Siempre son esperados con interés y expectación en La
México los toros de Barralva, una ganadería creada en 1989 por dos hermanos,
Luis, fallecido hace casi 2 años, y José Ramón Álvarez Bilbao, con reses de
procedencia San Martín y Campo Alegre, sangre Saltillo, a las que unos años más
tarde, en 1996, enriquecieron con sangre Atanasio Fernández del campo bravo
salmantino tras un viaje a España. Ese refresco de sangre Atanasio se nota
claramente en la presencia y las hechuras de los toros, con caja y cara, muy
ofensivos, morfología y hechuras muy
distintas a las del toro mexicano, diríamos que más españolas, o al menos a lo
que estamos acostumbrados en nuestras plazas. Además esta ganadería cuenta con
una curiosa peculiaridad, que estos atanasios pastan en ranchos totalmente
separados de los saltillos mexicanos, muestra clara del empeño de José Ramón
Álvarez por mantener este encaste en el campo bravo mexicano.
La corrida de esta pasado domingo, toda Atanasio,
venía del campo de Querétaro, concretamente del rancho “El Raspiño” en Santa
Risa Jaúregui y, tras el pobre nivel ganadero que hasta la fecha hemos visto en
esta Temporada Grande, llegaba con la tremenda responsabilidad de no defraudar
y cumplir con todas las esperanzas
depositadas en su juego para brindar a los aficionados una gran tarde de toros.
Como siempre lo primero que hay que hacer es analizar la corrida en cuanto a su
presentación, y en este aspecto hay que decir que me pareció intachable,
respondiendo a lo que los aficionados esperaban. Toros con caja, con volumen
pero sin exceso de kilos, buenas hechuras, entipada, con mucha presencia y
seriedad, más desarrollados y ofensivos por delante que lo que se acostumbra
por aquellas tierras, con cara, cornidelanteros y vueltos de pitones los cuatro
primeros, veleto el quinto y cornipaso el sexto, resumiendo, una corrida con
mucho trapío, basta ver la imagen de cabecera. Y una vez puntuada la presentación lo siguiente que hay que
analizar es el juego, y ahí no ha sido igual y no creo que haya contribuido a
subir el nivel ganadero de esta Temporada Grande. Tres toros sin opción alguna,
primero, segundo y cuarto, deslucidos, distraídos, sin recorrido, sin entrega y
sin fuerzas, uno, el quinto, manejable y noblote pero justo de fuerzas y
duración, uno realmente bueno, el tercero, con clase y nobleza pero al que
había que cuidarle y medirle muy bien la altura para evitar que perdiera las
manos, y por último uno, el sexto, que era una auténtica alimaña, reponedor,
soltando la cara, defendiéndose, midiendo y buscando, duro y bronco que tuvo emoción
por el peligro que trasmitía.
Ante esta corrida una terna integrada por el español
David Fandila “Fandi” y los mexicanos Fermín Rivera y José Mauricio que
anduvieron muy por encima de sus enemigos por actitud y aptitud, por valor y
por calidad, por entrega y recursos, por todo y que, a la postre, fueron los
que salvaron la tarde.
Fandi no tuvo nada en sus lote, dos toros imposibles,
sin nada dentro a los que no les pudo
dar ni un capotazo y tan solo algunos muletazos sueltos carentes de ritmo o la mínima
emoción a pesar de los intentos poniéndole la muleta una y otra vez por ambos
pitones, pero no pasaban. En mi opinión hizo lo que había que hacer una vez
mostrado que el trasteo no conducía a nada, abreviar y matar con prontitud,
aunque algunos aficionados se lo reprocharon. Sinceramente, no entiendo ni
comparto para nada los pitos que le dedicaron, no había nada que hacer y es mil
veces mejor eso que aburrir a las ovejas. Solo con las banderillas pudo lucir
algo haciéndolo todo el granadino en dos tercios calcados, un primer par un
tanto a toro pasado, un segundo par de dentro a fuera mucho más ajustado y
reunido, clavando en la cara, y un tercer par al violín derrochando facultades
físicas que fueron acogidos con una fuerte ovación por los aficionados.
