Una tarde de toros siempre está llena de matices y de detalles, por mucho o poco que pase en el ruedo. Digamos que la de ayer no fue una excepción a esa "regla". Pasó poco, demasiado poco en lo estrictamente taurino o artístico, como quieran llamarlo. La corrida de Fuente Ymbro no cumplió ni de lejos con lo que se esperaba, más aún tras las buenas sensaciones que dejó la novillada de este mismo hierro lidiada el pasado viernes 27 como arranque de esta Feria de Otoño que en este formato de dividirla en dos fines de semana no me acaba de enganchar, cinco días sin toros hacen perder el hilo y el argumento de una feria, por lo menos para mi. Seis toro desiguales de hechuras, para mi gusto destacando por encima de todos el cuarto, bajo, hondo, cuajado, con cuello, notable el primero, en el tipo de la casa, proporcionado, muy serio, vuelto de pitones y también el tercero, muy serio, ancho de sienes y abierto de cara, correcto el sexto, agradable de cara, menor presencia el segundo y no me gustó nada, pero nada, el quinto, un trolebús de ¡647Kg! muy alto, grandón, mucha carne y destartalado para mi gusto, un toro no digno para Madrid por mucho que pesara. Pero al menos la estampa de dos o tres de llos sirvieron para admirar la belleza que encierra la estampa de un toro bravo, algo es algo, sobre todo si lo comparamos con el juego general, pobre, deslucido, una tarde plana, falta de bravura, escasa de casta y baja de raza, además de justa de fuerzas y poca duración. No llego a decir que aburrida pero anduvo cerca, salvada por momentos puntuales, esos matices y detalles los que me refería al principio, que sobresalían como picos en medio de la planicie y que han tenido, sobre todo algunos de ellos, fuerza suficiente para sostener una tarde que se hizo larga y pesada.
Siempre hablo del toreo como fuente de emoción y caudal de sentimientos. A veces surgen de una verónica, de un natural, un remate o una estocada, pero otras veces surgen de algo que también es parte fundamental del toreo, la emotividad, y que ayer llenó por sí sola la tarde. Una emotividad que tomó rumbo a Las Ventas de la mano del cariño hacia un torero que se ha ganado a pulso el respeto de la afición madrileña. Ayer decía adiós a esta plaza y a esta afición Manuel Jesús "El Cid", sevillano de nacimiento pero por lo que ayer se comprobó madrileño de adopción. Una pancarta desplegada en el 7 así lo atestiguaba: "El Cid, torero de Madrid, gracias". Yo creo que no hacía falta esa pancarta, que con la atronadora ovación que se le tributó al maestro al finalizar el paseíllo, repetida al despejarse el ruedo en los instantes previos a que saltara el primero, habría quedado claro el cariño y el respeto que Madrid le procesa. Pero si a alguien le surgía alguna duda solo tenía que haber esperado a la muerte del cuarto para comprobarlo, otra atronadora ovación que el de Salteras recogió desde los medios con intensa emoción en su rostro. Pero es que hubo más, una apoteósica vuelta al ruedo más que merecida no solo por su actuación ayer, sino por toda una carrera desplegando su arte sobre la arena venteña. Y con eso creo que era suficiente para demostrarle el cariño y respeto de esta afición. Para mi sobró la vuelta al ruedo y la posterior salida por la puerta de cuadrillas a hombros, sinceramente. Madrid tiene su carácter y sus formas y esta salida a hombros no va con el estilo de la plaza, lo siento. Si presumimos de seriedad hay que mantenerlo siempre y la salida a hombros hay que hacerla cuando se gana ese premio. Sé que en Sevilla lo hicieron, y me parece bien, es Sevilla, es su casa y aquella grandísima afición lo vive así. Es como la música durante las faenas, voy a muchas plazas y me gusta, pero en Madrid me llena el silencio del toreo roto solo por los olés y las ovaciones, y esa forma de ser de Las Ventas, en lo bueno y en lo malo, tiene que mantenerse. Solo con todo esta emotividad y cariño que ayer vimos, además del respeto que se mantuvo durante toda la corrida - algo que me sorprendió porque hubo argumentos más que de sobra para que se levantaran muchas protestas y broncas - se llenó la tarde y fueron motivos suficientes para que el público acudiera en masa y que la plaza registrara una magnífica entrada, prácticamente llena.
Resulta claro que si para medir la emoción de una tarde de toros hay que refugiarse en la emotividad, el cariño y el respeto es que poco ha sucedido a su alrededor. La línea plana que refería, quebrada por momentos puntuales, detalles que rompían una monotonía desilusionarte, toro tras toro, hasta caer una noche tan oscura como el juego del ganado.
