No sé si la de hoy es la tarde que todos soñamos cada día que vamos a los toros, pero si no lo es se ha quedado muy cerca. Una tarde plena, redonda, de principio a fin, en todos los aspectos, en la lidia, en el capote, en varas, en banderillas y en la muleta. Tan solo la espada se ha atravesado para que a estas horas estuviéramos hablando de una tarde y de un triunfo de una magnitud histórica. Han sido dos orejas, una al quinto y otra al sexto, bien podían haber sido cinco, una al segundo, otra al cuarto y la segunda del sexto si el maestro Ferrera hubiera tenido más fortuna con los aceros. Pero los números, como siempre he dicho, no son nada más que datos fríos y quien al hablar de esta tarde se guíe por eso es que una de dos, o no ha estado en Las Ventas o si ha estado no sabe apreciar y degustar la exquisitez de todo cuanto hemos vivido esta tarde. Un aluvión de sensaciones, de sentimientos, de emociones y de pasión desbordada que ha culminado en el último de la tarde con una plaza puesta en pie y rendida a un maestro, Antonio Ferrera, que ha rubricado en oro la obra cumbre de su carrera. Dos orejas sin discusión alguna para un hombre que ha superado con matrícula de honor cum laude la durísima prueba de enfrentarse en solitario a seis toros de diferentes ganaderías gracias a un sentido y un dominio de la lidia supremo, a una variedad de suertes con el capote inimaginable y a un manejo de la muleta magistral, todo embebido de gusto, sabor y aromas a toreo eterno, todo envuelto en un halo de clase, reposo y elegancia, en definitiva, una auténtica antología de TORERÍA que ha emanado por cada uno de los poros de la piel del maestro Ferrera y que ha inundado Las Ventas con la grandeza y la magia del Arte inmortal.
Quisiera también destacar algo que me parece fundamental. He comentado que la tarde ha sido rotunda de principio a fin gracias a la cantidad de recursos y a la inmensa técnica, conocimiento del toro y dominio de los terrenos que tiene Ferrera, pero también gracias a que junto a él se ha reunido un plantel de toreros de plata que han sido un auténtico lujo y que han contribuido mucho a que la corrida resultara tan apasionante sin que la intensidad decayera ni un momento. Atentos a los nombres: Ángel Otero, Domingo Siro, Antonio Vázquez, José Chacón, José Antonio Carretero, Julio López, José Manuel Montoliú, Javier Valdeoro y Fernando Sánchez, además de los picadores Carlos Prieto, Manuel Cid, Antonio Prieto, Pedro Prieto, Miguel Angel Muñoz y José María González. Todos, absolutamente todos han estado soberbios, en la brega y/o en banderillas, pero tengo que hacer una vez más mención a ese torero fuera de serie que es Fernando Sánchez y que hoy ha estado aún más majestuoso si cabe con los garapullos. El solito ha sido capaz de poner patas arriba a todos los tendidos con dos pares soberanos al tercero y sexto, ha desencadenado un tsunami de locura, un delirio incontrolable por su manera de andar a la cara del toro, por dejarse ver y llegar hasta terrenos comprometidísimos, por cuadrar en la misma cara, por asomarse al balcón, por dejar los palos reunido y por salir de la suerte con una torería inigualable. ¡Ole los toreros buenos!.
Y si he alabado y destacado la figura del maestro y a los toreros de plata, también hay que ser justo y hacer lo propio con el principal personaje de todo esto y sin el cual nada existiría, el toro. Seis toros de cinco ganaderías diferentes, Alcurrucén, Parladé, Adolfo Martín, Victoriano del Río y Domingo Hernández que a mi modo de ver han estado muy bien presentados, cada uno en su tipo, pero todos serios, con hechuras y trapío más que de sobra para Madrid y con un juego más que notable puesto que cuatro de ellos han sido de oreja, destacando por encima de todos el sexto, que era claramente de dos orejas, un toro magnífico de Victoriano del Río fuertemente ovacionado en el arrastre, el Adolfo mostró el genio y las complicaciones propias de su encaste Albaserrada y tan solo el de Alcurrucén anduvo muy por debajo del nivel general.
