Nada hacía presagiar el
final triunfal de una tarde, madrugada española, que naufragaba a cada
toro que salía por la puerta de toriles. Uno tras otro saltaban al ruedo de La
México ejemplares mal presentados, sin trapío, de feas hechuras, sin cara, sin presencia,
alguno terriblemente desproporcionado, indignos para una plaza de primera como
es La México. Si a todo eso le añadimos que el comportamiento de los seis
de Teófilo Gómez fue desastroso, sin bravura, descastados,
sin raza, sin fuerzas, nada de nada, sin fondo alguno, ni siquiera un resquicio
por el que salvar la madrugada en nuestra patria, imagínense lo que costaba aguantar
despierto a esas horas. Menos mal que los comentaristas de la televisión azteca
ponían el picante -algo usual por esas tierras dicho se de paso- que le faltaba a los toros porque de otra manera hubiera sido para irse a dormir. ¡Menos mal que no lo hice y aguanté hasta el final!. Sinceramente, tenían un
cabreo del quince, y con toda la razón. No será porque no lo habían anunciado en los comentarios previos la corrida, no será porque no insistieron una y otra vez que los toros de Teófilo Gómez por buscar tanta, tanta, tanta nobleza, docilidad y manejabilidad para que las figuras los elijan se han dejado por el camino el genio, la casta y la bravura que debe tener un toro de lidia que tiene que generar emoción. No será que no advirtieron que es prácticamente imposible que un ganadero tenga tres corridas completas -al menos 18 toros- con la presencia y el trapío mínimo exigible para lidiar en Insurgentes. No será que no dejaron claro que tenían muchas dudas sobre el comportamiento del ganado, sobre su fondo y sus fuerzas, tantas y tantas cosas que convirtieron en animado coloquio en la previa. Y es que cuando todas esas sospechas y malos augurios se cumplen, lo mínimo es revolverte porque contemplas como así se mata a la Fiesta, que si hay toro no hay nada. Si no se cuida al toro, si no se elige al toro bravo como eje principal de la corrida de nada vale que se anuncien nombres de figuras porque la emoción que debe generar el toreo no surgirá por mucho que lo intenten esas figuras. Eso fue lo que ayer por la noche sucedió en La México. Uno tras otro vimos desfilar animales sin trapío, que no galopaban, que iban al gran-tran, al trote cochinero, que además perdían las manos a la mínima que se les obligara, que no humillaban, siempre con la cara arriba y echando las manos por delante, defendiéndose, animales a los que no se les picó porque no aguantaban el mínimo castigo. En algunos casos me atrevería a decir que ni tan siquiera se señaló el puyazo, en un espectáculo indigno de una plaza de la relevancia de La México, hurtándonos además la importancia y la belleza de contemplar un tercio fundamental para la lidia. Animales que en la muleta pasaban como si nada, desentendiéndose, sin un mínimo de transmisión y emoción. Con esta pared se toparon Julián López "El Juli" y Sergio Flores, a lo que hay sumar el ambiente cada vez más crispado y a la contra con el que tuvieron que bregar y al que tuvieron que sobreponerse a medida qua avanzaba la tarde mexicana, madrugada española. A nadie se le escapa que lo más normal era que el desánimo invadiera a los aficionados que ayer casi llenaron la Monumental azteca y a los que veíamos la corrida por televisión. Muy por encima de sus oponentes, por llamarlos de algún modo, estuvieron Juli y Flores en sus lotes, intentando lo imposible, dispuestos y entregados, tratando de sacar aunque fuera un capotazo o un muletazo suelto que conectara con los tendidos. Repito, imposible. No es de extrañar que cuando Juli vio lo que tenía delante con el que salió en quinto lugar, un toro anovillado, feo, escurrido, que no tenía ni fondo ni un miligramo de fuerza, levantara el dedo índice anunciando un toro de regalo nada más comenzar el trasteo con la muleta -llamarlo faena sería un eufemismo infame- y lo fulminara de un espadazo sin más contemplaciones. Y tampoco puede extrañar que en el sexto, otro ejemplar infumable, Sergio Flores hiciera exactamente lo mismo, hartos ya del deprimente espectáculo que se estaba ofreciendo. Fue sin duda la mejor decisión que pudieron tomar, la de regalar un toro cada uno y así poder compensar a los aficionados por todas las penas anteriores. Y yo tampoco sabré cómo agradecer a ambos matadores que lo hicieran, eso que eran ya casi las dos de la madrugada y la cosa no estaba para bromas.