Detalles y destellos como las verónicas sedosas de El Cid al primero, templadas, acompasadas, para rematar con una media de cartel que detuvo las agujas de los relojes, o un par de tandas al natural portentosas, con hondura, ligadas por bajo, con la zurda poderosa y rotunda que le ha caracterizado a lo largo de su carrera que abrochó con una trincherilla y un pase de desdén repleto de gusto. Nada más hubo en este primero, noblote pero al tuvo que medirle la altura y cuidarlo por el izquierdo para que aguantara y que por el derecho no pasó, imposible. Detalles de enorme torería en la brega al cuarto de ese gran torero de plata que es Curro Robles, fijando en terrenos del 1 a un toro suelto, sin fijeza y sin entrega echando el capote abajo, andándole hacia atrás, magistral a lo que sumar una serie en redondo al comienzo del trasteo con profundidad y mano baja, muy templada, y un par de series por el pitón izquierdo en las que El Cid trazó en el aire madrileño naturales de enorme empaque, con una despaciosidad y un reposo propio de quien está saboreando su última tarde ante esta afición, porque esa es la sensación que le sevillano me transmitió en sus dos toas, relajo, tranquilidad y seguridad, disfrutando de sus últimos muletazos ante una afición que le quiere. Tanto al primero como al cuarto los mató de certeras estocadas al primer viaje, especialmente buena fue la de su adiós. ¡Ay si la espada le hubiera acompañado tantas otras tardes!. La suya hubiera sido una de las trayectorias más grandes y triunfales de la historia.
El segundo tuvo que ser devuelto al lesionarse las manos o descordarse, no sé bien lo que le ocurrió, pero los minutos que el fuenteymbro estuvo tirado sobre la arena, con movimientos que parecían convulsiones, fueron angustiosos, una pena ver a un toro bravo revolviéndose como una culebrilla sin poder levantarse. Afortunadamente pudo rehacerse y a duras penas abandonar el ruedo envuelto por la manada de cabestros gracias a la maestría de Florito. En su lugar saltó un sobrero de Manuel Blázquez que mantuvo el tono de la corrida, plano, deslucido, sin empuje ni transmisión. De nuevo tan solo detalles, como el quite por chicuelinas de Ginés Marín, muy templadas, o la lección de técnica y disposición de Emilio de Justo con la muleta, con mucha suavidad, llevando la embestida muy conducida, sin obligarle demasiado, muy firme, haciéndolo todo porque el toro pasaba con nobleza y un punto de clase, cierto, pero había que tirar de él para moverlo. Por el pitón izquierdo arrancó naturales de uno en uno citando de frente, con mucha verdad, dando el pecho. Muy por encima el cacereño, firme y entregado, pero no tuvo enemigo. El quinto solo tuvo 647 kg, nada más, porque careció de hechuras y de condiciones. Desde salida mostró querencia, se iba suelto buscando las tablas, frenado en los capotes, y de nuevo apareció de la nada otro destello de torería cuando Emilio lo fijó andándole hacia atrás por delantales, llevándolo muy tapadito, cerrándole la salida. Gran ovación en esa lidia que era la única posible. En el caballo siguió mostrando su condición de manso y en banderillas esperó y cortó soltando la cara, tercio arriesgado resuelto con gran oficio por Morenito de Arles, y en la muleta Emilio de Justo se entregó jugándosela a cara de perro. Consiguió instrumentar algunos derechazos con temple y cierta profundidad, fueron momentos mágico, destellos deslumbrantes que hacían que me frotara los ojos porque me parecía imposible que saliera algo de ese toro. Durante toda la faena midió, esperó, cortó el viaje y soltó la cara con peligro. Lo intentó de todas las maneras posibles, se expuso con verdad pero resultó imposible. Más no se le pudo pedir ante dos toros de mínimas o nulas opciones.
Ginés Marín solo pudo lucir algo de todo el toreo que lleva dentro ante el sexto, porque el tercero no sirvió para nada. Distraido y sin fijeza desde que salió, sin entrega, soso y sin fuerzas, una joyita. Tiró de técnica el de Jérez, trató de templar las acometidas de un toro a la defensiva que punteaba las telas constantemente, le puso la muleta una y otra vez perol fuenteymbro protestaba y no quería nada. Pulcro y aseado Ginés, no hubo más. Salió a por todas con el sexto, lo recibió por chicuelinas arrebatadas y vistosas, ajustadas, la mano baja, destellos de ese magnífico capotero que es y que iluminaron la noche que a esas horas nos cubría. Cumple en el caballo, dos varas en las que acude con brío al peto y que empuja con codicia. Tuvo movilidad en la muleta, más brusquedad que empuje y clase a mi modo de ver, acude pronto al toque pero lo hace un tanto rubricado, embestida descompuesta que poco a poco Marín va ahormando a base de temple y poder, bajando la mano y aguantando las acometidas en series por ambos pitones a las que le faltó ritmo y continuidad porque el toro unas veces metía la cara abajo y surgían muletas con calidad mientras otras veces iba a media altura y punteaba la franela. Además tampoco iba sobrado d fuerzas y la poca emoción que tuvo su movilidad se apagó pronto.
Hubiera sido bonito contar un adiós triunfal, pero si no hay toro ya pueden poner todo de su parte los matadores y hacerlo todo, como ayer ocurrió, que no hay manera. Pero a Manuel Jesús "El Cid" no creo que jamás el día de su despedida de Madrid, el cariño y la emotividad lo llenó todo y eso lo llevará siempre dentro de él.
Antonio Vallejo
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