en la Rena, sin moverse ni rectificar un milímetro. Una estocada monumental hace rodar al juampedro sin puntilla. Oreja, muy fuerte, casi unánime, petición de la segunda que el del palco no concede. Lugo iremos con ello. Enrique Ponce, ¡ay Enrique, el más grande!. Que puedo añadir que no haya dicho ya de este maestro de maestros, de este toreo inmortal. Ayer, una vez más, dio una nueva lección magistral de técnica, sabiduría, temple y torería. Contó con la colaboración de os toros de Juan Pedro Domecq, primero y cuarto, que eran un escándalo de clase y nobleza. Desde que saltaron al ruedo, recogiéndolos en el capote, primero mostrándoles los vuelos, encelándolos, fijándolos con una maestría sublime para luego torear a la verónica con una armonía y un ritmo celestial, hasta las faenas de muleta, abandonado, desmayado, enroscándose a los toros, derechazos profundos, muy por bajo, erguido, elegante, los brazos lacios, acariciando a cada pase unos pitones que llevaba cosidos a la muleta, naturales con hondura, citando con ese abaniqueo que el maestro ha recogido de su inventor, Javier Conde, y que ha popularizado en las últimas temporadas, de ensueño, las poncinas finales al primero y los ayudados por bajo, genuflexo, al cuarto hasta dos estocadas rotundas que hicieron rodar a ambos juampedros sin puntilla, en todo, absolutamente en todo, Ponce derrochó saber, conocimiento, gusto y arte a raudales. Entendió a sus toros a la perfección, en cada momento les dio la altura y el ritmo que precisaban, les cuidó la altura y la velocidad, temple de otra dimensión, todo suave, todo mimo, todo cariño para ese animal tan bello que es el toro bravo. Ayer Enrique soñó el toreo, disfrutó, se abandonó y con él los hicimos cuantos le vimos torear, en la plaza o por televisión. Una auténtica delicia, una más, la penúltima de las muchísimas que aún nos quedan por disfrutar. Una oreja con el primero y otra con el cuarto, que debieron ser dos porque la faena lo merecía, la estocada también, una media en todo lo alto que fulminó en unos cinco segundos al toro, y que el público, de manera casi unánime, pidió con sus pañuelos y un estruendo cada vez mayor. Pero al del palco no le debió parecer que todo ello merecía una segunda oreja y así la puerta grande para Ponce. Luego  vamos con esto.
Eso fue ayer, pero nada comparado con lo del miércoles en la corrida de Adolfo Martín, concretamente en el quinto de la tarde, estoqueado por Manuel Escribano. Una corrida desigual de hechuras y de presencia, así como de juego, con las complicaciones propias del encaste, con humillación pero sin acabar de entregarse y romper, salvo el quinto, un gran toro, más primero y segundo que prestaron opciones. El zaragozano Alberto Álvarez tuvo en el primero un toro que, aunque se iba algo por dentro, metía la cara y repetía embistiendo con nobleza y emoción. Le costó acoplarse y lo mejor vino al final de faena en los medios, más encajado y reunido. Mató de media y la petición minoritaria dejó todo en ovación. Ante el cuarto no acabó de encontrar el sitio ni la distancia, algo fuera, desajustado, lo intentó pero la faena no acabó de tomar vuelo. Aquí es donde se nota la falta de tardes, en toros como ese cuarto que sin ser un gran toro sí que era relativamente manejable pero al que había que hacerle todo bien y por bajo. Daniel Luque es otro de los que está, como dije antes de Álvaro Lorenzo, en un extraordinario momento. Entendió perfectamente a su toros y les exprimió hasta límites insospechados. A ambos les costaba humillar, se quedaban cortos y se revolvían de la manera que lo hacen los albaserradas, sin dejar un segundo d respiro. Firme y valiente el de Gerena, les puso la muleta, tragó lo suyo en el tercero y le consintió al sexto, pero acabó dibujando muletazos de excelente trazo, sacando petróleo de donde parecía que no había nada. Muy buena tarde de Luque, no vistosa pero de mucho valor para el aficionado, firme y seguro. Manuel Escribano, otro de Gerena, no anduvo fino en su primero, ni siquiera con los palitroques, ante un toro que se empleó en el caballo y que mostró sus mejores cualidades por el pitón derecho. Faena sin ritmo, discontinua, sin acople y, curiosamente, basada en el pitón izquierdo, aparentemente el de menos posibilidades. Otra cosa fue con el quinto, al que recibió a porta gayola, algo habitual en él, con una larga cambiada electrizante y unntoreo d capote arrebatado que puso en pie a los tendidos. Siguiendo con sus costumbres tomó los palos y dejó dos pares de fuera a dentro con pureza con el toro apretando. Pero donde puso a la plaza en pie fue con el tercer par, al violín y muy cerrado en tablas, de enorme riesgo ante un toro tan exigente como era ese quinto de Adolfo Martín. Fue a por todas en la muleta, inicio con cambiados por la espalda a los que el toro respondía con prontitud, movilidad y mucho brío. Esas misma cualidades, además de fijeza y repetición, regaló en la primera tanda en redondo, sensacional, poderosa, con recorrido, ligando con la mano baja, para rematar con uno d pecho soberbio. Las siguientes tandas por ese pitón no fueron iguales, desenterró su sangre y su carácter y repuso, obligaba a hacerle perder un o dos pasitos al sevillano pero en todo momento le plantó cara y pudo al adolfo. Idéntica situación vi por el pitón izquierdo, la primera tanda portentosa, honda, muy por abajo, extraordinaria ligazón, pero no tragó más. Exigente como por el otro pitón, sin permitir lo mínimo, y Escribano firme y poderoso, pleno de entrega. Mató de una grandísima estocada y el toro cayó fulminado. ¿Qué pasó? Pues lo único que podía pasar, que los tendidos se convirtieron en un mar de pañuelo pidiendo una oreja de ley. Pero hete aquí que en el palco reposaba sus orondas posaderas una tipa de nombre Carolina y de la que no sé ni quiero saber más, ni apellidos, ni dedicación, ni nada, a la que no le dio la gana conceder una oreja yendo en contar del reglamento taurino que lo deja bien claro, la primera oreja es potestad del público, otra cosa es la segunda, que tiene matices. Esta tipa no debe volver a pisar el palco de Zaragoza ni ningún otro por mala presidenta, pésima aficionada y, con su actitud chulesca y burlona abandonado el palco entre risas y casi carcajadas, muy mala persona. Quien incumple una ley o una norma debe pagarlo, y en los toros tenemos que tragar en todas plazas personajillos de segunda que buscan un protagonismo que no tienen a los que sus bromas y