miércoles, 18 de diciembre de 2019

Defraudaron los toros, sobresalieron los toreros en una corrida "torista", ¿les suena?


Siempre son esperados con interés y expectación en La México los toros de Barralva, una ganadería creada en 1989 por dos hermanos, Luis, fallecido hace casi 2 años, y José Ramón Álvarez Bilbao, con reses de procedencia San Martín y Campo Alegre, sangre Saltillo, a las que unos años más tarde, en 1996, enriquecieron con sangre Atanasio Fernández del campo bravo salmantino tras un viaje a España. Ese refresco de sangre Atanasio se nota claramente en la presencia y las hechuras de los toros, con caja y cara, muy ofensivos, morfología y hechuras  muy distintas a las del toro mexicano, diríamos que más españolas, o al menos a lo que estamos acostumbrados en nuestras plazas. Además esta ganadería cuenta con una curiosa peculiaridad, que estos atanasios pastan en ranchos totalmente separados de los saltillos mexicanos, muestra clara del empeño de José Ramón Álvarez por mantener este encaste en el campo bravo mexicano.
La corrida de esta pasado domingo, toda Atanasio, venía del campo de Querétaro, concretamente del rancho “El Raspiño” en Santa Risa Jaúregui y, tras el pobre nivel ganadero que hasta la fecha hemos visto en esta Temporada Grande, llegaba con la tremenda responsabilidad de no defraudar y cumplir con  todas las esperanzas depositadas en su juego para brindar a los aficionados una gran tarde de toros. Como siempre lo primero que hay que hacer es analizar la corrida en cuanto a su presentación, y en este aspecto hay que decir que me pareció intachable, respondiendo a lo que los aficionados esperaban. Toros con caja, con volumen pero sin exceso de kilos, buenas hechuras, entipada, con mucha presencia y seriedad, más desarrollados y ofensivos por delante que lo que se acostumbra por aquellas tierras, con cara, cornidelanteros y vueltos de pitones los cuatro primeros, veleto el quinto y cornipaso el sexto, resumiendo, una corrida con mucho trapío, basta ver la imagen de cabecera. Y una vez puntuada la presentación lo siguiente que hay que analizar es el juego, y ahí no ha sido igual y no creo que haya contribuido a subir el nivel ganadero de esta Temporada Grande. Tres toros sin opción alguna, primero, segundo y cuarto, deslucidos, distraídos, sin recorrido, sin entrega y sin fuerzas, uno, el quinto, manejable y noblote pero justo de fuerzas y duración, uno realmente bueno, el tercero, con clase y nobleza pero al que había que cuidarle y medirle muy bien la altura para evitar que perdiera las manos, y por último uno, el sexto, que era una auténtica alimaña, reponedor, soltando la cara, defendiéndose, midiendo y buscando, duro y bronco que tuvo emoción por el peligro que trasmitía.
Ante esta corrida una terna integrada por el español David Fandila “Fandi” y los mexicanos Fermín Rivera y José Mauricio que anduvieron muy por encima de sus enemigos por actitud y aptitud, por valor y por calidad, por entrega y recursos, por todo y que, a la postre, fueron los que salvaron la tarde.
Fandi no tuvo nada en sus lote, dos toros imposibles, sin nada dentro  a los que no les pudo dar ni un capotazo y tan solo algunos muletazos sueltos carentes de ritmo o la mínima emoción a pesar de los intentos poniéndole la muleta una y otra vez por ambos pitones, pero no pasaban. En mi opinión hizo lo que había que hacer una vez mostrado que el trasteo no conducía a nada, abreviar y matar con prontitud, aunque algunos aficionados se lo reprocharon. Sinceramente, no entiendo ni comparto para nada los pitos que le dedicaron, no había nada que hacer y es mil veces mejor eso que aburrir a las ovejas. Solo con las banderillas pudo lucir algo haciéndolo todo el granadino en dos tercios calcados, un primer par un tanto a toro pasado, un segundo par de dentro a fuera mucho más ajustado y reunido, clavando en la cara, y un tercer par al violín derrochando facultades físicas que fueron acogidos con una fuerte ovación por los aficionados.
Fermín Rivera, torero de dinastía, nieto de Fermín Rivera Malabehar y sobrino de Curro Rivera quien cortó cuatro orejas en Las Ventas el mismo día que Palomo Linares cortó el famoso rabo en  mayo de 1972, se topó con un segundo sin movilidad ni recorrido, siempre con la cara alta, defendiéndose, sin fuerzas, derrumbándose estrepitosamente cada vez que le baja la mano lo mínimo, ante el que solo pudo estar voluntarioso y digno porque otra cosa era imposible. Cual sería su perseverancia que al final del trasteo pudo robarle al de Barralva un par de redondos de mérito, pero nada más. El que le correspondió en quinto lugar era un veleto de impresionante arboladura que de salida no mostró fijeza ni ritmo y que tampoco humilló en el capote del de San Luis  Potosí. El inicio de faena estuvo cargado de torería, por bajo, felexionando las rodillas, obligándole a bajar la cara, ganado pasos, bellísimos muletazos repletos de temple y gusto. Templó y ligó un par de buenas series por el pitón derecho, cuidando la altura, con mucha clase y seguridad, conduciendo las embestidas con suavidad, sin obligarle demasiado, toreando despacio, por encima de las condiciones del toro. Por le pitón izquierdo el recorrido era menor, le costaba pasar, pero tiró de técnica y saber y acabó componiendo naturales con cierta hondura de mucho mérito pese a las justas condiciones del animal. Toro a menos, de escasa duración al que Rivera aguantó de manera magistral a base de técnica, de llevarlo a media altura muy embebido en la muleta, sin quitársela de la cara, mimándole, acariciando cada embestida para rematar la faena con una entera arriba que le valió una oreja pedida por amplia mayoría y que paseó en una vuelta al ruedo clamorosa, como clamorosa fue la que el primero de su cuadrilla, Felipe Kingston, dio en su adiós a los ruedos bajo los compases de “Las Golondrinas”, melancólica pieza musical mexicana que suena en las despedidas. Dos vueltas al ruedo tan clamorosas como largas. ¡Dios mío!, veinte minutos de reloj se llevaron entre los dos, por allí salían a saludar y felicitar al subalterno familiares, amigos, conocidos, y todo aquel que pasara por allí y quisiera bajar a abrazar a Kingston, tirando por tierra mis esperanzas por irme a dormir a una hora decente. Nada, que no hay manera.
El gran triunfador fue José Mauricio, torero capitalino que se vestía de luces tras un largo período en el más completo olvido, ayuno de contratos, toreando muy poco o nada. Triunfó demostrando las dos facetas del toreo, la  artista y la valiente ante dos toros radicalmente distintos. Ante el noble y enclasado tercero lució toda su calidad artística desde que arrancó la faena con un cambiado por la espalda y doblones por bajo repletos de gusto y torería para llevarse al de Barralva a los medios con temple y suavidad donde compuso una bella sinfonía de toreo templado y depacioso. Series en redondo acoplado, muletazos lentos, temple y suavidad, muy lento, al ralentí, a media altura, sin obligarle demasiado, encajado, componiendo la figura, con una belleza y emoción tremenda, aprovechando la calidad del toro, que repite con fijeza, ligazón y remates con sensacionales de pecho. Por el izquierdo naturales igualmente acoplado, templadísimos, con la muleta retrasada para alargar el pase y aprovechar al máximo el justo recorrido del toro, todo muy despacio, todo con gusto y torería, ligando en el sitio, como la última serie en redondo, llevándolo muy tapado, sin quitársela de la cara, toreando a cámara lenta, al más puro estilo mexicano, para rematar la obra por bajo, detalles de inmensa calidad, trincherazos preciosos que pusieron a La México en pie y circulares que desataron la locura, gusto, torería y emoción que brotaron de la muleta del capitalino y que presagiaban triunfo de los gordos. Pero la espada se cruzó en su camino quedando todo en vuelta al ruedo. En las antípodas de ese tercero estuvo el sexto, un toro bronco, duro y muy peligroso, reservón que reponía, medía y buscaba con mucho sentido, la cara por las nubes, soltando gañafones por ambos pitones, una alimaña, vamos, una auténtico cabrón. Y el artista se transmutó en gladiador, pero dejó un quite por navarras rematado con una larga llena de aromas a toreo añejo antes de plantarse con la muleta delante de la cara del de Barralva y demostrarle quien mandaba allí. Valor y exposición fueron las notas de la faena, y mucha verdad, sin renunciar a unos primeros muletazos por bajo, doblándose, con poder para someter la brusquedad del toro pero también con gusto y sabor que remata con uno sensacional de pecho. Siempre le puso la muleta planchada, aguantó miradas, tragó parones y arreones de un toro que se quedaba debajo, reponedor, pero el capitalino ni se inmutaba, siempre intentaba llevarlo templado, vibrante y emocionante, hasta que en uno de esos tornillazos lo echó por los aires afortunadamente sin consecuencias, ni se mira, se planta hecho un titán ante la cara del toro, lo machetea por bajo, le puede y se desplanta de rodillas. El final de faena es apoteósico, la emoción es inenarrable, emoción nacida del peligro y el miedo, pero emoción, y Mauricio desafía a ese miedo una y otra vez poniéndole la muleta, tragando más y más derrotes, lidiando por bajo, a la antigua, más valor imposible. Se tira a matar recto, por derecho, para dejar una entera que resulta fulminante, pero en el embroque el toro le prende, el pitón a la altura de la ingle y el abdomen, luego en el suelo, a merced del toro otro derrote a la espalda, y otro más, como un trapo, segundos angustiosos, se presagiaba lo peor cuando la cuadrilla le recogió del suelo, semi inconsciente se lo llevaban a la enfermería, pero se recupera, milagrosamente no llevaba cornadas y sale entre lágrimas de emoción a recoger las dos orejas pedidas de manera unánime por una afición rendida primero al arte y luego al valor de José Mauricio que salió a hombros por la puerta grande entre gritos de "torero, torero". Premio más que merecido para una tarde plena del mexicano.
En fin, que una tarde en la que los toros marcaban la pauta fueron los toreros quienes  salvaron la papeleta y levantaron el festejo. Si hacemos un ejercicio de imaginación y nos trasladamos en espacio y tiempo a la última semana de cualquier San Isidro madrileño podíamos estar hablando de esa corridas que llaman toristas. O al menos eso parecía, y guardan muchas similitudes. Se suponía que el reclamo a priori eran los toros. Pues al parecer no llamaron a muchos porque el aspecto de los tendidos era desolador, no creo que llegara a un tercio, casi vacío en la inmensidad de Insurgentes. Una vez más creo que se demuestra que el reclamo para el público son los nombres de figuras, nos guste o no, que llenan las plazas. Y también creo que se demuestra que el torismo no es llevar ciertos hierros que casi siempre acaban dando el mismo juego, generalmente pobre, sino que quien se siente torista de verdad disfruta del toro bien hecho, sí, ¡cómo no!, pero que embista con calidad y bravura sea del encaste que sea. Ahí es donde reside la emoción a mi modo de ver, en la clase y el arte, no en el peligro y el miedo, porque no olvidemos que peligro tiene todos los toros, no solo los de determinados hierros. Y con esto no quiero decir que no haya que lidiar todo tipo de encastes, por supuesto, y cuanto más mejor, pero sí que no se confundan los términos porque todos los aficionados somos obligatoriamente toristas y toreristas por igual ya que la Fiesta no se entiende sin toros que embistan ni toreros que creen arte.

