viernes, 11 de octubre de 2019

Zaragoza, Feria de El Pilar: Lo de Adolfo Martín, Juan Pedro, Escribano, Ponce, Lorenzo... y sobraba el palco


La última gran feria del año está en marcha. Zaragoza, la Feria de El Pilar, la que cada año nos anuncia que el adiós a la temporada tras el Otoño madrileño y el San Miguel sevillano. Me hubiera encantado poder ir a la preciosa plaza zaragozana para disfrutar en vivo con una afición que es como su coso, de primera, pero las obligaciones son las que son y no se pueden eludir. Por fortuna tenemos a Canal Toros que a lo largo del año ha traído en directo hasta nuestras casas todas las grandes ferias del año, y Zaragoza no podía faltar.
Dos han sido las corridas que he visto, la de Adolfo Martín lidiada el miércoles por Alberto Álvarez, Manuel Escribano y Daniel Luque y la de Juan Pedro Domecq lidiada ayer jueves por Enrique Ponce, Cayetano y Álvaro Lorenzo. En ambas se han visto muchas cosas, ha habido toros y faenas sensacionales, emoción, sentimiento, riesgo, complicaciones, el público ha estado a una altura acorde a la categoría que merece la plaza y la feria pero en medio de todo esto que es el toreo de verdad se han colado dos personajes accesorios, dos don nadie que se han visto ahí arriba, dos calientapalcos que han buscado su minuto de fama. ¡Pues vaya fama se han labrado!.
Vamos primero con lo bueno y lo importante, con los auténticos protagonistas de la Fiesta, los toros y los toreros. La de Juan Pedro Domecq me ha parecido una corrida magnífica, tanto por hechuras, tipo, presencia y seriedad como por su comportamiento y su juego. Una corrida marcada por la nobleza y la clase que seguro que con algo más de fuerzas y un pelín más de empuje en alguno de los toros habría sido de auténtico escándalo. Si atendemos al balance final de trofeos se cortaron tres orejas, pero bien podían haber sido cinco, al menos por la petición de los aficionados, pero, aún siéndolo, eso no es lo más importante. Enrique Ponce, Cayetano y Álvaro Lorenzo sublimaron el arte y la torería, además de un derroche de entrega, técnica y sapiencia. El que tuvo peor suerte con su lote fue Cayetano, que no encontró acople ni ritmo ante el segundo, un toro enclasado, que humillaba, al que hacía que llevarle por bajo porque esa era su condición, que quería repetir, con fijeza, pero que llevaba el depósito muy justo. Poco empuje y justas fuerzas, duró poco, una pena porque llevaba mucha calidad en la sangre. Algo parecido le ocurrió ante el quinto, noble, pronto y bravo, siempre por bajo, pero las fuerzas no le sobraban en demasía. Ante este quinto dejó Cayetano excelentes muletazos sueltos por ambos pitones, tandas cortas porque era lo que aguantaba, y cuando se paró, demasiado pronto, sacó su raza y atacó al toro, en las cercanías, metido entre los pitones, de rodillas, robando los muletazos para rematar con un desplante también de rodillas que enardeció a los aficionados. Fue despedido con una fuerte ovación en reconocimiento a su entrega y su raza, además de haber dejado trazos aislados de gran toreo. Álvaro Lorenzo, por su parte, demostró la dimensión que su toreo ha alcanzado esta temporada. Firme, seguro, reposado, con pasmosa facilidad en la cara del toro, natural, temple y armonía en cada cosa que hace. Creo que la faena de ayer al tercero ha sido la culminación de una excelente temporada del toledano. Un toro que blandeó mucho de salida, se le protestó y todo indicaba que podía ser devuelto. Un toro de embestida descompuesta, con la cara alta, un tanto a la defensiva en el capote y en banderillas, que sin embargo en el caballo empujó metiendo los riñones con una clase brutal y al que Lorenzo mantuvo en el ruedo con gran acierto. Muestra evidente del conocimiento de este matador que vio lo que llevaba dentro y lo que había por sacar en la muleta. A base de consentirlo, de aguantar con estoicidad y mucho valor las primeras acometidas del juampedro, pudo ahormarlo, templar sus arreones y meterlo de manera mágica y magistral en la muleta. Cuajó un par de tandas sublimes por ambos pitones, temple y mano baja, ligazón y recorrido, maravillosas, todo hecho con suavidad y elegancia, una delicia, para terminar poniendo a mil a los tendidos con unas bernardinas arrebatadoras, citando con la muleta plegada a la espalda, abriéndola en el último instante, de infarto, además de unas luquecinas con las zapatillas clavadas en la Rena, sin moverse ni rectificar un milímetro. Una estocada monumental hace rodar al juampedro sin puntilla. Oreja, muy fuerte, casi