En definitiva, tres patas de la mesa del toreo en la que se ha servido el exquisito manjar de esta tarde de sábado, toros, matador y cuadrillas, han brillado con altura. Solo faltaba que la cuarta pata, los aficionados, estuvieran a la misma altura para que la mesa no cojeara por ningún lado y no se desperdiciara ni una gota de las delicias que hemos podido saborear a lo largo de un festín inolvidable. Y así ha sido, la afición, al igual que comenté ayer, ha estado a la altura. TODA la afición, hasta el sector más crítico y ruidoso ha mantenido un comportamiento ejemplar, sin un solo grito a destiempo, respetuosos y educado, vibrando con cada lance, cada suerte o cada pase que surgía lleno de emoción. Hoy la transmisión se ha vivido no solo del ruedo a los tendidos, sino que ha sido recíproca, los tendidos creo que han transmitido sus ganas de disfrutar con la riqueza del toreo que estaban contemplando, sin querer perderse ni un detalle, deseosos de un triunfo que a la postre ha sido el colofón perfecto para brindar en esa mesa por esta bendita gloria que es el toreo. Ha sido un placer sentir a la plaza entregada como ha estado hoy, contribuyendo a que todo lo mágico y maravilloso que sucedía en el ruedo cobrara una dimensión infinita con los olés nacidos del alma, con las ovaciones valorando todo lo bueno y tratando de reconfortar al maestro cuando, por ejemplo, la espada le ha jugado una mala pasada y le ha privado de un triunfo aún mayor en lo numérico. Hoy, sin duda, Las Ventas, mi plaza, ha dejado claro por qué es la primera plaza del mundo. Ojalá este sea siempre el camino.
Un camino que arrancaba a eso de las seis y ocho minutos con una atronadora ovación con los tendidos en pie y que Antonio Ferrera recogió desde los medios segundos antes de ver como saltaba el primero, de Alcurrucén, serio y engatillado, suelto de salida, con poca fijeza, distraído, algo común ene este encaste Núñez. Primeros compases y primeros momentos de intensa emoción cuando lo fija en el capote por bajo, andándole hacia tras para llevarlo hacia las afueras, lidiando con maestría, por bajo, torería pura, la misma que aplicó al llevarlo al caballo por chicuelinas en el segundo puyazo, una delicia. No se emplea en varas y en banderillas se agarra al piso, complicando mucho la labor a Siro y Vázquez. No mejoraron sus condiciones en la muleta, deslucido, sin recorrido ni empuje, falto de clase y bravura. Lección de técnica y suavidad de Ferrera al llevarlo con mucha suavidad y temple en la muleta, pero el toro se defiende, suelta la cara con brusquedad y no tiene recorrido, quedándose debajo, sin acabar de pasar. Trató de llevarlo a base de técnica pero resultaba imposible. Con buen criterio abrevió con un macheteo por bajo a la antigua y lo despachó con una casi media estocada en muy buen sitio que resultó eficaz. Escuchó palmas cariñosas.
Otra historia fue el segundo, de Parladé, un toro alto, muy serio y astifino, enseñando las puntas que salió sin demasiada fijeza y con la cara alta. Maestría en la lidia por parte de Ferrera dejando las primeras muestras del recital capotero que estar por llegar en un quite vistosísimo por caleserinas, chiquilina y una media desmayada que fue un auténtico cartel de toros. Antes el toro había empujado con celo en el peto metiendo los riñones en dos puyazos bien agarrados arriba, delanteros y con perfecta medida del castigo por parte de Manuel Cid. En banderillas lucieron sus magníficas dotes José Antonio Carretero y Julio López que completaron un muy buen tercio, con pureza y facilidad. Los primeros compases de la faena rezumaban torería por los cuatro costados, dos naturales por bajo, un tirncherazo y uno de Pacho cargados de sabor. Por el derecho llevó al Parladé con suavidad, cuidando la altura, muy templado, tirando del toro que se quedaba algo corto pero que respondía con nobleza aunque su falta de empuje restara algo de emoción. Le consintió Ferrera, todo lo hizo a favor del toro y así logró exprimir lo que llevaba dentro el toro a base de una técnica y una inteligencia portentosa, la muleta en la cadera para engancharlo más atrás y así alargar el viaje. Poco a poco lo metió en la canasta esa corta pero noble embestida que tuvo emoción por lo ceñidos de los muletazos y los terrenos que pisó Ferrera, en las cercanías, metido entre los pitones, toreando sin la ayuda por ambos pitones logrando arrancar muletazos con hondura y profundidad que arrancaron primero los olés y posteriormente pusieron a los aficionados de sus asientos. Mucha verdad y sinceridad de Ferrera que acabó toreando a placer pasándose al toro enroscado a la cintura ante unos aficionados atónitos que enloquecían a cada muletazo. Dos pinchazos previos a una entera privaron al balear-extremeño de la que parecía iba a ser la primera oreja de la tarde.