Antonio Vallejo


sábado, 14 de diciembre de 2019

Corrida Guadalupana: Un Juez de Plaza indigno siembra el bochorno del despropósito


Día grande en México, festividad de la Virgen de Guadalupe, la Madre, la Señora, la Reina de América tal como la proclamó el Papa San Juan Pablo II en su viaje a esas tierras extendiendo el rango litúrgico del 12 de diciembre a todo el continente, por tanto día grande en todo América. Como es lógico el significado magno de esta festividad va acompañado de celebraciones arraigadas en la tradición y las raíces de esos pueblos que se viven con especial fervor. Entre esas tradiciones, guste o no a algunos, están los toros, y son muchas las plazas de América que conmemoran este día con corridas guadalupanas, siendo la más señalada de todas la que se celebró este jueves en La México en una radiante tarde de cielo azul purísima en la que la plaza lució esplendorosa tanto por las pinturas taurinas de corte abstracto con las que el artista mexicano Francisco Javier Vázquez, Pazamoar, pseudónimo que utiliza jugando con las palabras paz, amor y arte, engalanó las tablas y burladeros de la Monumental azteca, como por el buen aspecto que al menos el numerado registró, más de tres cuartos, con unos aficionados que respondieron a la llamada de una cartel que, a mi modo de ver, contaba con enorme atractivo. Seis eran los toros anunciados de un hierro legendario por allá, el de Begoña, que llevaba nada más y nada menos que 23 años sin lidiar una corrida completa en esa plaza, y tres los matadores acartelados, el tlaxcalteca Sergio Flores, rotundo triunfador de la pasada Temporada Grande, el peruano Andrés Roca Rey, máxima figura del toreo  actual y futuro, un ídolo que llena ruedos acá y allá donde vaya, y el hidrocálido Luis David (Adame), figura reconocida y tremendamente admirada en su tierra, punta de lanza del toreo mexicano junto a sus hermanos y primo, Joselito, Alejandro y Gerardo. A todo eso tengo que sumar la sana envidia que siento cada año cuando veo por televisión esta corrida y contemplo el respeto por la tradición y el fervor que se manifiesta desde el mismo momento que arranca el paseíllo. Me encanta ver la silueta de la Virgen dibujada sobre la arena del coso de Insurgentes, me emociona escuchar el Ave María cantado en medio de un impresionante silencio con todo el público puesto en pie y siento esa sana envidia también por la devoción de un pueblo que no se avergüenza de sus raíces católicas, como se encargaron de destacar Ramón Ávila “Yiyo” y Heriberto Murrieta, habituales comentaristas junto a Rafael Cué de estos festejos en La México. Mimbres, por tanto, más que suficientes para soñar con una gran tarde de toros en la madrugada española.
Pero las cosas son como son y no como nos gustaría que fueran, y eso lo experimentamos muchas veces los aficionados. Tarde de expectación, tarde de decepción, el hombre propone, Dios dispone, luego sale el toro y lo descompone. Esa y otras muchas frases las hemos oído tanto que son como de la familia, y ayer volvieron a revolotear en el aire capitalino. Muy decepcionante el juego de los toros de Begoña, deslucidos, tardos, sin recorrido, sin fondo de clase, casta o bravura, escasos de fuerzas, defendiéndose, en resumen, con nulas opciones para el lucimiento si exceptuamos al cuarto, con movilidad, exigente, duro y encastado al que Sergio Flores cortó una oreja envuelta en una tremenda polémica. Y fue una lástima ese pésimo juego de los de Begoña, porque era una corrida imoecable de presentación, buenas hechuras, proporcionados, armónicos, en tipo, muy seria, incluso destacaría que me pareció más ofensiva que lo habitual en el toro mexicano, varios que sin llegar a cornipaso sí que apuntaban al cielo azul y un par de ellos con las puntas hacia delante. En resumen, una corrida con mucho trapío que por desgracia eso acabó marcada precisamente por una polémica incomprensible e inadmisible culpa de un Juez de Plaza que sumó despropósito tras despropósito hasta armar la marimorena. Les juro que me frotaba los ojos para tratar de asegurarme si lo que estaba viendo era real o me había quedado dormido a esas horas de la madrugada y todo era un mal sueño. Se lo prometo, nunca había visto nada parecido. Para empezar, es la primera vez que veo a la autoridad conceder una oreja pedida por una minoría absoluta, si es que ese término existe. Eso hizo el Juez de Plaza tras la muerte del cuarto ante, como dicen por allí, la rechifla de los aficionados.  Alucinante, de verdad. Pero nada comparado con lo ocurrido ante el sexto, inaudito. El sexto fue un toro que manseó claramente en el caballo, hasta en dos ocasiones salió escupido, rebrincado, nada más sentir el acero sin tan siquiera llegar a tocar el peto. Finalmente se le administró un puyazo aprovechando que el de Begoña se venía por los adentros, el picador le cerró la salida y en ese terreno le colocó el puyazo. Un toro manso, pero no más que muchos que hemos visto  tantas tardes y que tienen su lidia. Pues bien, el Juez  de Plaza parece que decidió que se pusieran banderillas negras, pero tampoco parecía claro, que sí, que no, que si el banderillero de la cuadrilla de Luis David toma las negras, luego las deja y las cambia a criterio suyo por las habituales, que para más coña eran blancas, todo eso sin seguridad de lo que el palco había decidido. El Juez de Plaza dice que negras, pues nada, el siguiente par negras, y el toro va y salta al callejón, y otro par más de negras. Un despropósito que no acaba ahí porque, con Luis David ya con el estoque simulado y la muleta en la mano decidido a comenzar la faena suena el toque que anuncia que el toro ha sido devuelto a los corrales. Pueden imaginarse la cara del matador y más aún lo que se lió en los tendidos, la mundial,  el ruedo sembrado de almohadillas y una bronca antológica en los tendidos. ¿En que diablos pensaba ese hombre para  hacer esa serie de barbaridades?. Lo que en un principio parecía una comedia,  y que se tomó incluso con sorna por el público, lo de la oreja al cuarto, fue tomando otro tono con lo del sexto y por poco acaba en un desorden público de órdago que cualquier día acaba en tragedia. Lo triste es, como decía,  que eso es lo que ha quedado reflejado de esa corrida, será por lo que se recuerde esta guadalupana, no por la bravura, el arte, la torería o el triunfo, que era el deseo de todos. Lamentable.
