Una gran tarde de toros la de este domingo, sí, una corrida sensacional, sí, y en San Sebastián de los Reyes, sí, ¿por qué no?. Una corrida triunfal con la terna a hombros pero sin triunfalismos artificiales, una corrida en la que vivimos pasajes de toreo de muchísimos quilates, sí, en una plaza de tercera, ¿por qué no?, ¿acaso no es posible eso?. Una corrida en la que el público fue a divertirse y a disfrutar con lo que son los toros, una fiesta, la Fiesta, con ganas de ver torear, y vimos mucho, sin ánimo de criticar hasta el mínimo detalle, que cuando hubo algo que censurar se hizo, demostrando que la alegría no va reñida con el rigor y la seriedad, que los trofeos pedidos y concedidos lo fueron justamente a mi modo de ver. Y digo más, dos faenas hubieran sido de dos orejas en San Sebastián de los Reyes y a tan solo 20 km de allí, en Las Ventas, aunque algunos se rasguen la vestiduras. Muchos aficionados debieran salir de sus reductos taurinos, dejar de mirarse el ombligo, olvidar por un momento tanto purismo y vivir los toros como lo que son desde que nacieron, una fiesta, la Fiesta, que por decir esto y reconocerlo no se es ni mejor ni peor aficionado. Pero sabiendo siempre donde se está, ojo.
Una gran tarde de toros que además contó con unos anfitriones de primera, los hermanos Javier y Román Beitia, propietarios de la emisora local SER Madrid Norte, quienes allí nos esperaban para atendernos con todo detalle, sin que faltara de nada, ni comida ni bebida, tanto en los previos como durante la corrida, atentos, generosos y amables, para los que no tengo palabras suficientes de agradecimiento por lo bien que lo pasamos y lo a gusto que estuvimos, hablando de toros y de lo que nos son toros, conversaciones amenas y distendidas, un auténtico placer. De verdad, gracias por todo.
Seis toros de Luis Algarra, en realidad siete ya que tuvo que saltar un sobrero del mismo hierro al lesionarse el primero, correctos de presentación para una plaza de tercera, astifinos, desiguales de hechuras, el mejor es este aspecto fue, para mi, el sexto, bajo, hondo, cuajado, acapachado y abrochado pero con cara y seriedad, y con un juego variado destacando por encima de todos el segundo, un gran toro, pronto, con recorrido, humillación y repetición, bravo y noble, con un tercero muy enclasado y también con humillación, el primero con calidad y nobleza, el cuarto distraído y con tendencia irse, un quinto soso y deslucido y el sexto, curiosamente el que destacaba para mi por hechuras, el peor en cuanto a comportamiento, reservón, midiendo y soltando la cara con peligro. Para lidiarlos una terna de lujo con Enrique Ponce el eterno, José Mari Manzanares, maestro, y Pablo Aguado, la sensación del momento, posible poseedor del duende y el pellizco en un futuro muy próximo. Una terna que cuajó una sensacional tarde, tres orejas para el valenciano, dos para el alicantino y otras dos para el sevillano que hicieron las delicias de los aficionados. Lo comentaban Javier y Román, nadie recuerda que a la muerte del tercero toro se hubieran cortado seis orejas, dos por coleta, algo inimaginable. Por ponerle un pero a la tarde, que la plaza, con ese cartelazo, no se llenó. Algo más de dos tercios, quizás, pero por lo que me comentaron la feria no ha atraído al público como hubiera sido deseado, con entradas de media plaza en los días anteriores a pesar del esfuerzo de la empresa por confeccionar carteles con máximo atractivo.