Dicen los gitanos que no quieren para sus hijos buenos principios. Debió ser que ayer rondaba por La México algún duende gitano que cumplió con el dicho. Lo que empezó mal y fue a la deriva camino del desastre terminó con ambos matadores a hombros tras cortar dos orejas cada uno. Una vez más se demuestra la grandeza de la Fiesta, su magia y su hechizo, capaz de sacarnos del infierno del tedio para llevarnos a la gloria del arte en unos minutos. Para eso sólo tuvieron que saltar al ruedo dos toros bravos, con raza y, además, con buenas hechuras. Así de simple y así de misterioso a la vez. De lo demás se encargaron Juli y Sergio Flores.
El toro de regalo de Juli pertenecía al hierro de Bernaldo de Quirós, un toro cárdeno de preciosas hechuras, muy serio, armónico, proporcionado, un toro con trapío. Vuelvo una vez más a recordar lo que el maestro Emilio Muñoz repite una y mil veces, que un toro con buenas hechuras no significa que vaya a embestir, pero los que embisten siempre tienen buenas hechuras. Y así fue ayer por la noche. Lo recibe Juli con una larga cambiada de rodillas cosida a unos chicueilinas a manos bajas que arrancan los olés entusiasmados que tantas ganas de corear tenían los tendidos. El toro es bueno, tiene movilidad, alegría y fijeza, mete bien la cara y apunta clase y bravura. Se le pica, lo que era noticia, aunque se le mide el castigo para no estropear las aparentes buenas cualidades del de Quirós. Insurgentes entra en ebullición con un sensacional quite de Juli por lopecinas en los medios, rematado con una revolera que pone en pie a toda la plaza. Se huele algo grande, impresión que se refrenda tras un extraordinario tercio de banderillas protagonizado por Cristhian Sánchez que responde desmonterado a la atronadora ovación con la que se le premian sus dos pares. Juli brinda al público sabedor de que va a armar el lío. Y lo hizo, ¡vaya si lo hizo!. El inicio de faena con las zapatillas clavadas en la arena, sin enmendarse ni reponer un milímetro en estatuarios escalofriantes para rematar con un sensacional pase de pecho encienden la mecha de la emoción en unos tendidos que ya rugían tras la exhibición capotera del madrileño. A partir de ahí una nueva lección magistral de Juli, un lección de maestría, de poderío y mando, de clase y gusto, de elegancia y empaque en su toreo. Series en redondo templadas, con el compás abierto, corriendo la mano, por bajo, arrastrando la tela por la arena, ligando los muletazos como si utilizara hilos de seda, con una suavidad exquisita, aprovechando la movilidad, la repetición y la humillación del toro de Bernaldo de Quirós y rematando las series con unos cambios de mano lentos, eternos, bellísimos, que ponen a mil a los tendidos. Igual de acoplado Juli por el pitón izquierdo, torea encajado, metiendo los riñones, esta vez cerrando el compás, componiendo la figura con una elegancia superlativa. De su muleta surgen naturales hondos que enloquecen a La México, adornos, molinetes, pases de desdén en un derroche de torería. A esas alturas el coso de Insurgentes ruge al grito de "torero, torero" al ver cómo el madrileño barre la arena con su muleta en una serie de derechazos antológica por largura y temple. Gritos que no cesan con las luquecinas al abrigo de las tablas con las que el maestro Juli pone fin a a su faena para dejar todo en manos de la espada, la suerte suprema que marca la frontera entre el triunfo rotundo o el pudo ser y no fue. Y fue, por un estoconazo hasta la empuñadura que pasaporta sin puntilla al gran toro de Bernaldo de Quirós. Dos orejas incontestables que a juicio de los comentaristas mexicanos debieran haber viajado acompañadas del rabo. Yo también lo creo porque se conjuntó un gran toro, bravo, con raza, encastado, noble, repetidor y que cumplió en todos los tercios con la maestría, el mando, el poderío, la técnica, el conocimiento, la clase, el gusto, en definitiva, la torería suprema de un grandísimo maestro que lució al toro en todos los terrenos y que lo mató de una estocada sensacional. Pero la alegría de Juli era máxima, lógico, la de los tendidos no se pueden no imaginar, enloquecidos, y la de los que a esas horas estábamos en España pegados a la tele inenarrable. Al menos en mi caso fue así al sentir una vez más la grandeza y la emoción de este Arte. ¡Mereció la pena el desvelo!.