Ni Roca Rey ni Luis David, como ya he comentado, tuvieron opción alguna con sus respectivos  lotes. Ambos anduvieron muy por encima, seguros, firmes, solventes, apliacando todos los recursos técnicos que atesoran para intentar sacar al menos una gota de los pozos secos que fueron sus toros. Más entrega, más tesón, más disposición y más honradez no se les puede pedir, lo hicieron todo ellos ante animales tardos, sin clase, sin movilidad, sin ritmo, a los que siempre les pusieron la muleta adelantada, planchada, tiraron de ellos con temple y máxima suavidad para robarles los escasísimos muletazos que tenían y también para evitar que se derrumbaran estrepitosamente por su falta de fuerzas. Roca Rey solo pudo lucir con el capote ante el segundo con unas verónicas de saludo bellísimas, templadas, hundiendo el mentón, sedosas, jugando los brazos con armonía para rematar con una media dejando el capote lacio a modo de alfombra sobre la arena de Insurgentes y un quite por chicuelinas muy ceñidas, repletas de gusto y emoción que remató con una revolera vistosa fuertemente ovacionada. Ese segundo solo le regaló al peruano un explosivo inicio por cambiados por la espalda de angustia, más que ajustados, los pitones a milímetros de la chaquetilla, cosidos a un par de estatuarios sin enmendarse que remató con uno de pecho monumental que puso a La México en pie y una buena serie en redondo con temple y ritmo, mano baja y largura, perdiendo el pasito necesario para quedar perfectamente colocado al final del muletazo. No hubo más, ni en lo que quedaba de faena al segundo ni en un quinto para olvidar que no merece ni una línea. Peor aún lo que se encontró Luis David. Al menos Roca Rey pudo pegar buenos capotazos y una serie de muletazos pero es que el hidrocálido ni eso, tan solo un quite por zapopinas vistoso y lucido al sobrero corrido como sexto bis. Voluntarioso a más no poder, intentando robar al menos un pase al tercero, algo imposible ante un toro parado, deslucido, descompuesto, siempre a media altura, sin entrega alguna. Derroche de técnica y honradez que continuó mostrando ante el sexto, con el añadido de una paciencia, elegancia y un saber estar de diez aguantando el bochornosos espectáculo del despropósito tras despropósito del Juez de Plaza al que, atónito, tuvo que asistir. Ni el sexto que fue devuelto de aquella manera vergonzosa y humillante para torero, ganadero y afición ni el sexto bis, también del hierro titular, sirvieron para nada. Lo mejor que pudo hacer Luis David fue, tras mostrar por ambos pitones que el toro no tomaba la muleta ni por equivocación fue machetearlo por bajo y pasaportarlo con brevedad para que el tiro de mulillas se lo llevara cuanto antes camino del desolladero y pusiera fin al bochornosos espectáculo que tuvo que padecer por culpa de un palco al que a lo mejor habría que haberle hecho un control de alcoholemia, no se me ocurre otra explicación.
Sergio Flores tuvo en el cuarto el único toro con posibilidades de la corrida. Antes había lidiado, porque eso es lo que hizo y muy bien, al primero, un toro sin fijeza, frenado, sin empuje y a la defensiva al que llevó metido en el capote con maestría, echándolo al suelo y andándole hacia atrás para llevárselo a los medios y al que en la muleta le fue robando los muletazos de uno en uno a base de colocación, mando y temple, tirando del toro con suavidad, muy despacio, al ralentí, por momentos parecía que iba a pararse, pero la firmeza y seguridad del tlxcalteca le permitió llegar a rematar los pases, sacando en una serie por el pitón izquierdo un natural antológico, solo uno, pero valió por cien. Ese cuarto al que me refería y al que le cortó la oreja de la polémica y la rechifla fue el único del encierro que tuvo su aquel y Flores supo entenderlo de principio a fin a las mil maravillas. Salió con la cara por las nubes, sin entrega alguna en las verónicas que intentó tejer el mexicano. Visto lo visto volvió a lidiar como en su primero, capote al suelo y andarle hacia atrás como receta magistral para mostrarle el buen camino. Pero el de Begoña, en cuanto no se le obligaba, soltaba la cara con violencia. Así lo hizo en el único puyazo que tomó, los pitones en lo alto del peto, cerca del cuello de la cabalgadura y en banderillas, esperaba y soltaba la cara con brusquedad y peligro. Sensacionales Luis Alcántara y Gustavo Campos completando un tercio excelente por exposición y verdad que les obligó a desmonterarse  para responder la fuerte ovación de los aficionados. No dudó Flores sobre la manera de afrontar la faena de muleta, cabeza e ideas claras. Torerísimo el inicio de faena por doblones, obligándole, sometiendo al toro, muletazos largos aprovechando la movilidad del de Begoña que remató con uno de desdén sublime. Perfecta concepción y ejecución de la faena, adelantando la muleta, poniéndosela planchada, la mano muy baja y altas dosis de temple, mandando, poderoso, atacando al toro cuando lo precisaba, aguantando algunos arreones por un pitón izquierdo por el que el animal protestaba más y se revolvía, pero la mano baja de Flores acabó apoderándose de la embestida y cuajó un par de naturales con hondura y mucho mérito. Series de más profundidad por el pitón derecho entre las que intercaló martinetes, cambiados por la espalda y cambios de mano preciosos que calaron en los tendidos. Fue una faena vibrante, con emoción y transmisión, además de perfectamente medida, aprovechando los quince o veinte muletazos, ni uno más, que tenía este toro con encastado que abrochó con unas manoletinas finales ajustadas y un recorte por bajo lleno de aromas a toreo eterno que puso en pie a La México. Un pinchazo y una entera defectuosa, trasera y contraria, pasaportaron al toro. Pocos, al menos por televisión vi muy pocos pañuelos en el numerado, fueron los que pidieron la oreja, y yo creo que con buen criterio la mayoría de los aficionados consideraron que a pesar de la emocionante y buena faena el borrón de la espada cerraba la posibilidad de trofeo y que una fuerte ovación y quizás incluso una vuelta al ruedo era el premio justo. Yo, desde luego, comparto esa opinión, para mi hubiera sido lo razonable. Pero el Juez de Plaza, ante el asombro general, la rechifla de bastantes y el cabreo de unos cuantos , sacó el pañuelo que concedía la oreja abriendo así la caja de los despropósitos que ya no cerró hasta el final. Penoso e indigno espectáculo para una plaza de la categoría de La México.


