La plaza de Las Ventas abría ayer sus puertas a una nueva edición de la Feria
de Otoño con este magnífico aspecto de sus tendidos en un día precioso, más
veraniego que otoñal, soleado, radiante, perfecto para ver una corrida de toros
que, al menos para mi, reunía muchos argumentos atractivos. Primero los
toros, de Victoriano del Río y Toros de Cortés, procedencia Domecq Díez, hierro
madrileño de sobra conocido y reconocido por los aficionados, con un
amplísimo historial de triunfos en esta y tantas otras plazas. Una corrida a mi
modo de ver muy seria y bien presentada, con variedad de hechuras y caras, que
en general tuvo nobleza y clase aunque le faltó un punto de ritmo y
emoción, con dos toros que para mi destacaron sobre el resto, el buen segundo y
el exigente sexto y un enrazado tercero al que la faltó fuelle y duración.
Y segundo el cartel que, aunque tuvo que ser modificado por el
tremendo percance de Paco Ureña en Albacete hace dos semanas, no se
resintió en su interés: Alejandro Talavante, auténtica figura del toreo, con
eso queda todos dicho,Fortes, matador que va ganando enteros con los años
y que el pasado Domingo de ramos dejó un sensacional recuerdo y se ganó el
respeto y reconocimiento de Madrid con los Victorinos, y la confirmación de
alternativa de Pablo Aguado, torero sevillano que ayer dio un golpe en la mesa
y dijo aquí estoy yo, vengo para quedarme y pido sitio a gritos.
De Alejandro Talavante poco se puede añadir que no hayamos
dicho ya. Es una figura contrastada, así se le recibió, con una cerrada ovación
al romperse el paseíllo en reconocimiento a su pasado en esta plaza y a su
gesto como pilar fundamental de esta Feria de Otoño, del mismo modo que
ayer se le exigió como figura. Tuvo solo un toro, el segundo, porque el cuarto,
muy protestado desde su salida por blandear, no le permitió al extremeño
lucirse con el capote, el tercio de varas fue un simulacro porque
no aguantaba el mínimo castigo, en banderillas Valentín Luján y Julio
López tuvieron que dejar los pares con extrema suavidad y mimo para que no se
derrumbara y a la muleta llegó inválido e inútil para la lidia entre un
clamor de protestas, vamos, una bronca del quince, que imposibilitaron
cualquier atisbo de faena. Para colmo se atascó con la espada y recibió
una sonora pitada que me pareció excesiva, aunque es cierto que ese toro se
habría ido a los corrales si se le hubiera bajado lo mínimo los capotes, las
cosas como son. Aunque viendo el sobrero de Conde de Mayalde que saltó al
devolverse el quinto y que le hubiera tocado a Talavante creo que las cosas no
habrían cambiado tanto. Quizás esa exigencia y esa bronca venían motivadas por
el magnífico sabor de boca que había dejado con el segundo, un toro
estrecho de sienes y muy abierto de cara, alto y quizás algo falto de remate
por detrás, pero un toro muy serio. Lo saluda por verónicas, templadas,
jugando los brazos con suavidad, para rematar con una buena media. El toro se
mueve aunque le cuesta humillar y echa las manos por delante por lo que se le
cuida mucho en el caballo, muy medido el castigo en la primera vara y un
simulacro el segundo puyazo del que sale escupido manseando claramente. Un
quite de Fortes por chicuelinas apretadas que ponen el ¡ay! en los
tendidos y un ovacionado tercio de banderillas a cargo de Juan José
Trujillo y Julio López preceden a una faena que Talavante comienza en terrenos
del 6 sin probaturas, tomando la muleta con la mano izquierda para, a mi modo
de ver, poner en práctica las tres normas básicas de este arte: parar, templar
y mandar. Y después a torear. Eso es lo que a mi me pareció que hizo Alejandro,
desde el inicio, al natural, con poderío en las dos primeras tandas
por ese buen pitón izquierdo, con emoción, templando y ligando los naturales
entre olés rotundos. Cambia al pitón derecho y dibuja una serie en redondo con
la mano baja y acoplado, con empaque, encajado, para rematar con uno de
pecho realmente bueno. A partir de ahí una sinfonía al natural, reposado,
relajado, entregado, la mano baja, temple extraordinario, ni un toque a las
telas, naturales limpios, con hondura, lentos, largos, con gusto, con
clase, con torería, toreo de muchos quilates, toreo de madurez esplendorosa,
series rotundas, monumental toreo con la zurda, pases de desdén mirando al
tendido y epílogo con ayudados por alto, trincherazos y desplantes que ponen en
pie a los tendidos. Excepto a cuatro o seis a los que no les gustó,
especialmente al de siempre de la andanada del 8 que gritó aquello que
tanto le gusta: "se ha ido sin torear". Oye, me parece bien, cada
cual tiene sus gustos, y a lo mejor hasta tiene razón, no digo que no, a
mi me fascinó Talavante pero a otro le puede parecer que no, por supuesto, y lo
respeto. Pero por lo que no paso es por que eso lo gritara cuando el extremeño
estaba perfilado para entrar a matar, en ese momento no, en ese transcendental
momento, te guste o no, hay que estar callado y respetar al hombre que se juega
la vida, y gritar en ese momento le descalifica automáticamente como
aficionado. Se me ocurren cantidad de calificativos para describirlo,
pero los únicos que no encuentro son aficionado y taurino. Tenía
que haber autoridad en la plaza y en le reglamento para
expulsar inmediatamente de los tendidos a quienes se comporten de esa
manera. Un pinchazo y una entera desprendida anulan la posibilidad de oreja
y todo queda en una fortísima ovación que Talavante recoge desde el tercio.
