sábado, 14 de diciembre de 2019

Corrida Guadalupana: Un Juez de Plaza indigno siembra el bochorno del despropósito


Día grande en México, festividad de la Virgen de Guadalupe, la Madre, la Señora, la Reina de América tal como la proclamó el Papa San Juan Pablo II en su viaje a esas tierras extendiendo el rango litúrgico del 12 de diciembre a todo el continente, por tanto día grande en todo América. Como es lógico el significado magno de esta festividad va acompañado de celebraciones arraigadas en la tradición y las raíces de esos pueblos que se viven con especial fervor. Entre esas tradiciones, guste o no a algunos, están los toros, y son muchas las plazas de América que conmemoran este día con corridas guadalupanas, siendo la más señalada de todas la que se celebró este jueves en La México en una radiante tarde de cielo azul purísima en la que la plaza lució esplendorosa tanto por las pinturas taurinas de corte abstracto con las que el artista mexicano Francisco Javier Vázquez, Pazamoar, pseudónimo que utiliza jugando con las palabras paz, amor y arte, engalanó las tablas y burladeros de la Monumental azteca, como por el buen aspecto que al menos el numerado registró, más de tres cuartos, con unos aficionados que respondieron a la llamada de una cartel que, a mi modo de ver, contaba con enorme atractivo. Seis eran los toros anunciados de un hierro legendario por allá, el de Begoña, que llevaba nada más y nada menos que 23 años sin lidiar una corrida completa en esa plaza, y tres los matadores acartelados, el tlaxcalteca Sergio Flores, rotundo triunfador de la pasada Temporada Grande, el peruano Andrés Roca Rey, máxima figura del toreo  actual y futuro, un ídolo que llena ruedos acá y allá donde vaya, y el hidrocálido Luis David (Adame), figura reconocida y tremendamente admirada en su tierra, punta de lanza del toreo mexicano junto a sus hermanos y primo, Joselito, Alejandro y Gerardo. A todo eso tengo que sumar la sana envidia que siento cada año cuando veo por televisión esta corrida y contemplo el respeto por la tradición y el fervor que se manifiesta desde el mismo momento que arranca el paseíllo. Me encanta ver la silueta de la Virgen dibujada sobre la arena del coso de Insurgentes, me emociona escuchar el Ave María cantado en medio de un impresionante silencio con todo el público puesto en pie y siento esa sana envidia también por la devoción de un pueblo que no se avergüenza de sus raíces católicas, como se encargaron de destacar Ramón Ávila “Yiyo” y Heriberto Murrieta, habituales comentaristas junto a Rafael Cué de estos festejos en La México. Mimbres, por tanto, más que suficientes para soñar con una gran tarde de toros en la madrugada española.
Pero las cosas son como son y no como nos gustaría que fueran, y eso lo experimentamos muchas veces los aficionados. Tarde de expectación, tarde de decepción, el hombre propone, Dios dispone, luego sale el toro y lo descompone. Esa y otras muchas frases las hemos oído tanto que son como de la familia, y ayer volvieron a revolotear en el aire capitalino. Muy decepcionante el juego de los toros de Begoña, deslucidos, tardos, sin recorrido, sin fondo de clase, casta o bravura, escasos de fuerzas, defendiéndose, en resumen, con nulas opciones para el lucimiento si exceptuamos al cuarto, con movilidad, exigente, duro y encastado al que Sergio Flores cortó una oreja envuelta en una tremenda polémica. Y fue una lástima ese pésimo juego de los de Begoña, porque era una corrida imoecable de presentación, buenas hechuras, proporcionados, armónicos, en tipo, muy seria, incluso destacaría que me pareció más ofensiva que lo habitual en el toro mexicano, varios que sin llegar a cornipaso sí que apuntaban al cielo azul y un par de ellos con las puntas hacia delante. En resumen, una corrida con mucho trapío que por desgracia eso acabó marcada precisamente por una polémica incomprensible e inadmisible culpa de un Juez de Plaza que sumó despropósito tras despropósito hasta armar la marimorena. Les juro que me frotaba los ojos para tratar de asegurarme si lo que estaba viendo era real o me había quedado dormido a esas horas de la madrugada y todo era un mal sueño. Se lo prometo, nunca había visto nada parecido. Para empezar, es la primera vez que veo a la autoridad conceder una oreja pedida por una minoría absoluta, si es que ese término existe. Eso hizo el Juez de Plaza tras la muerte del cuarto ante, como dicen por allí, la rechifla de los aficionados.  