Antonio Vallejo

lunes, 9 de diciembre de 2019

Toros en cantidad, la calidad en los toreros


Es un tópico, cantidad y calidad suelen ir reñidas, pocas veces se dan la mano y se alían la una con la otra. Esta madrugada española, tarde dominical en México, se ha vuelto cumplir. Se lo comentaba ayer, corrida monstruo, ocho toros, cuatro matadores y, por si hacía falta añadir algo más, confirmación de alternativa con las consiguientes ceremonias de entrega y devolución de trastos en primer y segundo toro, con lo que supone de sumar minutos a un festejo largo de por sí, aunque debo reconocer que en lo que me equivoqué fue en la hora. Calculé que el final de la corrida estaría más cerca de las cuatro de la madrugada que de las tres. Pues no, mira tú por donde que a las tres y un minuto doblaba el octavo de la corrida. No hubo esta vez toro de regalo, aunque tampoco me hubiera importado demasiado, ya puestos. Al fin y al cabo hoy lunes es festivo en Madrid y no hay que madrugar, algo que se agradece, como también hay que agradecer el acuerdo del que tuve conocimiento durante la retransmisión de la corrida. Tanto matadores como apoderados, empresa y Juez de Plaza han llegado a un pacto no escrito con el que se comprometen a que ninguno pida el toro de regalo en estos festejos de tan largo metraje, decisión que me parece de aplaudir, aunque  parte de los aficionados que ayer se dieron cita en los tendidos de La México o no conocían ese pacto o estaban en desacuerdo porque pidieron a Castella con insistencia el de regalo y protestaron al ver que su petición no se cumplía. 
Y hablando de los aficionados, no es que precisamente fueran en cantidad a la plaza. Pobre aspecto del numerado, un cuarto, y se puede decir que vacío el general, lo que en un coso como es Insurgentes, donde caben 48.000 espectadores, transmite una imagen desoladora. Sus razones tendrán, pero cuesta entenderlo si se echa un vistazo al cartel: Sebastián Castella, un ídolo en La México, Paco Ureña, triunfador en Madrid esta temporada, Octavio García "El Payo", uno de los matadores mexicanos punteros, y la confirmación de alternativa de André Lagravere "El Galo", joven promesa del toreo azteca. Frente a ellos toros de Xajay, hierro de máximo prestigio en aquel país y que lleva cosechados rotundos triunfos en diferentes plazas mexicanas en lo que va de temporada americana. Es decir, mimbres para generar ilusión había, pero algo falla si no son suficientes para atraer más público a los tendidos.
Ocho fueron los toros de Xajay que se lidiaron, ocho toros que en lo que a presentación y presencia se refiere estuvieron muy en tipo a lo que es el toro mexicano, más bien pequeños, enmorrillados, finos de cabos y de pitones, salvo un castaño todos los demás cárdenos, un par de ellos acapachados pero el resto tendentes a veletos, sin llegar a cornipaso, y engatillados, para nada exagerados de cornamenta - en España diríamos que más bien cornicortos - y menos aún de kilos. Echen un vistazo a lo que marcaba la tablilla en cada toro por orden de lidia:  519 Kg, 483 Kg, 476 Kg, 490 Kg, 522 Kg, 518 Kg, 480 Kg y 470 Kg. La media es 494 Kg, imaginénse la que se montaría en Madrid si la media de peso de una corrida se queda por debajo de los 500 Kg, no quiero ni pensarlo. Pero lo cierto es que estaban en su peso, es ese, más kilos los hubiera sacado de tipo, y hay que reconocer que varios de ellos tenían trapío y que salvo el tercero, justamente protestado de salida por falta de remate, bastante escurrido de culata, todos fueron armónicos y proporcionados de hechuras contando, además, con seriedad por delante. Otra cosa fue el juego, desigual y en general deslucido, destacando tan solo el encastado y exigente segundo y el bravo y noble cuarto, pudiendo destacar también un punto de clase y nobleza en el primero. El resto dieron pocas o nulas opciones por sus escasas condiciones. Lo que decía al inicio, cantidad con poca calidad.
André Lagravere "El Galo" llegaba a La México para confirmar una alternativa que ha tomado hace nada, el pasado 27 de octubre en su Mérida natal, allá en la península de Yucatán. Con tan solo la corrida de su alternativa como bagaje de matador dejó una más que notable imagen en la tarde de ayer. Ganas y disposición a raudales, algo lógico por otra parte, pero además una sensación de firmeza y claridad de ideas que me sorprendieron. Mostró buen manejo y gusto con el capote en un quite por chicuelinas al primero y otro por navarras al octavo, ambos rematados con revoleras, que es lo único que le permitieron sus toros ya que de salida ninguno se entregó. También banderilleó a su lote, con más acierto y pureza en el octavo, demostrando unas facultades físicas portentosas acordes a su juventud, dejándose ver, llegando hasta la cara y clavando de poder a poder. Los más aplaudidos fueron, sin duda, los pares al violín con los que cerró ambos tercios. Con la muleta mostró buenas maneras, temple, técnica y conocimiento, además de serenidad y gusto. Al primero, tras un inicio de faena con dos cambiados por la espalda en los medios lo llevó con la suavidad que pedía por su justeza de fuerzas, cuidó la altura y todo se lo hizo muy despacio, con ritmo, pero cuando trataba de  bajarle la mano el de Xajay se derrumbaba y deslucía todo. Repito, buen trato y solvencia en el toro de su confirmación. Se le tuvo que hacer larguísimo hasta el octavo, tres horas más o menos, una barbaridad, pero no se le notó nada a juzgar como toreó al manejable y noblote que cerró plaza. Buena colocación, acoplado, con muy buen sentido de la distancia y la altura, adaptándose perfectamente a las condiciones del toro, con temple y suavidad en cada muletazo, con despaciosidad y dándole el aire que necesitaba entre tanda y tanda. Buenas series en redondo, templadas y ligadas con gusto, tirando del toro sin una sola brusquedad, siendo mejores los naturales, con hondura, bajando la mano. Como detalle añadiré que abrochó ambas faenas por bajo, unas semiponcinas al primero y ayudados por bajo cargados de sabor al octavo, sin recurrir a manoletinas y bernardinas que en estos tiempos parecen obligadas y que a mi modo de entender dan idea del concepto d toreo que lleva El Galo. A este octavo lo mató de una entera volcándose algo trasera y tendida que precisó de un descabello y se pidió la oreja contuerza, pero el Juez de Plaza consideró insuficiente la petición y denegó el trofeo. Yo se la hubiera dado, sinceramente, creo que hizo méritos para ello y además hay que echar una mano, siempre dentro de términos razonables, a estos jóvenes matadores que serán el futuro de la Fiesta. Se despidió con una vuelta al ruedo clamorosa.