Pero ahí queda su toreo y los sentimientos, imborrables, por encima de números
y trofeos.
El malagueño Fortes no tuvo suerte con su lote. El tercero, un
toro muy amplio de pitones, largo y ensillado no colaboró para el lucimiento.
Buen lanceo de recibo a la verónica para parar al toro, echando alante los
vuelos, jugando bien las muñecas, bueno el remate, pero al de Victoriano
le falta recorrido y fijeza, sale suelto, deslucido. Pasa sin más por los
primeros tercios, sin emplearse, a su aire. Inicio de faena
por estatuarios, el toro se derrumba tras el segundo, empeorando aún más
sus condiciones. Por ambos pitones lo probó Fortes, con enorme voluntad,
adelantando la muleta, templando la embestida, bajando la mano y tratando
de ligar los muletazos, bien colocado y toreando encajado, derroche de ganas y
de querer, incluso a lo mejor demasiado, quizás con un punto de ansiedad, algo
atacado. Sacó un par de series en redondo y una al natural de mayor nivel con
buenos muletazos, pero la faena discurrió sin la continuidad y el
ritmo suficiente para generar emoción por las condiciones del animal, que
si bien metía la cara con nobleza al inicio del lance salía absolutamente desentendido,
sin entregarse. Faena a menos, con el toro quedándose cada vez más corto, cada
vez más a la defensiva, soltando la cara rematada con una entera vertical y
desprendida suficiente para hacer doblar al de Victoriano y dejar todo en
silencio. El quinto, vuelto de pitones, serio, hecho cuesta arriba es devuelto
por inválido lo que nos permitió disfrutar de Florito en toda su magnitud. Y
digo bien de Florito, no de su manada de cabestros, porque fue el
mayoral quien se llevó en cuestión de segundos al toro a los corrales
a punta de vara, así, como si nada, auténtica torería mientras los
cabestros asistían reunidos, impávidos, asombrados a
una clase magistral propia esta época de comienzo de curso para que
vayan aprendiendo como se hace ya de cara a la próxima temporada. Pueden
imaginarse la tremenda ovación a Florito, espectacular. El sobrero de
Conde Mayalde que saltó como quinto bis tenía kilos y carnes para dar de
comer a un regimiento, como solía decirse. Muy pasado de kilos, gordo, exhausto
desde salida, sin motor para mover semejante masa, con la lengua fuera ya
en el capote, sin recorrido, aunque quería meter la cara con clase y nobleza
pero las fuerzas no le daban para más. Faena imposible ante un toro sin
recorrido al que Fortes intentó llevarlo toreado y hacerle las cosas bien, pero
era un marmolillo que no podía con su alma. Al tirarse a matar resultó prendido
y volteado en unos segundos de máxima angustia con Fortes convertido en un
muñeco de trapo a merced del toro, en el aire y en la arena, feísima cogida que
hacía temer lo peor pero que milagrosamente no fue corneado sufriendo, eso
sí, una rotura de peroné que dentro de todo lo malo que se podía esperar es una
bendición del cielo que una vez más echó un capote salvador.
