lunes, 5 de junio de 2023

Victorino, Paco Ureña y Emilio de Justo, broche de oro


Lleno hasta la bandera para la que cerraba San Isidro, expectación máxima, mano a mano entre Paco Ureña y Emilio de Justo con toros de Victorino Martín, nadie se la quería perder, incluido el Rey Felipe VI que ocupó una barrera del 9. Que importante es que le guste venir a la plaza, que tenga afición, aunque haya esperado a la última, con todo lo que ha habido antes, 22 tardes más. Menos es nada, desde  luego, imagino que su sobrecargada agenda le habrá hurtado la posibilidad de venir alguna tarde más, quiero pensar que en casa no le habrán puesto pegas para que compartiera con unos cuantos miles de españoles una tradición popular y cultural de siglos que en su Reino es algo más, es una de sus señas de identidad. Y si por un casual tiene algún problema de permiso, hay una ranchera muy famosa que a lo mejor puede poner como música de fondo, esa que dice algo así como "pero sigo siendo el Rey"... se me ocurre, por si le apetece venirse a los toros cuando quiera. Se agradecería siempre su presencia, cuanto más, mejor, que varias veces al año no hace daño, se lo aseguro.
 Sobre el papel todos los ingredientes para una gran tarde de toros, pero ya se sabe, tarde de expectación....¡Que maravilla contradecir al popular dicho!, nada de decepción, ¡fuera el tópico!, ha sido una tarde que se puede definir con una palabra: EMOCIÓN. Sentimientos a flor de piel, de intensidad suprema, con el ¡ay! y el ole siempre en la garganta, perennes, de principio a fin, en cada toro, sin respiro, una tarde vertiginosa en la que nadie se podía despistar ni un segundo, los victorinos no daban tregua. Y es que cuando salen toros-toros y hay toreros con la verdad y la honestidad de Ureña y de Justo, el resultado solo puede ser ese, la emoción.
Extraordinaria la corrida que Victoriano Martín ha mandado a Madrid, enhorabuena por la impecable selección en el campo, mejor imposible. Seis toros de excelente presentación, muy seria, imponente, hechuras magníficas, láminas espectaculares, mucho trapío, que además han dado mucho juego, variado, cada uno tenía lo suyo, una alimaña hambrienta de carne y sedienta de sangre el primero, segundo y tercero con  un pitón derecho sensacional, el cuarto con mucha clase y fondo, muy peligroso el quinto, midiendo y buscando, con bravura, raza y casta el sexto. Todos con mucha emoción, todos con ese comportamiento del encaste Albaserrada, exigiendo mucho y sin conceder nada, que aunque humillaran y repitieran con clase no permitieron el mínimo fallo o despiste, todo había que hacérselo bien y estar con los cinco sentidos alerta, venían con la lección bien sabida de casa pero aún tenían capacidad para repasar y desarrolla más sentido si cabe, con mucha movilidad, apretando, volviéndose y revolviéndose en un palmo de terreno cual lagartija, buscando los tobillos, o los muslos, o lo que fuera, ni un segundo de respiro, ni siquiera en los parones antes del embroque, mirando, midiendo, advirtiendo, ojo que como no espabiles te engancho debían pensar, mientras tanto todos en el tendido con el aliento contenido y las pulsaciones a mil. ¿Se puede pedir más?.
