domingo, 2 de octubre de 2016
3ª de Otoño: Otro Lexatin, por favor
Pocas copas se vendieron ayer en los tendidos de La Monumental madrileña, menos aún Coca-Colas, porque no hubo respiro para tomar un sorbo y, si lo hacías, es más que probable que te atragantaras, y porque no creo que ningún corazón hubiera aguantado un gramo de excitante más. De lo que estoy seguro es que sin reservas de Lexatin se debió quedar ayer la farmacia de la calle Alcalá cerquita de Manuel Becerra para poder asistir la demanda de los que estábamos en Las Ventas, que pasamos la tarde de susto en susto, de sobresalto en sobresalto, de grito en grito pero también de olé en olé, de emoción en emoción y de sueño en sueño, que resumen lo que para mi fue la tarde del mano a mano entre Curro Díaz y José Garrido, dos héroes, dos auténticos gladiadores sobre la arena venteña que, cada uno en su estilo, se jugaron la vida para generar arte.
Poesía y drama, épica y estética, valor y gusto de la mano en una tarde de otoño madrileña que quedará en nuestra memoria como una d ellas grandes. Tarde importante por lo que vimos y también por lo que vivimos y cómo lo vivimos. Muchas veces se ha criticado a la afición madrileña como falta de sensibilidad, otras tantas se ha tildado de injusto, yo el primero, a un sector de la plaza que se autoproclama poseedor de la verdad y los valores eternos de la Tauromaquia, pero ayer toda, absolutamente toda la afición respondió con una sensibilidad excelsa, gran justicia, un comportamiento modélico y una demostración de saber y conocimiento de la Fiesta, valorando y reconociendo el pundonor, las ganas, la entrega y el valor del joven José Garrido, firme y seguro ante sus tres toros, con un grado tal de compromiso que le llevó a salir para lidiar y matar al sexto tras ser empitonado al estoquear al cuarto y ser operado en la misma enfermería de la plaza de una cornada de 10 cm en el glúteo durante la lidia del quinto, todo como si nada hubiera ocurrido, y valorando y reconociendo el arte, el gusto, la clase, la torería, en definitiva, ese pellizco que tiene Curro Díaz y que le hace ser de esos toreros diferentes que enamoran con su muleta, a lo que ayer sumó muchas dosis de valentía, un par que le echó para plantarse delante de sus toros.
Seis toros de Puerto de San Lorenzo, encaste Atanasio-Lisardo. Grandes, muy grandes, alguno demasiado, pesos de 648, 617 y 619 Kg por poner ejemplos, desiguales de hechuras, que por lámina me gustaron primero y sexto, muy Atanasio, pero otros como el segundo, tercero y quinto no me gustaron nada, la verdad, incluso alguno me pareció bastante desproporcionado en cuanto a caja, cara y pitones. Eso sí, toda la corrida muy seria por delante, astifina, muy armada, algo habitual en este hierro. El juego y el comportamiento fue otra historia. Encierro duro y peligroso que en mi opinión estuvo dominado por la mansedumbre, alcanzando la máxima expresión en el sexto, un manso de solemnidad. Mansedumbre que a veces lleva a los toros a la huida y que otras veces, como fue ayer, les lleva a defenderse, revolverse y buscar tras los engaños, dejando patente la sangre Lisardo que llevan dentro. Abantos de salida, sueltos, sin fijeza, ninguno de los seis se ha dejado en el capote, ni uno ha peleado en varas, todos han esperado y cortado en banderillas, en definitiva, mucha mala leche, mucho peligro, unos auténtico cabrones ante los que sobresalieron Díaz y Garrido.
Firme, valiente, decidido, entregado, con inmensas ganas y disposición el extremeño José Garrido en sus tres toros, toreando al sexto recién operado. Torero joven, de los que junto a Roca Rey y López Simón parece ser de los llamados a liderar el futuro de la Fiesta y que en la tarde de ayer dejó patente que está aquí para quedarse. Hecho un jabato estuvo ante sus tres exigentes enemigos, tratando de llevarlos en largo y por bajo, poniéndoles la muleta adelantada y tragando parones y arreones de los tres, despreciando al riesgo, sincero y de verdad, con las ganas de la juventud y la entrega de quien quiere ser figura del toreo. Se ha llevado un palizón de muerte, ha sido corneado y herido, ha pasado las de Caín delante de la cara de los toros pero nada parecía importarle. Muy por encima de sus oponentes creo que ha estado el de Badajoz, más que digno, confirmando lo que desde la temporada pasada viene anunciando. Creo que tiene razones más que sobradas para estar muy contento con su actuación de ayer, que en mi opinión le sirve para salir muy reforzado de Las Ventas.
