Emotiva, una tarde llena de sentimiento, cariño y reconocimiento a un figurón del toreo y a una trayectoria impresionante e intachable dentro y fuera de la plaza, un TORERO. Con estas palabras respondía ayer por la noche en un chat de amigos y me parece que son las mejores para prologar y resumir lo que ayer sentí en Las Ventas.
Sentimiento a raudales porque eles eso toreo y no se puede entender de otra manera, menos aún en una tarde como la de ayer. Ya en el metro que me llevó a la plaza - esa torera línea 2 cuyos vagones guardan los ecos de las conversaciones y comentarios de los aficionados que cada tarde de toros los abarrotan - se palpaba y olía algo muy especial, las caras eran el reflejo del alma taurina y las miradas lo decían todo. Un avispero era la explanada de la Monumental que ayer lucía esplendorosa bajo la mágica luz de un sol otoñal que se resistía a dejar atrás el verano, como toda la vida de Dios ha sido por San Miguel, dicho sea de paso. Ir y venir de aficionados ansiosos de poblar los tendidos para no perderse ni un segundo, con el cosquilleo que te recorre cuando el sentimiento te arrastra y te dejas llevar sin resistencia en brazos de la emoción. Pocas veces he visto a Las Ventas como ayer, pocas veces he sentido lo de ayer, se lo juro, y muchas veces tendré que dar gracias al cielo por haberme regalado esta afición única.
Todo ese raudal de sentimientos, emociones y convicciones se dieron la mano e impregnaron los tendidos, todos, de sol a sombra, vestidos del cariño que tantas y tantas tardes se le ha negado a Juli. Sí, así ha sido y hay que decirlo, Madrid ha sido siempre plaza hostil para el madrileño, no se le ha regalado nada y sí se le ha negado mucho, se le ha medido con extrema dureza y se le ha tratado con una injusticia fuera de lugar y razón muchas tardes. Ayer no, ayer Madrid se engalanó de cariño y olvidó fobias. La atronadora ovación que la plaza en pie tributó a Juli tras romperse el paseíllo ponía los pelos de punta y no fue fácil contener alguna que otra lágrima. Madrid entregado a su torero y cuando Madrid se entrega nada ni nadie puede superarlo.
Sentimiento y cariño, dos caras de una moneda, la del reconocimiento a 25 años de alternativa de un hombre que, como decía al principio, es TORERO. Era un niño, su nombre empezaba a correr de boca en boca, se hablaba de un crío de Velilla de San Antonio que deslumbraba por su capacidad torera, un prodigio que manejaba el capote como pocos, que entendía a los becerros y mandaba de una manera impropia de su edad. Por su edad y la normativa vigente no podía torear en España, marchó a México y allí se hizo novillero, allí deslumbró a propios y extraños convirtiéndose en un ídolo y arrancó una meteórica carrera repleta de triunfos que le llevó a doctorarse en Nimes en octubre de 1998 sin haber cumplido tan siquiera los 16 años. Pocos meses después se presentó en Sevilla y cortó tres orejas, órdago a la grande y una temporada triunfal que le aupó al número uno del escalafón para confirmar la alternativa en el San Isidro de 2000 y cortar su primera oreja en Las Ventas en la Beneficencia de ese año. Desde entonces y hasta hoy siempre en la cumbre, en España, América y Francia, abriendo la Puerta Grande de todas las plazas en las que ha toreado, que deben ser todas las del planeta. Tres veces, contando la de ayer, ha salido en hombros camino de la calle Alcalá, y unas cuantas más podían haber sido sin la traición de la espada o la injusticia. Todo eso se reconoció ayer, la dimensión histórica de una figura de época, la integridad de un hombre entregado al toreo, dignidad y verdad cada tarde que se ha vestido de luces, un hombre que ha mantenido con integridad los valores del toreo dentro y fuera de los ruedos, ni un escándalo, ni una salida de tono, entregado a su familia y los toros, que jamás ha dudado un segundo ni ha titubeado a la hora de enarbolar la bandera en defensa de la Fiesta cuando más se ha necesitado. Siempre, desde que se vistió corto siendo un niño hasta ayer (y hoy en La Maestranza), TORERO.
