Día grande en México, festividad de la Virgen de
Guadalupe, la Madre, la Señora, la Reina de América tal como la proclamó el
Papa San Juan Pablo II en su viaje a esas tierras extendiendo el rango
litúrgico del 12 de diciembre a todo el continente, por tanto día grande en
todo América. Como es lógico el significado magno de esta festividad va
acompañado de celebraciones arraigadas en la tradición y las raíces de esos
pueblos que se viven con especial fervor. Entre esas tradiciones, guste o no a
algunos, están los toros, y son muchas las plazas de América que conmemoran
este día con corridas guadalupanas, siendo la más señalada de todas la que se
celebró este jueves en La México en una radiante tarde de cielo azul purísima
en la que la plaza lució esplendorosa tanto por las pinturas taurinas de corte
abstracto con las que el artista mexicano Francisco Javier Vázquez, Pazamoar, pseudónimo que utiliza jugando
con las palabras paz, amor y arte, engalanó las tablas y burladeros de la
Monumental azteca, como por el buen aspecto que al menos el numerado registró,
más de tres cuartos, con unos aficionados que respondieron a la llamada de una
cartel que, a mi modo de ver, contaba con enorme atractivo. Seis eran los toros
anunciados de un hierro legendario por allá, el de Begoña, que llevaba nada más
y nada menos que 23 años sin lidiar una corrida completa en esa plaza, y tres
los matadores acartelados, el tlaxcalteca Sergio Flores, rotundo triunfador de
la pasada Temporada Grande, el peruano Andrés Roca Rey, máxima figura del
toreo actual y futuro, un ídolo que
llena ruedos acá y allá donde vaya, y el hidrocálido Luis David (Adame), figura
reconocida y tremendamente admirada en su tierra, punta de lanza del toreo
mexicano junto a sus hermanos y primo, Joselito, Alejandro y Gerardo. A todo
eso tengo que sumar la sana envidia que siento cada año cuando veo por
televisión esta corrida y contemplo el respeto por la tradición y el fervor que
se manifiesta desde el mismo momento que arranca el paseíllo. Me encanta ver la
silueta de la Virgen dibujada sobre la arena del coso de Insurgentes, me
emociona escuchar el Ave María cantado en medio de un impresionante silencio
con todo el público puesto en pie y siento esa sana envidia también por la
devoción de un pueblo que no se avergüenza de sus raíces católicas, como se
encargaron de destacar Ramón Ávila “Yiyo” y Heriberto Murrieta, habituales
comentaristas junto a Rafael Cué de estos festejos en La México. Mimbres, por
tanto, más que suficientes para soñar con una gran tarde de toros en la
madrugada española.
Pero las cosas son como son y no como nos gustaría
que fueran, y eso lo experimentamos muchas veces los aficionados. Tarde de
expectación, tarde de decepción, el hombre propone, Dios dispone, luego sale el
toro y lo descompone. Esa y otras muchas frases las hemos oído tanto que son
como de la familia, y ayer volvieron a revolotear en el aire capitalino. Muy
decepcionante el juego de los toros de Begoña, deslucidos, tardos, sin
recorrido, sin fondo de clase, casta o bravura, escasos de fuerzas,
defendiéndose, en resumen, con nulas opciones para el lucimiento si exceptuamos
al cuarto, con movilidad, exigente, duro y encastado al que Sergio Flores cortó
una oreja envuelta en una tremenda polémica. Y fue una lástima ese pésimo juego
de los de Begoña, porque era una corrida imoecable de presentación, buenas
hechuras, proporcionados, armónicos, en tipo, muy seria, incluso destacaría que
me pareció más ofensiva que lo habitual en el toro mexicano, varios que sin
llegar a cornipaso sí que apuntaban al cielo azul y un par de ellos con las
puntas hacia delante. En resumen, una corrida con mucho trapío que por
desgracia eso acabó marcada precisamente por una polémica incomprensible e
inadmisible culpa de un Juez de Plaza que sumó despropósito tras despropósito
hasta armar la marimorena. Les juro que me frotaba los ojos para tratar de
asegurarme si lo que estaba viendo era real o me había quedado dormido a esas
horas de la madrugada y todo era un mal sueño. Se lo prometo, nunca había visto
nada parecido. Para empezar, es la primera vez que veo a la autoridad conceder
una oreja pedida por una minoría absoluta, si es que ese término existe. Eso
hizo el Juez de Plaza tras la muerte del cuarto ante, como dicen por allí, la
rechifla de los aficionados. Alucinante,
de verdad. Pero nada comparado con lo ocurrido ante el sexto, inaudito. El
sexto fue un toro que manseó claramente en el caballo, hasta en dos ocasiones
salió escupido, rebrincado, nada más sentir el acero sin tan siquiera llegar a
tocar el peto. Finalmente se le administró un puyazo aprovechando que el de
Begoña se venía por los adentros, el picador le cerró la salida y en ese
terreno le colocó el puyazo. Un toro manso, pero no más que muchos que hemos
visto tantas tardes y que tienen su lidia.
