De auténtico lujo debo calificar la oportunidad que Canal Toros me ha dado esta tarde al poder disfrutar de una tarde única, de un festejo que va más allá de lo taurino, de poder ver y entender cómo se vive nuestra Fiesta al otro lado de los Pirineos. Como he dicho, un lujo, un privilegio y, a la vez, una lección de la que en muchas plazas de España deberíamos tomar nota, una lección de unos aficionados que viven los toros con un respeto y una educación exquisita sin que eso esté reñido con la pasión, las emociones y los sentimientos que muestran cuando sobre el ruedo surge el arte. Y sobre el ruedo de el Coliseo Les Arènes de Arles les aseguro que ha habido mucho arte que se ha plasmado en música, color y toreo. El color lo ha puesto Domingo Zapata, reconocido y afamado diseñador y pintor que ha decorado las tablas, el callejón, los tendidos y el ruedo al completo con pinturas alegóricas a la tauromaquia, ese arte eterno que el mallorquín reivindica y defiende sin complejos ni tapujos por todo el mundo. De la música se ha encargado la orquesta y el coro de la ciudad francesa acompañando el festejo de principio a fin, desde el paseíllo, cargado de intensa emoción, conducido por la popular Canción del Toreador, la mundialmente conocida aria de la ópera Carmen de Georges Bizet, hasta la salida a hombros de Juan Bautista y Sebastián Castella bajo la Salve Rociera, unas imágenes y un sonido que me ha hecho un nudo en la garganta y ante lo que no he podido contener las lágrimas. Recomendaría a todos los que no hayan visto la corrida por televisión que buscaran en los portales taurinos resúmenes del festejo y disfruten de ese final mágico en un marco de gran belleza como es el coliseo romano de Arles. Y por último, del toreo se han encargado Juan Bautista, Sebastián Castella y Jose Mari Manzanares, tres maestros, tres hombres de cuyos capotes y muletas ha surgido el arte de la tauromaquia en comunión perfecta con los colores y los sonidos que han envuelto a Arles en esta tarde mágica.
Los encargados de dar forma a todo este conjunto han sido los toros de Victoriano del Río, los principales protagonistas, el argumento principal sin el que la Fiesta no tiene sentido, algo que los que se denominan antitaurinos no son capaces de entender o, mejor dicho, no quieren ni entender ni ver. Los que sí lo han visto y lo han gozado han sido los aficionados franceses y, ya lo he comentado antes, me han dado una lección de saber estar y de lo que es querer y respetar la Fiesta. Lo que se desprendía de los tendidos era alegría, eran ganas de disfrutar con todo lo bueno que surgiera de un capotazo, de un muletazo, de un puyazo, de una par de banderillas, de una estocada, solo había que ver sus rostros, sus reacciones, sus palmas, ajenos a la constante y continua crispación que envenena a algunos tendidos de alguna plaza, pero sabiendo manifestar su descontento cuando algo no se hacía bien, porque la educación y el respeto no están reñidos con la exigencia y el saber de toros. Repito, una lección de la que tomar nota. Tan solo un ejemplo, la muerte del quinto de la tarde. Extraordinaria faena de Castella que remata con un estoconazo arriba, todos los aficionados esperando que el toro doblara para pedir los trofeos, el de Victoriano se traga la muerte, pasan los segundos, los minutos, su bravura le lleva a pelear hasta el final, resiste, Castella pide calma, no quiere usar el descabello porque considera que un toro bravo debe morir así, suena un aviso, allí nadie se pone nervioso, ningún pito, tan solo una o dos voces reclaman el descabello, el resto aguarda el desenlace, finalmente el toro rueda sin puntilla y se desencadena la locura pidiendo las dos orejas. ¿Se imagina ustedes la que se hubiera montado en Las Ventas por parte de quienes ya sabemos?. La Revolución Francesa un juego de niños. Y no digo nada lo que hubieran llamado a todos los aficionados que en esa situación también pedimos las dos orejas, y si además el presidente las concede la Tercera Guerra Mundial está al caer.