caprichos les salen gratis. Lo de esta Carolina fue gravísimo porque un día va a haber un problema serio de orden público, el miércoles los ánimos estaban más que calientes y por poco se arma un lío gordo, y las consecuencias pueden ser muy desagradables. Sin ser quizás tan grave como incumplir el reglamento al no conceder una oreja que el público pidió  por unanimidad, también lo es lo del presidente de ayer, José de nombre, el resto ni lo sé ni me importa, que negó la segunda oreja a Enrique Ponce, para mi y para los diez mil aficionados que llenaban las localidades del coso de Misericordia era totalmente justa y merecida por su faena redonda y llena de torería además de una gran estocada. Pero aquí si que hay un matiz, que la concesión de la segunda oreja depende del criterio del palco, en el que, además del presidente, hay un asesor taurino y otro veterinario que creo que cobrarán por algo, digo yo. Pues bien, esos dos señores bien podían haberle dicho al tal José que la segunda oreja era de ley, y este haberla concedido ante la abrumadora petición del público, que al fin y al cabo es quien manda, porque si no paga y va a la plaza se acabó lo que se daba. Pero él consideró que a lo mejor la faena no era para tanto, puede ser, o creyó que la estaca, aunque fulminante y en el sitio, no fuera entera, posiblemente se agarre a eso, lo que respeto pero para nada comparto. Cuando diez mil van en un sentido y uno en el contrario, ¿quien creen ustedes que tiene más razón?. Es más, además de cerrazón - no es necesario tanto para demostrarle que es baturro - el tal José demostró que de aficionado no tiene ni un átomo, y de sensibilidad aún menos, aunque con el reglamento en la mano respalde su postura. Tras la muerte del cuarto había que ver y escuchar a Enrique Ponce en le callejón, con un cabreo de mil demonios, diciendo que ese había que pararlo, que no se podía aguantar un día más. Y también ver a Daniel Luque en un burladero del callejón haciendo gestos y gritando al palco que eran dos orejas, tan cabreado como el maestro Ponce.  
En definitiva, que mucho bueno hubo y muchas emociones he vivido estas dos tardes de la Feria de El Pilar que he visto, buenos toros, buenos toreros pero ha sobrado el palco. Aunque bien pensado, si en una país en el que los tribunales, hasta el que se autoproclama supremo, se dedican a dictar sentencias que permiten la violación de recintos sagrados, la profanación de tumbas en una Basílica, la destrucción de  la libertad religiosa y la libertad para que una familia española pueda decidir dónde quiere que su abuelo descanse en paz, ¿que vamos a esperar de los que tan solo violan el reglamento taurino?. 
Barra libre, señores.

Antonio Vallejo

lunes, 7 de octubre de 2019

El vacío de un triste adiós otoñal


El otoño suena siempre a melancolía, al adiós a un verano sinónimo de luz, color y alegría, acortan los días, caen la hojas, vientos que anuncian la pronta llegada del duro invierno. Y para los taurinos el otoño significa el adiós a la temporada, la que vimos alumbrar con alegría allá por febrero y que pronto echará el telón. Tiempo de melancolía. Ese telón se ha echado esta tarde en el cierre de la feria de otoño, antesala del fin de la temporada en la plaza madrileña que será definitivo el próximo fin de semana con la corrida del 12 de octubre y la novillada final del certamen Camino hacia Las Ventas. Por delante el vacío hasta que allá por marzo del próximo año se abran de nuevo las puertas y la nueva primavera llene de luz e ilusión el alma taurina.
No ha sido el adiós deseado para esta Feria de Otoño, ni de lejos, más aún después de la intensidad de emociones y pasión que vivimos ayer con Antonio Ferrera. Decepcionante, deprimente, horrible sin paliativos el juego de los toros de Adolfo Martín, vacíos, sin fondo, sin nada dentro, ni bravura, ni raza, ni casta, ni fuerzas, ni tan siquiera una presencia y unas hechuras para enamorar, nada. Tan solo Curro Díaz ha podido aprovechar el buen pitón izquierdo del cuarto para tejer naturales hondos y ligados repletos de gusto y clase y Manuel Escribano ha demostrado una vergüenza torera y una entrega sin límites ante el complicado y peligrosísimo tercero, mientras que López Chaves no ha tenido opción alguna ante un lote imposible. Una corrida deslucida que ha dejado vacía el alma de los aficionados, ayer desbordante de alegría y felicidad, hoy triste como el otoño, como el adiós.
Exagerado el primero en su arbolada, descomunal amplitud de pitones, cornipaso, para mi gusto desproporcionado respecto a su caja y cara. No ha ido mal en el capote, humillaba y repetía en las verónicas de saludo enclasadas de Curro Díaz, ni ha hecho mala pelea en el caballo, tres puyazos en los que acudió al peto con buen tranco y en los que metió la cara abajo, incluso en banderillas ha permitid a Juan Carlos García colocar dos buenos pares, con oficio, pero su justeza de fuerzas le ha hecho llegara vacío a la muleta. Tenía fijeza, humillaba y mostraba clase, pero no pasaba, se quedaba corto, debajo de las telas y su carencia de energía le llevaba a reponer y defenderse con peligro, además de desarrollar sentido por el pitón izquierdo. Firme y seguro el jienense plantándole la muleta para tratar de conducir las embestidas con suavidad pero la falta de transmisión del adolfo impidió que la faena tomara vuelo. El cuarto toma con buen son el capote que le ofrece Curro, verónicas templadas, alguna de mucho empaque, repite pero lleva la cara arriba y le cuesta humillar. Sensacional el quite de López Chaves por delantales, cargado de sabor, para rematar con una media preciosa. Toro de un solo pitón, el izquierdo, por el que Curro Díaz nos dejó lo mejor de toda la tarde. Naturales  templados y con hondura, mucha torería, bajando la mano y con el Adolfo humillando y repitiendo, aunque manteniendo ese carácter que le da su sangre Albaserrada, exigente, obligando a Díaz a perder medio pasito entre muletazo y muletazo para colocarse, gran capacidad y técnica así como sobrado conocimiento de este encaste, de su exigencia y sus complicaciones, por parte del de Linares. Además de eso gustosos los remates por bajo, trincherazos y pases de la firma con aires del sur con los que trató de llenar, aunque fuera un poquito, el vacío de la tarde. Pinchazo y entera al segundo encuentro que le valen a Curro Díaz una fuerte ovación recogida desde el tercio a la que hay que sumar la tributada al de Adolfo Martín en el arrastre.