Pues bien, el Juez de Plaza parece que
decidió que se pusieran banderillas negras, pero tampoco parecía claro, que sí,
que no, que si el banderillero de la cuadrilla de Luis David toma las negras,
luego las deja y las cambia a criterio suyo por las habituales, que para más
coña eran blancas, todo eso sin seguridad de lo que el palco había decidido. El
Juez de Plaza dice que negras, pues nada, el siguiente par negras, y el toro va
y salta al callejón, y otro par más de negras. Un despropósito que no acaba ahí
porque, con Luis David ya con el estoque simulado y la muleta en la mano
decidido a comenzar la faena suena el toque que anuncia que el toro ha sido
devuelto a los corrales. Pueden imaginarse la cara del matador y más aún lo que
se lió en los tendidos, la mundial, el
ruedo sembrado de almohadillas y una bronca antológica en los tendidos. ¿En que
diablos pensaba ese hombre para hacer
esa serie de barbaridades?. Lo que en un principio parecía una comedia, y que se tomó incluso con sorna por el público,
lo de la oreja al cuarto, fue tomando otro tono con lo del sexto y por poco
acaba en un desorden público de órdago que cualquier día acaba en tragedia. Lo
triste es, como decía, que eso es lo que
ha quedado reflejado de esa corrida, será por lo que se recuerde esta
guadalupana, no por la bravura, el arte, la torería o el triunfo, que era el
deseo de todos. Lamentable.
Ni Roca Rey ni Luis David, como ya he comentado,
tuvieron opción alguna con sus respectivos
lotes. Ambos anduvieron muy por encima, seguros, firmes, solventes,
apliacando todos los recursos técnicos que atesoran para intentar sacar al
menos una gota de los pozos secos que fueron sus toros. Más entrega, más tesón,
más disposición y más honradez no se les puede pedir, lo hicieron todo ellos
ante animales tardos, sin clase, sin movilidad, sin ritmo, a los que siempre
les pusieron la muleta adelantada, planchada, tiraron de ellos con temple y
máxima suavidad para robarles los escasísimos muletazos que tenían y también
para evitar que se derrumbaran estrepitosamente por su falta de fuerzas. Roca
Rey solo pudo lucir con el capote ante el segundo con unas verónicas de saludo
bellísimas, templadas, hundiendo el mentón, sedosas, jugando los brazos con
armonía para rematar con una media dejando el capote lacio a modo de alfombra
sobre la arena de Insurgentes y un quite por chicuelinas muy ceñidas, repletas
de gusto y emoción que remató con una revolera vistosa fuertemente ovacionada.
Ese segundo solo le regaló al peruano un explosivo inicio por cambiados por la
espalda de angustia, más que ajustados, los pitones a milímetros de la
chaquetilla, cosidos a un par de estatuarios sin enmendarse que remató con uno
de pecho monumental que puso a La México en pie y una buena serie en redondo
con temple y ritmo, mano baja y largura, perdiendo el pasito necesario para
quedar perfectamente colocado al final del muletazo. No hubo más, ni en lo que
quedaba de faena al segundo ni en un quinto para olvidar que no merece ni una
línea. Peor aún lo que se encontró Luis David. Al menos Roca Rey pudo pegar
buenos capotazos y una serie de muletazos pero es que el hidrocálido ni eso,
tan solo un quite por zapopinas vistoso y lucido al sobrero corrido como sexto
bis. Voluntarioso a más no poder, intentando robar al menos un pase al tercero,
algo imposible ante un toro parado, deslucido, descompuesto, siempre a media
altura, sin entrega alguna. Derroche de técnica y honradez que continuó
mostrando ante el sexto, con el añadido de una paciencia, elegancia y un saber
estar de diez aguantando el bochornosos espectáculo del despropósito tras
despropósito del Juez de Plaza al que, atónito, tuvo que asistir. Ni el sexto
que fue devuelto de aquella manera vergonzosa y humillante para torero,
ganadero y afición ni el sexto bis, también del hierro titular, sirvieron para
nada. Lo mejor que pudo hacer Luis David fue, tras mostrar por ambos pitones
que el toro no tomaba la muleta ni por equivocación fue machetearlo por bajo y
pasaportarlo con brevedad para que el tiro de mulillas se lo llevara cuanto
antes camino del desolladero y pusiera fin al bochornosos espectáculo que tuvo
que padecer por culpa de un palco al que a lo mejor habría que haberle hecho un
control de alcoholemia, no se me ocurre otra explicación.