Fermín Rivera, torero de dinastía, nieto de Fermín
Rivera Malabehar y sobrino de Curro Rivera quien cortó cuatro orejas en Las
Ventas el mismo día que Palomo Linares cortó el famoso rabo en mayo de 1972, se topó con un segundo sin
movilidad ni recorrido, siempre con la cara alta, defendiéndose, sin fuerzas,
derrumbándose estrepitosamente cada vez que le baja la mano lo mínimo, ante el
que solo pudo estar voluntarioso y digno porque otra cosa era imposible. Cual
sería su perseverancia que al final del trasteo pudo robarle al de Barralva un
par de redondos de mérito, pero nada más. El que le correspondió en quinto
lugar era un veleto de impresionante arboladura que de salida no mostró fijeza
ni ritmo y que tampoco humilló en el capote del de San Luis Potosí. El inicio de faena estuvo cargado de
torería, por bajo, felexionando las rodillas, obligándole a bajar la cara,
ganado pasos, bellísimos muletazos repletos de temple y gusto. Templó y ligó un
par de buenas series por el pitón derecho, cuidando la altura, con mucha clase
y seguridad, conduciendo las embestidas con suavidad, sin obligarle demasiado,
toreando despacio, por encima de las condiciones del toro. Por le pitón
izquierdo el recorrido era menor, le costaba pasar, pero tiró de técnica y
saber y acabó componiendo naturales con cierta hondura de mucho mérito pese a
las justas condiciones del animal. Toro a menos, de escasa duración al que
Rivera aguantó de manera magistral a base de técnica, de llevarlo a media
altura muy embebido en la muleta, sin quitársela de la cara, mimándole,
acariciando cada embestida para rematar la faena con una entera arriba que le
valió una oreja pedida por amplia mayoría y que paseó en una vuelta al ruedo
clamorosa, como clamorosa fue la que el primero de su cuadrilla, Felipe
Kingston, dio en su adiós a los ruedos bajo los compases de “Las Golondrinas”,
melancólica pieza musical mexicana que suena en las despedidas. Dos vueltas al
ruedo tan clamorosas como largas. ¡Dios mío!, veinte minutos de reloj se
llevaron entre los dos, por allí salían a saludar y felicitar al subalterno
familiares, amigos, conocidos, y todo aquel que pasara por allí y quisiera
bajar a abrazar a Kingston, tirando por tierra mis esperanzas por irme a dormir
a una hora decente. Nada, que no hay manera.
El gran triunfador fue José Mauricio, torero
capitalino que se vestía de luces tras un largo período en el más completo
olvido, ayuno de contratos, toreando muy poco o nada. Triunfó demostrando las
dos facetas del toreo, la artista y la
valiente ante dos toros radicalmente distintos. Ante el noble y enclasado
tercero lució toda su calidad artística desde que arrancó la faena con un
cambiado por la espalda y doblones por bajo repletos de gusto y torería para
llevarse al de Barralva a los medios con temple y suavidad donde compuso una
bella sinfonía de toreo templado y depacioso. Series en redondo acoplado,
muletazos lentos, temple y suavidad, muy lento, al ralentí, a media altura, sin
obligarle demasiado, encajado, componiendo la figura, con una belleza y emoción
tremenda, aprovechando la calidad del toro, que repite con fijeza, ligazón y
remates con sensacionales de pecho. Por el izquierdo naturales igualmente
acoplado, templadísimos, con la muleta retrasada para alargar el pase y
aprovechar al máximo el justo recorrido del toro, todo muy despacio, todo con
gusto y torería, ligando en el sitio, como la última serie en redondo,
llevándolo muy tapado, sin quitársela de la cara, toreando a cámara lenta, al
más puro estilo mexicano, para rematar la obra por bajo, detalles de inmensa
calidad, trincherazos preciosos que pusieron a La México en pie y circulares
que desataron la locura, gusto, torería y emoción que brotaron de la muleta del
capitalino y que presagiaban triunfo de los gordos. Pero la espada se cruzó en