Manuel Escribano también ha contribuido, y mucho, a intentar llenar el vacío de la tarde a base de integra, compromiso, verdad y una vergüenza torera que un personaje deleznable llamado Gonzalo J. de la Villa Parro - ¡otra vez este tipejo oKupa del palco! - no ha sabido ver por su vacío de conocimientos taurinos y su vació de afición. No puede volver ni un día más al palco, es un cáncer para la Fiesta y un peligro público, por mucho comisario d policía que sea. Vomitiva su actitud chulesca en el palco y la manera en que ha maltratado a un hombre que se ha jugado la vida a cara de perro ante un toro que era un alimaña. Se fue a recibir al tercero a porta gayola, sale mirando el Adolfo, parado, despistado, se fija en el sevillano, va hacia él y cuando llega a su terreno se frena, le busca y hace por él. Susto de los gordos,  afortunadamente sin herirle. No se inmuta Escribano, se incorpora y le enseña el capote. El toro se vuelve a frenar, luego acomete, a veces humilla, a veces suelta la cara, parece que repite pero es más violencia que clase, repone y se revuelve con sentido y peligro. Esas complicaciones han seguido en banderillas, esperando a Escribano que, atendiendo a su costumbre, pone los pares a sus toros. En el primer par, de fuera a dentro, el toro le pone la punta del pitón en el muslo después de esperarle y medir para soltar un derrote seco, se libra de milagro Manuel. Igual tónica en los dos siguientes pares, de fuera adentro y con mucho riesgo y más peligro, mascándose la tragedia. Pues al del palco no le ha debido parecer suficiente y le ha obligado a pasar el trance de nuevo porque solo había tres palos sobre el lomo del toro, a pesar que el matador había pedido el cambio de tercio. A ver si te enteras, Gonzalito, que el reglamento dice que cuando es el propio matador quien pone las banderillas ¡PUEDE PEDIR EL CAMBIO DE TERCIO EN CUALQUIER MOMENTO!. Que lo de los cuatro palos colocados es cuando banderillea la cuadrilla, pedazo ignorante. Y que la Fiesta tenga que estar en manos de tipos como este, hay que jod...fastidiarse. La historia en la muleta estaba claro que solo podía ser la que fue, un toro peligrosísimo, orientado, sin recorrido, reponiendo, buscando siempre la carne, soltando arreones y tornillazos constantemente. Lleno de entrega y valor Escribano, pasando las de Caín pero sin renunciar a ponerle la muleta y tratar de llevarlo toreado, llegando incluso a sacar algunos redondos templados y ligados, tapándole la cara al toro, que no me explico cómo ha sido capaz de hacerlo. Una entera trasera y tendida pasaporta a la alimaña.También se va a porta gayola a recibir al veleto sexto con una larga cambiada, ¿se puede pedir más compromiso?. El de Adolfo se frena en el capote, parece que humilla pero no embiste con claridad, lo lidia sensacionalmente andándole hacia atrás y echando el capote abajo para sacarlo a los medios, magnífico. Como hizo ante el tercero también toma los palos y ejecuta el tercio de banderillas con dos pares de fuera a dentro colocados con limpieza y un tercer par cerrado en tablas, al quiebro y al violín, con mucho riesgo, que pone a la plaza en pie. En la muleta no sirvió para nada, sin recorrido, sin empuje, sin entrega, desplazándose a trote cochinero, soso y deslucido, sin decir nada, en definitiva, vacío. Lo intentó Escribano, le puso la muleta pero se encontró con una animal imposible para el lucimiento.
Se protestó al segundo por su falta de remate aunque presentaba dos puñales por pitones, engatillado y astifino, con seriedad, pero la tablilla marcaba 482 Kg. Por si faltaba algo pierde las manos desde los primeros compases y las protestas crecen, pero en un tono más que razonable para lo que estábamos viendo. De nuevo tengo que destacar en la tarde de hoy el comportamiento de todo el público, que ha tenido motivos más que de sobra para protestar e incluso montar la marimorena pero que  ha mantenido la compostura y ha demostrado una paciencia sorprendente para bien. Toro que ha pasado sin pena ni gloria por el caballo y banderillas y que ha llegado a la muleta como era de espera, vacío, sin una gota de gasolina en su motor. Hay que decir que apuntaba clase y humillaba, debía tener algo escondido muy en su fondo, pero su falta de fuerzas y empuje condicionó todo.  Faena muy deslucida y carente de emoción, mucha técnica y suavidad de López Chaves, temple y calidad en le manejo de la franela pero sin poder conectar con los tendidos, absolutamente imposible, como también lo fue el manso quinto. Un toro con mucho volumen para lo que suele ser este encaste, marcó 592 kg, que se asomó a la puerta de toriles, miró, se dio la vuelta y tomó el camino de regreso, así hasta tres veces. Un manso en toda regla al que López Chaves tuvo que ir a buscar a la misma puerta de toriles. Alí le provocó las acometidas y primero apretándole hacia dentro para posteriormente sacarlo a los medios andándole hacia atrás y echando el capote abajo para someterlo nos brindó una lidia extraordinaria y bellísima, repleta de emoción y que puso a la plaza en pie. Y por más hubo, salvo dos sensacionales pares de José Chacón, haciéndolo todo, exponiendo una barbaridad, porque la faena de muleta no tuvo historia. Muy deslucido, corto de recorrido, soso, embistiendo a media altura, sin gracia alguna ante un Lopez Chaves pulcro, técnico y aseado que condujo al adolfo con temple y suavidad pero sin poder tomar vuelo en ningún momento ni generar emoción aunque lo intentó de todas las maneras. Voluntad y disposición a raudales sin recompensa posible.