unánime, petición de la segunda que el del palco no concede. Lugo iremos con ello. Enrique Ponce, ¡ay Enrique, el más grande!. Que puedo añadir que no haya dicho ya de este maestro de maestros, de este toreo inmortal. Ayer, una vez más, dio una nueva lección magistral de técnica, sabiduría, temple y torería. Contó con la colaboración de os toros de Juan Pedro Domecq, primero y cuarto, que eran un escándalo de clase y nobleza. Desde que saltaron al ruedo, recogiéndolos en el capote, primero mostrándoles los vuelos, encelándolos, fijándolos con una maestría sublime para luego torear a la verónica con una armonía y un ritmo celestial, hasta las faenas de muleta, abandonado, desmayado, enroscándose a los toros, derechazos profundos, muy por bajo, erguido, elegante, los brazos lacios, acariciando a cada pase unos pitones que llevaba cosidos a la muleta, naturales con hondura, citando con ese abaniqueo que el maestro ha recogido de su inventor, Javier Conde, y que ha popularizado en las últimas temporadas, de ensueño, las poncinas finales al primero y los ayudados por bajo, genuflexo, al cuarto hasta dos estocadas rotundas que hicieron rodar a ambos juampedros sin puntilla, en todo, absolutamente en todo, Ponce derrochó saber, conocimiento, gusto y arte a raudales. Entendió a sus toros a la perfección, en cada momento les dio la altura y el ritmo que precisaban, les cuidó la altura y la velocidad, temple de otra dimensión, todo suave, todo mimo, todo cariño para ese animal tan bello que es el toro bravo. Ayer Enrique soñó el toreo, disfrutó, se abandonó y con él los hicimos cuantos le vimos torear, en la plaza o por televisión. Una auténtica delicia, una más, la penúltima de las muchísimas que aún nos quedan por disfrutar. Una oreja con el primero y otra con el cuarto, que debieron ser dos porque la faena lo merecía, la estocada también, una media en todo lo alto que fulminó en unos cinco segundos al toro, y que el público, de manera casi unánime, pidió con sus pañuelos y un estruendo cada vez mayor. Pero al del palco no le debió parecer que todo ello merecía una segunda oreja y así la puerta grande para Ponce. Luego  vamos con esto.
Eso fue ayer, pero nada comparado con lo del miércoles en la corrida de Adolfo Martín, concretamente en el quinto de la tarde, estoqueado por Manuel Escribano. Una corrida desigual de hechuras y de presencia, así como de juego, con las complicaciones propias del encaste, con humillación pero sin acabar de entregarse y romper, salvo el quinto, un gran toro, más primero y segundo que prestaron opciones. El zaragozano Alberto Álvarez tuvo en el primero un toro que, aunque se iba algo por dentro, metía la cara y repetía embistiendo con nobleza y emoción. Le costó acoplarse y lo mejor vino al final de faena en los medios, más encajado y reunido. Mató de media y la petición minoritaria dejó todo en ovación. Ante el cuarto no acabó de encontrar el sitio ni la distancia, algo fuera, desajustado, lo intentó pero la faena no acabó de tomar vuelo. Aquí es donde se nota la falta de tardes, en toros como ese cuarto que sin ser un gran toro sí que era relativamente manejable pero al que había que hacerle todo bien y por bajo. Daniel Luque es otro de los que está, como dije antes de Álvaro Lorenzo, en un extraordinario momento. Entendió perfectamente a su toros y les exprimió hasta límites insospechados. A ambos les costaba humillar, se quedaban cortos y se revolvían de la manera que lo hacen los albaserradas, sin dejar un segundo d respiro. Firme y valiente el de Gerena, les puso la muleta, tragó lo suyo en el tercero y le consintió al sexto, pero acabó dibujando muletazos de excelente trazo, sacando petróleo de donde parecía que no había nada. Muy buena tarde de Luque, no vistosa pero de mucho valor para el aficionado, firme y seguro. Manuel Escribano, otro de Gerena, no anduvo fino en su primero, ni siquiera con los palitroques, ante un toro que se empleó en el caballo y que mostró sus mejores cualidades por el pitón derecho. Faena sin ritmo, discontinua, sin acople y, curiosamente, basada en el pitón izquierdo, aparentemente el de menos posibilidades. Otra cosa fue con el quinto, al que recibió a porta gayola, algo habitual en él, con una larga cambiada electrizante y unntoreo d capote arrebatado que puso en pie a los tendidos. Siguiendo con sus costumbres tomó los palos y dejó dos pares de fuera a dentro con pureza con el toro apretando. Pero donde puso a la plaza en pie fue con el tercer par, al violín y muy cerrado en tablas, de enorme riesgo ante un toro