Dos orejas abrieron de par en par la Puerta Grande de su plaza, pero estoy seguro que, aún sin trofeos, el final soñado por todos habría sido el mismo, a hombros camino de la calle Alcalá saboreando la gloria, hubiera dado igual, tal era la magia que nos envolvía. Ni hay pie a la discusión, no era día para darle vueltas si una oreja en cada toro era más justo, si la segunda en el quinto fue benévola y en otra tarde no se hubiera dado, ¡no, no y mil veces no!, me niego a rebajar el toreo a un mero oficio, prostituirlo a la categoría de números, tirar por los suelos sus valores, para mi sería un insulto a lo que representa y significa este Arte y este Maestro. Pero si pudiera quedar alguna rendija a la duda, Juli la cerró siendo Juli en toda su esencia y dimensión. Con el segundo, uno de La Ventana del Puerto con fondo de clase pero justo de bravura y motor, el torero poderoso y a la vez artista. Nos brindó una vez más ese toreo de capote para el que está dotado de un don sobrenatural. Verónicas pausadas y templadas ganando terreno, a compás, las manos bajas, maravillosas, entre olés clamorosos, la media, de ensueño, tanto como el galleo por chicuelinas para llevarlo al caballo o el quite maravilloso por chicuelinas y tijerillas de una belleza superlativa rematando con una media y revolera llena de aromas. Muleta de seda, tacto y trazo delicado, ajustándose a las condiciones del toro, faena cargada de cabeza y torería, muy despacio, bajando la mano, compás abierto, llevando siempre por bajo la embestida, sabiendo hasta que punto podía llegar, culminando con un par de tandas con la izquierda soberbias, sobre todo tres naturales de romperse, de una hondura suprema. Entera algo desprendida suficiente para pasaportar al animal. Con el quinto el torero dominador y poderoso capaz de entender y sacar partido de cualquier toro. El de Puerto de San Lorenzo decía muy poco o nada en los primeros tercios, desentendido, sin celo, más manso que otra cosa, un toro que en otras muchas manos se hubiera ido al desolladero con tres mantazos mal dados. Surgió ese Juli de técnica y conocimiento descomunal tanto de los toros como de los terrenos. Se podrí decir que se inventó la faena, y estoy de acuerdo, pero para mi lo que hizo fue darnos una lección magistral de lo que es torear: entender al toro, acoplarse y sacar lo que lleva dentro. Midió la altura y la distancia, la muleta retrasada, en la cadera, sin obligarle, trazo fino, concediéndole todo, embroque a media altura, tirando con suavidad para alargar el muletazo. Poco a poco, enseñándole a embestir, con, como reza el verso de Calderón, la constancia y la paciencia, fue capaz de ir bajando la mano y componer un toreo en redondo que tuvo su cénit en un cambio de mano que literalmente detuvo el tiempo, congeló las agujas de los relojes y convirtió los segundos en gozo eterno. Solo es cambio de mano valía por toda la tarde, y no exagero, fue grandioso y puso a la toda la plaza en pie. Luego vinieron un par de naturales majestuosos y una estocada entrando recto, volcándose sobre el morrillo por derecho, para dejar el acero enterrado hasta la empuñadura en todo lo alto. Y luego la locura, el delirio, un mar de pañuelos que pedían dos orejas de justicia por su tarde, sus 25 años de alternativa y, sobre todo, porque un TORERO como él solo puede despedirse así de su Madrid.
La salida a hombros fue apoteósica, el ruedo se llenó de jóvenes aficionados y seguro que más de un novillero, becerrista o alumno de las escuelas taurinas que querían acompañar al maestro. Algo increíble, un clamor , ¡torero, torero!, pasión desbordada, alegría desenfrenada, el final soñado y hecho realidad, el broche de oro para toda una vida de Puerta Grande.
En esta inolvidable e imborrable de la memoria no estuvo solo el madrileño, como bien saben. Sus dos compañeros de cartel creo que honraron a la figura de Juli y dieron aún más valor al adiós o el paréntesis de esta gran figura. Un madrileño y un talaverano, Uceda Leal y Tomás Rufo cumplieron con creces ante la seria y muy bien presentada pero desrazada corrida de Puerto de San Lorenzo y La Ventana del Puerto. Uceda Leal es de esos que allá donde está y haga lo que haga le ves y dices: ¡Ahí va un torero!. Elegante, con porte, clase y calidad a raudales, toreó al primero con un temple y una belleza en cada muletazo fuera de serie. La mano baja, enroscándose al Atanasio, ligazón y profundidad, en redondo y al natural. Lástima que el toro aguantara un suspiro, tan solo dos tandas por cada pitón y se vino abajo, pero la categoría torera de Uceda quedó más que patente. El cuarto no tenía ni medio pase, manso, sin fondo alguno, absolutamente imposible. Lo mejor la brevedad con la espada. Por su parte Tomás Rufo pareció volver a ser el que rompió hace dos temporadas y abrió la Puerta Grande madrileña. No anduvo nada fino el pasado San Isidro, soy de los que piensa que la polémica que se creó con su Puerta Grande le ha pesado y le está pasando factura en Madrid y me da la impresión que por el 7 y aledaños le tienen la matrícula tomada y no le quitan de su punto de mira. Se le exige como a una figura consagrada o casi, y lleva dos años de alternativa. Con el capote estuvo francamente bien ante el tercero toreando a la verónica con ritmo y temple y con la muleta dibujó ante el sexto unas tandas en redondo de mucha profundidad tras un inicio vibrante y de mucha emoción que no tuvieron continuidad al natural por donde me pareció que no consiguió acoplarse igual. En el epílogo levantó algo el vuelo con manoletinas y un par de muletazos por bajo previos a una muy buena estocada que le sirvió para cobrar una oreja que espero le sirva para recobra la confianza. Ya en el tercero había apuntado buenas cosas. Sin ser una faena de emoción si que tuvo mucho que apreciar por cuanto supo enganchar la embestida y encontrar la colocación el ritmo para tirar del toro y alargar los muletazos en derechazos con cierta profundidad. Pero si tengo que destacar algo de ellos es el detalle de José Ignacio Uceda Leal al brindar a Juli su primer toro, de torero a torero, ambos fundidos en un intenso abrazo, reflejando, o mejor dicho, encarnando, los valores del toreo. El primero de todos, el respeto. Quizás, por ser puntilloso, alguien desde el callejón podía haberle aconsejado a Rufo hacer lo mismo.
Maestro Julián López "Juli": ¡Gracias por tanto!
Antonio Vallejo
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