Una tarde que intentaron llenar Díaz, Escribano y López Chaves con su valor y su entrega en una misión imposible ante el inmenso vacío de los toros de Adolfo Martín en un triste adiós otoñal. Si ayer fue la tarde soñada por cualquier aficionado la de hoy ha sido la que nunca deseamos para despedir  una temporada que ya agoniza.

Antonio Vallejo 

domingo, 6 de octubre de 2019

Antología de la torería, apoteosis de Antonio Ferrera


No sé si la de hoy es la tarde que todos soñamos cada día que vamos a los toros, pero si no lo es se ha quedado muy cerca. Una tarde plena, redonda, de principio a fin, en todos los aspectos, en la lidia, en el capote, en varas, en banderillas y en la muleta. Tan solo la espada se ha atravesado para que a estas horas estuviéramos hablando de una tarde y de un triunfo de una magnitud histórica. Han sido dos orejas, una al quinto y otra al sexto,  bien podían  haber sido cinco, una al segundo, otra al cuarto y la segunda del sexto si el maestro Ferrera hubiera tenido más fortuna con los aceros. Pero los números, como siempre he dicho, no son nada más que datos fríos y quien al hablar de esta tarde se guíe por eso es que una de dos, o no ha estado en Las Ventas o si ha estado no sabe apreciar y degustar la exquisitez de todo cuanto hemos vivido esta tarde. Un aluvión de sensaciones, de sentimientos, de emociones y de pasión desbordada que ha culminado en el último de la tarde con una plaza puesta en pie y rendida a un maestro, Antonio Ferrera, que ha rubricado en oro la obra cumbre de su carrera. Dos orejas sin discusión alguna para un hombre que ha superado con matrícula de honor cum laude la durísima prueba de enfrentarse en solitario a seis toros de diferentes ganaderías gracias a un sentido y un dominio de la lidia supremo, a una variedad de suertes con el capote inimaginable y a un manejo de la muleta magistral, todo embebido de gusto, sabor y aromas a toreo eterno, todo envuelto en un halo de clase, reposo y elegancia, en definitiva, una auténtica antología de TORERÍA que ha emanado por cada uno de los poros de la piel del maestro Ferrera y que ha inundado Las Ventas con la grandeza y la magia del Arte inmortal.
Quisiera también destacar algo que me parece fundamental. He comentado que la tarde ha sido rotunda de principio a fin gracias a la cantidad de recursos y a la inmensa técnica, conocimiento del toro y dominio de los terrenos que tiene Ferrera, pero también gracias a que junto a él se ha reunido un plantel de toreros de plata que han sido un auténtico lujo y que han contribuido mucho a que la corrida resultara tan apasionante sin que la intensidad decayera ni un momento. Atentos a los nombres: Ángel Otero, Domingo Siro, Antonio Vázquez, José Chacón, José Antonio Carretero, Julio López, José Manuel Montoliú, Javier Valdeoro y Fernando Sánchez, además de los picadores Carlos Prieto, Manuel Cid, Antonio Prieto, Pedro Prieto, Miguel Angel Muñoz y José María González. Todos, absolutamente todos han estado soberbios, en la brega y/o en banderillas, pero tengo que hacer una vez más mención a ese torero fuera de serie que es Fernando Sánchez y que hoy ha estado aún más majestuoso si cabe con los garapullos. El solito ha sido capaz de poner patas arriba a todos los tendidos con dos pares soberanos al tercero y sexto, ha desencadenado un tsunami de locura, un delirio incontrolable por su manera de andar a la cara del toro, por dejarse ver y llegar hasta terrenos comprometidísimos, por cuadrar en la misma cara, por asomarse al balcón, por dejar los palos reunido y por salir de la suerte con una torería inigualable. ¡Ole los toreros buenos!.
Y si he alabado y destacado la figura del maestro y a los toreros de plata, también hay que ser justo y hacer lo propio con el principal personaje de todo esto y sin el cual nada existiría, el toro. Seis toros de cinco ganaderías diferentes, Alcurrucén, Parladé, Adolfo Martín, Victoriano del Río y Domingo Hernández que a mi modo de ver han estado muy bien presentados, cada uno en su tipo, pero todos serios, con hechuras y trapío más que de sobra para Madrid y con un juego más que notable puesto que cuatro de ellos han sido de oreja, destacando por encima de todos el sexto, que era claramente de dos orejas, un toro magnífico de Victoriano del Río fuertemente ovacionado en el arrastre, el Adolfo mostró el genio y las complicaciones propias de su encaste Albaserrada y tan solo el de Alcurrucén anduvo muy por debajo del nivel general. 
En definitiva, tres patas de la mesa del toreo en la que se ha servido el exquisito manjar de esta tarde de sábado, toros, matador y cuadrillas, han brillado con altura. Solo faltaba que la cuarta pata, los aficionados, estuvieran a la misma altura para que la mesa no cojeara por ningún lado y no se desperdiciara ni una gota de las delicias que hemos podido saborear a  lo largo de un festín inolvidable. Y así ha sido, la afición, al igual que comenté ayer, ha estado a la altura. TODA la afición, hasta el sector más crítico y ruidoso ha mantenido un comportamiento ejemplar, sin un solo grito a destiempo, respetuosos y educado, vibrando con cada lance, cada suerte o cada pase que surgía lleno de emoción. Hoy la transmisión se ha vivido no solo del ruedo a los tendidos, sino que ha sido recíproca, los tendidos creo que han transmitido sus ganas de disfrutar con la riqueza del toreo que estaban contemplando, sin querer perderse ni un detalle, deseosos de un triunfo que a la postre ha sido el colofón perfecto para brindar en esa mesa por esta bendita gloria que es el toreo. Ha sido un placer sentir a la  plaza entregada como ha estado hoy, contribuyendo a que todo lo mágico y maravilloso que sucedía en el ruedo cobrara una dimensión infinita con los olés nacidos del alma, con las ovaciones valorando todo lo bueno y tratando de reconfortar al maestro cuando, por ejemplo, la espada le ha jugado una mala pasada y le ha privado de un triunfo aún mayor en lo numérico. Hoy, sin duda, Las Ventas, mi plaza, ha dejado claro por qué es la primera plaza del mundo. Ojalá este sea siempre el camino.
