Lo que ayer domingo se vivió en Las Ventas fue algo que escapa a todo lo pudiéramos imaginar y rompe todas las barreras de la lógica y la razón. No fue solo arte, no fue solo sentimiento, no fue solo emoción, fue mucho más, algo demasiado grande para explicar y entender por quien no estuviera en La Monumental. No fue sólo un triunfo histórico de un torero, no tan sólo una página de oro en la historia interminable del toreo, fue realmente la historia del toreo encarnada en un hombre, José Antonio Morante de la Puebla, no un torero de época, decir eso es muy rácano, sino la entronización del torero de todas épocas. Sí, la tauromaquia de Morante abarca todas las épocas, siglos de historia se reviven con lances rescatados del olvido y suertes del ayer y el mañana, no se queda en el hoy, es infinito, eterno, como el toreo. Ver a Morante en hombros de una multitud desbordada de alegría, gritando su nombre para que todo el planeta se enterara, subiendo por la calle Alcalá camino del hotel Wellington, es meterse en esa máquina del tiempo que tantos han soñado con crear, él la tiene en su capote y su muleta, es volver al menos uno o dos siglos atrás y revivir imágenes gastadas en blanco y negro de las épocas más doradas de la historia. Y también es ver a un pueblo que reclama sus esencias, su razón de ser, sus tradiciones, su cultura y su libertad. Un pueblo huérfano que ve cómo se intenta destruir su identidad, que lucha y defiende lo suyo, y que ayer proclamó en la calle a su verdadero Rey, porque el otro... ni estuvo en el palco ni se le espera. ¿Motivo? Ni idea, ni me importan las excusas. Faltar a una tradición que data de 1856, la Corrida Extraordinaria de Beneficencia, anunciada desde febrero, que desde que tengo uso de razón ha estado presidida por el Jefe del Estado, o sea, si no me equivoco, el rey, no tiene, como decimos nosotros, ni medio pase. No me creo que, por muy cargada que estuviera su agenda, como dicen los cursis, a las siete de la tarde de este domingo de junio, con los aviones que hay hoy en día, aunque estuviera, yo que sé, en Canarias, por decir el punto más alejado de nuestra España, no le daba tiempo a llegar. Penoso, lamentable, deprimente, impresentable, una vergüenza, en definitiva, ver el Palco Real vacío. Y repito, no me vale ninguna excusa. Solo te digo una cosa, Felipe, ¡lo que te perdiste ayer!
Si recuerdan, en la entrada del sábado les comenté que el de ayer iba a ser un día muy especial para mi, no sólo porque el genio de La Puebla del Río volvía a Madrid en la nueva era del toreo, sino porque iba a ser el bautismo de morantismo de mi hija Paloma, ¡y ha sido a lo más grande!, como jamás hubiera soñado. Buena aficionada, sus exámenes finales y la selectividad le han impedido venir a los toros este año. Tenía guardada esta tarde para ella, era un pequeño regalo que le tenía reservado por tanto esfuerzo, por fin iba a vivir y sentir lo que tantas veces me ha escuchado sobre Morante, y les aseguro que ya forma parte de la legión morantista hasta el final de sus días. Solo ver su expresión con las primeras verónicas me ha bastado para saber que siente el toreo como yo lo siento y solo necesitó los primeros muletazos para decirme, boquiabierta y con los ojos iluminados por la emoción, "papá, es distinto a todo lo que he visto hasta ahora, es especial, es una sensación que noto y no sé explicarte". Hija, eso es el duende, lo tuviste ante tus ojos y lo viste, ya lo llevas dentro de tu alma y estoy seguro que jamás saldrá de ella.