Alucinante, de verdad. Pero nada comparado con lo ocurrido ante el sexto, inaudito. El sexto fue un toro que manseó claramente en el caballo, hasta en dos ocasiones salió escupido, rebrincado, nada más sentir el acero sin tan siquiera llegar a tocar el peto. Finalmente se le administró un puyazo aprovechando que el de Begoña se venía por los adentros, el picador le cerró la salida y en ese terreno le colocó el puyazo. Un toro manso, pero no más que muchos que hemos visto  tantas tardes y que tienen su lidia. Pues bien, el Juez  de Plaza parece que decidió que se pusieran banderillas negras, pero tampoco parecía claro, que sí, que no, que si el banderillero de la cuadrilla de Luis David toma las negras, luego las deja y las cambia a criterio suyo por las habituales, que para más coña eran blancas, todo eso sin seguridad de lo que el palco había decidido. El Juez de Plaza dice que negras, pues nada, el siguiente par negras, y el toro va y salta al callejón, y otro par más de negras. Un despropósito que no acaba ahí porque, con Luis David ya con el estoque simulado y la muleta en la mano decidido a comenzar la faena suena el toque que anuncia que el toro ha sido devuelto a los corrales. Pueden imaginarse la cara del matador y más aún lo que se lió en los tendidos, la mundial,  el ruedo sembrado de almohadillas y una bronca antológica en los tendidos. ¿En que diablos pensaba ese hombre para  hacer esa serie de barbaridades?. Lo que en un principio parecía una comedia,  y que se tomó incluso con sorna por el público, lo de la oreja al cuarto, fue tomando otro tono con lo del sexto y por poco acaba en un desorden público de órdago que cualquier día acaba en tragedia. Lo triste es, como decía,  que eso es lo que ha quedado reflejado de esa corrida, será por lo que se recuerde esta guadalupana, no por la bravura, el arte, la torería o el triunfo, que era el deseo de todos. Lamentable.
Ni Roca Rey ni Luis David, como ya he comentado, tuvieron opción alguna con sus respectivos  lotes. Ambos anduvieron muy por encima, seguros, firmes, solventes, apliacando todos los recursos técnicos que atesoran para intentar sacar al menos una gota de los pozos secos que fueron sus toros. Más entrega, más tesón, más disposición y más honradez no se les puede pedir, lo hicieron todo ellos ante animales tardos, sin clase, sin movilidad, sin ritmo, a los que siempre les pusieron la muleta adelantada, planchada, tiraron de ellos con temple y máxima suavidad para robarles los escasísimos muletazos que tenían y también para evitar que se derrumbaran estrepitosamente por su falta de fuerzas. Roca Rey solo pudo lucir con el capote ante el segundo con unas verónicas de saludo bellísimas, templadas, hundiendo el mentón, sedosas, jugando los brazos con armonía para rematar con una media dejando el capote lacio a modo de alfombra sobre la arena de Insurgentes y un quite por chicuelinas muy ceñidas, repletas de gusto y emoción que remató con una revolera vistosa fuertemente ovacionada. Ese segundo solo le regaló al peruano un explosivo inicio por cambiados por la espalda de angustia, más que ajustados, los pitones a milímetros de la chaquetilla, cosidos a un par de estatuarios sin enmendarse que remató con uno de pecho monumental que puso a La México en pie y una buena serie en redondo con temple y ritmo, mano baja y largura, perdiendo el pasito necesario para quedar perfectamente colocado al final del muletazo. No hubo más, ni en lo que quedaba de faena al segundo ni en un quinto para olvidar que no merece ni una línea. Peor aún lo que se encontró Luis David. Al menos Roca Rey pudo pegar buenos capotazos y una serie de muletazos pero es que el hidrocálido ni eso, tan solo un quite por zapopinas vistoso y lucido al sobrero corrido como sexto bis. Voluntarioso a más no poder, intentando robar al menos un pase al tercero, algo imposible ante un toro parado, deslucido, descompuesto, siempre a media altura, sin entrega alguna. Derroche de técnica y honradez que continuó mostrando ante el sexto, con el añadido de una paciencia, elegancia y un saber estar de diez aguantando el bochornosos espectáculo del despropósito tras despropósito del Juez de Plaza al que, atónito, tuvo que asistir. Ni el sexto que fue devuelto de aquella manera vergonzosa y humillante para torero, ganadero y afición ni el sexto bis, también del hierro titular, sirvieron para nada. Lo mejor que pudo hacer Luis David fue, tras mostrar por ambos pitones que el toro no tomaba la muleta ni por equivocación fue machetearlo por bajo y pasaportarlo con brevedad para que el tiro de mulillas se lo llevara cuanto antes camino del desolladero y pusiera fin al bochornosos espectáculo que tuvo que padecer por culpa de un palco al que a lo mejor habría que haberle hecho un control de alcoholemia, no se me ocurre otra explicación.