Un camino que arrancaba a eso de las seis y ocho minutos con una atronadora ovación con los tendidos en pie y que Antonio Ferrera recogió  desde los medios segundos antes de ver como saltaba el primero, de Alcurrucén, serio y engatillado, suelto de salida, con poca fijeza, distraído, algo común ene este encaste Núñez. Primeros compases y primeros momentos de intensa emoción cuando lo fija en el capote por bajo, andándole hacia tras para llevarlo hacia las afueras, lidiando con maestría, por bajo, torería pura, la misma que aplicó al llevarlo al caballo por chicuelinas en el segundo puyazo, una delicia. No se emplea en varas y en banderillas se agarra al piso, complicando mucho la labor a Siro y Vázquez. No mejoraron sus condiciones en la muleta, deslucido, sin recorrido ni empuje, falto de clase y bravura. Lección de técnica y suavidad de Ferrera al llevarlo con mucha suavidad y temple en la muleta, pero el toro se defiende, suelta la cara con brusquedad y no tiene recorrido, quedándose debajo, sin acabar de pasar. Trató de llevarlo a base de técnica pero resultaba imposible. Con buen criterio abrevió con un macheteo por bajo a la antigua y lo despachó con una casi media estocada en muy buen sitio que resultó eficaz. Escuchó palmas cariñosas.
Otra historia fue el segundo, de Parladé, un toro alto, muy serio y astifino, enseñando las puntas que salió sin demasiada fijeza y con la cara alta. Maestría en la lidia por parte de Ferrera dejando las primeras muestras del  recital capotero que estar por llegar en un quite vistosísimo por caleserinas, chiquilina y una media desmayada que fue un auténtico cartel de toros. Antes el toro había empujado con celo en el peto metiendo los riñones en dos puyazos bien agarrados arriba, delanteros y con perfecta medida del castigo por parte de Manuel Cid. En banderillas lucieron sus magníficas dotes José Antonio Carretero y Julio López que completaron un muy buen tercio, con pureza y facilidad. Los primeros compases de la faena rezumaban torería por los cuatro costados, dos naturales por bajo, un tirncherazo y uno de Pacho cargados de sabor. Por el derecho llevó al Parladé con suavidad, cuidando la altura, muy templado, tirando del toro que se quedaba algo corto pero que respondía con nobleza aunque su falta de empuje restara algo de emoción. Le consintió Ferrera, todo lo hizo a favor del toro y así logró exprimir lo que llevaba dentro el toro a base de una técnica y una inteligencia portentosa, la muleta en la cadera para engancharlo más atrás y así alargar el viaje. Poco a poco lo metió en la canasta  esa corta pero noble embestida que tuvo emoción por lo ceñidos de los muletazos y los terrenos que pisó Ferrera, en las cercanías, metido entre los pitones, toreando sin la ayuda por ambos pitones logrando arrancar muletazos con hondura y profundidad que arrancaron primero los olés y posteriormente pusieron a los aficionados de sus asientos. Mucha verdad y sinceridad de Ferrera que acabó toreando a placer pasándose al toro enroscado a la cintura ante unos aficionados atónitos que enloquecían a cada muletazo. Dos pinchazos previos a una entera privaron al balear-extremeño de la que parecía iba a ser la primera oreja de la tarde.
El tercero lucía la divisa de Adolfo Martín y nada más asomar por la puerta de toriles se le veía su encaste Alabaserrada. Un cárdeno en tipo, con trapío, buenas hechuras y 502 Kg en la tablilla, no hace falta más. Se frena en los primeros capotazos y hace las cosas propias de su encaste, obligando a hacerle las cosas bien porque viene de casa con mucho sentido y no permiten la mínima distracción ni el mínimo fallo. Lo lidia a la perfección Ferrera, echándole el capote abajo, llevándolo muy metido, tapándole la cara, sin quitárselo ni un segundo, torería pura que arranca una tremenda ovación. El toro humilla y sigue los engaños, pero también se revuelve y busca los tobillos a la mínima. Antonio Prieto cuajó un sensacional tercio de varas, dos puyazos agarrados a la primera, ambos arriba, el segundo ligeramente más trasero pero ambos de mucha calidad por lo que fue despedido con una fuerte ovación, igual que ocurrió en banderillas con Javier Valdeoro y Fernando Sánchez quienes completaron un tercio superlativo dejándose ver, cuadrando en la cara del toro, exponiendo ante un toro que esperaba mucho, para salir del encuentro con torería y suficiencia. Ambos banderilleros tuvieron que responder desmonterados la gran ovación de los aficionados. Por cierto, que justo antes del tercio de banderillas Raúl Ramírez rescató del olvido el salto de la garrocha en una imagen que nos transportó al siglo XIX y que vista con los ojos de hoy resulta impactante. En la muleta sacó a relucir su sangre y su carácter Albaserrada. Complicado y peligroso, quedándose corto, reponiendo y revolviéndose con sentido, sabiendo perfectamente lo que había detrás de la muleta. Surge el Ferrera lidiador, sobre los pies, poniéndole la muleta en la cara, sin quitárselo y con la mano baja para someterle y poderle. Saca algunos redondos y naturales de mucho mérito por las complicaciones del animal, saca a relucir su faceta valiente, exposición y entrega máxima, traga barones, miradas y derrotes para terminar con una lidia a la antigua, macheteando por bajo, bonita estampa cuando se hace tan bien como Ferrera lo hizo. para darse cuenta del valor y el mérito de lo que estaba haciendo baste decir que la plaza respondió. con una fortísima ovación. Sensacional el maestro demostrando que poder y toreo son mucho más que pegar redondos y naturales y cuando se ejecuta bien es algo bellísimo. 