Visto lo visto, el mexicano Sergio Flores no podía quedarse atrás con su toro de regalo, un ejemplar de Santa María de Xalpa, ganadería mexicana de procedencia Domecq, lo que se adivinaba nada más saltar Suerte al ruedo, que así se llamaba el que hizo octavo. Un toro de hechuras "españolas" por decirlo de alguna manera. Un toro cuajado, reunido, muy serio, con dos pitones de los que pocas veces se ven por México, armónico proporcionado, sin exceso de kilos, en definitiva, un toro con trapío. De nuevo tengo que volver con lo del maestro Emilio Muñoz, ya sé que soy pesadito, pero es que una vez más se cumplió. Vibrante, arrebatador saludo capotero de Flores por chicueilinas ceñidísimas y una revolera que pone en pie a la Monumental, por si necesitaba algo más para calentarse. Conocedor de las características de este encaste también le mide el castigo en el caballo y se le da un solo puyazo. Lo prueba Flores a la salida del caballo con un quite lucidísimo y muy vistoso en el que combina chicuelinas, tafalleras y una cordobina haciendo que los tendidos se rompan las palmas a aplaudir y a gritar olés que hacen temblar los cimientos de la plaza. Va por todas, brinda al público e inicia la faena sin probaturas, de manera explosiva, con un cambiado por la espalda de los de contener la respiración que enlaza con una magnífica serie por el pitón derecho templada y ligada, bajando la mano, con mucho gusto y que llega a los tendidos, locos de alegría y con la esperanza de ver otra gran faena. El de Xalpa es noble, tiene muchísima clase, humilla y repite en la muleta del mexicano, especialmente por el pitón derecho, el mejor sin duda. En redondo surgen los mejores pasajes con un toreo templado, por bajo, corriendo la mano, con largura, ligando los muletazos con mucho gusto y calidad. Por el pitón izquierdo baja un poco el tono, protesta, no se deja, echa la cara arriba y los naturales no surgen limpios, aunque lo intenta el mexicano y nos muestra que por ahí no va. Vuelve al derecho y retoma el tono inicial con una buena tanda en redondo ligada y templada. El toro se apaga y ahí surge el flores valiente, no dudando en exponer al aportar distancias, tanto que es echado por los aires en un segundo de descuido, afortunadamente sin consecuencias. Se repone como si nada y vuelve arrebatado a la cara del toro para finalizar la faena en un alarde de pundonor y valor, junto a las tablas, dándole las ventajas al toro en una serie en redondo de mucho mérito y unas ajustadas bernardinas finales como colofón a una extraordinaria faena en la que nos ha dejado una vez más patente su importante toreo. Entre olés y gritos de "torero, toreo" se dispone a tomar la espada para culminar con otro espadazo sensacional una magnífica obra que vale también dos orejas y la salida a hombros junto a Juli.
Parecía mentira que, viendo como discurría la corrida, la imagen final fuera la de ambos matadores a hombros. Y todo gracias a esa bendita costumbre mexicana del toro de regalo. Eran casi las tres de la mañana cuando apagaba el televisor con una alegría enorme por haber disfrutado como lo hice, por haber sentido la inmensa emoción que el toreo me transmite, por haber vibrado una vez más con este Arte único. Una noche que comenzó francamente mal pero que terminó con un triunfo apoteósico, un auténtico regalo, como es la Fiesta.
Antonio Vallejo
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