Seis toros de Victoriano del Río desiguales de presentación y de juego, para mi gusto justitos de presencia y de kilos, tres estrechitos de sienes y tres más abiertos de cara, quizás el segundo el más serio y ofensivo, altos en general y un tanto terciaditos a mi modo de ver, con un denominador común que ha sido la falta de clase, destacando por encima de todos el bravo quinto, un primero como movilidad, repetidor y con fijeza, un segundo muy justo de fuerzas y tercero y sexto sin opciones.
Nulas opciones ha tenido Jose Mari Manzanares con su lote. Muy por encima del tercero, un toro que no se empleó en el capote, que manseó en el caballo, que esperaba en banderillas y que en la muleta resultó deslucido, soltando la cara, sin entregarse. Inicia la faena por doblones para tratar de someter la embestida y saca a relucir su mando y poderío. A base de temple, de encontrarle la distancia y darle la velocidad que pedía el victoriano lo somete y surgen de la clase que atesora algunos lances sueltos por ambos pitones de mucha enjundia. Redondos profundos, bajando la mano, adelantando la muleta, pero sobre todo unos naturales lentos y con largura de bellísima factura que arrancan los olés. Pero el trasteo carece de ritmo y continuidad por las escasas condiciones del desclasado animal, y la faena no llega a tomar vuelo. Para colmo se atasca con la espada y todo queda en un respetuoso silencio. El sexto prometía, tomaba bien los vuelos del capote que el alicantino le ofreció en le saludo a la verónica, acompasadas, templadas, con la clase que impregna su toreo. Pero antes de iniciarse la faena el toro acude al cite de Rafael Rosa desde el burladero y se pega un tremendo topetazo que dio la impresión que le dejó dañado para la faena. No aguanta ni un pase, a la mínima que se la bajaba la mano se derrumbaba, si se le llevaba a media altura aguantaba uno o dos muletazos, pero si trataba de ligar la serie también perdía las manos. Con buen criterio optó Manzanares por abreviar, algo que supo valorar la afición francesa con unas palmas de consolación para el alicantino.
Sebastián Castella ha vuelto a demostrar por qué es una figura del toreo y por qué lleva tantos años en los puestos altos del escalafón. Al segundo lo recibe por verónicas templadas, acompasadas, manejando las muñecas con suavidad, acompañando la embestida, el remate con la media es gloria. Pero el toro no va sobrado de fuerzas y llega a la muleta en reserva, además de mal picado. Inicia la faena por bajo, con ambas manos, muy suave, sin obligarle demasiado, midiendo las pausas, dándole aire y tiempo para que se recupere, todo muy despacio, como un par de series en redondo templadas y con empaque, bajando la mano, buenos los de pecho, una tanda de naturales con hondura y ligazón, todo con la clase que caracteriza al galo, pero al toro le faltan fuerzas y transmisión, va a menos y la faena no acaba de rematar a pesar del tesón y el esfuerzo de Castella, algo que los aficionados reconocieron con palmas a la muerte de este toro. Le esperaban el quinto, un toro que no se entregó en el capote de salida, que no acababa de definir su embestida pero que tras el tercio de varas dejó ver lo que llevaba dentro en un sensacional quite por chicuelinas y revolera de remate en las que metió la cara con clase y en un gran tercio de banderillas tras el que José Chacón tuvo que saludar desmonterado. Toro noble y bravo el de Victoriano, repetidor, que rompió en la muleta al que Castella entendió a la perfección y le sacó todo el fondo que llevaba dentro. Desde los primeros cambiados por la espalda en el centro del óvalo de Arles conectó con los tendidos, el extraordinario cambio de mano entusiasmó a todos los aficionados y un sensacional pase de pecho para abrochar este prólogo de faena puso en pie a todo el Coliseo. Portentoso toreo en redondo, tandas de derechazos encajado, adelantando la muleta, conduciendo la embestida por bajo, con largura y ligazón, todo bajo el poder del temple. Mejor aún si cabe al natural, con hondura, con empaque, toreo de muchos quilates, relajado, disfrutando de cada lance, abandonado al arte que surgía de su muleta. Mata de entera y aunque el bravo toro de Victoriano del Río vende cara su muerte, como ya he comentado antes, las dos orejas caen sin discusión alguna, petición unánime de ambos trofeos que el presidente concede sin dudar, a mi juicio con perfecto criterio. Otra cosa es la vuelta al ruedo al toro, ahí puede haber alguna duda porque es cierto que no se empleó en el capote y que quizás le faltó algo más de duración pero, como apuntaba el siempre certero Maxi Pérez en la retransmisión, mejor es pecar de exceso que de defecto.