tan exigente como era ese quinto de Adolfo Martín. Fue a por todas en la muleta, inicio con cambiados por la espalda a los que el toro respondía con prontitud, movilidad y mucho brío. Esas misma cualidades, además de fijeza y repetición, regaló en la primera tanda en redondo, sensacional, poderosa, con recorrido, ligando con la mano baja, para rematar con uno d pecho soberbio. Las siguientes tandas por ese pitón no fueron iguales, desenterró su sangre y su carácter y repuso, obligaba a hacerle perder un o dos pasitos al sevillano pero en todo momento le plantó cara y pudo al adolfo. Idéntica situación vi por el pitón izquierdo, la primera tanda portentosa, honda, muy por abajo, extraordinaria ligazón, pero no tragó más. Exigente como por el otro pitón, sin permitir lo mínimo, y Escribano firme y poderoso, pleno de entrega. Mató de una grandísima estocada y el toro cayó fulminado. ¿Qué pasó? Pues lo único que podía pasar, que los tendidos se convirtieron en un mar de pañuelo pidiendo una oreja de ley. Pero hete aquí que en el palco reposaba sus orondas posaderas una tipa de nombre Carolina y de la que no sé ni quiero saber más, ni apellidos, ni dedicación, ni nada, a la que no le dio la gana conceder una oreja yendo en contar del reglamento taurino que lo deja bien claro, la primera oreja es potestad del público, otra cosa es la segunda, que tiene matices. Esta tipa no debe volver a pisar el palco de Zaragoza ni ningún otro por mala presidenta, pésima aficionada y, con su actitud chulesca y burlona abandonado el palco entre risas y casi carcajadas, muy mala persona. Quien incumple una ley o una norma debe pagarlo, y en los toros tenemos que tragar en todas plazas personajillos de segunda que buscan un protagonismo que no tienen a los que sus bromas y caprichos les salen gratis. Lo de esta Carolina fue gravísimo porque un día va a haber un problema serio de orden público, el miércoles los ánimos estaban más que calientes y por poco se arma un lío gordo, y las consecuencias pueden ser muy desagradables. Sin ser quizás tan grave como incumplir el reglamento al no conceder una oreja que el público pidió  por unanimidad, también lo es lo del presidente de ayer, José de nombre, el resto ni lo sé ni me importa, que negó la segunda oreja a Enrique Ponce, para mi y para los diez mil aficionados que llenaban las localidades del coso de Misericordia era totalmente justa y merecida por su faena redonda y llena de torería además de una gran estocada. Pero aquí si que hay un matiz, que la concesión de la segunda oreja depende del criterio del palco, en el que, además del presidente, hay un asesor taurino y otro veterinario que creo que cobrarán por algo, digo yo. Pues bien, esos dos señores bien podían haberle dicho al tal José que la segunda oreja era de ley, y este haberla concedido ante la abrumadora petición del público, que al fin y al cabo es quien manda, porque si no paga y va a la plaza se acabó lo que se daba. Pero él consideró que a lo mejor la faena no era para tanto, puede ser, o creyó que la estaca, aunque fulminante y en el sitio, no fuera entera, posiblemente se agarre a eso, lo que respeto pero para nada comparto. Cuando diez mil van en un sentido y uno en el contrario, ¿quien creen ustedes que tiene más razón?. Es más, además de cerrazón - no es necesario tanto para demostrarle que es baturro - el tal José demostró que de aficionado no tiene ni un átomo, y de sensibilidad aún menos, aunque con el reglamento en la mano respalde su postura. Tras la muerte del cuarto había que ver y escuchar a Enrique Ponce en le callejón, con un cabreo de mil demonios, diciendo que ese había que pararlo, que no se podía aguantar un día más. Y también ver a Daniel Luque en un burladero del callejón haciendo gestos y gritando al palco que eran dos orejas, tan cabreado como el maestro Ponce.  
En definitiva, que mucho bueno hubo y muchas emociones he vivido estas dos tardes de la Feria de El Pilar que he visto, buenos toros, buenos toreros pero ha sobrado el palco. Aunque bien pensado, si en una país en el que los tribunales, hasta el que se autoproclama supremo, se dedican a dictar sentencias que permiten la violación de recintos sagrados, la profanación de tumbas en una Basílica, la destrucción de  la libertad religiosa y la libertad para que una familia española pueda decidir dónde quiere que su abuelo descanse en paz, ¿que vamos a esperar de los que tan solo violan el reglamento taurino?. 
Barra libre, señores.

Antonio Vallejo

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