lunes, 9 de octubre de 2023

Borja Jiménez: Puerta Grande al valor, la pureza y la verdad


 Tres orejas de ley sin discusión y una Puerta Grande apoteósica para el sevillano Borja Jiménez rindiendo Madrid a la verdad y la pureza de su toreo ante una seria y  para mi gusto muy bien presentada corrida  de Victorino Martín  que tuvo bravura, raza y casta, muy exigente, fiel a su encaste, toros que piden el carnet, con complicaciones y peligro sordo tras cada muletazo, que no conceden nada ni permiten el mínimo error, que vienen aprendidos y a la mínima desarrollan aún más sentido. Como suele decirse, una corrida para hombres.
De principio a fin, desde que tomó el capote para entrar en su turno de quites en el primero hasta que vio como doblaba el sexto, ha dado Borja un recital de toreo basado en un despliegue de virtudes descomunal que podrían resumirse en disposición, entrega, capacidad y valor para culminar la que ha sido, sin duda, la tarde culmen de su carrera y la que seguramente le va a catapultar a cotas muy elevadas en la próxima temporada. Pero solo con esas tres virtudes no basta para redondear una tarde tan rotunda como la de hoy, muchos matadores del escalafón las reúnen, hace falta algo más para que los sentimientos afloren, la emoción explote y la plaza vibre y ruja en olés como lo ha hecho hoy. Esa cualidad, ese factor diferencial que le ha llevado a componer tres faenas portentosas, de figura consagrada más que de matador prometedor con ocho años de alternativa y con tan solo dos actuaciones previas en Madrid, su confirmación de alternativa y una corrida en un domingo de julio, se lama sitio. Lección magistral la que ha dado el sevillano, en todo momento estaba en el sitio, citando, cuando perdía los pasos necesarios para ligar los muletazos, siempre quedaba perfectamente colocado para interpretar el siguiente. Portentoso. Sinceramente, creo que esa ha sido la clave para alcanzar la gloria del toreo.
De su disposición no ha habido duda alguna, solo hace falta ver como ha salido, sin renunciar a uno solo de sus turnos de quites; en el  primero uno no demasiado lucido a la verónica por la falta de poder del albaserrada, en el tercero de nuevo por verónicas esta vez templadas y sentidas, cadenciosas, parsimoniosas, acariciando cada embestida, rematadas con una media antológica, y en el quinto uno por chicuelinas ajustadas y a manos bajas de una belleza y un sentimiento supremo que ha puesto a la plaza en pie.
De su entrega, ¡qué vamos a decir!. Basta un detalle. Sexto toro, el tercero que le ha correspondido matar por el percance de su compañero Román, dos orejas ya en el esportón y la Puerta Grande abierta esperándole para salir a hombros de una multitud. Lo fácil hubiera sido reservarse y arriesgar lo justo para no romper su sueño hecho realidad, ese que todos los toreros tienen y pocos alcanzan. No, Borja venía a darlo todo, a entregarse en cuerpo y alma a esta afición sin pensar en lo que pudiera pasar mañana y se fue a porta gayola a recibirlo. ¿Hace falta apuntar algo más para definir lo que es entrega?.
Y también hablaba de su capacidad, que ha sido deslumbrante. Con el capote, más allá de los quites comentados, ha sido la lidia, sensacional, parando y templando la movilidad y el genio típico de salida en este encaste, esa forma de tomar los vuelos que tienen los victorinos, la cara abajo, el hocico barriendo la arena, revolviéndose en un palmo de terreno, repitiendo y apretando. ¿Cómo lo ha hecho?. Echando el capote abajo, poniéndoselo en la cara, andándoles hacia atrás para llevárselos a los medios, una maravilla. Señores, eso se lama lidiar y Jiménez lo ha interpretado a la perfección. Y si seguimos hablando de capacidad hay que destacar la de entender a la perfección a cada uno de sus tres oponentes gracias a un sentido y de las distancias, la altura, la velocidad, el ritmo y la cadencia de los muletazos fuera de serie, así como un conocimiento de los terrenos propio de una figura del toreo. Y la piedra angular de esa capacidad ha sido, como decía antes, el sitio fruto de una colocación impecable para componer tres faenas de una emoción desbordante.
