Se ha apoderado de Madrid, es suyo, rendido a sus pies, una afición que ya le ha adoptado como "su" torero, entregada al maestro, rendida a sus pies, hechizada por su arte y su poder, enloquecida tras lo vivido y sentido ayer en Las Ventas. Ya era un hecho desde este 4 de julio con su magistral Puerta Grande en la Corrida de la Cultura mano a mano con Antonio Ferrera, aunque el idilio venía de antes, desde aquella Feria de Otoño de 2018, un 30 de septiembre, al desorejar aun toro de Puerto de San Lorenzo y salir a hombros en una tarde épica por las circunstancias. Dos días antes toreaba en Mont de Marsan, su padre falleció ese mismo día, un toro le corneó en el muslo y fue operado en la misma plaza. No podría haber vivido sin despedirle y para eso viajó en una ambulancia hasta su tierra natal, para dar el último adiós a su padre. Y del cementerio a Madrid, donde le esperaba ese mano a mano con Antonio Ferrera, porque su integridad y su profesionalidad tampoco le permitían fallar a algo que ama por encima de todo, el toreo, y a algo que respeta y honra, la afición. Aquella tarde fue muy intensa en emociones, de Justo convaleciente, los ojos llorosos recordando a su padre, dos orejas, Puerta Grande, la plaza volcada con él, sentimientos desbordados, el reconocimiento y la consagración de una figura del toreo con una carrera forjada en el sur de Francia, rechazado y olvidado en España, enfrentándose a encastes y hierros de esos que llaman "duros", durísimos diría yo. Nunca abandonó ni renunció a nada, mató lo que ponían delante, como dicen los versos de Calderón, "Aquí la más principal hazaña es obedecer, y el modo como ha de ser es ni pedir ni rehusar". Honradez y sacrificio han sido las señas de identidad de este hombre de verdad durante años y han tenido su recompensa. Si aquella tarde de septiembre de 2018 vivimos emociones desbordadas, si el 4 de julio vivimos la pasión por el arte y la torería, lo que ayer vivimos superó a todo, algo incontrolable y muy difícil de expresar con palabras, todos los calificativos serían pocos. Me cuesta recordar olés tan roncos y sentidos como los de ayer, me cuesta recordar una plaza en pie en cada serie porque no aguantábamos estar sentados, me cuesta recordar unos gritos de "TORERO, TORERO" que retumbaran como los de ayer, pero nunca me costará recordad que ayer 2 de octubre de 2021 vi a Emilio de Justo cortar dos orejas a un toro de Domingo Hernández de nombre Farolero y salir a hombros en medios de un mar de aficionados y gargantas enloquecidas al grito de ¡TORERO, TORERO, TORERO!.
Un toro de 623 kg, muy grande, alto, con mucha caja y acongojante por delante, menudos leños. Un toro con poca movilidad en el capote, "si es que con tantos kilos cómo se va a mover, estos toros solo le valen a Toribio" comentábamos en el tendido. Entra al caballo al tran-tran y Juan Bernal agarra un buen puyazo delantero y medido en el castigo, sin que el de Domingo-Hernández se empleara, dormido en le peto, dejándose pegar sin más. "Verás tú como llega a la muleta, dos pase y a matarlo, no puede ni con el alma" , seguíamos comentando, esperando mientras Ángel Gómez y José Manuel Pérez Valcarce banderilleaban con una solvencia y una facilidad pasmosa para lo que tenían delante, un bicho de proporciones y cuernos descomunales. ¡Por qué no habríamos estado calladitos!. Pero no solos nosotros, todos, absolutamente todos los que estábamos en Las Ventas. Solo dos pensaban distinto, solo dos sabían lo que iba a pasar, un toro y un torero. Farolero sabía de su bravura, su raza y su casta, además de sus fuerzas y Emilio de Justo, ¡ay cuanto ha aprendido este hombre en las plazas francesas para enfrentarse a toros como ese! El fruto de tantos sustos, cornadas y malos ratos lo recogió ayer en una faena antológica que nadie habíamos visto hasta que tomó la muleta y por doblones lo sacó hacia lo medios con una suavidad, un cariño y un trato exquisito, obligándole, sometiendo la fiereza que llevaba dentro, todo por abajo, alargando el viaje, flexionado, torería y mando para rematar con uno de pecho descomunal. Esa y solo esa era la única manera de meter a ese toro en la muleta y sacar todo el fondo que llevaba, ese era el inicio que hizo posible todo lo que vino a continuación, y sólo estaba en la cabeza portentosa de un figurón del toreo como es Emilio de Justo. Todo lo que vino fue un tsunami de emociones incontenidas, de principio a fin, ritmo y continuidad, una serie tras otra con la plaza inmersa en un estado de excitación que, lo digo de verdad, no recuerdo haber vivido en una plaza de toros, en pie al final de cada tanda por uno y otro pitón, sin decaer ni un ápice la intensidad, olés y más olés roncos, desde lo más profundo del alma y las palmas rotas a aplaudir. Seriesrotundas y compactas por el pitón derecho, muletazos largos, tirando del toro que se arrancaba con brío, lo que junto a la inercia y la fiereza de su embestía transmitía y emocinaba hasta la extenuación, metía la cara, exigía por cuanto buscaba las telas y hacía por ellas, pero de