Sergio Flores tuvo en el cuarto el único toro con
posibilidades de la corrida. Antes había lidiado, porque eso es lo que hizo y
muy bien, al primero, un toro sin fijeza, frenado, sin empuje y a la defensiva
al que llevó metido en el capote con maestría, echándolo al suelo y andándole
hacia atrás para llevárselo a los medios y al que en la muleta le fue robando
los muletazos de uno en uno a base de colocación, mando y temple, tirando del
toro con suavidad, muy despacio, al ralentí, por momentos parecía que iba a
pararse, pero la firmeza y seguridad del tlxcalteca le permitió llegar a
rematar los pases, sacando en una serie por el pitón izquierdo un natural
antológico, solo uno, pero valió por cien. Ese cuarto al que me refería y al
que le cortó la oreja de la polémica y la rechifla fue el único del encierro
que tuvo su aquel y Flores supo entenderlo de principio a fin a las mil
maravillas. Salió con la cara por las nubes, sin entrega alguna en las
verónicas que intentó tejer el mexicano. Visto lo visto volvió a lidiar como en
su primero, capote al suelo y andarle hacia atrás como receta magistral para
mostrarle el buen camino. Pero el de Begoña, en cuanto no se le obligaba,
soltaba la cara con violencia. Así lo hizo en el único puyazo que tomó, los
pitones en lo alto del peto, cerca del cuello de la cabalgadura y en
banderillas, esperaba y soltaba la cara con brusquedad y peligro. Sensacionales
Luis Alcántara y Gustavo Campos completando un tercio excelente por exposición
y verdad que les obligó a desmonterarse para responder la fuerte ovación de los
aficionados. No dudó Flores sobre la manera de afrontar la faena de muleta,
cabeza e ideas claras. Torerísimo el inicio de faena por doblones, obligándole,
sometiendo al toro, muletazos largos aprovechando la movilidad del de Begoña
que remató con uno de desdén sublime. Perfecta concepción y ejecución de la
faena, adelantando la muleta, poniéndosela planchada, la mano muy baja y altas
dosis de temple, mandando, poderoso, atacando al toro cuando lo precisaba,
aguantando algunos arreones por un pitón izquierdo por el que el animal
protestaba más y se revolvía, pero la mano baja de Flores acabó apoderándose de
la embestida y cuajó un par de naturales con hondura y mucho mérito. Series de
más profundidad por el pitón derecho entre las que intercaló martinetes,
cambiados por la espalda y cambios de mano preciosos que calaron en los
tendidos. Fue una faena vibrante, con emoción y transmisión, además de
perfectamente medida, aprovechando los quince o veinte muletazos, ni uno más,
que tenía este toro con encastado que abrochó con unas manoletinas finales
ajustadas y un recorte por bajo lleno de aromas a toreo eterno que puso en pie
a La México. Un pinchazo y una entera defectuosa, trasera y contraria,
pasaportaron al toro. Pocos, al menos por televisión vi muy pocos pañuelos en
el numerado, fueron los que pidieron la oreja, y yo creo que con buen criterio
la mayoría de los aficionados consideraron que a pesar de la emocionante y
buena faena el borrón de la espada cerraba la posibilidad de trofeo y que una
fuerte ovación y quizás incluso una vuelta al ruedo era el premio justo. Yo,
desde luego, comparto esa opinión, para mi hubiera sido lo razonable. Pero el
Juez de Plaza, ante el asombro general, la rechifla de bastantes y el cabreo de
unos cuantos , sacó el pañuelo que concedía la oreja abriendo así la caja de
los despropósitos que ya no cerró hasta el final. Penoso e indigno espectáculo
para una plaza de la categoría de La México.
Antonio Vallejo
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