Y a todo eso hay que sumarle el valor, inmenso, la verdad suprema con lo que ha hecho todo y la pureza infinita de su toreo, siempre echando la pata "alante", dando el pecho en cada muletazo, enroscándoselos a la cintura, siempre buscando la línea curva en cada trazo, pasándoselos por la bragueta, aguantando y tragando las miradas y la manera de rebañar en los tobillos cuando reponen y se revuelven cual lagartija, sabiendo perder los dos pasitos necesarios para quedar perfectamente colocado y volver a la carga, siempre por abajo, mando y poder para someter las embestidas y arreones. Así ha sido en sus tres toros, por ambos pitones, concediéndole altura al primero, la muleta retrasada, llevándolo templado, frenando su ímpetu, para poco a poco bajarle la mano y componer una serie en redondo de inmensa profundidad. Nada comparado con la sinfonía de toreo al natural en el segundo y cuarto con la que ha dejado sin garganta a todos los aficionados. Pocas veces he escuchado olés tan roncos y rotos como los de hoy a cada natural de Borja. Dándole siempre el pecho, adelantando la muleta, con un temple exquisito, embarcando la embestida con suavidad, arrastrando la tela, encajados los riñones, series de naturales majestuosas de una hondura pocas veces vista que en el sexto se vieron complementadas con las compuestas por el pitón derecho. Una auténtica locura, trazo largo, profundidad y temple, sublime, cargando la suerte, pasándose al toro con los pitones rebañando la taleguilla, valiente, poniendo a los tendidos en pie y los corazones a mil ante la magnitud de su toreo.
Pero es que aún queda otra virtud, cualidad o don, llámenlo como quieran, que atesora Borja Jiménez y que ha sido la guinda del pastel, la torería. Solo así se puede cuajar a toros tan exigentes como son los victorinos y rematar tres faenas excelsas como se merecía, por bajo, trincherazos, otros de la firma, luego los de desdén mirando al tendido, gusto exquisito, aromas maestrantes, Sevilla en Madrid. Han sido tres epílogos para enamorarse, soñar y no querer despertar jamás, no podía ser de otra manera. No hay nada como el torero por bajo, me cansa tanta manoletina y bernadina, con las que hoy en día parece obligatorio hay que acabar las faenas y que, dicho sea con respeto al mérito y riesgo que conllevan cuando se ejecutan bien, muchas veces me parece una vulgaridad. Ese toreo por bajo cargado de sentimiento ha sido otro de los factores diferenciales que ha contribuido a generar la atmósfera mágica que ha envuelto a la Monumental.
Todo esto hubiera sido suficiente apara hablar a estas horas de una tarde excepcional, llena de valor y arte, todo lo que quieran, pero lejos de la apoteosis del triunfo. No podía fallar y no ha fallado porque con la espada se ha entregado igual que con su capote y muleta. Realmente preciosa ha sido la manera como ha cuadrado a sus tres toros para entrar a matar, pura armonía, sin solución de continuidad tras el último remate por bajo de los bellos epílogos dejando al toro cuadrado y colocado a la perfección en el sitio, otra vez el sitio dominador, para ejecutar la suerte suprema, la que da y quita. Tres estocadas de idéntica factura, volcándose sobre el morrilo, enterrando el acero casi entero, ligeramente desprendido en el primero, quizás algo tendido en el sexto pero efectivos ambos y con un golpe de verduguillo en el tercero que le han valido tres orejas y la gloria.
La otra cara del toreo la ha sufrido Román con una grave cornada en su muslo derecho en los compase finales de faena al primero de la tarde, un toro complicado, gazapón, con poco poder, no pasaba, se quedaba siempre debajo, reponía y se defendía con peligro por su falta de fuerzas. Muy firme y valiente el valenciano, decidido, poniéndole la muleta en la cara, bajando la mano, tirando del toro para robarle los muletazos, exponiendo una barbaridad en cada uno, con mucha verdad,  aguantando parones y miradas, hasta que en una de esas se frena a medio muletazo, se revuelve y hace presa. Cornada gorda, la sangre manaba en abundancia y empapaba la taleguilla pero no fue impedimento para que con un par de atributos  tomara la espada y matara a la alimaña de una entera, teniendo que ser retirado en volandas por su cuadrilla  para ser intervenido en la enfermería de la plaza. Esperemos y confiemos en su pronta y completa recuperación.
El mexicano Leo Valadez  se las tuvo que ver con un lote muy complicado y deslucido que ofreció pocas opciones para el triunfo. Dos albaserradas gazapones y reponedores, con peligro sordo, de recorrido corto, que le obligaban a perder muchos pasos y  era francamente difícil encontrar la colocación. Voluntarioso, lo intentó sin demasiada fortuna por ambos pitones, trató de tirar de los toros con firmeza pero no había ritmo ni continuidad por lo que la conexión con los tendidos fue imposible. Lo mejor de su actuación, sin duda, el quite por delantales muy templados al cuarto, bellísimos, y otro por chicuelina y caleserinas muy ceñidas al quinto. 
Así decimos adiós a esta Feria de Otoño, entre el dolor y la gloria, la crudeza del toreo, que ha llevado a un hombre a salir por la puerta de la enfermería y a otro por la puerta de los sueños, pero ambos con algo en común, el valor, la pureza y la verdad en lo que creen y se entregan.

Antonio Vallejo
 


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