Muchas vueltas le he dado al título de esta entrada. Reconozco que ha salido de la plaza con un cabreo mayúsculo por la cobardía de un tipo sentado en el palco. Pensaba en algo como héroe y villano, honor y miseria, un gigante y un enano y así se me iban pasando una y otra idea para titular. Pero al final, una vez serenado me he dado cuenta que en el toreo hay dos personajes protagonistas, el toro y el torero, y que los demás somos accesorios por mucho que alguno quiera convertirse en protagonista, triste protagonista. Ese, en la tarde de hoy, responde al nombre de José Luis González González y no merece estar donde solo puede figurar un hombre de verdad, no un cobarde, porque solo por cobardía puedo entender que haya negado una oreja pedida por clara mayoría a Daniel Luque tras la lección magistral ante el sexto de Alcurrucén. Un toro protestado de presentación que manseó de salida, suelto, huyendo de los capotes, manso en el caballo, parado en banderillas, también manso, la cara alta, esperando y defendiéndose. Caía agua a mares cuando Luque tomó la muleta. Embestida descompuesta y sin entrega, de manso, como la corrida, consintiéndole, concediéndole todo, las alturas y la distancia, aguantando y tragando, paciente, poco a poco, poniéndole la muleta, tirando o cediendo, según veía, perdía un paso, se colocaba, y otra vez, temple. Y cada serie que inventaba tenía un poquito más, y el toro cambiaba el son, y parecía que quería, y aún le consentía más. Todo entre protestas, reproches y los gritos fuera de lugar de los cuatro de cada día, voceando su repertorio cansino. Por salir salió hasta el "uffffff ¡petardo!" que aún no habíamos escuchado en lo que va de feria, que es casi todo ya. Pero ya ven lo que le debió importar a Luque, que estaba a lo suyo, a mandar y poder a ese manso, cada muletazo llevaba ya un trazo distinto, la altura ya no era la del inicio y el ritmo era otro, hasta hacerle romper a embestir de una manera colosal en una tanda rotunda por el pitón derecho, de una profundidad máxima con el Alcurrucén entregado al mando y dominio del sevillano, un cambio de mano eterno por su lentitud y largura cosido a uno de pecho apoteósico. Y luego los naturales, oro de todos los quilates imaginables, una locura, la plaza en pie. Volapié de órdago, tirándose con todo, estoconazo sensacional, de los de premio, y petición clara a pesar de los paraguas, las ganas de resguardarse del chaparrón y de ir a casa. Cobardía y miseria encarnadas en el del palco al no conceder una oreja de ley ganada por mando, poder y valor reconocido en una vuelta al ruedo apoteósica. No merece más el tipo, que ya en el tercero había asomado la patita. Ese toro también fue protestado de salida por los habituales, como toda la corrida, y en los primeros tercios no dijo nada, echando las manos por delante, deslucido. Hasta que llegó al tercio de banderillas e Iván García mostró que tenía cosas guardadas al colocar dos pares monumentales, de poder a poder, en la misma cara, perfecto, impecable colocación, para salir del embroque con torería y responder montera en mano a la atronadora ovación. Podría decir que el toro rompió a embestir, pero no sería cierto. Fue Luque el que le hizo romper a embestir. Está el sevillano en un momento de madurez, extarordinario, centrado, seguro, firme, con una rotundidad y una capacidad para dominar cualquier embestida y someter a cualquier toro que pocos alcanzan. Genuflexo, adelantando la muleta le rompe con unos doblones poderosos, largura y profundidad, temple absoluto, y el toro va porque Luque quiere, manda él y el toro humilla y repite con una clase escondida hasta entonces y que el sevillano destapa. Enorme con la diestra, ligando en una baldosa, encajado, la muleta a ras de suelo, ¡cómo va el toro!, mejor dicho, ¡cómo le hace ir Luque!, ¡cómo le echa los vuelos!, ¡cómo tira de él!, un portento, y además clase y gusto, un molinete y uno de pecho, y en otra un cambio de mano sublime, sensacional. Remiso el toro por el izquierdo, le cuesta más tomar el engaño, pero cuando entra dibuja unos naturales inmensos, de uno en uno, perdiendo un paso y colocándose, siempre por bajo, profundidad y emoción con los tendidos seducidos por la poderosa y rotunda muleta del de Gerena. Acorta distancias en el tramo final para exprimir al máximo las condiciones del Alcurrucén, unas luquecinas de lujo, un martinete y uno de pecho para abrochar ponen a toda la plaza en pie. Bueno, a toda no, tres o cuatro están disconformes y tocan palmas de tango y no callan de reprocharle vaya usted a saber qué, incluso uno que, ustedes me van a perdonar, sólo puedo calificarle de canalla, le grita algo indescifrable cuando está perfilado para entrar a matar. Ese ni es aficionado ni es nada y habría que sacarle de las orejas fuera de la plaza. Una entera defectuosa y un descabello no son impedimento para que afloren los pañuelos, yo creo que con ligera mayoría, pero no cuajó y el del palco, por si acaso le montaban una gorda los habituales, por miedo a lo que le pudieran gritar, consideró insuficiente.
Diego Urdiales tuvo pésima fortuna con su lote, deslucido y soso el primero y manso de libro el cuarto, pero como siempre nos dejó en la memoria la impronta de su toreo, esa compostura, la manera de plantar la muleta plana para conducir la embestida con la panza, esa cadencia que imprime, torería no al uso, empaque, derechazos y naturales sublimes, trazos sueltos pero que dejan huella y llena de serena emoción, de la que te llena, se queda dentro y te la guardas en el rincón de las esencias.
Para Talavante estaba reservado un quinto que en los primeros tercios apuntó muchas condiciones de manso, aunque es cierto que parecía que no metía mal la cara en las tres verónicas que tomó antes de huir a tablas, pero quería poco, muy poco o nada, suelto, desentendido. Plantado de rodillas en terrenos del 5 se puso a torear, muy largo, muletazos de enorme profundidad, ligazón, no sé cuantos pudo dar por ambos pitones, de enorme calidad y emoción, un cambiado por la espalda muy ceñido, con el toro humillando y repitiendo. ya incorporado tandas por ambos pitones bajo un manto de agua, toreando vertical, enroscándose la embestida, bajando la mano, a veces con cierto desmayo, aunque quizás algo en corto cuando creo que ese toro pedía más distancia. Pero la faena tuvo emoción y llegó a los tendidos, sobre todo con los adornos por bajo, una trincherilla de mucho sabor, pase d ela flores, otro de desdén mirando al tendido, quizás más adornos que profundidad, la que tenía el toro que todo lo buscó por abajo y que fue una pena que se fuera con las orejas puestas. En eso tuvo que ver el mal manejo de la espada, quedando todo en una escasa petición de trofeo.
Una vez en casa, tranquilo y sereno, abandonado el enfado por la injusticia de un cobarde, un manso más de esta corrida sin fondo ni fuelle, olvidemos a los personajes accesorios y quedémonos con lo que realmente importa, la grandeza del toreo, la de un Daniel Luque imperial.
Antonio Vallejo
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