El sevillano Pablo Aguado llegaba a Madrid
para confirmar alternativa por la vía de la sustitución para ocupar el
enorme vacío de Paco Ureña tras su cogida en Albacete y que aún hace temer
por su ojo izquierdo. Tremenda responsabilidad para un joven matador que
en Sevilla dejó patente su clase y su gusto y que ayer refrendó en la
primera plaza del mundo. Debo decir, y así lo hablaba ayer mismo por la mañana
con un buen amigo, Manuel Nuñez, que me habría gustado ver en le lugar de
Paco Ureña otros nombres, posiblemente mi favorito era Antonio Ferrera que el
pasado otoño era la base de este serial y que se quedó fuera también por una
cogida en Albacete y que una confirmación de alternativa me generaba
dudas, podía salir cara o cruz aunque sus cartas de presentación eran realmente
buenas. Y salió cara, una cara brillante, una cara triunfal y una cara que
ayer dijo que venía para quedarse y ser alguien en esto del toreo.
Impresionante, extraordinario, magistral saludo capotero al toro de su
confirmación, verónicas templadas, suaves, sedosas, ganado pases con una clase
y un gusto exquisito, relajando la figura, desmayando los brazos para
rematar con una media que olía a azahar y sabía a Sevilla por los cuatro
costados. Olés rotundos a cada lance y primera gran ovación de la tarde
que tiene continuidad con un quite por chiquilinas a manos bajas
despaciosas cargadas de gusto y una larga a una mano como remate cargada de
torería. Pero lo mejor con el capote esta por llegar. Talavante entra
en su turno de quites con unas gaoneras un tanto deslucidas y atropelladas ¡y
el confirmante replica al maestro!, ¡toma bemoles!, nada más y nada menos
por delantales templadísimos, lentos, suaves, cadenciosos y otra media
de remate que pone en pie a los tendidos. Hay que tener mucha personalidad
para hacer eso en Madrid, en su confirmación y ante una gran figura del toreo,
¡olé por Aguado!. El toro llegó sin fuerzas y con escaso recorrido a la muleta
pero vi a un Pablo Aguado firme, serio, muy templado, que en todo momento
hizo las cosas bien, poniéndole la muleta en la cara, llevándolo muy
toreado, con suavidad, bajando la mano, demostrando clase y torería en cada
lance. Faena de entrega y disposición, muy por encima de las cualidades de
su oponente, muy digno en su confirmación. Lo rubrica con una entera
algo trasera que hace rodar al toro y escucha una muy merecida ovación
desde el tercio. Con esa presentación afronta al sexto, un toro muy serio
y ofensivo, un toro exigente y complicado al que Pablo Aguado entendió y
sometió de maravilla ya desde el recibo con el capote, flexional las
rodillas, con suma suavidad, embarcando al victoriano en los vuelos, algo nada
fácil porque el animal soltaba la cara con brusquedad y echaba las
manos por delante, pero el sevillano puso el temple y aunque no tuvo la
plasticidad de las verónicas del primero la calidad y la belleza sí
que resaltaron. Un toro, repito, exigente y con muchas complicaciones, al que había que someter y
torear muy bien, un toro que no le puso
las cosas fáciles a Aguado quien demostró tener una firmeza y una claridad
de ideas más propia de un veterano que de un confirmante. Todo a base
de poner en el sitio, perfecta la colocación, a base de perderle
el pasito necesario para vencer la tendencia del toro a revolverse y así
poder ligar el siguiente muletazo, a base de aguantar las acometidas y tragar
los arreones del toro, a base de medir primero la altura que el
toro precisaba, dársela y concederle ventajas para después bajarle
la mano y terminar imponiéndose en una
lección de mando, muy valiente y seguro, entregado y a la vez
rebosante de torería en cada detalle, en cada movimiento, administrando también
las pausas con auténtica maestría, gran dimensión de Aguado, todo además
cargado de verdad y pureza. El final de faena fue realmente apoteósico, tandas
en redondo templadísimas ligadas por bajo, la muleta a ras de suelo,
apoteósicas, con el toro y la plaza rendidos a tanto mando, a tanto poder, a
tanta clase, en resumen, a tanta torería, como el epílogo con redondos
magistrales mirando al tendido, relajado, abandonado, belleza suprema, toreo
puro y la plaza frotándose los ojos, envuelta en la locura. Una casi entera
arriba volcándose a matar vale una oreja de mucho peso y de gran transcendencia
de cara al prometedor futuro de este joven sevillano que ha puesto el listón
muy alto de cara a lo que resta de esta Feria de Otoño que ayer abrió sus
puertas.
Para mi fue, sin duda, un grandísimo regalo por mi 51 cumpleaños
que ayer celebré en donde mejor puede hacerse, en Las Ventas, viendo toros,
disfrutando de esta bendita afición y que espero que dure por muchos más años.
Antonio Vallejo
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