Si El Galo puso el temple y sorprendió fue el otro galo, de Béziers, el que puso el mando y el poder. Sebastian Castella, que el próximo año cumplirá 20 de alternativa, dejó patente una vez más ese toreo poderoso y de asombrosa facilidad aparente que le han llevado a la condición de figura del toreo. Tuvo en el que hacía segundo un toro encastado y exigente, que pedía lo que tiene Castella, mando y poder para someterle. Maestro con el capote, tres verónicas de saludo templadas y cadenciosas con una media de remate preciosa más un variado y vistoso quite por tafalleras, delantales y revolera dejaron patente su calidad. Quizás el toro hubiera precisado de un puyazo más que el que tomó, sensacional puyazo, por cierto, agarrado arriba, delantero, con el de Xajay empleándose abajo, pero el Juez de Plaza cambió el tercio por su cuenta ante la sorpresa del matador que para no liarla no insistió más en tratar de dar marcha atrás, curiosa situación. Quizás por eso el toro mostró su carácter en un exigente tercio de banderillas en el que ese gran torero de plata que es José Chacón cuajó un extraordinario tercio que saludó desmonterado a al fuerte ovación de los aficionados. Y quizás por eso el toro mantuvo su exigencia en la muleta, donde emergió el Castella poderoso desde los primeros muletazos llevándoselo desde el tercio a los medios por bajo, trincherillas y pase de la firma ganando pasos cargados de torería y aromas sevillanos. Magnífico el toreo en redondo, series templadas, cosiendo los pitones a la muleta, bajando la mano, ligando en un palmo de terreno, series reunidas con esa serenidad y seguridad que del la madurez, administrando las pausas a la perfección para dejarle recobra el aliento. Por el pitón izquierdo tenía menos recorrido el de Xajay, protestaba, pero ahí estaba el francés para templar y acabar sometiéndolo en una buena tanda de naturales. Un par de molinetes en le epílogo de la faena preceden a una sensacional tanda en redondo interpretando el toreo a la mexicana, muy lento, muletazos que duraban una infinidad, olés que rugieron desde los tendidos, más aún en los últimos pases, clavado al suelo, sin rectificar, en las cercanías, esos terrenos que Castella pisa con una facilidad y comodidad asombrosa, pasándose al toro por ambos pitones sin inmutarse ni rectificar para rematar con un desplante tras tirar la muleta y la ayuda al suelo. Lástima el fallo con la espada porque una oreja creo que habría ido al esporteen del francés. Con el que hacía quinto no tuvo opción alguna, un toro desconcertante desde salida, incierto en su embestida, distraído y deslucido, sin empuje, sin entrega, desclasado y sin gota de emoción. No le perdió la cara Castella, al revés, anduvo muy por encima, valga como muestra el quite por chicuelinas a manos bajas rematado con una media desmayada cargada de sevillanía una vez más, o con e esfuerzo que hizo con la muleta para sacar algo, tirando de técnica y saber de veterano, primero en largo, imposible, luego entre los pitones, robando muletazos de uno en uno de mucho mérito pero carentes de ritmo y continuidad en una lección de disposición elogiable que dice mucho de su profesionalidad.
Paco Ureña se llevó, claramente, el peor lote. El que se corrió en tercer lugar, un toro terciado y protestado de salida no sirvió para nada. Las manos por delante, justo de recorrido y blandeando de salida, muy deslucido en el capote, sin emplearse lo mínimo en el caballo, los capotes al cielo tras un puyazo muy medido, casi testimonial, para que no perdiera las manos y reservón, reponiendo y a la defensiva por su falta de fuerzas en la muleta. No puede decirse que no lo intentara el murciano, lo llevó con sumo mimo, cuidándole al máximo, con enorme solvencia y técnica pero resultó imposible, no pasaba, se quedaba debajo, parones que aguantó con firmeza Ureña, y soltaba la cara con peligro. valor y disposición del murciano pero imposible que nada llegara a los tendidos, más que digno. El sexto fue similar, deslucido, sin entrega y perdiendo las manos ya en el capote, doliéndose en varas, sin emplearse, llegando a la muleta vacío de condiciones. Inició la faena por estatuarios en los medios y uno de desdén maravilloso pero el toro no humillaba ni se le adivinaba recorrido, además de frenarse y medir. Muletazos de uno en uno, sin ritmo, probándolo por ambos pitones, pero nada a pesar del esfuerzo de Ureña. La impaciencia de algunos a la vista de las nulas cualidades del de Xajay hizo que surgieran gritos y protestas para que abreviara y tomara la espada, pero el pundonor que este hombre ha demostrado tantas veces ante tantas adversidades le hizo perseverar y nos regaló unos muletazos sueltos a media altura por el pitón derecho templados, lentos  y con cierta ligazón surgidos de la nada o de la magia del murciano para meterlo en la muleta, increíble que lograra sacar algo. Lo que se censuró en un momento se transformó en admiración y reconocimiento en un par de molinetes arrebatado y un pase de desdén mirando al tendido que calentaron la fría noche mexicana. La ovación con la que fue despedido a la muerte de este sexto reconocía el mérito y la entrega sin límite de Paco Ureña en toda la tarde.
El cuarto fue, junto al segundo, lo peor de la corrida. Un toro con fondo de bravura y  nobleza que le correspondió a Octavio García "El Payo" y que si hay que buscarle un defecto es que le costó humillar. Lo recibió el de Querétaro pegado a las tablas, seis o siete verónicas desbordantes de temple y compás rematadas con un par de medias de cartel, arte a raudales ante un toro que mostró recorrido,  fijeza y repetición en el capote. El recital de torería con el que El Payo nos obsequió ayer no había hecho más que empezar. Gusto y clase llevándolo al caballo, más torería, despacio, andándole hacia atrás, encelado en los vuelos para dejarlo a distancia y desde allí arrancarse para tomar un gran puyazo con codicia y entrega, empujando con los riñones. El quite que el propio Octavio trazó al aire fue poesía pura, verónicas tempaldísimas, una de ellas lentísima, eterna, parecía que nunca iba a acabar, una maravilla, rematando con una media abandonado, de locura. Arrancó la faena en los medios tras brindar al respetable. Dos cambiados por la espalda hilvanados a uno de desdén y uno de pecho sensacional arrancan los olés roncos. Series reunidas por el pitón derecho, perfecto acoplamiento, enganchando la embestida alante, temple en cada muletazo, largura, mano baja y ligazón en el sitio, toreo en redondo de mucho empaque alternado molinetes garbosos, cambios de mano majestuosos, un pase d ella sflores y remates de pecho entre los olés apasionados de los tendidos. El toro responde, pronto, repetidor, con recorrido y mantiene ritmo por ambos pitones permitiendo a El Payo componer una tanda de naturales sedoso y hondos citando de frente que abrocha consuno de desdén que pone en pie a La México, paso previo al delirio con le final de faena, por el pitón derecho, toreo en redondo al ralentí, temple supremo, derechazos eternos y pases de desdén bellísimos fruto de la inspiración, la elegancia y la torería con la que El Payo envolvió una faena rotunda que iba camino de oreja u orejas de no haber sido por la espada. Una lástima. El séptimo no le concedió nada al de Querétaro, un toro que en el capote embistió a arreones, echando las manos por delante y soltando la cara con brusquedad, bronco y descompuesto, otro más  defendiéndose. Pese a todo El Payo siguió regando de torería el coso de Insurgentes al llevar al de Xajay al caballo, de nuevo andándole hacia atrás, el capote abajo, enseñándole a embestir, pero ni por esas. A la muleta llegó con escaso recorrido, poca entrega y menos fuerzas, cabeceando, sin ritmo. Enorme el mérito de Payo que logró sacar, a base de valor y aguantar parones, una tanda por el pitón derecho templada y ligada con calidad además de conseguir robar algunos naturales sueltos con cierta hondura por un pitón izquierdo por el que las condiciones del toro no variaron absolutamente nada. Muy por encima Octavio García, técnico y pulcro sin abandonar la torería que impregnó toda su actuación en la tarde de ayer. 
Y así transcurrió otra madrugada taurina más en espera de la próxima que será este jueves 12 con la corrida guadalupana, día grande en México, festividad de la Virgen de Guadalupe, la Madre de América, con una terna acorde a la magnitud de la fecha: Sergio Flores, Andrés Roca Rey y Luis Davis Adame. Confiemos que los toros de Begoña den le juego deseado y resulte triunfal. Por lo menos que el público acuda en masa a la plaza y que la cantidad vaya unida a la calidad.