El cuarto, de Victoriano del Río, alto de cruz, vuelto de pitones, con amplitud de cara, resulta incierto de salida, la cara alta y las manos por delante. Cumple en el caballo en dos puyazosque toma con fijeza en el peto empujando con los riñones. De nuevo Ferrera nos hipnotiza con su variedad y magnífico manejo del capote con un galleo por caleserinas para llevarse al toro del peto que es una auténtica delicatessen. En banderillas se luce Ángel otero con un magnífico par. Toro noble pero al que le fallan algo las fuerzas en la muleta, lo que le lleva a puntear las telas, algo que corrige Ferrera con maestría, temple y mucho sentido de la altura y la distancia. También le consiente y lo torea a favor, con suavidad, sin obligarle mucho de inicio para poco a poco ir bajando la mano. Con paciencia y mucho mimo lo va metiendo en la muleta y acaba toreando sin la ayuda  por el pitón derecho logrando reunir una serie profunda y ligada por bajo de muchos quilates. Pero donde más lució y se entregó el de Victoriano fue por el pitón izquierdo, naturales enorme, templados, hondos, olés y olés cada vez más sonoros  que estallaron en una ovación rota tras un cambio de mano y un remate por bajo de ensueño. Sigue toreando sin la ayuda, por ambos pitones, redondos y naturales, da igual, se lleva la muleta a la cadera y lo lleva muy metido alargando el viaje y cargando de emoción cada muletazo. Torea encajado, relajado, con gusto y clase, torería máxima, en todo, en el andar, en el mirar, en el rematar. Epílogo de faena  por bajo, trincherilla repleta de sabor y uno de desdén para volverse loco, como estábamos los aficionados, desatados, soñando ya con la primera oreja. Mata como lo hizo en San Isidro, dándole mucha distancia, perfilándose muy en largo y en la suerte de recibir. Apuesta todo a una carta y hunde la espada hasta la empuñadura pero no resulta suficiente para pasaportar al toro, quizás cayó algo delantera y vertical. Dos descabellos difuminan la oreja que ya veíamos cortada.
En quinto turno saltó un toro de Domingo Hernández con una arboladura descomunal, ancho de sienes y amplio de cara, muy ofensivo y astifino, un tanto exagerado a mi modo de ver y algo desproporcionado para mi gusto. Repite en las verónicas de saludo aunque no acaba de definirse en su embestida. Se deja pegar en el caballo y lo saca del peto Ferrera rescatando el "quite de oro" que Marcial Lalanda popularizó. En banderillas destacaron Carretero con una sensacional brega y José Chacón primero con los palos y después llevándose al toro a punta de capote hasta el burladero para despejar el camino a su matador para que comenzara la faena de muleta. Inicia el trasteo sentado en el estribo a,  la altura del 7, por bajo, muletazos suaves y cargados de gusto. Toro incómodo y gazapón al que le cuesta salirse de los vuelos obligando a Ferrera a tener que perder uno o dos pasitos para ligar las tandas. Lo domina poco a poco y consigue sacar una tanda en redondo de muy buena factura, templada y ligada por bajo, aunque al trasteo le falta cierto ritmo y continuidad por las condiciones del animal. Mediada la faena surgen lo mejor en una serie en redondo dándole distancia, llevándolo en largo, con el toro que humilla y repite con enorme clase deseando de nuevo los olés de la plaza. Quizás acortó pronto las distancias y creo que eso ahogó un poco a un toro que cuando se le daba aire y sitio lució mucho más. Lo compase finales tuvieron emoción por la entrega y disposición de Ferrera que culminó la faena con una gran estocada tirándose con todo. Petición casi unánime y por fin la primera reja iba a parar a manos del maestro.
En el sexto, el otro de Victoriano del Río, estaban depositadas todas las esperanzas de triunfo. Un toro de magnificas hechuras para mi gusto, alto pero proporcionado, un toro muy serio y perfectamente rematado al que se fue a recibir a porta gayola, toda una declaración de intenciones. Una larga cambiada de rodillas antecede a un vistoso lance de capote que no tengo ni idea de como se llama pero que interpretaba ese singular torero mexicano fallecido en 2016, Rodolfo Rodríguez "El Pana", todo un personaje dentro y fuera de los ruedos, y sigue el toreo a la verónica, vibrante, para rematar con una media preciosa que pone a los tendidos en estado de ebullición. Buena palea en varas, se arranca con fuerza y buen tranco y empuja con fijeza metiendo los riñones. Más torería si cabe al sacarlo del caballo por chicuelinas y una media con la rodilla flexionada y arrebujado en el capote que resulta de una belleza extrema. En banderillas Fernando Sánchez pone a Las Ventas patas arriba en un par antológico, posiblemente el mejor que le he visto colocar jamás, haciéndolo todo, con una despaciosidad que asustaba, llegando andando hasta los pitones, dejándose llegar la cara del toro hasta la barriga para cuadrar y dejar los palos con un arte de dimensiones estratosféricas. Otra atronadora ovación para este grandísimo torero. Pero lo mejor estaba por llegar. Primero con un quite que hace a Valdeoro con la toalla tras ser arrollado por este sexto tras el último par de banderillas, lo que es una muestra clara de lo que dije al principio, que Ferrera todo lo hizo bien, que su sentido de la lidia es primoroso y que en todo momento estuvo atento a cada detalle y cada circunstancia de la lidia. Y después cuando solicitó permiso a la presidencia para colocar un par de banderillas  algo que el público le había demandado con anterioridad. ¡Menudo par que colocó!, al quiebro, en terrenos del 10, junto a las tablas, arriesgadísimo para luego para al toro a cuerpo limpio, jugando con él. Imagínense la plaza, a punto de estallar, el delirio. Iba por todas, esta claro. El arranque de faena lo confirmó, parecía más de un novillero que viene a ganarse los contratos que una figura contrastada del toreo. De rodillas en la segunda raya, redondos por bajo, con largura, llenos de emoción para incorporase y deleitarnos con un cambio de mano brutal y uno de pecho de locura. A partir de ahí una sinfonía de toreo encajado, acoplado, relajado, enroscándose al toro, la figura desmayada, abandonado por momentos, la mano baja. Series en redondo ceñidas, muy templadas, llenas de sabor, torería en su máxima expresión, trincherazos de ensueño, remates de pecho infinitos. Por el izquierdo los naturales rebosaron de hondura, de una belleza descomunal, ligados por bajo, reposo y gusto en cada lance, torería, torería y más torería. Faena de cinco series pero de una intensidad y una emoción indescriptibles que culminó con una media estocada y dos descabellos que no fueron impedimento para que la plaza, en una mayoría aplastante, pidiera una oreja que le abría de par en par la Puerta Grande de Madrid. Para mi se hacía justicia no solo al grandísimo toreo ante este sexto, sino a toda una tarde magistral de torería infinita. Ni un pero le pongo a esa oreja, me importa un rábano la espada, el Arte supremo, la torería inagotable que me llenó el corazón y colmó de alegría todos mis sentidos está por encima de medidas, la felicidad infinita con la que salimos de la plaza sobrepasa todos los límite de la razón y solo se puede ser generoso con un hombre que se entregó de principio a fin con la verdad y pureza que Antonio Ferrera derrochó.