Enrique Ponce recibió al primero a la verónica con suavidad ganado pasos para rematar con una preciosa media desmayada, cuidando al de Luis Algarra, que echaba las manos por delante y mostraba justeza de fuerzas. Se lesiona al salir del caballo y cae con estrépito en banderillas, teniendo que ser devuelto ante las protestas lógicas y justificadas del público. Lo que decía al inicio, qua la fiesta no va reñida con la seriedad y el rigor, y si un toro no vale se hace saber. Sale en su lugar un sobrero del mismo hierro que muestra fijeza, repite y mete bien la cara en el capote del Ponce que lo saluda con verónicas acompasadas, meciendo la embestida para rematar con una revolera. Mete la cara en le peto y en banderillas muestra movilidad y fijeza, aunque tampoco va sobrado de fuerzas. Ponce, eterno Ponce, le aplica la medicina que tantas veces le hemos visto aplicar, temple y suavidad, mimando al toro, consintiéndole en los muletazos de tanteo, mimándole para que no pierda las manos, ganándole terreno para llevárselo a los medios. Toro noble y repetidor al que Enrique lleva a media altura, desmayado, con suavidad, tandas en redondo cada vez más encajado, bajándole la mano poco a poco, cada vez más profundidad y cada vez más emoción. Por el pitón izquierdo protesta, suelta la cara y no se entrega, por lo que vuelve al derecho para instrumentar una magnifica tanda en redondo obligñandole, por bajo, la figura relajada, enroscándose al toro, tapándole la cara, llevándolo muy toreado, todo entre los olés de una afición rendida a su maestría. Bonito broche de faena genuflexo, enganchando al toro en la cadera para así aprovechar al máximo la corta embestida del toro, para acabar toreando erguido, desmayado, en una portentosa tanda en redondo de mucha calidad, bajando mucho la mano, muy despacio, de locura. Mata de una entera fulminante que hace rodar al toro sin puntilla. Dos orejas pedidas con mucha fuerza que el presidente concede. ¿Excesivo?. Pues según se mire, le sacó todo y algo más al toro, cuajó tandas de inmensa calidad y mató a la perfección. ¿Por qué no?. Si hay que pecar que sea de exceso. Ante el cuarto Ponce demostró, una vez más, por qué es el número uno eterno e inmortal. Casi treinta años de alternativa, dos orejas cortadas a su primero, puerta grande asegurada, plaza de tercera, le sale un toro hecho cuesta arriba que echa las manos por delante y lleva la cara alta, sin fijeza, suelto en el capote, distraído, ¿y qué más da?. Al primero le sacó más de lo que tenía, se lo hemos visto miles de veces, portento de técnica y conocimiento, y lo que hizo al cuarto también se lo hemos visto durante treinta años. Lo fácil hubiera sido despacharlo con brevedad, pero Enrique no entiende eso, le da igual que sea una plaza de tercera que una de primera, su compromiso y su entrega está por encima de todo. Se lo vi hacer en Málaga hace medio mes, jugándosela como un novillero que tiene que ganarse contratos. Ayer en San Sebastián de los Reyes tuvo paciencia, poco a poco fue poniéndole la muleta en la cara, tapándole la salida, técnica y conocimiento descomunal para acabar embarcando al toro en la muleta, llevándolo muy cerradito y muy toreado, tapando todos los defectos del animal. No se cansó en ningún momento, derrochó ganas y pundonor especialmente por el pitón izquierdo donde buscaba la huida a tablas con descaro. Magia en la muleta de Ponce, naturales impensables, con hondura, molinetes para dejárselo colocado en la derecha y enganchar unos redondos de lujo, templados y ligados por bajo. Poncinas finales que ponen la plaza patas arriba , un pinchazo más una entera que revienta al de Luis Algarra que valen una oreja de ley en reconocimiento a la profesionalidad y la disposición del que lo es todo en el toreo pero para el que cada día que se viste de luces parece el primero y que se da entero a todas las aficiones de todas las plazas. Un maestro insuperable.
Manzanares recibió al segundo por verónicas cargadas de temple, ganando pasos, ceñidas, para rematar con una media gustosa a un toro que repite y mete la cara con gran clase, humilla, tiene fijeza y repite. Inicia la faena por bajo, muletazos cargados de sabor, una trincherilla de ensueño para sacarlo a los medios con torería. Toreo poderoso y con enorme profundidad del alicantino en la muleta, series en redondo adelantando la muleta, enganchando la embestida, tirando del toro, viaje largo, mano baja, poderoso y rotundo, mando en redondos obligando mucho al toro, la muleta barriendo la arena. Toro bravo, noble, con recorrido, fijeza y mucha humillación, toro de dulce, de inmensa calidad, bravo y repetidor que le permite a Manzanares ligar las tandas con una emoción máxima, vaciando la embestida por debajo del palillo. Prueba al natural pero por ese pitón el recorrido es menor y la embestida menos clara, lo intenta y sea algún natural con hondura, pero está caro que el bueno es el derecho, al que vuelve con una soberbia tanda de derechazos corriendo la mano con largura, profundidad, la mano muy baja, perfectamente acoplado, integrísima emoción, la plaza rugiendo en olés para rematar con ese pase de pecho eterno que ejecuta como nadie, a la hombrera contraria, descomunal. Toreo poderoso y toreo repleto de arte que abrocha con una estocada antológica en la suerte de recibir y que pasaporta al sensacional toro de Luis Algarra sin puntilla. Dos orejas sin contestación allí, en Sevilla, en Bilbao o en Las Ventas, y así podía seguir enumerando todas las plazas de España, Francia y América, y vuelta al ruedo para un gran toro, bravo, noble, con recorrido, duración y con una humillación que le hacía olisquear la arena en cada muletazo. El quinto es un toro con escaso recorrido en le capote, sin fijeza, distraído y desentendido, mansea en el caballo y corta en banderillas, un toro que dice muy poco de cara a la faena de muleta. Suelta la cara, un tanto a la defensiva, sin clase, muy deslucido. Sensacional José Mari, le pone la muleta en la cara, muy tapado, cerrándole la salida, con mucho poder y mando para acabar componiendo una meritoria serie en redondo sacada de la nada, igual que al natural, encelándolo en su muleta con magisterio y magia, porque a un toro que no decía nada, soso y deslucido, sin entrega, le acabó pegando muletazos inimaginables unos minutos antes. Enorme Manzanares, comprometido ante todas la aficiones. Pichazos hondo y una entera le valen una fuerte y cariñosa ovación que recoge en el tercio. Vuelvo a lo que comentaba al principio, el público supo calibrar perfectamente lo que hizo Manzanares y no se dejó llevar por lo más fácil, la euforia y el triunfalismo de la inercia de orejas que llevaba la tarde, todas merecidas a mi modo de ver, sino que mantuvo el rigor y premió como a mi modo entender era lo justo.