La tarde venía marcada por lo sentimental, por un anuncio matinal que creo que ha cogido por sorpresa a todos los aficionados, más aún a los franceses, y que ha tocado su corazón: el anuncio de la retirada de los ruedos de Juan Bautista, sin ruidos, con elegancia y señorío, como es el toreo. Una noticia inesperada y que se concretará el próximo mes de octubre en Zaragoza cuando haga su último paseíllo. De momento hoy nos ha dejado con la sensación de que tiene dentro toreo para muchos años, pero esa es su decisión y merece todo el respeto. El primero ha sido un toro pronto, repetidor, con movilidad y fijeza, aunque le faltaba clase y humillación, pero se ha encontrado con un Juan Bautista en estado de gracia que lo ha hecho todo a su favor para cuajar una faena fruto de la inmensa técnica que atesora el galo. Ha sabido darle la distancia y la altura que pedía el de Victoriano, un temple exquisito ha marcado la faena, de su muleta han nacido tandas en redondo portentosas, perfectamente colocado, primero a media altura, más tarde bajando la mano hasta donde aguantaba el animal, tandas firmes y con mando, muy seguro y encajado. Un cambio de mano extraordinario da paso a una magnífica serie de naturales, con hondura, si bien el toro va peor por ese pitón, algo más descompuesto y sin rematar la salida, pero en las siguientes tandas al natural tiene que hacer un gran esfuerzo para llevarlo cosido a las telas y así taparle la salida. El final por molinetes y un estoconazo que hace rodar como una pelota al de Victoriano inunda de pañuelos los tendidos de Arles y las dos orejas caen sin discusión. Al cuarto lo recibe a la verónica, suave, templado, rematando con una buena media. Toro con las fuerzas muy justas al que en los primeros lances de una faena que brinda a Domingo Zapata lleva por alto, a dos manos, andándole hacia los medios, todo con inmensa suavidad, mimando al toro para que no perdiera las manos, con mucha clase y elegancia. En esos terrenos se inventó una faena que estuvo marcada de nuevo por el temple y acompañada por la suavidad. Redondos y naturales que surgía como por arte de magia, increíbles, con una profundidad que parecía imposible, abandonándose, como en unas tandas en redondo tirando la espada, o como unos naturales de ensueño tras abrir el cartucho de pescao, más derechazos, y molinetes, y pases de pecho, la locura en los tendidos. De no haber sido por la defectuosa colocación de la espada otras dos oreja habrían ido al esportón, pero la afición de Arles demostró que tiene criterio y sabe de toros, que la exigencia y seriedad no está reñida con la alegría y el disfrute de la Fiesta, por lo que Juan Bautista paseó acompañado de sus dos hijos una merecida oreja en una apoteósica y emocionante vuelta al ruedo para así salir a hombros junto a su compatriota Sebastián Castella y despedirse por la puerta grande de los aficionados franceses en una tarde en la que el arte y la cultura se han mostrado en plenitud: música, pintura y tauromaquia de la mano en perfecta armonía.
Antonio Vallejo
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