El tercero lucía la divisa de Adolfo Martín y nada más asomar por la puerta de toriles se le veía su encaste Alabaserrada. Un cárdeno en tipo, con trapío, buenas hechuras y 502 Kg en la tablilla, no hace falta más. Se frena en los primeros capotazos y hace las cosas propias de su encaste, obligando a hacerle las cosas bien porque viene de casa con mucho sentido y no permiten la mínima distracción ni el mínimo fallo. Lo lidia a la perfección Ferrera, echándole el capote abajo, llevándolo muy metido, tapándole la cara, sin quitárselo ni un segundo, torería pura que arranca una tremenda ovación. El toro humilla y sigue los engaños, pero también se revuelve y busca los tobillos a la mínima. Antonio Prieto cuajó un sensacional tercio de varas, dos puyazos agarrados a la primera, ambos arriba, el segundo ligeramente más trasero pero ambos de mucha calidad por lo que fue despedido con una fuerte ovación, igual que ocurrió en banderillas con Javier Valdeoro y Fernando Sánchez quienes completaron un tercio superlativo dejándose ver, cuadrando en la cara del toro, exponiendo ante un toro que esperaba mucho, para salir del encuentro con torería y suficiencia. Ambos banderilleros tuvieron que responder desmonterados la gran ovación de los aficionados. Por cierto, que justo antes del tercio de banderillas Raúl Ramírez rescató del olvido el salto de la garrocha en una imagen que nos transportó al siglo XIX y que vista con los ojos de hoy resulta impactante. En la muleta sacó a relucir su sangre y su carácter Albaserrada. Complicado y peligroso, quedándose corto, reponiendo y revolviéndose con sentido, sabiendo perfectamente lo que había detrás de la muleta. Surge el Ferrera lidiador, sobre los pies, poniéndole la muleta en la cara, sin quitárselo y con la mano baja para someterle y poderle. Saca algunos redondos y naturales de mucho mérito por las complicaciones del animal, saca a relucir su faceta valiente, exposición y entrega máxima, traga barones, miradas y derrotes para terminar con una lidia a la antigua, macheteando por bajo, bonita estampa cuando se hace tan bien como Ferrera lo hizo. para darse cuenta del valor y el mérito de lo que estaba haciendo baste decir que la plaza respondió. con una fortísima ovación. Sensacional el maestro demostrando que poder y toreo son mucho más que pegar redondos y naturales y cuando se ejecuta bien es algo bellísimo.
El cuarto, de Victoriano del Río, alto de cruz, vuelto de pitones, con amplitud de cara, resulta incierto de salida, la cara alta y las manos por delante. Cumple en el caballo en dos puyazosque toma con fijeza en el peto empujando con los riñones. De nuevo Ferrera nos hipnotiza con su variedad y magnífico manejo del capote con un galleo por caleserinas para llevarse al toro del peto que es una auténtica delicatessen. En banderillas se luce Ángel otero con un magnífico par. Toro noble pero al que le fallan algo las fuerzas en la muleta, lo que le lleva a puntear las telas, algo que corrige Ferrera con maestría, temple y mucho sentido de la altura y la distancia. También le consiente y lo torea a favor, con suavidad, sin obligarle mucho de inicio para poco a poco ir bajando la mano. Con paciencia y mucho mimo lo va metiendo en la muleta y acaba toreando sin la ayuda por el pitón derecho logrando reunir una serie profunda y ligada por bajo de muchos quilates. Pero donde más lució y se entregó el de Victoriano fue por el pitón izquierdo, naturales enorme, templados, hondos, olés y olés cada vez más sonoros que estallaron en una ovación rota tras un cambio de mano y un remate por bajo de ensueño. Sigue toreando sin la ayuda, por ambos pitones, redondos y naturales, da igual, se lleva la muleta a la cadera y lo lleva muy metido alargando el viaje y cargando de emoción cada muletazo. Torea encajado, relajado, con gusto y clase, torería máxima, en todo, en el andar, en el mirar, en el rematar. Epílogo de faena por bajo, trincherilla repleta de sabor y uno de desdén para volverse loco, como estábamos los aficionados, desatados, soñando ya con la primera oreja. Mata como lo hizo en San Isidro, dándole mucha distancia, perfilándose muy en largo y en la suerte de recibir. Apuesta todo a una carta y hunde la espada hasta la empuñadura pero no resulta suficiente para pasaportar al toro, quizás cayó algo delantera y vertical. Dos descabellos difuminan la oreja que ya veíamos cortada.
En quinto turno saltó un toro de Domingo Hernández con una arboladura descomunal, ancho de sienes y amplio de cara, muy ofensivo y astifino, un tanto exagerado a mi modo de ver y algo desproporcionado para mi gusto. Repite en las verónicas de saludo aunque no acaba de definirse en su embestida. Se deja pegar en el caballo y lo saca del peto Ferrera rescatando el "quite de oro" que Marcial Lalanda popularizó. En banderillas destacaron Carretero con una sensacional brega y José Chacón primero con los palos y después llevándose al toro a punta de capote hasta el burladero para despejar el camino a su matador para que comenzara la faena de muleta. Inicia el trasteo sentado en el estribo a, la altura del 7, por bajo, muletazos suaves y cargados de gusto. Toro incómodo y gazapón al que le cuesta salirse de los vuelos obligando a Ferrera a tener que perder uno o dos pasitos para ligar las tandas. Lo domina poco a poco y consigue sacar una tanda en redondo de muy buena factura, templada y ligada por bajo, aunque al trasteo le falta cierto ritmo y continuidad por las condiciones del animal. Mediada la faena surgen lo mejor en una serie en redondo dándole distancia, llevándolo en largo, con el toro que humilla y repite con enorme clase deseando de nuevo los olés de la plaza. Quizás acortó pronto las distancias y creo que eso ahogó un poco a un toro que cuando se le daba aire y sitio lució mucho más. Lo compase finales tuvieron emoción por la entrega y disposición de Ferrera que culminó la faena con una gran estocada tirándose con todo. Petición casi unánime y por fin la primera reja iba a parar a manos del maestro.