Gracias a que hoy me he podido permitir un relajo en mi trabajo, decidí que ayer no era momento para ponerme a escribir, era demasiado el aluvión de sentimientos como para intentar transmitirlos y además quería revivirlos y dejar que invadieran mis sueños, que el poso del tiempo me permitiera seguir saboreando cada uno de los segundos que ayer viví, que relatarlo sin más, por muy magno que fuera, era incluso vulgar, porque, sinceramente lo pienso así, después de Morante ya creo que me va a costar algo que no me parezca vulgar. Ayer se lo decía a Carmen, compañera de abono, cuando tras la apoteósica vuelta al ruedo del genio de La Puebla tras cortar una oreja al que abría plaza, Fernando Adrián, interpretaba el toreo de capa con buenos lances a la verónica y me preguntaba lo que me parecía. Y que le podía decir, pues que sí, que estaba muy bien, por momentos toreó con mucho temple y gusto, todo lo que quisiera, pero que después de haber visto a Morante.... todo quedaba minimizado.
Ya el saludo capotero al que abría plaza marcaba el rumbo de la historia. salió suelto del de Juan Pedro, sin demasiada fijeza, iba y venía, no le importaba a Morante, impasible, paciente, esperó. Una a una, no hacía falta ligazón ni repetición, surgían sueltas, daba igual, todas en le sitio, las zapatillas clavadas, una serenidad y una naturalidad que solo él tiene, cada verónica acariciando la embestida, cada delantal meciendo el viaje del juanpedro, jugando las muñecas con la delicadeza propia de la más codiciada porcelana, cada chicuelina garbosa y desbordante de gracia y salero, arrebujaditas, y la serpentina salerosa que surgió de la nada, entre los pitones y su chaquetilla, fueron cada cual un auténtico monumento, carteles de toros capaces de llenar no una tarde, sino toda una feria, desatando la locura que ya no iba a tener fin. Se veía muy justo de facultades al juanpedro, lo sabía el genio, lo cuidó en el caballo y en la muleta nos abrió de par en par las puertas al paraíso soñado. Fue el delirio, mimándole, muy despacio, dándole el aire que requería, primero los ayudados por alto, TORERÍA, después el toreo en redondo y naturales citando a medio pecho, la mano contraria a la cadera, acompañando con la cintura, todo armonía, encajado, dibujando trazos de sublime belleza, la mano baja, ritmo y compás, y entre ellos un molinete invertido, y las trincherillas, y los adornos por bajo, y los de pecho, ¡ay los de pecho!. Todo surgía de la imaginación y la improvisación que sale del corazón, puro sentimiento, sin fingir ni gestos forzados, girando sobre los talones, el mejor ballet que nunca hubiésemos soñado. Se tiró a matar por derecho, espadazo fulminante y una oreja sin discusión, los centímetros no cuentan cuando delante hay una obra maestra para la historia. La vuelta al ruedo fue indescriptible, duró más de 10 minutos, una lluvia incesante de regalos, flores, romero, sombreros... de todo, apoteosis total, lo nunca visto en La Monumental, no recuerdo nada igual. Quedaba el cuarto para que se rompiera el maleficio, medía Puerta grande abierta, había que completar la obra y hacer realidad el anhelo más deseado. No fueron precisamente optimistas los apuntes del toro en los primeros tercios, sin fijeza, sin entrega, iba a arreones, la cara alta, y par colmo perdió las manos un par de ocasiones. ¿Quien decía que Morante no tenía valor?, ¿quien osaba decir semejante barbaridad?. A esos, para que abran los ojos y vean la verdad del toreo del genio, les recomiendo que vean varias veces la faena de este cuarto. Lección magistral de técnica y poder en los primeros compases, a favor del toro, limando sus asperezas a base de colocación, de presentarle la muleta y aguantar impávido los violentos arreones. Tragó lo indecible el maestro, se puso y se expuso, la muleta planchada, la mano baja, con los cinco sentidos alerta porque el juanpedro no concedía nada. Ni una duda, ni un paso atrás, poco a poco, en las cercanías, acabó sometiéndolo y trazando series de una profundidad y belleza sin igual, por ambos pitones, alcanzando la excelencia divina al natural, una serie para crujir, toreando al paso, muy