Antonio Vallejo

domingo, 8 de diciembre de 2019

Y volver, volver, volver


Un mes largo ha pasado desde que decidí tomar un período de reflexión ante la deriva peligrosa en la que navegaba, más bien naufragaba, nuestra nación ya que consideraba una banalidad, casi una frivolidad dedicar tiempo a los toros. Las cosas no han mejorado, al contrario, creo que estamos mucho peor que aquel 1 de noviembre, pero este período me ha permitido darme cuenta que ahora, precisamente ahora, es el momento de los valientes. Hoy estamos a punto de ver como España cae en las garras del marxismo, sinónimo de ruina y terror, apoyados por los mayores enemigos de España, los independentistas y terroristas. Oigo a muchos hablar de economía, preocuparse y alarmarse por la crisis económica, como si eso fuera lo peor que nos viene. La economía va y viene, la mayoría de las veces dirigida por las grandes potencias sin que nosotros tengamos mucho que decir, aunque interiormente vayamos a la ruina. Pero de una crisis económica se sale, se pasa mal, de acuerdo, pero siempre se sale. De lo que no se sale es de la crisis social, moral, de identidad y de existencia de una nación milenaria como es España. Sí, a nuestra nación nunca la podrá destruir la economía porque las pilas de monedas se pueden caer pero se vuelven a levantar con trabajo y esfuerzo, algo que España ha demostrado a lo largo de su historia. Pero a nuestra nación la pueden destruir estos enemigos terroríficos que van a despedazarla en trocitos y eliminar cualquier vestigio de sus señas de identidad desde sus orígenes. Han puesto la primera piedra con la profanación de una Basílica Pontificia y la tumba de un católico ejemplar. Creían que esa barbaridad que perpetraron les iba a suponer una victoria y se encontraron justo lo contrario, un duro revés que comenzó aquella mañana al abrirse las puertas de la Basílica y asistir a la lección de gallardía y honor de una familia y quien legalmente les representó en su titánica lucha contra un poder judicial vendido a un gobierno rencoroso y revanchista capaz de saltarse todos los preceptos legales posibles y violar los  derechos más elementales para salirse con la suya. Con la cabeza alta, paso firme, mirada clara, serenos, aplastando así a las hienas en forma de ministra, secretario de estado y no sé que otra cosa más que desde una esquina asistieron atónitos a la entereza de los valientes y que escucharon como retumbaron en la Sierra de Madrid tan solo dos gritos: ¡Viva España!, ¡Viva Franco!. Como dicen ahora, toma zasca.  El Valle y la exhumación del Caudillo son, sin duda, la punta de lanza de lo que viene. En primer lugar la aniquilación de la religión católica, la que nos unió y dio grandeza como nación, comenzando por la destrucción física de la gran Cruz y de la Basílica para después atacar a la educación de nuestros hijos y llevarnos a los católicos a las catacumbas, todo eso con la complicidad y la colaboración de una conferencia episcopal y un Vaticano cobarde y traidor como han demostrado sobradamente. Religión y educación primero, después leyes depuradoras en las que se implantará el pensamiento único, es decir, el marxismo puro y duro, y más tarde la eliminación de toda tradición cultural, social o popular que a esta gente le parezca oportuno. Y pobre del que transgreda alguna de las leyes que dicten a golpe de decreto. 
Me dirán que soy alarmista, incluso algunos que desvarío, ojalá esté totalmente equivocado, pero mucho me temo que muy lejos no van a nadar los tiros, figurados o quien sabe si reales, tiempo al tiempo. Ante este  desolador panorama solo se puede tomar un camino, luchar, más que nunca, por nuestra España y todo lo que significa, por su integridad y su grandeza, por sus esencias y su identidad, por su gloriosa historia y sus tradiciones. Entre esas tradiciones hay una que a esta gente les parece terrible y que están dispuestos a prohibir y, si es posible, destruir, los toros, porque lo consideran un símbolo de españolidad y claro, eso es inadmisible,  su objetivo es destruir el concepto de España y todo lo que suene o huela a ella. Hace poco más de un mes me parecía una frivolidad seguir con el blog, anímicamente estaba muy tocado, lo reconozco, pero este tiempo me ha permitido compartir muchos momentos y conversaciones con quienes no agachan la cabeza y van a plantar batalla a lo que nos viene en todos los terrenos. Pues bien, aunque esto sea algo insignificante en apariencia, me uno a poner un granito de arena en la defensa de una de nuestras tradiciones más importantes, la Tauromaquia, cultura, arte y esencia  como razón de ser de un pueblo. Igual que luzco con orgullo mi bandera o que vivo y cumplo como católico - a pesar de la jerarquía y reconozco que a mi manera y refugiado en mi Fe sin creer ya en los hombres de la iglesia, salvo honrosa excepciones - también seguiré pregonando a los cuatro vientos que soy taurino, desde que hace 48 años mi abuelo materno me llevó a una plaza de toros por vez primera. 
Así que aquí me tienen otra vez, con más ganas que nunca y dispuesto a decir lo que piense y se me ocurra, lo que me dé la gana, sin complejos ni miedos, seguro que casi siempre desde la incorrección política y contra el pensamiento único, gracias a Dios. A algunos les gustará, a otros les aburrirá y a otros les cansará, lo siento por ellos. Para quien quiera leerme, encantado, adelante, será un placer compartirlo con él, y quien no, pues eso, que no es obligatorio.
Y volver, volver, volver... como dice la ranchera. No se me ocurría mejor forma de hacerlo que con este cariñoso recuerdo a México inmerso en su Temporada Grande. No en vano a lo largo de este mes de noviembre he tenido la oportunidad de disfrutar un año más del toreo al otro lado del Atlántico gracias las retransmisiones en directo de Canal Toros desde el Embudo de Insurgentes cada domingo a las once y media de la noche. Madrugadas taurinas que se prolongan hasta altas horas, cargadas de la pasión y el sentimiento con el que en aquellas tierras viven el toreo y que resultan muy enriquecedoras como aficionado. Muchas horas robadas al sueño que, como siempre, han merecido la pena. Especialmente largas las noches que se anuncian cuatro matadores y ocho toros, algo que ocurre cuando se acartelan dos españoles, lo que obliga a incluir a otros dos mexicanos para cumplir la norma de que en La México al menos el 50% debe estar conformado por toreros mexicanos, tanto los carteles como las cuadrillas de los matadores. Para que luego estos progres de pacotilla vengan a presumir de paridad. El toreo va por delante, que no se dan cuenta, no se enteran de nada, como cuando hablan, que la gran mayoría de dichos y frases hechas que usamos a diario provienen de este rico mundo cultural que son los toros 