En el sexto, el otro de Victoriano del Río, estaban depositadas todas las esperanzas de triunfo. Un toro de magnificas hechuras para mi gusto, alto pero proporcionado, un toro muy serio y perfectamente rematado al que se fue a recibir a porta gayola, toda una declaración de intenciones. Una larga cambiada de rodillas antecede a un vistoso lance de capote que no tengo ni idea de como se llama pero que interpretaba ese singular torero mexicano fallecido en 2016, Rodolfo Rodríguez "El Pana", todo un personaje dentro y fuera de los ruedos, y sigue el toreo a la verónica, vibrante, para rematar con una media preciosa que pone a los tendidos en estado de ebullición. Buena palea en varas, se arranca con fuerza y buen tranco y empuja con fijeza metiendo los riñones. Más torería si cabe al sacarlo del caballo por chicuelinas y una media con la rodilla flexionada y arrebujado en el capote que resulta de una belleza extrema. En banderillas Fernando Sánchez pone a Las Ventas patas arriba en un par antológico, posiblemente el mejor que le he visto colocar jamás, haciéndolo todo, con una despaciosidad que asustaba, llegando andando hasta los pitones, dejándose llegar la cara del toro hasta la barriga para cuadrar y dejar los palos con un arte de dimensiones estratosféricas. Otra atronadora ovación para este grandísimo torero. Pero lo mejor estaba por llegar. Primero con un quite que hace a Valdeoro con la toalla tras ser arrollado por este sexto tras el último par de banderillas, lo que es una muestra clara de lo que dije al principio, que Ferrera todo lo hizo bien, que su sentido de la lidia es primoroso y que en todo momento estuvo atento a cada detalle y cada circunstancia de la lidia. Y después cuando solicitó permiso a la presidencia para colocar un par de banderillas algo que el público le había demandado con anterioridad. ¡Menudo par que colocó!, al quiebro, en terrenos del 10, junto a las tablas, arriesgadísimo para luego para al toro a cuerpo limpio, jugando con él. Imagínense la plaza, a punto de estallar, el delirio. Iba por todas, esta claro. El arranque de faena lo confirmó, parecía más de un novillero que viene a ganarse los contratos que una figura contrastada del toreo. De rodillas en la segunda raya, redondos por bajo, con largura, llenos de emoción para incorporase y deleitarnos con un cambio de mano brutal y uno de pecho de locura. A partir de ahí una sinfonía de toreo encajado, acoplado, relajado, enroscándose al toro, la figura desmayada, abandonado por momentos, la mano baja. Series en redondo ceñidas, muy templadas, llenas de sabor, torería en su máxima expresión, trincherazos de ensueño, remates de pecho infinitos. Por el izquierdo los naturales rebosaron de hondura, de una belleza descomunal, ligados por bajo, reposo y gusto en cada lance, torería, torería y más torería. Faena de cinco series pero de una intensidad y una emoción indescriptibles que culminó con una media estocada y dos descabellos que no fueron impedimento para que la plaza, en una mayoría aplastante, pidiera una oreja que le abría de par en par la Puerta Grande de Madrid. Para mi se hacía justicia no solo al grandísimo toreo ante este sexto, sino a toda una tarde magistral de torería infinita. Ni un pero le pongo a esa oreja, me importa un rábano la espada, el Arte supremo, la torería inagotable que me llenó el corazón y colmó de alegría todos mis sentidos está por encima de medidas, la felicidad infinita con la que salimos de la plaza sobrepasa todos los límite de la razón y solo se puede ser generoso con un hombre que se entregó de principio a fin con la verdad y pureza que Antonio Ferrera derrochó.
Y así abandonó Antonio Ferrera el ruedo de Las Ventas, camino de la gloria del toreo, del cielo más deseado, el de Madrid, a hombros y entre aclamaciones de ¡TORERO, TORERO! por parte una afición alegremente enloquecida por todo cuanto vimos y sentimos en una tarde de ensueño que no olvidaremos jamás.
Antonio Vallejo
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