No lo sé, pero si faltaba algo de emoción la pusieron los dos matadores que ayer se la jugaron sin dudas ni vacilaciones, con infinita honestidad, la verdad del toreo al desnudo, sin trampa ni cartón. A las amenazas de los victorinos respondieron ambos con firmeza, poder, mando, temple y un par de atributos que me río yo de los del caballo de Espartero. Hay que tenerlos muy bien puestos para hacer lo que ayer hicieron Paco Ureña y Emilio de Justo, elevando a la enésima potencia la emoción de todo cuanto desarrollaron en el ruedo, que fue mucho y de inmensa calidad. Para empezar, ¡cómo lidiaron a los dos primeros de salida! Apretaban, mucho ímpetu, movilidad extrema, iban y venían haciendo hilo con el capote, la cara metida abajo sin salirse de los vuelos, pero ahí estuvieron ambos matadores echando el capote abajo, andándoles hacia atrás, sacándolos a los medios, sometiéndoles y enseñándoles quien mandaba. Vivimos momentos de intensa emoción y así se reconoció con sendas ovaciones que retumbaron en todo Madrid. Pero eso tan solo era el aperitivo del atracón de emociones que nos esperaban. No hubo que esperar mucho, más bien nada, porque la faena de muleta de Ureña al primero traspasó los límites de lo aguantable con cierta serenidad. Una alimaña de viaje muy corto que se revolvía en una moneda, buscando, con malas ideas, buscando, miraba y medía. No se arrugó el de Lorca, le plantó batalla, tragó y aguantó lo indecible, poniéndole la muleta, perdiendo pasos para volver a colocarse, pero el animal buscaba, avisó hasta que hizo presa, por los aires, luego al suelo, encelado con locura, derrotando, Ureña hecho un ovillo, las patas pisoteándole, los pitones como puñales lanzados al aire buscando la carne, angustia y sangre helada en todos y cada uno. No sé como salió del trance, pero salió, ¡y volvió a la guerra!, tanto que compone una tanda con la diestra profunda y ligada, increíble, ¡y remata con uno de trinchera!, el deliro en los tendidos. Se tiró a matar con todo, recto, y de nuevo por los aires, esta vez enganchado milagrosamente de la chaquetilla porque si no la cornada habría sido tremenda. Se pidió la oreja, yo creo que por mayoría, aunque  no demasiado holgada. Al final el del palco dijo que no racaneando un trofeo al valor máximo y a la estocada por el miedo a los que dijeran la veintena de siempre. Oreja que cobró en el tercero al que saludó a la verónica con temple y clase rematando con una media de mucho gusto y del que aprovechó le buen pitón derecho que tenía. Primeros compases cargados de torería, doblones largos, un trincherazo y uno de la firma para rubricar con el de pecho para luego templar y bajar la mano, citando en corto, llevándolo muy metido, ligazón, profundidad, emoción, toreando encajado y metiendo los riñones, tres tandas reunidas y rotundas que no tuvieron continuidad por el izquierdo, por ahí cortaba y no pasaba, reponía y se volvía con peligro, había que perderle pasos para salvar el pellejo, mucho peligro, pero aún le robó un par de naturales dando el pecho majestuosos para culminar la obra en una serie volviendo a la diestra de tremenda emoción por la profundidad y el parón eterno que aguantó con el toro fijando el punto de mira en Ureña. Otra vez valiente a más no poder, sin inmutarse ni rectificar, rayando en la temeridad, como en el primero, exponiendo más allá de lo exigible. Un pinchazo y una entera volcándose sobre el morrillo y de nuevo pañuelos en los tendidos, quizás alguno más que en el anterior, tampoco tanta diferencia, pero esta vez el presi dijo sí al reglamento. Sin comentarios. El quinto, una estampa bellísima, fue sin embargo deslucido y muy peligroso, a la defensiva, sin recorrido ni celo, no quería entrar, se quedaba y reponía con violencia. No le asustó al lorquino, se plantó en corto, sin importarle que las afiladas puntas le llegaran a la chaquetilla, la barriga o los muslos, al victorino le daba igual donde cornear, volviendo a jugársela a cuerpo limpio, con el ¡ay! en cada muletazo que intentaba dibujar, faena taquicárdica y taquipneica, un monumento al valor sin límites reconocido con una muy fuerte ovación de despedida.