Muchas y muy buenas han sido las cosas que he visto en las corridas que comenzaron el 3 de noviembre con una de esa corridas monstruo de ocho toros que al final fueron nueve por el que regaló Diego Ventura cumpliendo con esa costumbre mexicana que tanta alegría despierta en los tendidos cuando uno de los toreros lo pide. Una oreja cortó el maestro precisamente a ese noveno de regalo con el magistral toreo a caballo con el que nos fascina tarde tras tarde en España. Quiebros, recortes, toreo con el costado, con la grupa, llevando cosidos los pitones del toro de manera suprema me mantuvieron despierto hasta casi las cuatro de la madrugada. Pero no fue ese el único aliciente de aquella noche, Antonio Ferrera se encargó de llenar de torería La México a pesar de toparse con un lote imposible por falta de recorrido y clase, sin movilidad, a la defensiva, soltando derrotes por ambos pitones con peligro. Cada detalle, la manera de andar en la cara del toro y especialmente la lidia a la antigua, sobre los pies, por bajo, sometiendo las broncas acometidas del animal, destilaron aromas de toreo añejo de una belleza tremenda que le público supo apreciar y valorar. Tomaba la alternativa el mexicano José María Hermosillo, quien cortó una oreja al primero en una faena de entrega e ilusión que remató con una certera estocada y completaba el cartel otro de la tierra, Leo Valadez, espectacular con banderillas demostrando sus excepcional dotes físicas pero que con la muleta no llegó a levantar el vuelo en dos faenas irregulares que fueron d más a menos. Pero para abrir boca y tomar contacto con la Temporada Grande no estuvo mal.
Una semana más tarde, coincidiendo ese domingo con la repetición de elecciones en España, se anunciaba nada más y nada menos que el maestro Morante de la Puebla junto a Joselito Adame y Ernesto Javier "Calita". Poco pudo hacer el sevillano ante el primero, un toro parado, sin clase ni raza ante el que solo pudo dejar multemos sueltos con su sello habitual que desprendieron los primeros aromas de romero. Fue en el cuarto cuando el duende se adueñó de México. Esta vez fueron las lanzas las que se tornaron cañas, ya que el de Bernaldo de Quirós salió suelto, sin fijeza alguna. Varias veces pasó por donde el sevillano se encontraba, pegado a las tablas, desplegando el capote a una mano, sin inmutarse, con suavidad y una gracia suprema cada vez que el toro cruzaba esos terrenos. La impaciencia comenzó a adueñarse del público, pitos que fueron a más cuando el maestro mandó a su cuadrilla a parar al toro. Error, señores, crean en el duende y esperen. Con paso firme se encaminó hacia la segunda raya y allí le pegó una verónicas de ensueño que una vez más detuvieron el tiempo y unas chicuelinas para morirse. La plaza en pie, entregada, cuando segundos antes le increpaban de mala manera. Con la muleta Morante cuajó una faena de torería plena, tandas en redondo y al natural de temple infinito, muletazos muy lentos, los relojes parados, la eternidad ante nuestros ojos, componiendo la figura, sabor añejo, enroscándose al toro, acompañando cada pase con la cintura, ajustado, acoplado, la mano baja, aromas de Sevilla que inundaron Insurgentes. Mató de una entera arriba que le sirvió para pasear una oreja entre el delirio de los aficionados aztecas. Otra oreja cortó Joselito Adame al segundo, un toro con mucha movilidad y encastado al que el hidrocálido recibió de rodillas con una larga cambiada para después torear por verónicas a pies juntos y gaoneras en el quite que convirtieron La Monumental en una caldera en ebullición. Supo aprovechar la movilidad del de Bernaldo de Quirós y a base de temple lo metió en la muleta en tandas acopladas y ligadas por bajo en redondo de enorme calidad, pero fue al natural donde Adame bordó el toreo, largura, ligazón, temple y siempre por bajo, extraordinario. La estocada caída no fue impedimento para que se pidiera la oreja. Tuvo la puerta grande en su mano ante el quinto, que se movía pero que no acababa de rematar las embestidas ante el que no dudó en acortar distancias, meterse entre los pitones y en esos terrenos de cercanías armar un lío a base de exposición y entrega. De haber matado bien hubiera cortado la oreja y con ello la puerta grande. Calita no tuvo su tarde, o noche, según el lado del Atlántico donde se viera la corrida. Ganas y disposición ante un reservón tercero que no dio opciones pero lo peor de todo que les esto se fue vivo a los corrales tras escuchar el mexicano los tres avisos ante un toro manos y rajado sin opciones ante le que largó demasiado una faena imposible todas luces que se complicó con el atasco con la espada. Bronca monumental.
La corrida del domingo 17 tuvo un nombre, Arturo Saldívar. Ni Miguel Ángel Perera ni Gerardo Adame tuvieron opción alguna antes sus lotes. El extremeño se encontró con dos toros de La Estancia sin movilidad, marmolillos clavados al suelo. Tan solo un quite por tafallreas y galonear estuvo algo de picante, el resto lo intentó pero no había manera de meter mano a esos toros. Algo parecido le ocurrió al de Aguascalientes con su lote, dos toros sosos y deslucidos que no tenían ni medio gramo de emoción. Lo intentó en vano el primo de Joselito Adame pero no había donde sacar. El silencio marcó la actuación de ambos matadores. Lo dicho, otro hidrocálido marcó esa corrida con dos faenas compactas, perfectamente estructuradas ante el mejor lote de La Estancia, dos toros con bravura, movilidad, clase, recorrido y humillación. Excelente con el capote, verónicas y chicuelinas de muchos quilates mostrando gusto y calidad en cada lance y sensacional con la muleta, encontrando la distancia y el ritmo que precisaban sus toros, muletazos por ambos pitones con largura, aprovechando la movilidad y el recorrido de ambos, siempre por bajo, ligando en un palmo de terreno, emoción y transmisión que llegaron y calaron en los interminables tendidos de Insurgentes. Clase y temple a raudales que combinó con exposición y valor, aguantó parones al segundo, incluso le volteó sin consecuencias y sin siquiera mirarse volvió arrebatado a la cara del toro y abrochó su primera faena con unas bernardinas de infarto, ajustadísimas en un alarde de valor. Tarde que no terminó en puerta grande y lío de los gordos por el fallo con los aceros, pero fue reconocido por la plaza con dos atronadoras ovaciones que, personalmente, creo que al menos una de ellas tenía que haber acabado en vuelta al ruedo. Aunque si les soy sincero, casi prefiero que no den más vueltas al ruedo que las precisas cuando se cortan orejas porque por allí son interminables, a su ritmo, ya saben, mexicano, lento, sin prisa alguna... y a esa horas de la noche española todos los minutos que se añadan al sueño se agradecen al día siguiente.