despacio, enroscándoselo a la cintura, degustando los aromas de cada uno, para poner el broche de oro con un molinete invertido, un trincherazo infinito y uno de desdén colosal que pusieron en pie a todos y cada uno de los que abarrotábamos los tendidos. Tan sólo faltaba la rúbrica, tenía que llegar, todos queríamos empujar el acero y colocarlo en el mejor sitio. Otra vez se tiró por derecho, máximo compromiso, y la espada se hundió pasaportando al animal en segundos. Petición abrumadoramente mayoritaria sin importar de nuevo uon o dos centímetros arriba o abajo. Segunda oreja y por fin la Puerta Grande de Las Ventas abierta de par en par. Lo que vino luego ya lo saben, la calle Alcalá tomada por una multitud de aficionados llevando en hombros a Morante camino del Wellington, algo histórico que dudo volvamos a ver en mucho tiempo. No puedo terminar sin reseñar un detalle que he conocido gracias a un querido amigo, Carlos Guzmán, Carlitos, miembro del servicio de plaza que cada tarde nos hace aún más fácil disfrutar de esta bendita afición, al que desde el año 2017 que estuvo destinado en el tendido 1 que ocupo me une una buena amistad y que es rara la tarde que no se acerca a saludar y de paso contarnos chascarrillos y anécdotas con las que realmente te partes de risa. A él le debo la foto que he elegido para ilustrar esta entrada, me parece que refleja lo que es Morante, ese toreo de todas las épocas, blanco y negro en la era de la modernidad, y le agradezco en el alma que se haya acordado de enviármela. Tenía otras que he tomado yo mismo, pero nunca de tanta expresión como esa. Lo que no he utilizado es la sugerencia acerca del título, se rompió el maleficio, lo siento, desde que llegué a la plaza y vi vacío el Palco Real tenía claro que debía referirme a eso. Morante me lo ha puesto fácil. Pero gracias a Carlos he conocido un detalle que creo que nadie sabe. Todos sabemos que Morante rompió ayer el maleficio de Madrid, pero nadie sabe que es el primer torero que sale por la Puerta Grande vestido de azabache y no de oro. Y si Carlitos lo dice, es así, sus fuentes y su conocimiento no fallan. Gracias, amigo.
Como fácilmente entenderán hablar de algo que no sea del Rey del toreo en la tarde de ayer parece poco transcendente, incluso vulgar, pero sería injusto ni siquiera nombrar a Fernando Adrián y Borja Jiménez que tuvieron el mejor y el peor lote respectivamente. Pero, claro, delante estuvo José Antonio Morante de la Puebla, sobran más palabras. Bien estuvo Adrián con el capote, recibiendo con ajustadas y muy templadas verónicas al segundo, toreo de mucha calidad, además de tres faroles y unos delantales con gusto al cuarto. Manejó bien la muleta, buscó siempre la ligazón y la profundidad, de sus muñecas surgieron buenas tandas, aunque creo que un poco más de pausa en su toreo hubiera venido bien para sacar el buen fondo del juanpedro. Quizás demasiado rápido y queriendo hacer mucho en poco tiempo, pero fue una buena faena y con la certera estocada cayó la oreja pedida por amplia mayoría. Algo parecido le ocurrió en el quinto, cuando ya el Rey había hecho astillas la Puerta Grande. Creo que le pudieron las ganas y cierta ansia por no quedarse atrás, algo muy difícil, delante de Morante no cabe nadie. El inicio de faena lo demuestra, ambas rodillas en tierra, quizás demasiado para ese toro que duró lo que duró. De nuevo, un poco más de pausa hubiera sido buena receta para que aguantara un poco más y no fuera a menos en una sucesión de pases sin más que desembocaron en unas bernadinas finales tratando de literalmente arrancar otra oreja y salir a hombros junto a Morante. Lo siento, probablemente sea injusto con Adrián, pero ayer la Puerta Grande solo podía ser del Rey. Borja Jiménez se las vio con el lote más deslucido, sosos, sin raza ni fuerzas. Tan solo detalles aislados del gusto que imprime el sevillano a su toreo, como el quite por chicuelinas al segundo, y algunos muletazos sueltos de buen trazo. Nada más pudo hacer.
Sólo me queda gritar, ¡Viva el Rey!, pero el único, el verdadero, el del toreo, el que ayer sí estuvo en Las Ventas, ¡JOSE ANTONIO, MORANTE DE LA PUEBLA!
Antonio Vallejo