su camino quedando todo en vuelta al ruedo. En las antípodas de ese tercero
estuvo el sexto, un toro bronco, duro y muy peligroso, reservón que reponía,
medía y buscaba con mucho sentido, la cara por las nubes, soltando gañafones
por ambos pitones, una alimaña, vamos, una auténtico cabrón. Y el artista se
transmutó en gladiador, pero dejó un quite por navarras rematado con una larga
llena de aromas a toreo añejo antes de plantarse con la muleta delante de la
cara del de Barralva y demostrarle quien mandaba allí. Valor y exposición
fueron las notas de la faena, y mucha verdad, sin renunciar a unos primeros
muletazos por bajo, doblándose, con poder para someter la brusquedad del toro
pero también con gusto y sabor que remata con uno sensacional de pecho. Siempre
le puso la muleta planchada, aguantó miradas, tragó parones y arreones de un
toro que se quedaba debajo, reponedor, pero el capitalino ni se inmutaba,
siempre intentaba llevarlo templado, vibrante y emocionante, hasta que en uno
de esos tornillazos lo echó por los aires afortunadamente sin consecuencias, ni
se mira, se planta hecho un titán ante la cara del toro, lo machetea por bajo,
le puede y se desplanta de rodillas. El final de faena es apoteósico, la
emoción es inenarrable, emoción nacida del peligro y el miedo, pero emoción, y
Mauricio desafía a ese miedo una y otra vez poniéndole la muleta, tragando más
y más derrotes, lidiando por bajo, a la antigua, más valor imposible. Se tira a
matar recto, por derecho, para dejar una entera que resulta fulminante, pero en
el embroque el toro le prende, el pitón a la altura de la ingle y el abdomen,
luego en el suelo, a merced del toro otro derrote a la espalda, y otro más,
como un trapo, segundos angustiosos, se presagiaba lo peor cuando la cuadrilla
le recogió del suelo, semi inconsciente se lo llevaban a la enfermería, pero se
recupera, milagrosamente no llevaba cornadas y sale entre lágrimas de emoción a
recoger las dos orejas pedidas de manera unánime por una afición rendida
primero al arte y luego al valor de José Mauricio que salió a hombros por la puerta grande entre gritos de "torero, torero". Premio más que merecido para
una tarde plena del mexicano.
En fin, que una tarde en la que los toros marcaban la
pauta fueron los toreros quienes
salvaron la papeleta y levantaron el festejo. Si hacemos un ejercicio de
imaginación y nos trasladamos en espacio y tiempo a la última semana de
cualquier San Isidro madrileño podíamos estar hablando de esa corridas que
llaman toristas. O al menos eso parecía, y guardan muchas similitudes. Se
suponía que el reclamo a priori eran los toros. Pues al parecer no llamaron a
muchos porque el aspecto de los tendidos era desolador, no creo que llegara a
un tercio, casi vacío en la inmensidad de Insurgentes. Una vez más creo que se
demuestra que el reclamo para el público son los nombres de figuras, nos guste
o no, que llenan las plazas. Y también creo que se demuestra que el torismo no
es llevar ciertos hierros que casi siempre acaban dando el mismo juego,
generalmente pobre, sino que quien se siente torista de verdad disfruta del
toro bien hecho, sí, ¡cómo no!, pero que embista con calidad y bravura sea del
encaste que sea. Ahí es donde reside la emoción a mi modo de ver, en la clase y
el arte, no en el peligro y el miedo, porque no olvidemos que peligro tiene
todos los toros, no solo los de determinados hierros. Y con esto no quiero
decir que no haya que lidiar todo tipo de encastes, por supuesto, y cuanto más
mejor, pero sí que no se confundan los términos porque todos los aficionados
somos obligatoriamente toristas y toreristas por igual ya que la Fiesta no se
entiende sin toros que embistan ni toreros que creen arte.
Antonio Vallejo
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