Justo, perfecto de colocación, encajado y acoplado, nos enseñó lo que es le temple, llevándolo cosido a la muleta sin que ni una sola vez tocara la franela, técnica y mando descomunal. Esas series en redondo fueron de escándalo, ligazón y profundidad, muy por bajo, con le clímax en la tercera, para ver repetida una y mil veces, rematadas todas ellas por unos de pecho de pitón a rabo, llevándoselo a la hombrera contraria, largos no, eternos, yo creo que alguno aún no ha acabado, y todos en pie con la piel erizada. Y por el izquierdo naturales de una hondura impensable, ligados, dándole el pecho, metiendo los riñones, la mano baja, largos, antología del toreo, también rematando con más de pecho tan largos y bellos como los anteriores, y ni un toque a la muleta, temple, señores, temple, eso es. Ni se cansaba Emilio ni se cansaba Farolero, embistiendo con la misma bravura, fuerza y fiereza que llevaba dentro, una lucha de poder a poder entre toro y torero siempre en los medios culminada con derechazos majestuosos hilvanando un cambio de mano que por sí solo vale para pagar una entrada y el último de pecho desarbolando las leyes del tiempo. Parecía todo hecho, la cumbre de su carrera, pero aún se guardaba un último regalo, una joya de torería vestida en obispo y oro tras tomar el estoque de verdad. Lo tira sobre la arena y compone un epílogo a pies juntos, derechazos al natural, dándole el pecho, y un ramillete de pase por bajo andándole hacia las rayas del tercio, trincherazos y adornos por bajo, auténticos carteles, bellísmos, con el toro y el torero entregados y la plaza entera en pie a gritos de ¡TORERO, TORERO! en éxtasis, un estado de comunión perfecta toro-torero-afición, un solo ente para elevarnos al nirvana. Se tiró con todo a matar, recto, por derecho, desafiando a los 623 Kg y los pitones que le apuntaban, para dejar un estoconazo monumental que hizo rodar a Farolero desatando la histeria colectiva. ¡Como fue la cosa que hasta el palco se sumó a la comunión toro-torero-afición y sacó los dos pañuelso sin que fuera necesario montar la de siempre para conceder la segunda oreja!. Después, imagínense, una vuelta al ruedo de las que pocas veces vemos, casi diez minutos, recogiendo de Justo todo lo que le llovía desde los tendidos, locura desbordada e incontenida. Eso sí, cuando se abrieron la puertas de chiqueros para que saltara el sexto, tenía el cuerpo como si me hubieran dado una paliza tras el caudal de emociones vividas con un hombre que se merece este triunfo apoteósico, Emilio de Justo, dueño y señor de Madrid.
Antonio Vallejo
P.D: Reseñar, como debe ser porque también estuvieron a un nivel supremo aunque las cotas alcanzadas en ese quinto eclipsan todo, a Julián López "El Juli" y a Juan Ortega que cada cual en su estilo cuajaron una gran faena la primero y al sexto. Y decir también que la corrida de Garcigrande-Domingo Hernández estuvo magníficamente presentada, muy seria y ofensiva, buenas hechuras los seis y comportamiento dispar. Tuvo Juli un primero enclasado al que toreó a placer tras un arranque de trasteo flexionado, por abajo con temple y suavidad, ganando terreno, enorme plasticidad y belleza. El poder y le mando de Juli, basado en una técnica fuera de serie y un conocimiento del toro difícilmente igualable le permitió torera a placer a este noble toro. Series reunidas por ambos pitones, la mano baja, largura de trazo, ligadas en el sitio, haciéndolo todo muy despacio, con gusto y clase, derechazos y naturales pasándose al de Domingo Hernández muy cerca, embraguetado, rematando con sensacionales de pecho para abrochar la faena por bajo, trincherillas de escándalo y uno de pecho larguísimo a la hombrera contraria. Deja una entera volcándose y tiene que recurrir a un golpe de descabello para pasaportar al toro. Una oreja para mi justa y merecida que 10 ó 12 protestaron, como hicieron durante toda la faena, los reventadores que le tienen en el punto de mira, como le pasa a Manzanares o al mismísimo Morante. En fin, siempre la misma cantinela. El sevillano Juan Ortega nos relajó en el sexto tras el palizón emocional de Farolero con una faena exquisita de gusto, elgancia y naturalidad, azahar sevillano en vena, desde el arranque, por bajo, trincherillas al paso, despacio, hacia los medios, aromas a toreo del "güeno". Templado y acoplado, componiendo la figura en cada pase, bellísimo trazo, sentimiento en cada tanda, profundidad, hondura, como quieran llamarlo, metiendo los riñones, desmayado, muy despacito, saboreando derechazos y naturales de estrella Michelín a los que los tendidos respondimos con más olés que retumbaron en la ya noche madrileña. Abrochó la faena con toreo caro por bajo, trincherillas y pases de la firma hilvanados con seda más unos naturales dándole el pecho maravillosos perdiendo una oreja segura por el fallo a espadas. Pero el sabor y el regusto que nos dejó vale más que un apéndice y se sumó a lo que ayer vivimos en Las Ventas, algo que se resume muy fácil en dos palabras. EL TOREO.
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