Y así abandonó Antonio Ferrera el ruedo de Las Ventas, camino de la gloria del toreo, del cielo más deseado, el de Madrid, a hombros y entre aclamaciones de ¡TORERO, TORERO! por parte una afición alegremente enloquecida por todo cuanto vimos y sentimos en una tarde de ensueño que no olvidaremos jamás.

Antonio Vallejo 


sábado, 5 de octubre de 2019

Emotividad y cariño para llenar una tarde


Una tarde de toros siempre está llena de matices y de detalles, por mucho o poco que pase en el ruedo. Digamos que la de ayer no fue una excepción a esa "regla". Pasó poco, demasiado poco en lo estrictamente taurino o artístico, como quieran llamarlo. La corrida de Fuente Ymbro no cumplió ni de lejos con lo que se esperaba, más aún tras las buenas sensaciones que dejó la novillada de este mismo hierro lidiada el pasado viernes 27 como arranque de esta Feria de Otoño que en este formato de dividirla en dos fines de semana no me acaba de enganchar, cinco días sin toros hacen perder el hilo y el argumento de una feria, por lo menos para mi. Seis toro desiguales de hechuras, para mi gusto destacando por encima de todos el cuarto, bajo, hondo, cuajado, con cuello, notable el primero, en el tipo de la casa, proporcionado,  muy serio, vuelto de pitones y también el tercero, muy serio, ancho de sienes y abierto de cara, correcto el sexto, agradable de cara, menor presencia el segundo y no me gustó nada, pero nada, el quinto, un trolebús de ¡647Kg! muy alto, grandón, mucha carne y destartalado para mi gusto, un toro no digno para Madrid por mucho que pesara. Pero al menos la estampa de dos o tres de llos sirvieron para admirar la belleza que encierra la estampa de un toro bravo, algo es algo, sobre todo si lo comparamos con el juego general, pobre, deslucido, una tarde plana, falta de bravura, escasa de casta y baja de raza, además de justa de fuerzas y poca duración. No llego a decir que aburrida pero anduvo cerca, salvada por momentos puntuales, esos matices y detalles  los que me refería al principio, que sobresalían como picos en medio de la planicie y que han tenido, sobre todo algunos de ellos, fuerza suficiente para sostener una tarde que se hizo larga y pesada.
Siempre hablo del toreo como fuente de emoción y caudal de sentimientos. A veces surgen de una verónica, de un natural, un remate o una estocada, pero otras veces surgen de algo que también es parte fundamental del toreo, la emotividad, y que ayer llenó por sí sola la tarde. Una emotividad que tomó rumbo a Las Ventas de la mano del cariño hacia un torero que se ha ganado a pulso el respeto de la afición madrileña. Ayer decía adiós a esta plaza y a esta afición Manuel Jesús "El Cid", sevillano de nacimiento pero por lo que ayer se comprobó madrileño de adopción. Una pancarta desplegada en el 7 así lo atestiguaba: "El Cid, torero de Madrid, gracias". Yo creo que no hacía falta esa pancarta, que con la atronadora ovación que se le tributó al maestro al finalizar el paseíllo, repetida al despejarse el ruedo en los instantes previos a que saltara el primero, habría quedado claro el cariño y el respeto que Madrid le procesa. Pero si a alguien le surgía alguna duda solo tenía que haber esperado a la muerte del cuarto para comprobarlo, otra atronadora ovación que el de Salteras recogió desde los medios con intensa emoción en su rostro. Pero es que hubo más, una apoteósica vuelta al ruedo más que merecida no solo por su actuación ayer, sino por toda una carrera desplegando su arte sobre la arena venteña. Y con eso creo que era suficiente para demostrarle el cariño y respeto de esta afición. Para mi sobró la vuelta al ruedo y la posterior salida por la puerta de cuadrillas a hombros, sinceramente. Madrid tiene su carácter y sus formas y esta salida a hombros no va con el estilo de la plaza, lo siento. Si presumimos de seriedad hay que mantenerlo siempre y la salida a hombros hay que hacerla cuando se gana ese premio. Sé que en Sevilla lo hicieron, y me parece bien, es Sevilla, es su casa y aquella grandísima afición lo vive así. Es como la música durante las faenas, voy a muchas plazas y me gusta, pero en Madrid me llena el silencio del toreo roto solo por los olés y las ovaciones, y esa forma de ser de Las Ventas, en lo bueno y en lo malo, tiene que mantenerse. Solo con todo esta emotividad y cariño que ayer vimos, además del respeto que se mantuvo durante toda la corrida - algo que me sorprendió porque hubo argumentos más que de sobra para que se levantaran muchas protestas y broncas - se llenó la tarde y fueron motivos suficientes para que el público acudiera en masa y que la plaza registrara una magnífica entrada, prácticamente llena.