Lo de Pablo Aguado es, primero, para disfrutar, y segundo, para soñar. hay que disfrutar de este sevillano que nos está trayendo cada tarde aromas al mejor toreo de todos los tiempos, sabores añejos del arte del sur. Es diferente, su figura, su andar, su manera de citar, su reposo, la marea de conducir la embestida, de fuera a dentro, ceñido, todo con naturalidad y relajo, la mano baja, con sensación de torero cuajado cuando lleva tres años de alternativa y esta es la primera que está toreando en todas las plazas. No sé si exagero al decir que Aguado lleva el duende y el pellizco en su capote y su muleta, pero se nota de quien ha aprendido y quien es su referente. Las verónicas de ayer eran Romero y Morante, las manos, la manera de mecer la embestida, suavidad, temple, despaciosidad, muy lento, deteniendo el tiempo, parando los relojes, demostrando que la eternidad se puede ver y tocar, verónicas de ensueño, abandonado, toreando con la cintura, a compás, para rematar con una media de cartel, aromas del ayer y presagios de un mañana que queremos sea hoy. Si fueron apoteósicas las verónicas de recibo más aún lo fueron las que compuso a la salida del caballo, más temple imposible, más gusto imposible, más despacio imposible, los relojes detenidos, gloria bendita. Extraordinario el tranco del toro en banderillas y sensacional su juego en la muleta, bravo, pronto, repetidor, con recorrido y humillación, otro muy buen toro para una faena de muleta que sacó de lo más profundo del alma todos los sentimientos y las emociones que un aficionado pueda sentir. Torería en cada paso, gusto, arte, sabor en cada pase, tandas en redondo con largura, embarcándolo alante, la mano muy baja, ceñido, encajado, vaciando la embestida por abajo, toreo lento, templado, relajado y con naturalidad que remata con pase de pecho monumentales en cada serie, y todo en los medios. Al natural lo bordó, ¡cómo le echaba los vuelos!, ¡cómo los tomaba el de Algarra! después de un molinete garboso con el que se quedó perfectamente colocado para dibujar series divinas, hondas, manejando la franela con la muñeca, un grácil movimiento y el toro se iba con clase y codicia tras el engaño, naturales lentísimos, otra vez el tiempo parado, la eternidad ante nuestros ojos, imposible torera más despacio. Toreo a compás, sevillanía en el norte de Madrid, que se acompañan del final añorado, por bajo, troncherazos y pase de la firma, otro de desdén mirando al tendido cargados de sabor a toreo eterno. Se tira a matar y deja un espolonazo arriba que parte en dos al magnífico toro. Dos orejas allí y en cualquier plaza, como dije antes con Manzanares. El que cerraba plaza fue para mi gusto el de mejores hechuras, bajo de agujas, hondo, cuajado, acapachado y abrochado pero con presencia y seriedad, astifino, pero que tan solo se empleó en el capote del sevillano que nos dejó para el recuerdo otro ramillete de verónicas sedosas y acompasadas, templadas, lentas, que prometían más. Pero rompiendo el dicho que los de buenas hechuras embisten mejor el toro fue a menos y a peor llegando a la muleta con la cara alta, derrotes secos con peligro, a la defensiva, reservón, midiendo, con poco recorrido, reponiendo. ¿Quién dijo miedo?, ¿quién dijo que los artistas no tiene valor?. No se amedrentó Aguado, le plantó cara, le consintió las brusquedades en la primeras tandas, a media altura, tragando parones y miradas, aguantando los arreones, peligro sordo, impasible, poniéndole la muleta en la cara, tratando de atemperar la bronca y descompuesta embestida a base de mando y de bajarle la mano para acabar robando una tanda final en redondo de muchísimo mérito, templada y ligada con despaciosidad, inimaginable, que remata con una gran estocada y descabello que le valió una gran ovación recogidas desde el tercio como justo premio a su labor de entrega, compromiso, dignidad y una vergüenza torera más propia de un matador curtido que de un joven que arranca su carrera.
La Fiesta en todo su esplendor, una gran tarde de toros, arte, sentimiento y emoción, triunfo y alegría pero sin euforias desmedidas, la terna a hombros... Y a todo eso hay que sumar la hospitalidad de unos anfitriones de primera, Javier y Román, además de la gentileza y generosidad de un gran amigo. ¡Así da gusto!
Antonio Vallejo
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