Otro torero español se asomó a La México el día 24, Ginés Marín, acompañando a Juan Pablo Sánchez y Diego Silveti ante toros de De la Mora. La única oreja del festejo la cortó Sánchez, otro de Aguascalientes, auténtica cantera del toreo mexicano, al primero, un toro con fijeza y bravura al que toreó con enorme clase y mando a base de perfecta colocación y temple. Muletazos largos y bajos por ambos pitones, series ligadas cargadas de emoción y gusto, toreo caro que remató con una certera estocada que valió el trofeo. Como le ocurrió a su paisano Joselito se le escapó la puerta grande con la espada ante el cuarto. Lo toreó con sabor a la verónica, acompasado, templado pero le toro llegó a la muleta falto d recorrido. Tiró de técnica y saber acortando distancias, citando con la muleta retrasada y así exprimir los muletas al máximo. Faena de entrega y honradez que remató con una estocada defectuosa y un golpe de descabello. Hubo petición pero el Juez de Plaza - así llaman por allá al presidente - no atendió la petición. Por su parte Silveti, torero de dinastía, tan solo pudo lucir su toreo en las primeras tandas ante el segundo, muletazos por bajo con mucho poder, especialmente en una al natural que fue la mejor por recorrido, largura y humillación. Pero el toro no acabó de rematar y se rajó pronto fulminando las esperanzas que pudiera albergar. El quinto saltó al ruedo con mucho ímpetu, lo toreó el de Guanajuato por gaoneras de manera arrebatada, todo raza y corazón, se movió. mucho en banderillas pero a la muleta llegó desfondado. Sin opciones para Silveti que porfió tanto para justificarse que resultó cogido en las bernardinas finales, que eran más que prescindibles a a la luz de las nulas cualidades del toro. Más disposición imposible pedirle. Ginés Marín tuvo una tarde de inspiración, de gusto y de mucha clase dejando entusiasmado al público que fue a verle. Sensacional con el capote en sus dos toros, verónicas cadenciosas, armonía y compás, suavidad, auténticas caricias en cada lance. Magistral con la muleta, temple y ritmo, muletazos largos y muy lentos, todo por bajo, arrastrando la franela, ayudados sublimes, cambios de mano celestiales, naturales con una hondura indescriptible, torería y sabor en cada paso, belleza a raudales, arte en toda su expresión, emoción y entrega del torero y de una plaza rendida a sus pies. Una vez más la suerte suprema dictó sentencia y borró de un plumazo las opciones de orejas, pero la vuelta al ruedo tras la muerte del sexto recompensó al jerezano-extremeño por su grandiosa actuación aquel día.
Tan solo queda por contarles la corrida del día 1 de diciembre, otra monstruo con cuatro espadas y ocho toros. Enrique Ponce, el consentido de La México, Fabián Barba, Joselito Adame y la presencia de la sensación de la temporada española, Pablo Aguado que confirmaba alternativa, condición que ostenta La México junto a Nimes y Las Ventas. Un cartel de lujo que reunió a unos 30.000 espectadores  que  llenaron el numerado y dieron un digno aspecto al general registrándose así la mejor entrada de lo que se lleva de Temporada Grande en una tarde mexicana marcada por un fuerte viento que deslució y desnaturalizó todo cuanto pudiera hacerse, primero porque dejaba descubiertos a los matadores, con el evidente peligro y lo que supone para el toro, que rápidamente desarrolla sentido y sabe lo que hay, y segundo porque posiblemente varios de los toros lidiados hubieran lucido más en terrenos de afuera, pero era casi imposible por el vendaval y tuvieron que cerrarlos para poder ejecutar los muletazos. El confirmante no tuvo opciones con su lote, a contra estilo, dos toros sin recorrido, parados, sin clase, sin raza y que para colmo se defendían por su falta de fuerzas ante los que el sevillano tan solo pudo dejar en el aire algunos muletazos sueltos con su sello y gusto particular que fueron pocos pero que llegaron a unos tendidos que respondieron con olés que sonaban a La Maestranza. Una pena su paso inédito, pero no hay que descartar que en la segunda parte de la Temporada Grande el nombre de Pablo Aguado aparezca en algún cartel. Fabián Barba, para variar natural de Aguascalientes, estuvo correcto, solvente, técnico, pero creo que le faltó dar un pasito adelante y poner algo más de empuje. Estuvo bien, aseado podría decirse, pero sus toros, exigentes ambos y encantados, tenían algo más a mi entender. Es cierto que el viento no colaboró y posiblemente si hubiera podido llevarlos a los medios todo hubiera tenido más emoción. Y algo parecido debió pensar La México a juzgar por el silencio con que jugó sus dos faenas. Enrique Ponce, ¡que voy a decir del maestro!, que mientras tuvo toro en el segundo estuvo divino, porque el quinto - ¡como sería el quinto para que ni a Ponce le sirviera! - no tuvo nada, parado, agarrado a la arena, deslucido, sin fondo de nada. El valenciano deslumbró una vez más con el saludo capotero al segundo, verónicas cadenciosas, suaves, sedosas, acompasadas, desmayado, una locura que desató sonoros olés en los tendidos, y que tuvo continuación en el inicio de la faena, bellísimo, por bajo, trincherazos superlativos andándole hacia los medios que enloquecieron a los aficionados aztecas, tanto como las dos primeras y únicas tandas en redondo que el toro se dejó, la figura demayada, muletazos largos, muy bajos, ligados con gusto infinito, temple y lentitud, caricias de seda que remató con sendos de pecho monumentales. Pero ahí se acabó todo, el toro se vino abajo, se rajó y acabó soltando tornillazos por ambos pitones. ¡Ah! y a eso hay que sumar el viento. El público mexicano premió a Ponce con una  ovación merecida, al menos a mi modo de ver. Joselito Adame volvía a pisar La Monumental con la espinita clavada de esa puerta grande que acarició veinte días antes y que se le escapó por la espada. El pasado domingo triunfó con rotundidad y cortó tres orejas en dos faenas en la s que fundió en su muleta temple, clase, entrega y arrojo. Quiso y pudo, contó con dos buenos toros, con empuje y encastados, y él puso toda la carne en el asador, no se guardó nada, se vació y llegó a unos tendidos inundados por  la emoción. Comenzó la faena al cuarto de rodillas, arrebatado, toreó a sus dos toros en largo, con temple magistral, tirando de la embestida, la mano baja, perfecta colocación, maravillosa ligazón, cuando hubo de acortar distancias y llegarse hasta los pitones lo hizo, disposición, valor y verdad, aunó tandas repletas de calidad y belleza con circulares invertidos y cambios de mano que pusieron en pie a los 30.000 espectadores, mató en la suerte de recibir al cuarto con una estocada un tanto defectuosa y de un volapié tremendo con un estoconazo fulminante en todo lo alto al séptimo por lo que las tres orejas me parecieron más que justas. Salió a hombros entre gritos de ¡torero, torero! cuajando una de las tardes más importantes de su carrera, si no la más.
Hasta aquí lo que he visto y vivido en este mes, pero queda mucho en América y en un par de meses de nuevo en España. De momento esta noche, a las once y media, otra corrida de ocho toros de Xajay para Sebastián Castella, Paco Ureña, Octavio García "El Payo" y André Lagravere "El Galo", un pedazo de cartel. Lo bueno es que el lunes es festivo en Madrid y será más llevadero acostarse más cerca de las cuatro de la madrugada que de las tres, tiene toda la pinta. 
En definitiva, que por cosas como todas estas que les he contado merece la pena perder el sueño cada domingo. Pero lo que es más importante, por defender nuestras tradiciones, nuestras señas de identidad, nuestras raíces, en definitiva, por nuestra patria, España, merece la pena todo. Y como los toros son una parte esencial de nuestros orígenes y además representan lo que somos y sentimos quienes amamos a España vale mucho la pena seguir en su defensa. No es hora de renunciar, no es momento de callarse, es la hora de ser valiente, de quitarse de encima miedos y complejos y gritar lo más fuerte que se pueda, ¡soy español y taurino!. 

Antonio Vallejo