Resulta claro que si para medir la emoción de una tarde de toros hay que refugiarse en la emotividad, el cariño y el respeto es que poco ha sucedido a su alrededor. La línea plana que refería, quebrada por momentos puntuales, detalles que rompían una monotonía desilusionarte, toro tras toro, hasta caer una noche tan oscura como el juego del ganado. 
Detalles y destellos como las verónicas sedosas de El Cid al primero, templadas, acompasadas, para rematar con una media de cartel que detuvo las agujas de los relojes, o un par de tandas al natural portentosas, con hondura, ligadas por bajo, con la zurda poderosa y rotunda que le ha caracterizado a lo largo de su carrera que abrochó con una trincherilla y un pase de desdén repleto de gusto. Nada más hubo en este primero, noblote pero al tuvo que medirle la altura y cuidarlo por el izquierdo para que aguantara y que por el derecho no pasó, imposible. Detalles de enorme torería en la brega al cuarto de ese gran torero de plata que es Curro Robles, fijando en terrenos del 1 a un toro suelto, sin fijeza y sin entrega echando el capote abajo, andándole hacia atrás, magistral a lo que sumar una serie en redondo al comienzo del trasteo con profundidad y mano baja, muy templada, y un par de series por el pitón izquierdo en las que El Cid trazó en el aire madrileño naturales de enorme empaque, con una despaciosidad y un reposo propio de quien está saboreando su última tarde ante esta afición, porque esa es la sensación que le sevillano me transmitió en sus dos toas, relajo, tranquilidad y seguridad, disfrutando de sus últimos muletazos ante una afición que le quiere. Tanto al primero como al cuarto los mató de certeras estocadas al primer viaje, especialmente buena fue la de su adiós. ¡Ay si la espada le hubiera acompañado tantas otras tardes!. La suya hubiera sido una de las trayectorias más grandes y triunfales de la historia.
El segundo tuvo que ser devuelto al lesionarse las manos o descordarse, no sé bien lo que le ocurrió, pero los minutos que el fuenteymbro estuvo tirado sobre la arena, con movimientos que parecían convulsiones, fueron angustiosos, una pena ver a un toro bravo revolviéndose como una culebrilla sin poder levantarse. Afortunadamente pudo rehacerse y a duras penas abandonar el ruedo envuelto por la manada de cabestros gracias a la maestría de Florito. En su lugar saltó un sobrero de Manuel Blázquez que mantuvo el tono de la corrida, plano, deslucido, sin empuje ni transmisión. De nuevo tan solo detalles, como el quite por chicuelinas de Ginés Marín, muy templadas, o la lección de técnica y disposición de Emilio de Justo con la muleta, con mucha suavidad, llevando la embestida muy conducida, sin obligarle demasiado, muy firme, haciéndolo todo porque el toro pasaba con nobleza y un punto de clase, cierto, pero  había que tirar de él para moverlo. Por el pitón izquierdo arrancó naturales de uno en uno citando de frente, con mucha verdad, dando el pecho. Muy por encima el cacereño, firme y entregado, pero no tuvo enemigo. El quinto solo tuvo 647 kg, nada más, porque careció de hechuras y de condiciones. Desde salida mostró querencia, se iba suelto buscando las tablas, frenado en los capotes, y de nuevo apareció de la nada otro destello de torería cuando Emilio lo fijó andándole hacia atrás por delantales, llevándolo muy tapadito, cerrándole la salida. Gran ovación en esa lidia que era la única posible. En el caballo siguió mostrando su condición de manso y en banderillas esperó y cortó soltando la cara, tercio arriesgado resuelto con gran oficio por Morenito de Arles, y en la muleta Emilio de Justo se entregó jugándosela a cara de perro. Consiguió instrumentar algunos derechazos con temple y cierta profundidad, fueron momentos mágico, destellos deslumbrantes que hacían que me frotara los ojos porque me parecía imposible que saliera algo de ese toro. Durante toda la faena midió, esperó, cortó el viaje y soltó la cara con peligro. Lo intentó de todas las maneras posibles, se expuso con verdad pero resultó imposible. Más no se le pudo pedir ante dos toros de mínimas o nulas opciones.
Ginés Marín solo pudo lucir algo de todo el toreo que lleva dentro ante el sexto, porque el tercero no sirvió  para nada. Distraido y sin fijeza desde que salió, sin entrega, soso y sin fuerzas, una joyita. Tiró de técnica el de Jérez, trató de templar las acometidas de un toro a la defensiva que punteaba las telas constantemente, le puso la muleta una y otra vez perol fuenteymbro protestaba y no quería nada. Pulcro y aseado Ginés, no hubo más. Salió a por todas con el sexto, lo recibió por chicuelinas arrebatadas y vistosas, ajustadas, la mano baja, destellos de ese magnífico capotero que es y que iluminaron la noche que a esas horas nos cubría. Cumple en el caballo, dos varas en las que acude con brío al peto y que empuja con codicia. Tuvo movilidad en la muleta, más brusquedad que empuje y clase a mi modo de ver, acude pronto al toque pero lo hace un tanto rubricado, embestida descompuesta que poco a poco Marín va ahormando a base de temple y poder, bajando la mano y aguantando las acometidas en series por ambos pitones a las que le faltó ritmo y continuidad porque el toro unas veces metía la cara abajo y surgían muletas con calidad mientras otras veces iba a media altura y punteaba la franela. Además tampoco iba sobrado d fuerzas y la poca emoción que tuvo su movilidad se apagó pronto.
Hubiera sido bonito contar un adiós triunfal, pero si no hay toro ya pueden poner todo de su parte los matadores y hacerlo todo, como ayer ocurrió, que no hay manera. Pero a Manuel Jesús "El Cid" no creo que jamás el día de su despedida de Madrid, el cariño y la emotividad lo llenó todo y eso lo llevará siempre dentro de él.

Antonio Vallejo