Sergio Flores tuvo en el cuarto el único toro con posibilidades de la corrida. Antes había lidiado, porque eso es lo que hizo y muy bien, al primero, un toro sin fijeza, frenado, sin empuje y a la defensiva al que llevó metido en el capote con maestría, echándolo al suelo y andándole hacia atrás para llevárselo a los medios y al que en la muleta le fue robando los muletazos de uno en uno a base de colocación, mando y temple, tirando del toro con suavidad, muy despacio, al ralentí, por momentos parecía que iba a pararse, pero la firmeza y seguridad del tlxcalteca le permitió llegar a rematar los pases, sacando en una serie por el pitón izquierdo un natural antológico, solo uno, pero valió por cien. Ese cuarto al que me refería y al que le cortó la oreja de la polémica y la rechifla fue el único del encierro que tuvo su aquel y Flores supo entenderlo de principio a fin a las mil maravillas. Salió con la cara por las nubes, sin entrega alguna en las verónicas que intentó tejer el mexicano. Visto lo visto volvió a lidiar como en su primero, capote al suelo y andarle hacia atrás como receta magistral para mostrarle el buen camino. Pero el de Begoña, en cuanto no se le obligaba, soltaba la cara con violencia. Así lo hizo en el único puyazo que tomó, los pitones en lo alto del peto, cerca del cuello de la cabalgadura y en banderillas, esperaba y soltaba la cara con brusquedad y peligro. Sensacionales Luis Alcántara y Gustavo Campos completando un tercio excelente por exposición y verdad que les obligó a desmonterarse  para responder la fuerte ovación de los aficionados. No dudó Flores sobre la manera de afrontar la faena de muleta, cabeza e ideas claras. Torerísimo el inicio de faena por doblones, obligándole, sometiendo al toro, muletazos largos aprovechando la movilidad del de Begoña que remató con uno de desdén sublime. Perfecta concepción y ejecución de la faena, adelantando la muleta, poniéndosela planchada, la mano muy baja y altas dosis de temple, mandando, poderoso, atacando al toro cuando lo precisaba, aguantando algunos arreones por un pitón izquierdo por el que el animal protestaba más y se revolvía, pero la mano baja de Flores acabó apoderándose de la embestida y cuajó un par de naturales con hondura y mucho mérito. Series de más profundidad por el pitón derecho entre las que intercaló martinetes, cambiados por la espalda y cambios de mano preciosos que calaron en los tendidos. Fue una faena vibrante, con emoción y transmisión, además de perfectamente medida, aprovechando los quince o veinte muletazos, ni uno más, que tenía este toro con encastado que abrochó con unas manoletinas finales ajustadas y un recorte por bajo lleno de aromas a toreo eterno que puso en pie a La México. Un pinchazo y una entera defectuosa, trasera y contraria, pasaportaron al toro. Pocos, al menos por televisión vi muy pocos pañuelos en el numerado, fueron los que pidieron la oreja, y yo creo que con buen criterio la mayoría de los aficionados consideraron que a pesar de la emocionante y buena faena el borrón de la espada cerraba la posibilidad de trofeo y que una fuerte ovación y quizás incluso una vuelta al ruedo era el premio justo. Yo, desde luego, comparto esa opinión, para mi hubiera sido lo razonable. Pero el Juez de Plaza, ante el asombro general, la rechifla de bastantes y el cabreo de unos cuantos , sacó el pañuelo que concedía la oreja abriendo así la caja de los despropósitos que ya no cerró hasta el final. Penoso e indigno espectáculo para una plaza de la categoría de La México.


Antonio Vallejo

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