No ha podido ser más triste y lamentable el cierre del abono isidril y el adiós a un matador, Fernando Robleño, que a lo largo de sus 25 años de alternativa se ha ganado el respeto de esta plaza y el de toda la afición por su verdad y su entrega en cada comparecencia. Ha sido tremendamente emotiva y más que merecida la tremenda y cariñosa ovación que ha recibido cuando se preparaba para recibir al quinto de la tarde, reconocimiento a toda una trayectoria jalonada con dos Puertas Grandes en La Monumental y tardes de mucha emoción enfrentándose a hierros duros y complicados que exigen el carnet cada tarde, y él lo ha llevado siempre encima.
Este sábado también se las ha tenido que ver con uno de esos hierros denominados duros, el de Adolfo Martín, que no ha podido mandar peor corrida a Las Ventas. Ni por presentación ni por presencia ha sido digna de poner broche a este San Isidro 2025, incluso peor que la de Conde Mayalde de ayer, que cuidado fue soporífera. Encima teníamos aún muy fresco el recuerdo de la extraordinaria corrida de Jandilla lidiada el jueves, por lo que aún el desastre es mayor. Para empezar, la presentación. Lo que no puede ser, no puede ser, y además, es imposible. Que dos toros de Albaserrada marquen 605 y 602 Kg en la báscula me parece una aberración, en mi opinión totalmente fuera de tipo, y así han salido. Esos dos toros conformaban el lote de Antonio Ferrera, dos marmolillos que no podían con tanta carne, aquello no había forma que se moviera, un marmolillo el primero y tenía la misma pinta el cuarto hasta que fue devuelto por inválido o no sé realmente que, más bien parecía poder estar descordado tras su paso por el caballo o que le dio un soponcio a la vista del espectáculo indigno para la primera plaza del mundo que hemos tenido que soportar durante unos largos y desagradables 15 minutos con el toro encogido, tambaleándose, la manada de mansos de Florito no podía llevárselo porque era incapaz de dar un paso, medio moribundo en el ruedo, hasta que finalmente Ferrera lo consiguió sacar de las tablas y en las cercanías de la segunda raya en terrenos de toriles, el animal dobló y fue apuntillado. Deprimente. El resto de la corrida tampoco se ha salvado de este naufragio ganadero, varios de ellos creo que han pasado el reconocimiento por llevar la divisa que llevaban, muy justos de trapío varios. Acorde a esa mala presentación ha sido su juego, un auténtico desastre, ni bravura, ni raza, ni poder, ni empuje, ni entrega. De clase mejor no hablar porque me da la risa, y de emoción aún menos porque la carcajada se puede oír en Australia, un auténtico horror lo que ha salido por la puerta de toriles.
Nada de nada, eso ha sido esta corrida de Adolfo Martín, la nada, la oscuridad absoluta. Claro, cuando navegas por la nada, lo poquito que pueda aparecer, aunque sea una nimiedad, parece algo, incluso mucho. Y cuando vas a la deriva en la oscuridad, el mínimo destello te puede parecer hasta el más bello amanecer. Eso es lo que ha ocurrido en esta última de San Isidro, que, por ejemplo, la nada que ha sido el lote de Ferrera, el primero de Adolfo y el cuarto bis, el sobrero de Martín Lorca, hayan hecho a algunos tener ensoñaciones con la faceta de lidiador que ha mostrado, lo único posible con el capote, tirando de oficio y veteranía, y que en la muleta haya intentado sacar de esos dos toros agarrados al piso algo con cierto lustre. Sí, algún muletazo aislado ha tenido cierta profundidad, y nada más, sin ligazón y muy escasa emoción. ¿Despacio?, sí, porque el toro estaba parado y era casi más Ferrera que el adolfo quien pasaba, pero no para el olé desorbitado de algunos que con toros de esa misma condición y pases de esa misma factura han montado el lío padre porque la divisa era otra, véase alguna de Domecq, por ejemplo, y el matador Roca Rey, o Castella, o Perera, o Aguado, o Manzanares, o.... Eso se llama coherencia, y nadie ha gritado hoy "¡que emoción!" ni "¿queda mucho?", que bien podían haberlo hecho con el soporífero cuarto, al que se ha empeñado en dar pase y pases sin sentido. Para Manuel Escribano estaba reservado un lote formado por dos auténticas alimañas, dos hijos de Satanás que en su nada, en su fondo vacío, en su comportamiento a la defensiva, no pasaban, se quedaban debajo, a medio camino, revolviéndose y soltando derrotes secos, buscando carne. No se le puede reprochar nada al sevillano. Al sexto lo ha recibido a portagayola con una larga cambiada, luego otra más al hilo de las tablas del 1 y un ramillete de verónicas con temple y cadencia que han sido lo único que ha podido sacar de ese toro. Con inmensa entereza, firmeza y valor ha aguantado Escribano los gañafones y las brusquedades de sus dos oponentes, intentando trenzar alguna serie, pero era absolutamente imposible. ¿Emoción?. Bueno, si por emoción es estar con el alma en un puño, viendo como los pitones iban siempre dirigidos al cuerpo del sevillano, que tuvo que tener más que los cinco sentidos para salir ileso de la lucha, pues vale, digamos que ha tenido "emoción". Yo lo llamo riesgo y miedo, y para mi el toreo es arte y belleza, expresión de un sentimiento, no sufrimiento en vano. Si todavía me dijeran que en esta lucha que ha mantenido el sevillano con dos alimañas hubiera optado, como en mi opinión quizás hubiera sido bueno, por una lidia a la antigua, sobre los pies, echando la muleta a rastras, macheteando para someter el genio y la aspereza del adolfo, pues posiblemente hablaría de emoción, porque esa forma de poder a toros como estos encierra, además de emoción, mucha belleza. Es lógico que, en medio de la nada, esta lucha sin cuartel, haya sido algo. Por último Fernando Robleño, que en su despedida de Madrid se encontró con lo mismo que sus compañeros de terna, la nada, especialmente el segundo, ni medio pase tomó, de verdad, creo que no llegó a completar ni uno, siempre se quedó a mitad de recorrido, un despojo. Y con el que decía adiós a esta plaza al menos pudo irse con el buen sabor de boca de media docena de naturales de buena factura, especialmente tres con enorme hondura y gran belleza en la composición y el trazo, tres destellos en medio de la oscuridad que sirvieron, junto a una sensacional estocada, para recibir una fuerte ovación en una emotiva vuelta al ruedo en agradecimiento a todo lo dado en estos 25 años de alternativa.
En definitiva, una triste tarde que se ha hecho muy pesada y que, para rematar, ha sido muy larga, dos horas y cuarenta minutos divagando por la nada. Abandonaba la plaza a las diez menos veinte, esa hora marcaban las manecillas del reloj de Las Ventas. Un cosquilleo me ha recorrido el cuerpo, una sonrisa de felicidad ha cambiado la tristeza de la tarde, todo ha cambiado en un instante, ¡tan solo quedaban 21 horas y 20 minutos para que Morante pisara de nuevo el ruedo venteño!. Será mañana, en la extraordinaria de Beneficencia, muy, muy, muy especial para mi, sabrán por qué. Madrid ya huele a romero, el duende está rondando.
Antonio Vallejo
No hay comentarios:
Publicar un comentario