El jienense Curro Díaz, ya lo he dicho, es de esos toreros diferentes, con duende, con pellizco, de esos que tiene una muñeca mágica y que enamora con su muleta. Primoroso, exquisito su toreo en la tarde de ayer, rebosante de sabor, de gusto, de clase, de temple…magia pura. ¡Pero es que encima se lo hizo a los toros de ayer! que no eran precisamente ursulinas ni hermanitas de la caridad, eran auténticas fieras que medían, se revolvían, cortaban el viaje y echaban la cara arriba en arreones que solo buscaban carne. Menuda paliza se lleva en el tercero, que le prende y le voltea de mantea espeluznante en dos ocasiones y que, para más inri, hace hilo con el de Linares tras entrar a matar viviéndose segundos angustiosos porque veíamos al torero empitonado contra las tablas, dramático, salvándose de milagro para quedar exhausto sentado en el estribo. No creo que el maestro de Linares lo haya olvidado, yo desde luego no, pero él fue el que aquella trágica tarde del 9 de julio recogió de la arena de la plaza de Teruel el cuerpo sin vida de Víctor Barrio. Ayer Barrio estaba en su barrera del cielo gozando al ver torear a Curro y, cuando fue volteado y casi cogido, mandó rápidamente al ángel de la guarda con su capote para protegerle de una cornada, porque sólo así entiendo que no fuera gravemente herido. Pues con todo esto, Curro compuso una bellísima sinfonía de torería en este tercero. Con las condiciones del animal lo llevó templado y por bajo, tragando lo indecible, por ambos pitones, muletazos hondos y profundos, llenos de sabor, olés roncos en los tendidos, emoción a raudales, gusto y más gusto en cada pase, componiendo la figura, desmayada en ocasiones, un canto a la belleza, toreo de maestro, de torero consagrado, toreo de leyenda al que, si le faltaba algo aún tras tantos años demostrando su arte, ganarse el corazón de esta plaza y alzarse con el título de torero de Madrid. Es imposible estar mejor que ayer Curro Díaz en este tercero, haciéndonos soñar con su muleta. Tremenda, intensa y sincera la ovación que recogió con, creo yo, toda la plaza en pie. Importantísima tarde de Curro ayer, demostrando que arte y valor van de la mano y que lo uno sin lo otro no existen.
Y sería muy injusto no hacer una mención especial a los toreros de plata que ayer tragaron también quina para bregar y banderillear a los del Puerto. Tremendo, sensacional, excelente, magistral Montoliú en la brega del quinto, un toro manso a todas luces que olisqueba la arena, que amagaba pero no entraba al capote, haciendo que arrancaba y parándose, desconcertante, al estilo de Cristiano Ronaldo cuando tantísimas veces no sabe qué hacer con el balón y empieza a hacer bicicletitas y movimientos absurdos con el pie que no sirven para nada. A ese toro lo cogió el sevillano, le echó el capote abajo y lo lidió a la antigua, con los pies, corriéndole hacia atrás, sometiéndole por bajo para sacarlo de las tablas y llevarlo hacia los medios donde se vio podido. ¡Olé por Montoliú!, menuda ovación se llevó, muestra de cómo estuvo de sensacional la afición madrileña. De igual manera hay que destacar a Óscar Castellanos con dos muy buenos pares de banderillas al quinto, Antonio Chacón al parear sensacionalmente al sexto y, sobre todo, a "Algabeño" quien puso dos pares extraordinarios al quinto teniendo que responder desmonterado la gran y merecida ovación del público. Enorme el mérito de estos y de todos los banderilleros en la tarde de ayer, porque no era nada fácil colocar los pares a unos toros que esperaban y cortaban la trayectoria, no era nada fácil llegar a la cara del toro, cuadrar entre los pitones y reunir los pares como lo hicieron, para además salir airosos de la suerte. ¡Otro olé por los toreros de plata!.
Lo dicho, tarde cargada de emociones en las que hubiera sido más recomendable tomar una tila después de comer y antes de haber ido a la plaza, además de haber llevado buenas reservas de tranquilizantes. Pero esta es la grandeza de la Fiesta cuando el toro, los toreros y la afición ponen los ingredientes para que nos emocione.
Antonio Vallejo
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