No tan reconocido fue Emilio de Justo ayer. Me da la impresión que el extremeño ha engrosado la lista negra de la veintena de siempre, que le han puesto la cruz y ya no les vale, que como a tantos otros le auparon y era el máximo cuando emergió en España tras llevar años y años jugándosela en las duras plazas del sur de Francia pero que ahora, ya en categoría de figura, todo lo hace mal, ni se pone ni se cruza, otro al que deben recordarle que hay que torear, otro más de usar y tirar por capricho. Es el cuento de nunca acabar con la veintena de garantes de la pureza y las esencias. Ya he comentado antes la lidia perfecta con el capote al segundo, un toro que se revolvía y se quedaba debajo con enormes riesgos, sabedor de lo que dejaba detrás, sin conceder la mínima, que medía y esperaba antes del embroque. Tragó mucho de Justo, aguantó con la muleta adelantada, planchada, bien colocado aunque algún sabio constantemente le reprochara eso, hasta conseguir una serie al natural y otra de derechazos de muchos quilates, temple y mano baja, ligadas perdiendo un paso porque el toro reponía con peligro , ¡y un trincherazo para morirse!. Tiró del toro en todo momento, le hizo pasar y todo tuvo mucha emoción en una faena a más por el buen pitón derecho, acoplado y encajado, con profundidad, que alcanzó la cúspide en una tanda final en redondo a cámara lenta, la mano muy baja, barriendo la arena y el toro hipnotizado y unos naturales dando el pecho, de uno en uno jugándosela con sinceridad máxima. Una casi entera entera arriba para pasaportar al victorino y petición clara de oreja que en el palco no quisieron dar por falta de testiculina. En el cuarto probó la amargura del olvido y el desprecio. Un toro con clase y con fondo  no  sobrado motor que desde que tomó el capote en las verónicas del extremeño mostró humillación y querer, repitiendo. Con esa condiciones Emilio le concedió la media altura, con mucho temple, en los primeros muletazos para romper en un par de tandas en redondo con profundidad, bajando la mano, de mucho mérito, toreando muy despacio, a ralentí, el toro humillado, con mucha emoción. Sí, al hilo, y no pasa nada, porque era la única manera de llevar a ese toro en recto, aguantarlo  y así torear, que de eso se trata  y que es lo que consiguió. Emoción y olés de la inmensa mayoría, reproches, el crúzate, el hay que torera y el se va sin torear de los veinte que hace 3 ó 4 años, con toros de esa misma embestida, jaleban. Ni siquiera le respetaron en los naturales robados de uno en uno, cruzándose, porque al toro por ese pitón izquierdo le costaba un mundo pasar, el caso era ir a la contra. Mató de casi entera algo trasera suficiente para hacer doblar al de Victorino y petición similar o quizás algo más numerosa que la del tercero pero que ahora no tocó considerar por el del palco. Caprichos. Con el bravo sexto estuvo hecho un tío, valiente y torero, echando la pata alante, poniendo la muleta y conduciendo las embestidas con temple y ritmo, sensacionales tandas en redondo, ligazón y emoción, todo en los medios, con mando. Faena de intensidad, de exigencia y de valor que se emborronó con la espada, si no posiblemente se habría pedido la oreja, y vayan a saber por donde le habría dado por hacer al del palco.
Pero si todo esto fue mucho se queda en nada al lado de un gesto, un momento que, para mi, define lo que es el toreo, lo que son sus valores, sacrifico, esfuerzo, capacidad de sufrimiento, entrega, compañerismo y, por encima de todos y como valor supremo, el respeto, al toro y al torero. Fue en el cuarto, Emilio de Justo llama a Álvaro de la Calle, el sobresaliente de ayer, para brindarle su toro. Sí, Álvaro de la Calle, el mismo sobresaliente que el Domingo de Ramos de 2022 tuvo que hacerse cargo de la corrida tras la grave cogida del extremeño en el primero de su encerrona con seis toros de diferentes ganaderías, el que se vistió aquel día, igual que ayer, en el hotel Ibis que está frente a la plaza, el que cruzó andando la explanada de la mano de su hija sin que nadie supiera quien era camino del patio de cuadrillas, el que con dignidad y profesionalidad hizo frente a un reto casi imposible de asumir, el que tras matar los cinco toros que le quedaron volvió al hotel andando de la mano de su hija con la cabeza muy alta, sintiéndose torero, sin necesidad de luces, flashes y demás parafernalia, ese mismo, recibió ayer el merecido reconocimiento y el cariño que esta recaudadora empresa de Madrid no ha tenido con él y jamás va a tener. Ese brindis de torero a torero que ilustra esta entrada fue, para mi, el momento de más emoción de toda la tarde. Llámenme sensiblero, sentimental, romántico, cursi, lo que quieran, pero con todo lo que ayer vivimos, sufrimos  y sentimos, que fue mucho,  nada como ese brindis que recoge la verdad del toreo y engloba todos los valores de estos hombres  capaces de dar su vida por esta bendita afición. Ese brindis es de hombres íntegros, ese brindis es el toreo. Y ante esto, todo lo demás pasa a un segundo plano. ¡Gracias por ser así!. 
 
Antonio Vallejo

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